ALEGRÍA Oskar

Ha muerto André Izaguirre

Un día, buscando su casa, encontré este buzón.

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Había un señor en el jardín, de unos cincuenta años, así que no podía ser él. Pero le pregunté si era André Izaguirre, por empezar a hablar. Me dijo que no. Es que yo me llamo igual, le dije. Ah, me respondió, y siguió podando un seto.

Así que solo he conocido a André Izaguirre por la película ‘La casa Emak bakia’, de Oskar Alegria. Oskar se pasó meses buscando el nombre de una casa, André pasó meses trampeando el nombre de la suya en Bidarte. Los nazis se lo llevaron al campo de concentración de Sachsenhausen. A los prisioneros les dejaban enviar cartas a casa y recibir algún paquete, pero la censura alemana eliminaba cualquier queja o cualquier referencia a la situación en el campo. André necesitaba mandar algunos mensajes: que pasaban mucha hambre, por ejemplo, que le enviaran un queso, por ejemplo.

Y pensó que en el nombre de su casa, en euskera, cabían las únicas palabras que los censores dejarían pasar sin prestarles atención. Así que envió cartas a su familia, con la dirección correcta y con el nombre de su casa alterado.

Las cartas llegaban. Aquí podéis ver dos, que André enseñó a Oskar. Se ve el sello de Adolf Hitler, el matasellos alemán, los nombres de los destinatarios (Monsieur Jean Pierre Izaguirre, Fraülein Marie Izaguirre) y la dirección: Bidart, Plateau Saint Joseph (la explanada junto a la capilla de San José), Basses-Pyrénées.

Ampliando la imagen se lee el nombre de la casa que André inventó cada vez, con los mensajes que escaparon a la censura nazi:

Maison Egorri Jatekoa («Casa Mandad Comida»).

Maison Gazna Egorri («Casa Mandad Queso»).

André Izaguirre cartas

Me cuenta Oskar que André Izaguirre ha muerto hace unos días.

Andre Izaguirre compr

(Foto de Oskar Alegria)

Yo, que no lo conocí, lo imagino correteando por la explanada de San Josepe. Allí hay una capilla en la que encontré un panel de información turística con este texto. «El anciano André Izaguirre recuerda: ‘De niños, la explanada de la capilla era nuestra zona de juegos. Nos divertíamos corriendo detrás de las vacas'».

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Imagen de previsualización de YouTube

«Una película vanguardista de Man Ray llamada Emak Bakia, en vasco «Déjame en paz», desata la historia de una búsqueda. La casa donde se rodó en 1926 cerca de Biarritz tuvo ese peculiar nombre y Oskar Alegria decide emprender un camino a pie hacia su localización. De aquella mansión, Man Ray solo dio a conocer tres planos: la imagen de su puerta principal, dos columnas de una ventana y un trozo de costa cercana. La búsqueda a través de esas imágenes antiguas no será fácil. El nombre no figura en los archivos y nadie recuerda hoy la casa. Por eso se pedirá ayuda y colaboración a otros informantes como el azar y el viento».

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Los ocho goles de las guaraníes

En el Chaco boliviano, en 2009, conocimos a unas mujeres corajudas: las madres futbolistas del MOMIM (Movimiento de Mujeres Indígenas del Mundo). Por encima de burlas y palizas, en rebelión contra la miseria, las enfermedades, la marginación y el machismo, se organizaron en equipos de fútbol, montaron torneos y emprendieron una revolución social a balonazos.

Dos años más tarde, en julio de 2011, gracias al empeño de Iñigo Olaizola, una selección de estas futbolistas guaraníes viajó a San Sebastián para participar en el torneo internacional Donosti Cup. “No venimos a hablar de miseria”, anunciaron, “sino a marcar goles”. Y metieron unos cuantos.

En la revista Nuestro Tiempo acabo de publicar el reportaje ‘Los ocho goles de las guaraníes’, que empieza así:

«El balón salió rechazado hacia el pico del área, justo donde llegaba Lidia Galván, la extremo derecha boliviana: “Pateé fuerte y de pronto vi la bola en la red. No me lo podía creer. Salí corriendo pero no sabía adónde ir, me sentí medio mareada”. Sus compañeras se le echaron encima, la abrazaron, saltaron, gritaron.

Galván es la mayor del equipo (39 años), la que más hijos tiene (siete) y la que más goles metió en el primer partido (dos). Cuando se separó del abrazo colectivo, se tapó la cara con las manos y volvió caminando a su posición, con la cabeza baja. Al reanudarse el juego, recibió un par de broncas del entrenador: corría despistada, había dejado marchar a la lateral contraria banda arriba, sin seguirla.

“Anoche estaba muy nerviosa, me costó dormir”, contó al final del partido, en un campo de San Sebastián, durante el torneo internacional Donosti Cup. Para Galván, como para casi todas sus compañeras, era la primera vez que salía del Chaco boliviano. “Quería meter un gol, por lo menos uno en todo el campeonato, por mi familia, por mis hijos, por mi país, por los auspiciadores que nos ayudaron a venir. Marqué y lo primero me acordé de mi familia. Hace unos días llamé por teléfono y casi no pude hablar con ellos, me entraron ganas de llorar».

A las mujeres las dirigió Xabier Azkargorta, el entrenador guipuzcoano que en 1994 llevó a Bolivia a un Mundial por única vez en su historia, un ídolo semidivino en aquel país. Después de ganar 6-0 el primer partido del torneo, en el vestuario habló así a sus chicas:

-Señoras, clasificar a Bolivia para el Campeonato del Mundo fue el mayor éxito de mi carrera como entrenador. Pero la alegría más grande que jamás me ha dado el fútbol ha sido esta victoria de ustedes.

Las mujeres lo abrazaron, lloraron y le cantaron a pleno pulmón: “¡Te queremos, Profe, te queremos!”.

Despiece del reportaje: «Para que las mujeres tengan vida«.

En estos trabajos conté con la ayuda indispensable de varios amigos. En el Chaco 2009, Elena Antúnez y Daniel Burgui (cuyas fotos ilustraron el primer reportaje). En la Donosti Cup 2011, Fernando Martínez Sarasqueta, que fotografió a las chicas del MOMIM por todos los campos (algunas de sus imágenes aparecen en el segundo reportaje), Oskar Alegría, a quien pillé a traición para que hiciera este vídeo durante un partido de las bolivianas, y Juan Andrés Muñoz, alias Allendegui, quien se empeñó para que lo emitiera CNN.

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Cuadernos de batalla

Para los viajes siempre llevo cuadernos de espiral, de los cutres, de los de 90 céntimos, en los que puedes borronear apuntes a todo meter mientras caminas al lado de alguien o viajas a bordo de buses traqueteantes, sembrándolos de tachones y taquigrafías ilegibles. Las moleskines, tan elegantes, tan legendarias, tan cahier, tan Chatwin, me dan mucho apuro. Me han regalado algunas y me parecen fantásticas. Pero al abrirlas emanan una especie de vapor reverencial que paraliza los dedos. Da apuro mancillar con tonterías esas páginas tan moñoñas, con su alto gramaje,  su tono amarillento pergaminoso, su encuadernación tan fina. Da apuro que las líneas que escribes valgan menos que el propio cuaderno, que anda por los 15 euros. La semana pasada, Paco S. me dijo que a él también le ocurre: que tenía una moleskine desde hacía tiempo y que nunca se animaba a usarla, hasta que un día arrancó y en la primera página escribió una vulgar suma para romper el hechizo y empezar a mancharla con tranquilidad.

Algo así ha contado en San Sebastián este mediodía Miguel Sánchez-Ostiz: que lo importante es llevar el cuaderno a mano, que él siempre tiene uno abierto en la mesa donde trabaja, que da igual si el bloc es de papelería parisina o de todo a cien. Todavía ha dicho más: que a mondonguera guarra, chorizos de primera.

No está mal la frasecita -navarra, claro- pero él ha elegido otra para titular el libro que hoy presentaba: Vivir de buena gana (editorial Alberdania). Es un dietario: el poso de sus cuadernos.

La expresión «vivir de buena gana», que es de Santa Teresa de Jesús «o de Teresa de Ahumada, eso a gustos», dice Sánchez-Ostiz, «habla más de un deseo, de una intención y hasta de una carencia, que de un logro pleno. Nos gustaría vivir siempre de buena gana pero no pasamos de vivir como podemos. Sentimos que es hacia ese vivir animoso hacia donde debería ir nuestra escritura, pero no siempre va, o mejor, no siempre llega. Nos pueden los tiempos muertos o nuestros demonios, y con ellos vamos, a sus órdenes, más a su merced de lo que nos gusta admitir».

Sánchez-Ostiz escribe al paso, sobre la marcha, toma notas marginales mientras trabaja en sus novelas y sus artículos, mientras camina por el Baztán, se aburre en Pamplona o viaja por Bolivia, y en esas notas arbitrarias y volanderas aparecen impresiones, reflexiones, cabreos, alegrías, memorias, lecturas, paseos, miedos, nostalgias, encuentros, «la espuma de los días», en palabras tomadas a Boris Vian.

Qué bien escriben los que caminan, suele decir Oskar Alegría (otro andasolo que mira con las botas puestas, de aquí para allá).

Escribe bien este caminante, vaya si escribe bien, pero a veces no basta. Ha dicho hoy el editor Jorge Giménez que Sánchez-Ostiz es uno de los mejores escritores de dietarios en castellano pero que el mundillo literario español le hace el vacío. Ha dicho que los críticos y los reseñistas siguen ciertas inercias, miran siempre en la misma dirección y condenan al silencio mediático a autores como Sánchez-Ostiz, lo cual supone «una gravísima  injusticia literaria y un notable perjuicio personal». Ha dicho, también, que ignora las razones por las que ocurre esto. Sánchez-Ostiz no ha dicho nada sobre el asunto.

Pero cualquiera que lea su blog durante un par de semanas adivinará pronto las razones de esta marginación. Sánchez-Ostiz es un insumiso. Manda al carajo los banderines de enganche en los que le convendría alistarse para sacar tajada. Y escribe caliente: se sulfura con los chalaneos, las imposturas, los abusos de poder, los politiqueos, los oportunismos, de vez en cuando tira de la manta y pone al descubierto alguna tartufada gloriosa, que acaba produciendo carcajadas (y un morbo de la leche: si empezara a cotillear con los números de circo que ha conocido de cerca, se haría de oro, follón va follón viene). Se podría replicar que ir tan contracorriente es otra manera de ir a corriente: pues entonces este hombre es un manta haciendo cálculos, porque la rebeldía le está saliendo bastante cara. Si fuera más listo, si escribiera lo que dicen que hay que escribir, andaría en el cogollico todo el día.

A estas alturas tampoco importa tanto lo que digan o dejen de decir ciertos cenáculos (nunca mejor dicho) culturales. Tenemos blogs, por ejemplo. Sánchez-Ostiz lleva 25 años escribiendo dietarios y desde hace dos lo hace a la vista en su bitácora, que también se llama Vivir de buena gana. Allí escribe, ha dicho hoy, para comparecer: yo soy éste, el que aquí se muestra, no la persona sobre la que caen algunas leyendas: «Hay que ver qué cosas dice de ti gente que no sabría reconocerte ni en una rueda de presos». También escribe en el blog porque ese ejercicio público le sacude la pereza de los años, le impide tirar la toalla, desertar. Y por el gozo de estar en trato directo con los lectores.

Y, qué narices, porque también quiere contagiar la alegría de vivir, el picor viajero, la curiosidad. Cuando llueve a mares en el Baztán, anochece a las cinco y suenan campanas de muerto, se le aprieta el culo. Entonces escribe de un lóbrego que encoge -«es más tarde de lo que crees«-. Pero cuando hace la maleta y se marcha varios meses a Bolivia -adonde vuelve y vuelve y vuelve, para intentar entender algo de ese complicadísimo y apasionante país en ebullición-, se le abre… el cejo, se le abre el cejo, la actitud, el entusiasmo, las ganas de cruzarse con gente, las conversaciones luminosas y esos fragmentos emocionantes de amistad honda y radical.

De Sánchez-Ostiz han escrito que «conoce los cerros de Úbeda palmo a palmo». Y los cerdos de Úbeda, que decía el otro. Chorizo de primera, en cualquier caso.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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