Mineritos

Entrevista en TV3

El programa «Signes dels temps», de TV3, me hizo una entrevista en Barcelona la víspera de volar a Bolivia. Me preguntaron sobre los mineritos, las guaraníes futbolistas y los refugiados saharauis. Podéis verlo en este vídeo de ocho minutos, en el que incluyeron fotos de las guaraníes tomadas por Daniel Burgui.

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Violencia en el Cerro (2): mujeres contra el horror silenciado

Viene de Violencia en el Cerro (1)

El primer día no, pero el cuarto o el quinto, las mujeres y los niños del Cerro empiezan a contarte historias tremendas. Lo terrible es que se repiten, con pequeñas variantes, en casi todas las casetas de adobe. Una señora te explica que tuvo dos abortos por las palizas que le daba su marido, te enseña las cicatrices, las huellas de los mordiscos, te cuenta cómo le arrancaba el pelo, todo delante de sus hijos, a quienes también zurraba de vez en cuando. Te hablan de maridos que se marchan con otra señora, se llevan los dos muebles y las dos camas que habían conseguido comprar en la familia, desaparecen dos años y regresan cuando están enfermos de mal de mina, para que la mujer se ocupe de ellos. Te cuentan historias de niñas violadas por extraños y por familiares. De coches de mineros borrachos que aparecen a las tres de la madrugada en el Cerro, y lanzan al camino a niñas atadas de pies y manos, violadas, ensangrentadas, que cuando son liberadas no son capaces de decir una palabra, mudas del espanto. Te indican dónde vive la adolescente que quedó embarazada dos veces tras dos violaciones, que dio a luz a dos bebés y los mató y los enterró a los dos.

El Cerro es un territorio sin ley, de violencia brutal. Acá arriba nunca llega la Policía. Las mujeres no denuncian nada, ni prestan testimonio cuando son testigos de barbaridades. “Vino la familia del minero a decirnos que nos conocían”, me contó una guarda, que una noche auxilió a una joven recién violada y arrojada en el Cerro por ese minero al que la familia protegía con amenazas.

Las mujeres son casi siempre viudas, porque los mineros mueren pronto de silicosis o en accidentes. Y tienden a excusar a los difuntos: es que el hombre tenía trabajos infernales, salía muy cansado de la galería, muy estresado, bebía mucho…

Acaso las mujeres no tienen trabajos muy duros en las bocaminas, acaso no viven estresadas, teniendo que mantener a montones de hijos sin apenas plata, acaso no viven nerviosas por los peligros del Cerro. Y ellas no pegan (bien: pegan mucho menos, porque también hay casos de madres que zurran a los hijos, la violencia está extendidísima).

En el primer viaje a Potosí, en 2009, descubrimos las condiciones horribles en las que trabajan los mineros. Ese parece ser el gran drama del Cerro, el interior de la mina. Y es un gran drama, sin ninguna duda. Pero si rascas un poco, descubres que en el exterior, en las casetas, se viven infiernos todavía peores. Infiernos casi siempre producidos por hombres, en los que las víctimas son casi siempre mujeres y niños.

No se puede entender el horror sin tener en cuenta la imagen tan arraigada y prestigiosa del minero supermacho. Son tipos muy duros, que se juegan la vida en condiciones de trabajo espantosas, que llevan a gala su coraje. A cambio del riesgo suelen ganar mucho dinero, mucho más que cualquier otro trabajador, y cuando salen de la galería se creen los reyes de la ciudad, con derecho a todo. Gastan millonadas en todoterrenos (hay que ver la cantidad de cochazos que circulan por Potosí, tremendos tanques), en juergas que duran de viernes a lunes, borracheras, putas, el fin de semana gastan todo lo que han ganado entre semana. Si pasa una mujer cerca y les gusta, se sienten con derecho a hacer lo que quieran con ella. Igual con su familia y sus hijos. Son mineros, llevan una vida muy dura, ganan plata y por tanto tienen derecho a divertirse sin obstáculos.

Ese papel de tipo duro de última frontera no afecta solo a las familias, a los casos de violencia dentro de casa. Hablé con juntas de vecinos del barrio minero: están asustados por los desmadres que se organizan todos los fines de semana. Los mineros cobran el viernes al mediodía y por la tarde empiezan a llegar al barrio de las cantinas y los burdeles con sus todoterrenos. Algunas cuadrillas se encierran con putas en una taberna y no salen en dos días. O van de cantina en cantina, montando broncas. De vez en cuando hay peleas a muerte con los rateros que vienen a levantarles la pasta a los mineros forrados y bebidos. Los mineros tienen plata y poder. Toman el barrio. Los vecinos encierran en casa a los niños, hasta que llega el lunes.

Son un sector muy poderoso. Ahora el Gobierno quería empezar a cobrarles el IVA (algo razonable, una ley que debió entrar en vigor en 1987 y que desde entonces ningún Gobierno se ha atrevido a imponerles) y los mineros bloquearon y paralizaron Potosí durante dos días, hasta que les aseguraron que no les tocarían el bolsillo. No hay policía que frene sus desmanes ni autoridad que les imponga obligaciones.

En Cepromin acaban de librar una batalla feroz para conseguir que enjuiciaran y condenaran a un minero que violó a una chica de 13 años. Por fin, un juicio. Estas mujeres tan valientes tuvieron que pedir ayuda personal a la ministra de Justicia para que apoyara el caso, porque la impunidad es la regla general. Quieren sentar precedentes, quieren que los mineros sepan que hay castigos. Ahora quieren pegar carteles en las bocaminas, para advertir a los mineros de que pueden ser castigados. También quieren ir y dar algunas charlas en las minas sobre la violencia de género. Todavía no se atreven, dicen, pero tienen que hacerlo.

Entrevisté a la presidenta del comité nacional de amas de casa mineras. Ellas luchan en las bocaminas, en las empresas mineras, en las familias, contra la violencia de género. Impulsan campañas de concienciación por la igualdad… Tela marinera.

La lucha de estas mujeres de las minas contra ese horror silenciado necesita ser contada y divulgada, con urgencia.

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Violencia en el Cerro (1): «Hice renegar a mi tío»

Mercedes Cortez entra en la sala como un huracán. Corre, saluda, ríe, agarra el micrófono y habla a las doscientas personas reunidas. Es una muchedumbre de niños y niñas, de mamás, y al fondo de la sala de la fundación Voces Libres, serios y tímidos, los extraños protagonistas del acto: unos treinta papás mineros. Todos viven en las laderas del Cerro Rico.

Mercedes empieza cantando, bailando, pidiendo al público que le imite. Los niños y las mamás corean los gritos de Mercedes, bailan, se parten de risa.

Después saluda a los papás y les agradece la presencia. “Es muy importante, porque hoy vamos a hablar del buen trato. Vamos a darles a los papás la tarjetita con las diez reglas de oro del buen trato. Y les vamos a vacunar con la vacuna antipegánica. ¿Para qué será esa vacuna?”. Los niños gritan: “¡Para que no peeeeeguen!”.

Sigue Mercedes. “Hoy estaremos más regalonas con los papás, no se me enfaden las señoras. Vamos a regalar una pelota a los papás buenos y valientes que se atrevan a salir y a decirnos qué es para ellos el buen trato”.

Empieza el teatrillo: salen niños voluntarios y Mercedes representa con ellos escenas típicas. La pequeña Guadalupe se ensucia y su mamá le chilla, le insulta, le desprecia. “Wawas (niños), ¿cómo está ahora Guadalupe?”. “¡Triiiiiiste!”. Mercedes explica la importancia de las palabras de amor: no se compran en el mercado, no cuestan plata, y cuesta lo mismo decir “¡carajo!” que decir “¡cariño!”.

Siguen otras escenas: discusiones entre papá y mamá, el papá borracho que pega a la esposa y a los hijitos… Los niños reconocen perfectamente las escenas, las siguen, completan los diálogos típicos, las broncas. Mercedes habla del maltrato psicológico, de los traumas que la violencia y el desprecio dejan a los niños para siempre, de la atención que papás y mamás deben prestar a sus hijitos, del derecho que tienen los pequeños a jugar, a ensuciarse, a ser traviesos y a perder cosas sin que eso jamás justifique ninguna violencia, habla de las ventajas de educar con cariño, de los abusos sexuales que jamás se deben permitir…

“¿Alguien de ustedes, wawas, tiene un moratón?”, pregunta Mercedes.

Algunos alzan la mano, se señalan unos a otros. Saben bien quiénes han sido golpeados recientemente. Un crío garboso de tres años, medio tapado con una capucha, se levanta y se acerca a Mercedes. Ella se agacha y descubre que el chico tiene un ojo hinchado y morado. “¿Qué te ha pasado, hijito?”. El chico calla. Al final dice en voz baja: “Me he caído”.

Sale otro chico de ocho años. Se levanta la camiseta y descubre un cuerpecito lleno de moratones. Le han dado una paliza tremenda. A preguntas de Mercedes, dice que fue su tío. “¿Por qué te pegó?”. “Es que le hice renegar”. “¿Por qué?”. “Perdí la llave”.

*

Al final del acto, Mercedes invita a los papás mineros a que salgan al micrófono a dar consejos para el buen trato. Cuando lo hacen, reciben de regalo un balón, la tarjeta con las diez reglas de oro (te abrazo todos los días y te digo que te quiero; en lugar de golpearte y gritarte, te escucho; te doy tareas en casa teniendo en cuenta tu edad; te dedico mi tiempo libre en lugar de ir a beber con mis amigos…) y un cartel para pegar en casa, con el dibujo de un papá monstruo (que chilla y pega a su familia) y de un papá héroe (que juega y escucha).

Dicen los papás: tenemos que dar confianza a las wawas para que nos cuenten sus problemas, nunca tenemos que pegar ni pellizcar, tenemos que llevar a las wawitas de la mano a la escuela, no tenemos que beber tanto y no debemos llegar borrachos a casa…

Sigue en «Violencia en el Cerro (2): mujeres contra el horror silenciado«.

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Reencuentro con Abigaíl, dos años después

Estos días he entendido mejor un detalle crucial en la historia de Abigaíl Canaviri, la niña de 14 años que protagonizó el reportaje Mineritos. Cuando la conocimos en 2009, trabajaba en el Cerro Rico de Potosí, en unas galerías deterioradas y muy peligrosas, empujando vagonetas con cientos de kilos de mineral, a cambio de dos euros diarios. En esa época incluso trabajaba sin cobrar nada, en una situación muy parecida a la esclavitud, porque debía cancelar una deuda injusta que los mineros cargaban a su madre viuda, guarda de la bocamina. El detalle crucial es que Abigaíl trabajaba de noche.

¿Por qué de noche? Entonces creí que por una cuestión de turnos: los mineros trabajaban durante el día y, al acabar su jornada, Abigaíl entraba para sacar las rocas que ellos habían extraído en el fondo de la galería.

Estos días Abigaíl me ha aclarado la verdadera razón. Estaba obligada a trabajar, porque en casa no les llegaba ni para comer, pero pidió el turno de noche porque no quería faltar a la escuela.

En la escuela a veces se dormía, agotada por el acarreo nocturno. Los demás niños se reían de ella. Le costaba mucho aprobar las asignaturas. Le faltaban cuatro años para terminar la Secundaria y ella estaba empeñada en seguir estudiando: sabía que era su única posibilidad de aprender otra profesión, su única posibilidad de escapar de la mina y sacar de allí a su madre y a su hermanita.

Pues bien: han pasado dos años y a Abigaíl, con 16, solo le faltan otros dos para acabar la Secundaria. A pesar de todos los pesares, va a curso por año.

(Foto: Abigaíl hace la tarea escolar en su caseta del Cerro –el guion de un programa de radio-, junto a su madre doña Margarita y su abuela doña Juana).

Abigaíl está mejor que hace dos años. A menudo ayuda a su madre en las tareas de palliri, barriendo el mineral sobrante de la canchamina para juntarlo, machucarlo a martillazos y conseguir algunos pedazos de zinc. En tres meses de trabajo separan el suficiente mineral como para llenar un camión de seis toneladas, cobrar unos 100 euros y completar así el sueldo que cobra la madre, como guarda, de unos 40 euros mensuales. En eso trabaja Abigaíl, pero ya hace nueves meses que no entra a la mina. Aquella deuda esclavizadora quedó zanjada con la ayuda de Cepromin y algunos donantes.

Abigaíl se puso muy enferma en 2010. Después de unos dolores muy fuertes, descubrieron que su riñón izquierdo no funcionaba, y es probable que se lo tengan que extirpar. Dice que lo va a perder por culpa de la mina, por haber pasado la adolescencia envenenándose la sangre con sustancias tóxicas: su padre, que murió de silicosis como tantísimos mineros, también tenía un riñón inutilizado. Ella se queja de dolores de espalda, por los trabajos de palliri, y de dolores de cabeza por la contaminación de las minas. La familia sigue padeciendo unas condiciones muy duras en su caseta del Cerro y convive con algunas historias terribles.

Aun así a Abigaíl se le ve fuerte, es una chica muy madura, inteligente, con las ideas muy claras. Estudia con el apoyo de Cepromin y empieza a pensar en la universidad: quiere irse a Llallagua, para vivir unos años en otro sitio, y estudiar Contabilidad.

Princesa por accidente

He pasado varios días con Abigaíl, con su madre doña Margarita y con su tía doña Elena, presidenta de la asociación de guardas de bocaminas. Un día nos dijimos que ya bastaba de historias tristes y pensamos un plan: tomarnos la tarde libre para bajar a la ciudad. Abigaíl me pidió que la invitara al cine. Se apuntaron al plan su madre, su hermanita Jocelyn, la tía Elena, y la prima Aleida con su hijo Abelito. Conmigo, cuadrilla de siete.

Paseamos por la plaza y la catedral, y luego fuimos al cine. Abigaíl quería ver Princesa por accidente: la historia de una chica camarera de Texas que ahorra para ir de viaje a París, allí la confunden con una princesa y pasa una semana viviendo de lujo en lujo, de gala en gala, con romance incluido. Les encantó la película. Muy chistosa, decían. Y ojalá me confundan a mí, decía doña Margarita. ¿París es de verdad así, con esa torre tan grande? ¿Y hay hoteles como el de la princesa?

Luego hubo debate para cenar: pollo o pizza. Ganó el pollo frito con papas y cocacola. Y de postre, helados de ositos y helados de payasitos.

Abigaíl pidió un osito y eso le recordó una historia, de cuando comió un conejito. Resulta que en 2009  fue a La Paz a un congreso de niños trabajadores, elegida en votación como niña diputada por Potosí. Pasó una semana en La Paz y pudo intervenir en el Congreso ante Evo Morales: le pidió que construyera casas con luz y agua en el Cerro Rico. Evo le dijo que se haría. Nunca se hicieron, claro. Era el mes de Pascua y Abigaíl gastó cincuenta centavos en un conejito de chocolate así de chiquito (abrió el pulgar y el índice un par de centímetros). La poca plata que tenía la gastó en un conejo bien grande de chocolate que quería llevar a su familia: «Pero en el autobús empecé a comerle un poco la colita, luego el cuerpecito, luego las orejitas… y me lo comí todo». Su familia no conocía la historia y nos tronchamos de risa.

Aquí hay siete fotos de esa tarde de cine y merienda.

Y aquí tenéis a Abigaíl, posando con la revista italiana Popoli, en cuya portada aparece la foto que le hizo Dani Burgui en 2009.

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Risas en el Cerro (y debates sobre cooperación)

Visto desde la ciudad, el Cerro Rico de Potosí es imponente, emblemático, icono de la historia y tal. Visto en sus propias laderas, es una escombrera, un basural, una pirámide de mierda.

En cuanto escarbas un poco entre las familias mineras del Cerro, emergen a borbotones historias de accidentes, enfermedades, contaminaciones, hambrunas, palizas, violaciones, la miseria más negra, siempre la misma injusticia, siempre repetida, tantas vidas descalabradas en el mismo vertedero.

En medio del infierno, los centros de Voces Libres y Cepromin son unos benditos oasis. Allí atienden las necesidades básicas de los niños y las niñas del Cerro, intentan protegerles de las peores violencias, intentan formarlos para que sigan estudiando y sean capaces de buscarse otras vidas fuera de aquí. También ofrecen becas y formación a las mujeres, para que opten a otros empleos, consigan independencia económica y se marchen a vivir con sus familias a lugares más sanos y seguros.

En esos centros hay decenas de críos que comen, se lavan, se dan cremas hidratantes en sus caritas ya cuarteadas, se vacunan, van a clase, reciben terapia, juegan en el patio, ¡se ríen! Pregunta a las educadoras y trabajadoras sociales por cualquiera de ellos y  en nueve de cada diez casos escucharás una historia espantosa. Pero allí les ves reír.

He pensado mucho en el intento de debate que tuvimos en este blog sobre la cooperación al desarrollo y los peligros del asistencialismo, sobre la duda de si nuestra y vuestra colaboración con la Escuela Robertito no está sustituyendo una tarea que deberían hacer las instituciones bolivianas, si este tipo de ayuda no contribuye a mantener la situación de injusticia y pobreza, en vez de cuestionar y atacar las bases del problema.

No me parecen empeños incompatibles. Copio de la declaración de principios de Cepromin: “Buscamos el desarrollo de la conciencia crítica, el fortalecimiento de organizaciones para promover cambios políticos, económicos, sociales y culturales que mejoren la calidad de vida y las condiciones de trabajo de la población”. Y en eso andan con diversas organizaciones en el mundo minero, además de dar desayunos a niños hambrientos.

El debate crítico sobre la cooperación me parece muy acertado y necesario, porque a menudo produce efectos perversos. Pero a mí, en el Cerro, ese debate se me cae a los pies.

Sé que esto no es racional, sé que es una reacción emotiva, sé que las cosas hay que decidirlas con la sangre fría, sé que la postura crítica tiene mucha razón.  Pero en el Cerro me pareció que el debate era como si hubiera un niño ahogándose en las corrientes de la Zurriola y nos juntáramos en la orilla a discutir si tiene que ir a salvarlo la Cruz Roja, la Ertzaintza o alguno de nosotros. Me parece que es posible extender el brazo hacia las aguas y a la vez trabajar, relatar, publicar, criticar y exigir que el Gobierno ponga socorristas.

Un ejemplo: a raíz de ciertos ecos de trabajos periodísticos, ahora las cooperativas mineras están siendo más estrictas en el control del acceso de niños trabajadores a las minas.

Por eso sigo convencido de que debemos continuar apoyando a la Escuela Robertito y os animo a seguir haciéndolo en www.mineritos.org . También me gustaría mucho extender la ayuda a Cepromin, esa organización boliviana de apoyo y crítica, que hace una labor fantástica.

 

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Minerets, gli inuit, kobazuloak

Me llegó del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, se me aparecieron unas lenguas como de fuego que se posaron sobre mí y me puse a hablar en otros idiomas. Me han traducido dos reportajes al catalán y al italiano y he publicado otro en euskera.

Minerets (Foc Nou) Abigaíl Canaviri té 14 anys, entra totes les nits a les galeries de Cerro Rico de Potosí, una de les mines més deteriorades i perilloses del món. Allà carrega amb vagonetes de roques durant dotze hores, a canvi de dos euros.

Groenlandia. Gli inuit del profondo Est (Popoli). Alcuni ubriachi scompaiono in inverno. Una tormenta li sorprende mentre vagano per il villaggio barcollando, e quando finisce il temporale, vari giorni dopo, nessuno è in grado di ritrovare i loro corpi sotto la neve compatta. Bisogna aspettare il disgelo primaverile.

-Hiru kobazulo harrigarri (Nora). VALTIERRA. Valtierrako kobazuloak ostatu txukunak dira, ederrak, xarmantak, turistak erakartzen dituztenak. Baina istorio latza gordetzen dute eta hori beti gogoan dauka Rubén Mendi kudeatzaileak: «Gure ama kobazulo batean jaio eta han bizi izan zen 1965 arte. Bizirauteko erremedioa zen, ez zeukatelako dirurik adreilu bat ere erosteko». LANESTOSA. Leizera sartu eta lanean ikusiko ditugu duela 10.000, 20.000 edo 35.000 urteko arbasoak, sua pizten, harrizko tresnak zorrozten, mineralak eta koipeak nahasten eta substantzia horrekin hormak pintatzen. ZUGARRAMURDI. Aker beltza gurtzen zuten Zugarramurdiko leizerik ospetsuenean, baina herri berean badago beste koba bat arkume errearen jarraitzaileak biltzen dituena.

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¿Es buena idea la colaboración con los mineritos?

Al divulgar la noticia de que hemos cubierto los gastos de la Escuela Robertito, me preguntan en Twitter: “¿No creéis que le estáis quitando trabajo al Gobierno?”.

Es una crítica razonable. Ahora hablo solo en mi nombre, pero las dudas sobre un proyecto de colaboración de este tipo, sobre los riesgos del asistencialismo, nos las planteamos Eider, Dani y yo desde el principio, nos las seguimos planteando, tenemos algunas inseguridades sobre cuál es la mejor manera de hacer algo valioso sin fomentar dependencias ni colaboraciones viciadas… pero tenemos la convicción de que tomamos una decisión correcta, que la idea es buena, y que incluso merece la pena pediros ayuda a amigos y conocidos. De todos modos, me parece muy interesante plantear la cuestión: ¿es buena idea organizar una ayuda como la que hemos montado para la escuela de los niños y las niñas de las minas de Potosí?

Vamos por partes. ¿Qué hace el Gobierno boliviano, que debería ser el principal responsable, con el asunto del trabajo infantil minero? Lo conté en el reportaje ‘Mineritos’: nada o casi nada. Entrevisté en La Paz a la directora del plan nacional para erradicar el trabajo infantil, que me explicó algunos cambios legales y algunos pequeños esfuerzos que empezaba a hacer el Gobierno (ella defendía que era la primera vez que un Gobierno prestaba alguna atención al caso). Bien: el Estado es muy débil, los bolivianos padecen carencias muy graves en la protección social más básica, y el caso de las familias mineras del Cerro Rico es extremo: a esas chabolas a 4.300 metros de altitud, el Estado ni se arrima. El problema de fondo es la pobreza de Bolivia –producto, sobre todo, de una historia de injusticias brutales-, una pobreza en cuyo último eslabón están los menores que se ven obligados a trabajar en la mina para que su familia no muera de hambre. En los últimos años, una cierta bonanza económica y una redistribución más justa de los recursos han hecho que los indicativos sociales de Bolivia hayan mejorado bastante. Incluso parece que el país va encaminado para cumplir muchos de los Objetivos del Milenio fijados por la ONU para el 2015. Ese es el camino para solucionar de verdad los problemas. Pero es un camino larguísimo y con muchas incertidumbres. Y que todavía no pasa por el Cerro Rico.

Y mientras tanto qué.

Mientras tanto, algunas partes de la sociedad boliviana viven en la miseria más negra y en absoluto desamparo. Conocimos algunas iniciativas admirables y esperanzadoras: allá donde no llega el Estado, intentaban llegar algunas organizaciones de la sociedad civil boliviana, una sociedad en ebullición. Hablo por ejemplo de Cepromin (Centro de Promoción Minera), una asociación que nació a finales de los 70 para apoyar la formación política y sindical de los mineros, que entonces constituían una fuerza social tremenda, capaz de tumbar dictaduras militares. Tras el colapso de la minería pública en 1985 y la ley de la jungla que vino después –causa importante de la presencia de niños y niñas en las minas-, Cepromin tuvo que readaptar su apoyo a los mineros, en pleno naufragio, y dedicarse a actuaciones de mera supervivencia.

Entre otros muchos empeños, desarrolló una excelente tarea contra el trabajo infantil minero, con resultados tan brillantes como los de Llallagua, donde impulsó otras salidas laborales para las familias y así consiguió que cientos de menores dejaran de trabajar en la minería.

Eso sí: Cepromin tenía muchas ideas pero pocos recursos, y algunos proyectos los llevaba adelante gracias a la colaboración económica de oenegés extranjeras. A nosotros también nos pareció muy interesante buscar una manera para colaborar con ellos: no se trataba de un aterrizaje de oenegés salvadoras, sino de un empeño surgido de la propia sociedad boliviana, al que le faltaban medios para desarrollar sus iniciativas. No era ideal que dependieran demasiado de ayudas extranjeras, pero nos pareció adecuado intentar echar una mano a alguna de esas actividades transformadoras, por ejemplo la del trabajo infantil minero, precisamente porque estaban dirigidas a que las propias familias mineras tuvieran a corto y medio plazo capacidad y autonomía suficiente para desarrollar los proyectos de vida que mejor les pareciera.

Dedicamos muchos meses a organizar algo con Cepromin pero, por mil historias, no cuajó.

Entonces Eider conoció los proyectos de la asociación Voces Libres en Potosí y, en concreto, el de la Escuela Robertito, la única escuela que atiende a los niños y las niñas de las minas. Insisto: la única escuela para esas familias de las chabolas del Cerro Rico. A Eider le gustó cómo trabajaban, nos lo contó, y a nosotros también nos gustó. Tuvimos las mismas dudas pero nos convenció el enfoque: más allá de asegurar la supervivencia básica, nos gusta la insistencia en la educación y la capacitación profesional de los chavales, para que puedan optar a mejores modos de vida; y en la formación de líderes locales –casi siempre mujeres- que luego se comprometen con sus comunidades y toman las riendas para luchar por sus derechos y sus condiciones de vida.

Es decir: un proyecto que apoya a la gente del Cerro Rico en un momento inicial, en ese momento en el que les faltan los recursos mínimos, que el Estado tampoco les garantiza, y sin los cuales no pueden ni siquiera intentar un cambio de vida. Y es un proyecto con vocación de ser prescindible o, al menos, no indispensable. Con intención de que sean los propios líderes de las comunidades, y no la oenegé, los que desarrollen a partir de ahora sus propias iniciativas, algo que ya empieza a ocurrir.

Conocimos casos concretos. En el reportaje ‘Mineritos’ aparece Fernando, un chico que con 13 años trabajaba rescatando arenillas de estaño en arroyos tóxicos de Llallagua, pero que pudo seguir con los estudios gracias a su fuerza de voluntad, a las ayudas de Cepromin y al extraordinario trabajo de los NATS (‘Niños y adolescentes trabajadores’, una organización gestionada por los propios jóvenes), y que con 18 años se marchó a estudiar una carrera universitaria. Dani estuvo en Potosí hace unas semanas, visitando de nuevo a algunos de los jóvenes que conocimos hace dos años en las minas, y nos acaba de contar el caso de Carmen, la chica que trabaja recogiendo restos de mineral en la bocamina pero que sigue estudiando con la ayuda tanto de Cepromin como de Voces Libres, con la esperanza de conseguir una vida mejor para ella y para su familia.

Nos parece adecuado colaborar en esta parte del proceso, en el empujón que necesitan muchas de estas personas para acceder a la educación, a trabajos y vidas mejores, para que luego se las apañen por su cuenta como mejor puedan y quieran. En Potosí, el Estado no proporciona esos mínimos. Muchas de esas personas formadas con ayudas de asociaciones se comprometen luego con su comunidad, trabajan para que otros puedan tener las mismas oportunidades de estudio y para impulsar la lucha por los derechos, y así se crea una rueda con la que parece que las cosas empiezan a moverse, aunque sea unos centímetros, en la buena dirección.

Sabemos que la cuestión no es dar más sino robar menos, que no es un asunto de caridad sino de justicia. Que no se arreglarán los problemas de fondo mientras existan sistemas de comercio injustos, fraudes fiscales que desangran a los países empobrecidos, corrupción a mansalva, relaciones tan desiguales. Sabemos que deberíamos ser una sociedad más autocrítica, más exigente con nuestros políticos y empresarios, para poner en cuestión toda esta trama de relaciones perversas en las que participamos. Y sabemos que nuestro proyecto no incide en esas cuestiones de fondo.

Pero decidimos que era mejor moverse así que no moverse.

Algunos de los lectores habituales de este blog sois gente que trabaja en el mundo de la cooperación al desarrollo, que tenéis conocimientos más profundos, visiones más críticas y opiniones mejor formadas que las nuestras. Y los que no trabajáis en esas áreas también tenéis sentido crítico y opinión. ¿Qué pensáis? ¿Es buena idea montar esta ayuda para la Escuela Robertito?

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La escuela de los mineritos sigue en marcha

Gracias a vuestras ayudas, acabamos de completar el presupuesto 2011 de la Escuela Robertito, la que atiende a las niñas y los niños de las minas en el Cerro Rico de Potosí (Bolivia).

En febrero, al principio del curso, hicimos un primer envío de 5.834 euros a este centro impulsado por la asociación Voces Libres. Desde esa fecha, los donativos siguieron llegando a la cuenta y así, la semana pasada, pudimos ingresarles otros 1.615 euros, con los que cubrimos los 7.449 euros del presupuesto que tenía la escuela para el 2011. Mientras llega la carta del banco con los movimientos, aquí tenéis un pantallazo de la transferencia:

Con los 7.449 euros, en la Escuela Robertito atienden durante todo el año a unos 60 o 70 chicos y chicas: les aseguran las condiciones básicas de educación, alimentación y salud, y desarrollan una labor concienzuda para prevenir el trabajo infantil minero. Tenéis información detallada sobre la escuela (y las posibilidades de colaborar) en la página www.mineritos.org . Nos gustaría seguir apoyando este proyecto.

Daniel Burgui volvió hace unas semanas a Potosí y allí visitó la Escuela Robertito y otros proyectos de Voces Libres. También visitó a niños y niñas que conocimos hace dos años, como Carmen Quispe, que entonces tenía 12 y trabajaba en la bocamina, recogiendo restos de mineral y ayudando a su madre en las tareas de serena (encargada de cuidar el material de los mineros).

(Carmen Quispe en 2009, foto de Daniel Burgui)

Dos años después, Carmen sigue asistiendo a la escuela. Saca buenas notas y disfruta de una de las becas de Voces Libres de 1.500 pesos bolivianos anuales (unos 150 euros), con los que paga su material escolar. A cambio, debe asistir a clase y colaborar un par de días a la semana limpiando la serrería y la carpintería que la fundación Voces Libres ha puesto en marcha para dar formación profesional a adultos y adolescentes, para que opten a oficios mejor cualificados y menos peligrosos que la mina.

(Carmen Quispe en 2011, foto de Daniel Burgui)

Daniel también estuvo con Elena, la madre de Carmen, que es serena en la bocamina y portavoz de las mujeres que trabajan como ella. En un momento habla de la hija que se le murió, y de la enfermedad que ha pasado Carmen este año y que han curado gracias al apoyo sanitario de Voces Libres.

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Ecos de los mineritos

La revista mexicana Cultura a la carte ha publicado el reportaje «Mineritos. Niños trabajadores en las entrañas de Bolivia«.

Además, Daniel Burgui acaba de estar en el Cerro Rico de Potosí, visitando de nuevo a algunos de los niños y las niñas que trabajan en la mina y que conocimos hace dos años. Pronto lo contará. También ha visitado la Escuela Robertito. Este centro sigue atendiendo a los chavales que viven en las minas, gracias, en buena parte, a la colaboración de muchos de vosotros (con lo recaudado, el pasado marzo enviamos a Voces Libres el dinero suficiente para cubrir tres cuartas partes del presupuesto para el 2011; con el goteo que ha habido desde entonces, pronto podremos hacer un segundo envío y completar el presupuesto).

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Empieza el curso en la Escuela Robertito

Empieza el curso en la Escuela Robertito, la que atiende a los niños y las niñas que viven al pie de las minas en el Cerro Rico de Potosí (Bolivia). En este centro les aseguran las condiciones básicas de educación, alimentación y salud, y desarrollan una labor concienzuda para prevenir el trabajo infantil minero. Como veis en la foto que nos acaban de mandar, los chavales empiezan el curso con mochilas nuevas. Los responsables del centro las han comprado, junto con el resto del material escolar, gracias a las aportaciones que muchos de vosotros habéis hecho.

Aquí abajo podéis ver el justificante de la transferencia que hicimos el mes pasado a Voces Libres, la organización que fundó la escuela (la única en toda la zona minera del Cerro Rico). Fueron 5.794 euros. También hubo un donativo on line de 40 euros. Total enviado: 5.834 euros. En las últimas semanas la cuenta ha seguido recibiendo aportaciones por valor de otros 620 euros. Total recaudado hasta hoy mismo: 6.454 euros.

El presupuesto para atender la educación y las necesidades básicas de 60 o 70 chicos y chicas durante 2011 era de 7.449 euros. Por tanto, el dinero enviado hace un mes cubre el 78% del presupuesto y el recaudado hasta hoy alcanza el 86%.

La cuenta corriente seguirá abierta. En www.mineritos.org tenéis reportajes sobre los niños mineros, información detallada sobre la Escuela Robertito, sus objetivos y su presupuesto, y los datos bancarios por si queréis colaborar. Apenas faltan mil eurillos para completar el presupuesto anual.

Os agradecemos muchísimo vuestra colaboración.


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