Archivo diciembre 2011

Mis peores entradas del 2011

Este blog ha pegado tres chupinazos durante el 2011: tres textos que tuvieron miles y miles de lectores. Ya sabemos que esos textos son maravillosos, emocionantes, polémicos, tiernos, duros, divertidos, la repera, bravo, qué fuerte, qué bueno, yuju.

Pero he repasado las estadísticas en busca de las entradas menos leídas del año. Pobrecicas. Vas a la clasificación de páginas más vistas y te encuentras con los tres flamantes pelotazos en todo lo alto, chorreando números de cinco cifras. Un poco más abajo, en los puestos de honor, otras cuantos éxitos de cuatro cifras. Luego le das al botón de ver las diez siguientes y las diez siguientes y las diez siguientes, te vas encontrando truños cada vez peores, y las siguientes diez y las siguientes diez y las siguientes diez, y en unas profundidades a las que nunca llega la luz del sol encuentras, sepultadas en el fango submarino, algunas entradas a las que le tienes cariño verdadero. Es duro verlas allí, amigos.

Saco algunas de nuevo a la superficie. Merecen otra oportunidad. Venga, hombre, que igual es que no las pillasteis. O que ese día se os colgó el router y no las visteis. Si os tienen que gustar, que sois gente de buen corazón y sé que estas entradas os tienen que gustar, anda:

Aviso ministerial para renacuajos y corcones.

Cuando las mineras y los curas derrocaron al dictador.

Responso por las ranas aplastadas.

 

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Mi amigo del otro lado

Mi amigo J., de 35 años, no tiene ordenador y entra en internet una vez cada tantas semanas, si le pilla de paso alguna biblioteca pública. Cuando escribo en este blog un texto que le puede interesar, le llamo por teléfono para que lo lea. Una vez quise enviarle un e-mail importante, pero como suelen cerrarle su cuenta de correo electrónico por falta de uso, imprimí el mensaje, lo metí en un sobre, le puse un sello, escribí sus señas y lo eché al buzón. A ver, ¿cuántos habéis bajado a la calle a echar un e-mail al buzón?

Pero mi amigo J. también tiene su agenda electrónica. Suele ser un papelito mal recortado que lleva plegadísimo en la cartera, donde anota con letra enana los asuntos que quiere consultar la próxima vez que entre a internet, así, sin mucha prisa. La última vez que vi su ciberagenda, estaba de lo más prometedora: Urumea, Jaca Palacio Congresos, Saint Lary Hincapie-Pereiro, Méridienne verte.

Vamos a hacer una prueba. No voy a avisar a J. sobre este post. Veremos cuánto tarda en descubrirlo -si es que lo descubre alguna vez- y si nos deja algún comentario -suele hacerlo muy de vez en cuando, con un curioso seudónimo-. J., tú que vives al otro lado de la brecha digital, dinos: ¿sois felices allí, vuestros amores os corresponden al menos en un veinte o veinticinco por ciento, hay algún paraje llamado Greenland o Groenlandia, soñáis con cangrejos, con niños ciegos, os acordáis de cómo se asfixió el ciclista Tom Simpson, tenéis fresas allí, al rezar os acordáis de las caravanas del desierto?

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Son muchas histéricas

Los artículos ‘Paranoicas’ (de June Fernández) y ‘Son unas histéricas’ (mío, que vino después) han alcanzado una repercusión extraordinaria y han producido un tsunami de reacciones. Ambos hablaban de los acosos “de baja intensidad” que sufren las mujeres con una frecuencia preocupante. Ahora, en otro texto magnífico, June analiza esas reacciones: ‘Feminazis’. Os lo recomiendo muchísimo.

De este nuevo artículo de June, traigo aquí un detalle nada más. En su blog a ella le llamaron feminazi, puta, zorra, fea, estrábica, lesbiana, entre otras muchas cosas, y alguien le dijo que si la tuviera delante le escupiría. Vamos, un poco más suave que las amenazas de violaciones y palizas que ha recibido en otras ocasiones, por parte de valientes anónimos. Yo, en cambio, apenas recibí ataques personales en mi blog, más allá de que me llamaran lametacones y pagafantas y que me dijeran que yo escribía cosas así para ligar y para recibir algunas migajas de las mujeres modernas. En los comentarios de mi blog también hubo insultos. Pero, qué casualidad, los insultos más feroces eran para las mujeres que debatían, a las que llamaron putas, guarras, y a las que acusaron de disparates.

Este ejemplo descarnado de violencia sexista ocurre en el mismo debate en el que algunos la relativizan.

*

Me parece importante dar algunos datos, creo que son muy reveladores.

Colgué mi artículo ‘Son unas histéricas’ el martes 20 de diciembre a media mañana. Ese primer día lo vieron un poco más de 20.000 personas (visitantes únicos). En estos momentos, viernes 23 a las 14.25, la cifra llega a 29.625. Semejantes números son desorbitados para las habituales cifras modestas de este blog, que en 2011 alcanza una media de 352 visitantes diarios.

Los datos más valiosos son los que detallan la cantidad de gente que ha decidido divulgar el texto entre sus amigos y seguidores: 2.936 personas lo han compartido en sus muros de Facebook (así, a ojo, en mi blog ese número muy pocas veces suele pasar de 100). Y 608 lo han divulgado en Twitter (muy pocas veces pasa de 20). El martes, el post apareció en algunas de las clasificaciones de los más divulgados del día en España. El hecho de que tantas personas hayan recomendado estos textos dice mucho sobre una realidad a la que algunos tratan de quitar hierro.

Para mí lo más abrumador ha sido la catarata de mensajes privados que he recibido de mujeres, en los que rememoran su lista particular de acosos sufridos. Muchas señalan que esas historias las han padecido en silencio, porque no querían parecer exageradas o paranoicas, pero que se les han quedado grabadas como recuerdos dolorosos, y les han dejado un poso de temor y una actitud defensiva.  Son mujeres de una gran variedad de ámbitos, situaciones, edades. Familiares mías, amigas, antiguas compañeras de trabajo y de estudios, simples conocidas, desconocidas.

También hubo comentarios de hombres en mi post, en los que relataban los acosos que ellos habían sufrido. Por si alguien todavía tiene dudas, quiero recalcar algo: en el texto no solo afirmé que los hombres también padecen acosos y violencias, sino que incluso conté un caso que sufrí yo mismo. Es compatible denunciar los acosos que sufren los hombres, en toda su gravedad, y afirmar que los acosos los padecen de manera mucho más generalizada las mujeres.

Entre los mensajes de los hombres, hay uno que colgué en Facebook y quiero copiar aquí: «Cuando era joven, haciendo autoestop, paró un señor. Me senté de copiloto y al rato el señor empezó a meterme mano. Lo pasé muy mal. No entiendo que los hombres que han sufrido algún episodio así lo utilicen como argumento para quitar importancia a los acosos que sufren las mujeres con mucha más frecuencia, en vez de tener más empatía con ellas y pensar lo que será si ese acoso que sufriste, que te pareció tan horrible, se te repitiera de vez en cuando». Otro amigo añadió: “El otro día lo pensaba leyendo los comentarios del blog. Algunos usan sus malas experiencias para minimizar las de los demás, y a otros les sirve para empatizar todavía más con otras víctimas”.

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Son unas histéricas

He mandado una pregunta a una amiga. En vez de una contestación directa, me ha respondido con una lista de diez recuerdos de su vida (he cambiado detalles para preservar su anonimato).

“1- Cuando mi hermana tenía unos 8 o 9 años, un viejo se le acercó en la plaza y le dijo:  “Te doy un caramelo y me das un besito”.

2- Cuando yo tenía unos 12 años, fui con una amiga a la fábrica en ruinas que teníamos delante de casa. Apareció un viejillo con boina, amable, que se puso a hablar con nosotras y a seguirnos mientras íbamos por la fábrica pisando cascos de vidrio. Cogió confianza y me agarró del brazo. “Déjame que te levante, para ver cuánto pesas”. Yo solté el brazo, me aparté rápido. Me saltó una alarma. Y nos fuimos. Mi amiga me dijo: “Pero chica, cómo has reaccionado”. Me pregunto por qué reaccioné así y por qué otras crías no lo hacen. Qué hace que te salte esa alarma.

3- Con 13 años, un día esperaba a mi madre en la calle, junto al portal. Vino un chico de mi edad por mi derecha, muy pegado a la pared donde yo estaba. Me saltó también la alarma. Yo agarraba una carpeta y me la subí hasta la altura de las tetas, como protección. Pasó a mi lado y noté un pellizco fuerte en el coño. Me subió un escalofrío hasta la cabeza, me quedé helada, violada de algún modo. Recuerdo cómo me sentí ese día y muchos días después. Al día siguiente teníamos una celebración familiar, recuerdo la ropa que llevaba, las fotos que nos sacamos, yo con mi cara pálida y mis ropas verdes, triste, mancillada, recordando lo del día anterior. Siempre siento una gran tristeza cuando veo esa foto, tantos años después.

4- Unos años más tarde, ese mismo chaval empezó a pegar en el culo con la raqueta a una vecina. Otro día, pasaba con la bici por el parque y le pegó una torta en el culo a una amiga.

5- Con 16 años, en un tren me senté al lado de un hombre.  Tras un rato de charla, empezó a agarrarme la mano. Luego me pidió que le diera un beso. No me atrevía ni a moverme. Me ofreció 40.000 pesetas por irme con él a un hotel.

6- En Perú, en medio de la plaza de la catedral, un tío me tocó el culo. También allí, en el tren, un hombre sobó de arriba abajo a una compañera. En Londres, en medio de la calle, otro tío me tocó el culo.

7- En la universidad, a la salida de clase, un compañero se me acercó por un lado, me agarró los pantalones a la altura de los tobillos y me los subió de repente para que todo el mundo viera mis piernas sin depilar. Otro día, delante de más gente, me dijo “tienes las orejas más feas que he visto nunca”.

8- En un polígono de las afueras de mi ciudad, donde trabajaba, un hombre me gritó desde una furgoneta: “¡Te voy a comer el coñooooo!”. Otro día, en ese mismo polígono, bajaba una cuesta andando y un coche que subía pasó a mi lado, despacio, con unos tipos dentro. Seguí caminando, miré atrás y vi que se habían parado en lo alto de la cuesta. El coche giró, empezó a bajar, me pasó y se cruzó delante de mí. Se quedaron esperándome. Vi que dentro había cuatro hombres. Me puse nerviosísima y eché a correr hasta un hotel, donde había más gente, y el coche se marchó.

9- Cuando tenía unos 20 años, un amigo de mi padre, casado y con hijos, me llevó de una ciudad a otra en su coche porque le venía de camino. Yo iba en el asiento del copiloto. A mitad de trayecto, alargó la mano y la apoyó sobre mi muslo, mientras me decía “yo os tengo mucho aprecio, a ti y a tu familia”. No hizo nada más. Pero no era un modo de tocar normal. No hice nada ni le dije nada a mi padre.

10- Hace dos semanas, de noche en un bar, delante de mí a una chica le tocaron el culo. Se dio la vuelta y dijo “le tocas el culo a tu madre”. En la barra había dos tipos sonrientes, entre la oscuridad y la impunidad del bar. No supo cuál de los dos había sido. Esa misma noche, volviendo a casa caminando a las cuatro de la mañana, un chaval andaba haciendo el tonto con otro amigo, salió a mi paso y me dijo “guapaaaa”. Un poco más adelante, un chico me llamó desde la esquina de una calle, “pssst, pssst”, y me decía “chica, ven aquí”.

*

Con esta amiga he hablado algunas veces de los pequeños abusos, acosos y presiones que en general sufren las mujeres a lo largo de su vida. Los abusos más graves están mal vistos, se denuncian, pero por debajo de ellos hay toda una gama tolerada de eso que llaman violencias de baja intensidad. Se aceptan, se toleran y hasta se ríen.

En estos últimos tiempos he preguntado por este asunto a varias amigas y todas, pero todas, tienen un repertorio de historietas así: pequeños acosos desde que eran crías, bromas pesadas, comentarios supuestamente graciosos en el trabajo sobre su físico, su vestimenta o su situación amorosa, chistecitos con los que se han sentido coaccionadas y marcadas… Y muchas comparten una sensación: todos esos episodios –que a ellas se les han quedado muy grabados- en teoría no son como para quejarse, para protestar, para ofenderse, porque entonces quedan como exageradas o histéricas. Si les molesta que cuando caminan por la noche un chaval les llame “guapa” desde la esquina, es que son unas avinagradas. El chaval no sabe –o le da igual- que a la chica se lo hayan dicho tres veces seguidas o que se lo digan con frecuencia en unas circunstancias que convierten el supuesto piropo en una actitud agobiante y amenazante.

A mí me da que en general los hombres no somos nada conscientes de esa presión frecuente que padecen tantas mujeres, nos cuesta ponernos en esa piel, ni nos imaginamos lo que tiene que ser aguantar una y otra vez bromitas o toquecitos o comentarios que se suponen chistosos. Muchos participan en esos pequeños acosos, otros ríen las gracias o les quitan importancia. No nos enteramos o no nos queremos enterar, pero todo ese ambiente de suave agresión acaba coartando la libertad de andar tranquilas por la vida sin que les molesten por el hecho de ser mujeres.

¿Acaso los hombres no padecemos acosos o presiones? Sí, claro, pero en un grado muy inferior, que no nos condiciona tanto. No hasta el punto de que se nos desarrolle una actitud psicológica temerosa, a la defensiva, que nos limite la libertad de andar tan panchos por la vida. Pondré un ejemplo personal.

Cuando yo tenía 16 años, un sábado por la madrugada iba andando solo por la ciudad, hasta el sitio en el que tenía candada la bici para volver a casa. Me crucé con un hombre que me paró para pedirme la hora. Las cuatro de la mañana. Continué mi camino y noté que el hombre me seguía. En vez de avanzar recto por la avenida principal, callejeé para comprobar si el hombre me seguía por casualidad o con intención. Y me seguía, me seguía en todos los desvíos y rodeos. Por fin me acerqué a la bici y me apresuré a soltar el candado. Entonces el hombre se acercó, se bajó los pantalones y los calzoncillos, y empezó a meneársela. Salí pitando.

En esta historia veo una gran diferencia con una mujer. Cuando el tipo chungo me seguía, yo creí que unas horas antes me había visto candar la bici y que me la quería robar. Ni se me pasó por la cabeza que yo corriera ningún tipo de peligro sexual. Con 16 años, en mi cabeza no existía ese miedo. Ese miedo que es el primero que le viene a la mente a una chica de esa edad. El chico de 16 años piensa que le pueden robar la bici. La chica de 16, que la pueden violar. Porque viven con esa preocupación desde crías y a lo largo de toda la vida: siempre hay un viejillo en el parque que las agarra y las soba un poco, un adolescente que en el colegio les mete mano o les baja los pantalones, un ligón de bar que se pone bravo con ellas delante de los colegas machitos, un jefe que hace gracietas desagradables sobre su aspecto…

*

Mi amiga me mandó esa lista de diez recuerdos como respuesta a mi pregunta. Yo solo le había preguntado qué le parecía un artículo de la periodista June Fernández.

June primero escribió en Facebook una lista de actitudes que le molestaban cuando hombres más o menos desconocidos le abordaban en las redes sociales tomándose demasiadas confianzas. Tras su texto, vino una cascada de comentarios de otras chicas, que relataban montones de situaciones parecidas que les incomodaban. Algún chico entró a quitar hierro al asunto, a decir que no era para tanto, que a los hombres también les pasan cosas…

June comentó: “Cuentas micromachismos y te acusan de hilar fino y de ser una paranoica”. Y después publicó esta entrada en su blog: ‘Paranoicas’.

Os recomiendo mucho que leáis esa entrada y el debate que se desarrolló en los comentarios, donde algunas mujeres cuentan sus experiencias. Y que juzguéis si esas mujeres son unas exageradas y unas histéricas o si los tíos deberíamos darle alguna vuelta a este asunto.

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Plomo en los bolsillitos

El segundo lector más guapo del blog manda esta foto de su hijo. ¡Qué detallazo!

Aprovecho la ocasión, queridos padres, queridas madres, tías, tíos, abuelos, abuelas y demás fauna, para sugerir que os dejéis de sinsorgadas Disney, de payasos borrokis, de inquietantes canciones maoríes (¿»epo i tai tai e?»), y que entretengáis y forméis a vuestros txikis con las emocionantes aventuras de Coppi y Bartali (¿son amiguitos o se odian?, ¿quién le pasa el botellín a quién?), las batallas de Anquetil y Poulidor (¡hombro con hombro en el volcán!), la tristeza de Walkowiak (el humilde que se arrepiente de ser campeón y rompe a llorar), con los peligros y, ejem, las ventajas de la droga (¡el supositorio de cocaína de Koblet, el bote de cloroformo de Pélissier, las cazuelas de bacalao que Vicente Blanco esconde entre los arbustos, la borrachera del musulmán Zaaf!), con los vuelos del pequeño Robic Cabeza de Cuero (que se carga de plomo para bajar más rápido)…

Para leer a pedales, incluso con dos rueditas traseras de apoyo: penurias, malandanzas, fanfarronadas, locuras, traiciones, alegrías, hazañas, tragedias y sorpresas del Tour de Francia.

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Siempre y cuando solo desee un huevo de pingüino

La carrera del noruego Amundsen y el británico Scott por llegar al Polo Sur, tan legendaria y tan cargada de seducciones narrativas, ocultó otras historias terribles de esa misma época: las de las expediciones científicas que desarrollaron los hombres de Scott durante ¡tres años! aislados en la Antártida (1910-13). Una vez al año recibían la visita de un barco con provisiones y cartas de sus familiares. Para los británicos la conquista del Polo era una guinda, el gancho comercial y patriótico con el que financiaban una larguísima campaña de investigaciones y exploraciones polares. De exploraciones atroces.

El diario de Scott, en el que registró con una precisión escalofriante el regreso agónico del Polo Sur, hasta pocos días antes de su muerte y la de sus cuatro compañeros, a escasos kilómetros de un depósito que les hubiera salvado la vida, constituye uno de los textos más conmovedores de la historia. Muchísimos lectores recordarán la entereza, la elegancia y el amor de Scott en plena agonía. Se quedan grabados en la memoria momentos como aquel en el que el agotado Oates sale de la tienda, dice que quizá tarde un poco en volver, y se aleja para dejarse morir en el hielo y no retrasar más la marcha desesperada de sus compañeros.

Pero la tragedia de Scott y sus hombres solo es una parte de la epopeya británica en la Antártida entre 1910 y 1913. Apsley Cherry-Garrard, uno de los que rescataron los cadáveres congelados de Scott y compañía, relató las historias de aquellos tres años antárticos en un libro que se lee temblando: El peor viaje del mundo (hay edición de bolsillo, por 12 euritos).

El título hace referencia a una de las expediciones que se organizaron en aquellos tres años, el llamado «viaje de invierno», en el que participó el propio Cherry-Garrard. Tres hombres salen en pleno invierno antártico, completamente a oscuras y con temperaturas que caen a 60 grados bajo cero, porque esa es la única época en la que pueden recoger huevos de pingüino emperador. Los científicos creían que se trataba del ave más primitiva y que el estudio de sus embriones podría determinar si constituía el eslabón entre los reptiles y las aves. Así que los tres hombres pasaron cinco semanas de puro horror, en el filo de la congelación y la locura, para conseguir unos puñeteros huevos de pingüino.

Las setenta páginas de ese capítulo se leen como un relato terrorífico de Poe. Se alternan las descripciones del infierno antártico, la narración escueta de penurias inconcebibles y las circunspectas observaciones científicas sobre los pingüinos. «Durante aquel viaje empezamos a considerar a la muerte como una amiga», escribe Chery-Garrard. Y poco a poco va destilando un retrato de aquellos exploradores británicos tan heroicos como comedidos, «hombres de oro de ley, relucientes y puros», tan entregados a la vocación de la ciencia, con un sentido tan agudo de misión y sacrificio en aras del conocimiento humano. Lo más impresionante del relato no es el terror que producen las grietas invisibles en la noche antártica, las ropas congeladas «como armaduras de hielo macizo», la soledad de tres hombres sepultados en una tienda bajo una tormenta polar. Lo más impresionante es el temple: «No nos olvidábamos de pedir las cosas por favor ni de dar las gracias, lo cual significa mucho en tales circunstancias, ni de todos los pequeños vínculos con la dignidad y la civilización que todavía podíamos mantener. Juro que aún nos quedaban modales cuando llegamos tambaleándonos a la base. Y no perdimos la calma, ni siquiera con Dios»

El libro termina así: «La exploración es la expresión física de la pasión intelectual. Y diré una cosa: si tiene usted el deseo de saber y el poder para hacerlo realidad, vaya y explore. Si es es usted un hombre valiente, no hará nada; si es un hombre miedoso, es posible que haga mucho, pues solo los cobardes tienen necesidad de demostrar su valor. Hay quien le dirá que está chiflado, y casi todo el mundo le preguntará: ‘¿Para qué?’. Es que somos una nación de tenderos, y ningún tendero está dispuesto a parar mientes en una investigación que no le prometa un rendimiento económico antes de un año. Así que viajará usted prácticamente solo con su trineo, pero quienes le acompañen no serán tenderos, y eso tiene un gran valor. Si hace usted su correspondiente viaje de invierno, obtendrá su recompensa, siempre y cuando lo único que desee sea un huevo de pingüino».

*

Si queréis ver un cajón con huevos de pingüino que quedó abandonado en la cabaña de Scott, visitad esta fantástica entrada de Fogonazos: Las cabañas abandonadas de Scott y Schakleton.

Apsley Cherry-Garrard

*

El día en que se cumplen cien años de la llegada de Amundsen al Polo Sur, Iñurrategi, Vallejo y Zabalza llevan ya un mes de expedición para atravesar toda la Antártida pasando por el Polo, con esquíes, trineos y cometas. Como podéis ver en el mapa, ahora mismo se encuentran en el punto de no retorno, a unos 1.100 km de la base donde comenzaron la travesía y a unos 1.100 km del Polo:

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Semana de charlas (Groenlandia, Karakórum, Bolivia)

Decía Manu Leguineche que las conferencias o las das o te las dan. La próxima semana daré tres con proyección de fotos, las tres con temas distintos; una en castellano, beste bat euskaraz, y la azkenekoa en euskastellano mix.

LUNES 12. PAMPLONA. A las 19.30, en el Civivox Iturrama: «Groenlandia cruje» (castellano).

ASTEARTEA, 13. DONOSTIA. 9.30etan, Antiguako AEKn (Igeldo pasealekua, 22): «Karakorum mendikateko zamaketariak: zortzimilakoak sorbalda gainean» (euskaraz).

JUEVES, OSTEGUNA, 15. ERRENTERIA. A las 19etan, Niessen kulturgunean: «Mineritos. Niños trabajadores en las entrañas de Bolivia. Boliviako haur meatzariak». Estreno de la versión reloaded tras el segundo viaje a las minas de Bolivia, aurreko urrian eta azaroan egindakoa (malabares elebilingüísticos, según publikoaren arabera).

Si queréis más info gehiago nahi baduzue, aquí tenéis algunos reportajes y apuntes gai horiei buruz:

Groenlandia cruje.  | Groenlandia, kraskatzen den lurra.

Porteadores. Ochomiles sobre sus espaldas.

Mineritos. Niños trabajadores en las entrañas de Bolivia | Lurpeko haurrak | Reencuentro con Abigaíl dos años después | Violencia en el Cerro: mujeres contra el horror silenciado.

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Pa no echar gota

Se ve que primero prohibieron orinar fuera, pero fue algún listo y miccionó. Tuvieron que poner este cartel. A mí me dieron ganas de mear fuera, porque de eso no dice nada, señor juez.

Luego me alegré de que prohibieran mear en las zonas donde andamos los turistas. Para algo tienen que servir los barrios de los pobres.

En el barrio minero, por ejemplo, orinar cuesta la mitad que en la zona turística. Allí la letra erre fue a mear y alguien le capó el pito. El resultado me dejó pensando en el derecho a sacar el pito como parte de la libertad expresión. Con un chorro potente y unas caderas de ágil caligrafía, se pueden trazar mensajes en la nieve, eso es cierto.

Y aquí, de repente, se me cortó el chorro de las reflexiones.

Las fotos las tomé en Lima (1), Potosí (2 y 3) y Cuzco (4).

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Base polar de la isla de Gros. Estamos preparados.

Ayer empezó para mí el invierno. Después de cenar, leyendo en el sofá, se encendió en el hemisferio boreal de mi cerebro la primera decisión consciente de no poner la estufa: me vestí un buen jersey y unos calcetines gruesos, me eché una mantita a los hombros, y a por otro invierno sin calefacción. Sopesé el riesgo de seguir perdiendo amistades -tranquilidad: a los huéspedes de mi casa nunca les faltará la estufa: etorri lasai!-. Luego emprendí una expedición de supervivencia a la cocina en busca de colacao calentito, y al cruzar el pasillo de maderas crujientes, pensé en la cabaña abandonada de Scott en el cabo Evans de la isla de (G)Ross. Volví a la sala esquiando pasos largos y al entrar saludé, ondeé el brazo derecho, sin poder gritar porque tenía la mandíbula congelada, intentando llamar la atención de una silueta junto a la ventana, que parecía la de Frederick Jackson, el hombre que vio aparecer en la Tierra de Francisco José a Nansen y Johansen, que llevaban quince meses desaparecidos, esquiando en busca del Polo Norte. Me senté de nuevo en el sofá, bajo el póster de las montañas nevadas del Karakórum, donde este año Moro, Urubko y Richards han conseguido la primera cumbre invernal en un ochomil pakistaní.

Durante la noche, las temperaturas no han bajado mucho, el viento ha soplado suave, no ha nevado. Por la mañana he recibido el nuevo vídeo de Iñurrategi, Vallejo y Zabalza, que ya avanzan por la Antártida con normalidad después de 16 días de tormentas, sastrugis, enclaustramientos, miserias y sustos gordos, y que parecen felices a 30 grados bajo cero:

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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