Sicilia

Hacia el Etna, hacia

Hasta aquí llegó la lava en 2001, aquí empezamos la caminata:

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Para mí era el tercer intento de caminar Etna arriba. En llegando a esta pasión / un volcán, un Etna hecho / quisiera sacar del pecho / pedazos del corazón.

Hace dos años hablé con la señora que barre el Etna. Entonces quise subir al volcán pero el cráter llevaba varios días lanzando cenizas, hasta cubrir los pueblos más cercanos con una capa negra de cinco centímetros. En Zafferana aquella señora barría la entrada de su casa con resignación geológica. La efusión del magma, la regeneración de la corteza continental, la orogenia y esas cosas están muy bien, pero luego se queda todo perdido y alguien tiene que barrer la creación del mundo.

Diez días después, cuando el mayor volcán de Europa ya se había calmado, hice un segundo intento de caminar hacia su cumbre. Hacia, al menos. Conocí a un montañero turinés que, después de escalarse todos los Alpes, llevaba ocho meses trabajando en un refugio del Etna. Cuando le pregunté si no se cansaba de estar siempre en la misma montaña, me dijo que el Etna nunca es la misma montaña. Que en ocho meses había visto ya muchas erupciones, que el paisaje se transforma constantemente, y para qué buscar montañas distintas si estás en una que no para de transformarse.

La mañana siguiente llovió a mares y una niebla espesa no dejaba ver más allá de treinta metros. Esperé una tregua hasta las once de la mañana, di un paseíllo apurado bajo el aguacero, subí por una ladera de pinos y abedules, gocé con la experiencia de pisar nieve y ceniza, crunch, crunch. Luego volví rápido y con cara de mala leche.

-No te disgustes, porque la lluvia te conviene –me dijo el guarda-. Así se limpia de cenizas la carretera y al menos podrás irte de aquí.

Hace unos días, tercer intento, las laderas del Etna eran de nuevo diferentes.

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Al llegar a los 2.600 metros -la cumbre está a 3.322- empezó a nevar y bajó una niebla muy espesa. Nos dimos media vuelta.

Al día siguiente el cráter del Etna empezó a echar gases. Y lo vimos mejor que nunca. Desde el avión.

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La antimafia siciliana, en versión completa

La revista Jot Down ha publicado la versión completa de mi reportaje ‘Los sicilianos se rebelan contra la mafia’. Copio aquí los primeros párrafos, para abrir boca.

«Libero Grassi, dueño de una fábrica de pijamas y calzoncillos, publicó esta carta en el Giornale di Sicilia el 10 de enero de 1991: “Queridos extorsionadores: pueden ahorrarse las llamadas telefónicas amenazantes y los gastos en bombas y balas, porque no vamos a pagar el chantaje y estamos bajo protección policial. He construido esta fábrica con mis manos, es el trabajo de mi vida, y no pienso cerrarla”. En esa misma fecha acudió a una comisaría de Palermo y puso una denuncia contra los mafiosos que le visitaban y le llamaban. Algunos de ellos fueron detenidos. Como consecuencia de este gesto, Grassi solo vivió ocho meses más.

Durante esos últimos meses apareció en diarios, radios y televisiones, llamando a la rebelión cívica contra la Mafia. Una noche asaltaron su fábrica, se la destrozaron y le robaron la cantidad exacta de dinero que le reclamaban. Él siguió su empeño contra las amenazas, el miedo, incluso el desprecio: “Muchos clientes han dejado de venir a nuestra tienda. El presidente de la Asociación Industrial declaró que yo hacía demasiado ruido. Otros empresarios dicen que mancho la imagen de Sicilia, que la ropa sucia no hay que lavarla en público y que voy a los medios por afán de protagonismo. Ellos siguen pagando. Consideran que la Mafia es invencible. Comprendo el miedo, pero si todos colaboráramos con la policía y diéramos los nombres de quienes nos chantajean, la extorsión se acabaría pronto. Yo no soy un quijote, ni un moralista ni un apóstol. Solo quiero seguir tranquilamente mi camino”. El 29 de agosto de 1991, Grassi salió de su casa a las 7.30 de la mañana. Antes de llegar al coche, el mafioso Salvatore Madonia se le acercó y le pegó tres tiros en la cabeza.

Dos años antes, la Policía había descubierto un libro de cuentas de la familia Madonia con los detalles de las empresas a las que cobraban el pizzo, el chantaje mafioso: unos 150 negocios de un barrio de Palermo —restaurantes, concesionarios de coches, tiendas, talleres y fábricas—, que pagaban entre 150 y 7.000 dólares al mes. Ninguna de las 150 personas extorsionadas quiso dar ningún dato a la Policía sobre los chantajistas. Dos años más tarde tampoco hubo ninguna declaración sobre el asesinato de Grassi. Nadie vio nada.

“Cuando la Mafia mató a mi marido, muchos amigos dejaron de saludarme”, recuerda ahora Pina Maisano, de 83 años, viuda de Grassi. “Si nos cruzábamos por la calle, hacían como que no me conocían. Me quedé con un hijo y una hija y nadie me apoyó. Las asociaciones de empresarios callaron, los partidos políticos se desinteresaron, el Estado me ignoró. Me sentí muy sola. Fueron unos años de mucho desamparo. Hasta que decidí pasar al contraataque”.

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Etapa de mierda

Se me había olvidado ya, pero ayer redescubrí una carpeta de fotos con este nombre: “Del Etna a Palermo. Etapa de mierda”. Son del pasado 13 de abril, el día en que más kilómetros recorrí con la vespa por Sicilia y en el que menos fotos saqué: seis.

En el cuaderno escribí todo lo que me salió mal ese día, un día de mierda. No me apetece ni buscarlo, porque me acuerdo bien y porque ahora ya da igual.

Pero me ha hecho recordar algo que más o menos decían Miguel Sánchez-Ostiz y Alain de Botton: qué poco escribimos del aburrimiento en los viajes, del cansancio, la tristeza, la soledad. La parte de los morros largos no interesa, ni al escritor ni al lector, igual hasta incomoda. Porque el viaje, se supone, es siempre apasionante, la vida en viaje siempre es mejor que la vida en casa,  o eso contamos, si no de qué, si no pareceríamos un poco tontos dando vueltas por ahí. No sé si intentamos justificar algo, pero lo cierto es que siempre tapamos la murria.

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El juez que sentó a la Mafia en el banquillo

Hoy se cumplen veinte años del asesinato del juez Falcone, el que sentó a la Mafia en el banquillo. Unos meses después mataron también a su compañero Borsellino. Estos atentados sacudieron Sicilia como nunca antes. Las imágenes de los bombazos y las posteriores manifestaciones masivas conmovieron a algunos adolescentes que ahora, dos décadas más tarde, encabezan los movimientos contra la Mafia en las ciudades y los campos de Sicilia. Algo está cambiando en la isla: más de 700 comercios ponen pegatinas en el escaparate para rechazar el chantaje mafioso y los agricultores jóvenes cultivan tierras confiscadas a la Cosa Nostra (venden “macarrones libres de Mafia”, “vino libre de Mafia”…).

Dipingendo No Mafia [001](Pintada en Capaci, el punto donde asesinaron a Falcone, Morvillo y los tres escoltas. Foto cedida por la asociación Addio Pizzo).

El reportaje sobre estos movimientos antimafia lo publiqué el pasado domingo en el cuadernillo V de los diarios regionales del grupo Vocento. Ahora escribo una versión bastante más larga, que espero publicar en alguna revista.

Copio los párrafos sobre el  trabajo de Falcone y su asesinato:

            “El detonador se lo dejaron al sicario Giovanni Brusca, el Matacristianos, responsable confeso de “muchos más de cien pero menos de doscientos asesinatos”. Porque sabían que Brusca no iba a dudar. El 23 de mayo de 1992, cuando la caravana de tres coches blindados pasó por el punto preciso, apretó el botón y explotaron quinientos kilos de TNT ocultos bajo la autopista. El primer automóvil voló setenta metros y cayó en un olivar, con los cuerpos despedazados de los escoltas Montinari, Schifani y Di Cillo. En el tercero, que resistió la sacudida, resultaron heridos otros tres escoltas. El segundo coche reventó y cayó al cráter abierto en el asfalto. En él quedaron malheridos el juez Giovanni Falcone y su mujer Francesca Morvillo, que morirían pocas horas después.

Apenas cuatro meses antes se habían hecho firmes las sentencias del macrojuicio dirigido en Palermo por los magistrados Falcone y Borsellino: condenaron a 360 mafiosos y, gracias a las revelaciones del capo arrepentido Buscetta, demostraron que la Mafia funcionaba como una organización jerarquizada, regida por una comisión que decidía los crímenes principales, y que constituía un Estado paralelo infiltrado en las instituciones, los partidos políticos y los negocios. Hasta entonces, como explica el historiador John Dickie en el libro Cosa Nostra, era frecuente que se negara la propia existencia de la Mafia: muchos políticos, empresarios o intelectuales consideraban que la violencia se debía a una mera cuestión de carácter siciliano, una tradición de grupos que funcionaban al margen de la ley con la “viril arrogancia de quien vela por sus intereses”, de gente violenta pero con un código de honor que incluso le confería cierto glamour.

Santino di Matteo, uno de los mafiosos que preparó el atentado contra Falcone, fue detenido y comenzó a colaborar con la justicia. Entonces el Matacristianos Brusca secuestró a su hijo, Giuseppe di Matteo, de 12 años, lo tuvo encerrado veintiséis meses y al final ordenó que lo estrangularan y lo disolvieran en una bañera de ácido nítrico. No fue el arrebato de un loco: fue una decisión colectiva de los líderes de la Mafia, coherente con su código de honor. El sicario que ahogó al niño lo explicó así ante un tribunal: “Yo era un soldado de la Cosa Nostra, obedecía órdenes y sabía que estrangulando a un niño podía hacer carrera. Estaba muy contento”. Este era el carácter sistemático y atroz de la Mafia que revelaron Falcone y Borsellino durante el macrojuicio. Por eso fueron asesinados a bombazos en los meses posteriores».

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Trinacia

Me ponen un poco nervioso las sicilianas de mirada negra y nariz cartabónica. En una terraza de Agrigento espié a una, que tomaba café y fumaba. Cuando exhaló el humo y miró al frente con gesto histórico, me di cuenta de que su nariz angulosa trazaba la silueta triangular de Sicilia.

Fantaseé con la punta de su nariz (más o menos, el cabo Lilibeo) clavándose un poco en mi mejilla, como un desembarco simultáneo de cíclopes, cartagineses, fenicios, griegos, romanos, bizantinos, sarracenos, normandos, angevinos, aragoneses y garibaldinos. Ay, la nariz.

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Contra la mafia

-Cuando la mafia mató a mi marido, muchos amigos dejaron de saludarme. Si nos cruzábamos por la calle, hacían como que no me conocían. Me quedé con un hijo y una hija y nadie me apoyó. Las asociaciones de empresarios callaron, los partidos se desinteresaron, el Estado me ignoró. Me sentí muy sola. Fueron unos años de mucho desamparo. Hasta que decidí pasar al contraataque.

Son palabras de Pina Maisano, viuda de Libero Grassi, un icono de la resistencia ciudadana contra la mafia. Grassi, dueño de una fábrica de pijamas en Palermo, se negó en 1991 a pagar el pizzo -el chantaje de los mafiosos-, así lo declaró en una carta abierta publicada en el Giornale di Sicilia, y fue asesinado en 1992.

Doce años más tarde, en 2004, las calles de Palermo aparecieron empapeladas con miles de pegatinas de un grupo anónimo llamado Addio Pizzo («adiós al chantaje»), que animaba a rechazar las extorsiones. Una periodista preguntó a Pina Maisano si conocía a los autores de las pegatinas.

-No, yo no los conocía, pero le dije a la periodista que para mí era como si fueran mis nietos.

Unos días más tarde, tres jóvenes fueron a visitarla al taller donde trabajaba y se le presentaron: «Pina, somos tus nietos».

Así empezó Addio Pizzo, un grupo de jóvenes que impulsó una rebelión ciudadana, primero clandestina y luego cada vez más tronante. Hoy en día, más de 700 establecimientos de Palermo se han adherido al movimiento contra la mafia, rechazan la extorsión y lucen una pegatina en sus escaparates para fomentar el «consumo crítico» entre los palermitanos. Si consumes aquí, no contribuirás a la mafia, dicen. Los impulsores de la campaña, que han editado una guía de comercios antimafia, están contentos con la extensión de esta conciencia cívica y con las grietas que le han abierto al silencio, pero afirman que la mayoría de los comerciantes de la ciudad sigue pagando el pizzo.

Pina Maisano participa con entusiasmo en el movimiento de sus «nietos». Acude a manifestaciones, sale en los medios, viaja por escuelas de toda Italia para hablar con crudeza sobre los estragos de la mafia y desmontar el glamour de los matones, y se ha convertido en uno de los personajes más populares de la resistencia ciudadana. Es una señora menuda, de movimientos suaves, que muestra con media sonrisa la última foto que le hicieron a su marido, en una chalupa, en Mondello, cerca de Palermo, dos días antes de que le pegaran tres tiros. Lo cuenta con un tono casi inaudible, con un cariño y una dulzura que estremecen.

Además de la reunión con Maisano, estos días he hecho otras visitas y otras entrevistas en Palermo y en Corleone para un reportaje sobre los movimientos sociales que están luchando contra la mafia en Sicilia, tanto en el campo como en la ciudad. Cuando llegue a casa, me pondré al teclado.

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Cenizas del Etna

Hace diez días hablé con la señora que barre el Etna. La efusión del magma, la regeneración de la corteza continental, la orogenia y esas cosas están muy bien, pero luego se queda todo perdido y alguien tiene que barrer la creación del mundo.

Anteayer jueves, en mi segundo intento de acercarme al mayor volcán de Europa, conocí a un montañero turinés que, después de escalarse todos los Alpes, lleva ocho meses trabajando en un refugio del Etna. Cuando le pregunté si no se cansará de estar siempre en la misma montaña, me dijo que el Etna nunca es la misma montaña (aquí un recuerdo para Eider). Que en ocho meses ha visto ya muchas erupciones, que el paisaje se transforma constantemente, y para qué buscar montañas distintas si estás en una que no para de cambiar. Los mapas del Etna se quedan viejos en cuestión de semanas.

Así que al menos, en mis dos incursiones decepcionantes al Etna, conocí a dos personas que me contaron historias interesantes para cuando toque escribir alguna crónica.

Mi segundo intento frustrado ocurrió de la siguiente manera. El jueves regresé de las islas Eolias a Sicilia, arranqué la vespa en la costa, crucé los montes Peloritanos por un collado a 1.125 metros y de pronto se me apareció enfrente el tremendo volcán nevado, de 3.340 metros. Le brotaba una espesa columna de humo teñida de luces rojas: una erupción de lava y cenizas, la quinta del 2012.

Subí por la carretera del Etna ya de noche, con el faro de la vespa abriendo una cuña de luz en la oscuridad, entre campos de lava apenas distinguibles y muros de nieve de tres metros, pisando con las ruedas un barrillo crujiente de deshielo y cenizas volcánicas. Después de veinte kilómetros de subida a oscuras, me despisté en varios cruces, me dirigí a una luz lejana en la ladera y descubrí que no era el refugio sino las instalaciones vacías de una estación de esquí. Como estaba pajarete, paré la moto y corrí un par de esprints para entrar en calor y para espantar la inquietud. Descubrí por fin el cruce acertado y llegué al refugio Citelli, a 1.740 metros, donde me pareció ver a Frederick Jackson ondeando el brazo tras la ventana. Jackson, mutado ya en el guía Ricardo, me sirvió un bendito plato de macarrones y me contó que tras la erupción de esa tarde había fluido una lengua de lava por el valle del Bove y había caído una capa de ceniza de cinco centímetros sobre Fornazzo y alrededores. A estas horas, supongo, la señora que barre el Etna ya habrá ido a por la escoba y el recogedor.

Ayer viernes me desperté en el refugio con planes de hacer una caminata. Llovía a mares y una niebla espesa no dejaba ver más allá de treinta metros. Esperé una tregua hasta las once de la mañana, di un paseíllo apurado bajo el aguacero, subí por una ladera de pinos y abedules y gocé con la experiencia de pisar nieve y ceniza. Pero volví rápido y con cara de mala leche.

-No te disgustes, porque la lluvia te conviene –me dijo el guarda-. Así se limpia de cenizas la carretera y al menos podrás irte de aquí.

Y así empezó la larguísima y perfecta etapa de mierda del viernes, pero eso ya os lo cuento otro día, que hoy ando telegráfico, reventao y contento.

 

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Secuelas de Vulcano

El martes en Palermo me arreglaron las dos ruedas rápido y bien. Arranqué la vespa, aprecié con emoción ese maravilloso invento de las ruedas que ruedan, y lo saboreé durante 220 kilómetros culebreando por la carretera litoral desde Palermo hasta Milazzo, bordeando calas, silueteando cabos y remontando acantilados. Uno de los pequeños goces de viajar en moto es que, cuando vas un poco cansado o desganado, puedes hablarte y darte ánimos dentro del casco, y cuando vas feliz, puedes ir cantando a berridos, que nadie se entera (por eso puedes alternar, con total libertad, ir chillando I’m your man de Leonard Cohen, Opera tu fimosis, de Siniestro Total, Je veux, de ZAZ, y Cosacos de Kazán). En algunos momentos, hasta sacas un poco la rodilla en las curvas, derecha, izquierda, derecha, zas, zas, zas, y retransmites tus propias trazadas. Estoy seguro de que con menos fundamento que esto se han montado terapias.

Hice los 220 kilómetros casi de tirón -uf- porque quería llegar al embarcadero de Milazzo a tiempo de juntarme con Josu y el grupo de amigos con el que anda viajando con su furgoneta por Sicilia, para ir con ellos un par de días de excursión al archipiélago volcánico de las Eolias, un destino francamente.

Estuve con Josu en Geysir (Islandia, 2008), la fuente termal que lanza erupciones de agua y vapor y que dio nombre a todos los géiseres del mundo. Estuve con Josu en el río Meandros (Turquía, 2011), cuyo cauce sinuoso dio nombre a las curvas pronunciadas de todos los ríos del mundo. Y hoy he estado con Josu en Vulcano, el monte que dio nombre a todos los montes que escupen fuego y gases del mundo. Con estos tres yo creo que ya hay para reportajillo, pero si se os ocurren más topónimos que se hayan convertido en nombres genéricos de elementos geográficos… (así a botepronto solo se me ocurre Karst, en Eslovenia).

Con Josu y con su cuadrilla viajera más maja que maja hemos subido al Gran Cráter de Vulcano. También hemos visto cómo escupía fuego el terrible Strómboli, que lleva miles de años de actividad ininterrumpida y cuyas llamaradas ya servían de faro a los navegantes griegos. Los chorrazos de rocas ardientes del Strómboli los hemos visto de noche, así que os dejo las fotos matinales en Vulcano.

Esa subida al Gran Cráter, en cuyo subsuelo tiene su fragua el herrero Vulcano, hijo de Júpiter, me ha dejado dos secuelas: un leve y pasajero dolor de cabeza, porque he estado más tiempo del debido fotografiando fumarolas y aspirando gases sulfurosos, y la terrible certeza de que mañana, cuando me despida del grupo y vuelva a seguir vespeando por Sicilia, dentro de mi casco cantaré a gritos nada menos que «El Kilimanjaro / es un sitio caro. / Al lado del cráter / hay cafetería y váter…».

 

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Todo el mundo va en vespa menos yo

En Palermo tienen muy afinada la publicidad contextual. Ya sabéis: escribes en un correo que alguien estaba «borracho como una cuba» y Google, que es más listo que tú y que yo, te ofrece una guía de bares con encanto en La Habana. Pero lo de Palermo es aún más sofisticado: te lo hacen en plena calle con vallas tradicionales y con un punto de cachondeíto que, en fin, no me ha hecho ninguna gracia.

No hay derecho. La mañana posterior al pinchazo que me tiene varado en Palermo para tres días, salí al puerto a curiosear rutas y horarios de barcos y me encontré este cartelón. Ahí tenéis al chaval feliz, con su vespa azul, sus ruedas bien hinchadas, y además recordando de una manera muy poco sutil aquel refrán de nuestros antepasados: el que tiene vespa tiene neska. Y yo allí, con mi vespa azul medio perdida en un callejón de las afueras, con sus ruedas pinchadas, y mientras tanto vagando por el puerto, cabizbundo y meditabajo, mientras desde las sombras me miraban con sospecha hombres morenos de patillas patibularias, seguramente reunidos en asamblea clandestina para fundar el sindicato alternativo de estibadores palermitanos.

Desde el puerto, caminé por las callejuelas retorcidas y destartaladas de la Vucciria, entre casas derruidas, plazas guarras, fritangas de sardinas, motocarros que acarreaban milagrosas pirámides de alcachofas, señoras en batín que con sus gritos de balcón a balcón alcanzaban el grado 8 en la escala Richter, todo muy pittoresque, muy pittoresque, incluida la abuela que lavaba ropa en la fuente del Garrafello y que, cuando un niño travieso le escondió un balde, le metió un bofetón también muy pittoresque; y, en fin, al salir a las avenidas me senté a ver pasar vespas.

Me senté en Quattro Canti a ver pasar vespas, me senté en la piazza San Doménico a ver pasar vespas, iban en vespa los viejillos, iban en vespa los gafapastas, y las chicas tan elegantes que me ponen un poco nervioso con su melena negra y rizada ondeando fuera del casco y su gesto fiero de velocidad, y los matrimonios etíopes muy abrazados, iban en vespa todos menos yo.

Como ya no podía más, eché a andar y en las esquinas hacía sin querer un leve gesto girando el puño izquierdo, clac-clac, el gesto de embragar la vespa -ay, ¡aquel callo del vespista!-, y en un momento ya hasta me puse el casco y caminé con él -puro Calimero-, un poco por nostalgia de la velocidad y un poco por disimular los ojillos húmedos.

Luego fui a comprar otro cannolo, que consuela bastante, me espolvoreé el azúcar glaseado por media chaqueta -qué tíiiipico-, me remosté los morros con una plasta de queso ricotta, y me lo zampé mientras paseaba por el corso Vittorio Emanuele, suspirando cremoso, pensando que Italia es un país muy civilizado porque llueve solo por las noches.

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Palermo: pierdo tres turnos

O cómo un pinchazo me deja tres días parado.

Ayer sábado, entrando en Palermo a las dos y cuarto de la tarde, pinché la rueda trasera. Puse la rueda de repuesto, que debía de llevar en la moto desde la época de Vespasiano, y vi que perdía aire por todas partes. Los talleres acababan de cerrar. Y como el lunes es Lunes Santo, no vuelven a abrir hasta el martes. Así pues, me toca quedarme en Palermo desde el sábado hasta el martes.

Como era imposible arrastrar la vespa ni cien metros, la aparqué como pude, cargué cuatro cosas en la mochila y caminé tres kilómetros hasta el centro.

Junto con la rueda, se me han pinchado varios planes sicilianos y también pierde aire una idea que me estaba rondando para prolongar la ruta, pero en fin, esto de los viajes es como el juego de la oca. Mientras pierdo tres turnos en la casilla de Palermo, procuraré disfrutarlos.

Al menos la jornada mereció la pena solo por el encuentro asombroso con Dani Burgui y Paula Vilella, que volvían de preparar unos reportajes muy prometedores en Malta, y pasaban por Palermo de camino a casa, justo el día en que yo llegaba culeando con la vespa pinchada y justo el día en que ambos cumplían años. Las penas con amigos (y con un arancine relleno de carne, unos calamares a la brasa, un cannoli cremoso como el del post anterior, unas cervezas y un helado de pistacho y avellana) son mucho menos.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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