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Compro bombo de segunda mano

Antes de las finales, Guardiola reunía a los jugadores del Barça en el vestuario y proyectaba fragmentos épicos de la película Gladiator, o un documental del intento de rescate del montañero Iñaki Ochoa de Olza en el Annapurna, o el aria Nessun dorma, de Pucini. Escribió Luis Martín que “al encenderse las luces, algunos jugadores lloraban y gritaban”.

En vísperas del España-Francia, Vicente del Bosque parece más sutil y perspicaz. No hay más que ver cuáles son las lecturas de los futbolistas de la selección española, según este artículo de hoy en El País:

«Xabi Alonso está leyendo Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig, y acaba de recibir la voluminosa revista Jot Down. Por el hotel corren de mano en mano un par de ediciones de Plomo en los bolsillos (Libros del K.O.) de Ander Izagirre».

Ante excesivos triunfalismos, recuerdo la sabia advertencia de Sara Montiel: «Gitana, que tú serás / como la falsa moneda / que de mano en mano va / y ninguno se la queda».

Si por fortuna el libro queda en manos de alguno de los futbolistas, tendrá un manual muy revelador sobre los engranajes de sus rivales. Los jugadores españoles deberían tener en cuenta ciertas tradiciones francesas: el empeño loco de Jean Robic, el escalador ligero que se cargaba de plomo para bajar más rápido y que sufrió varias caídas casi letales hasta que acabó ganando el Tour de 1947, ¡Robic el trompe-la-mort, el engañamuertes! O la resistencia de Maurice Garin, el deshollinador que venció en la primera edición del Tour, en 1903 (“he sufrido penurias; he pasado sed, frío y sueño; lloré entre Lyon y Marsella”). O la minuciosidad de Jacques Anquetil, el campeón preciso que no ganaba carreras: las resolvía. O la paciencia del dramático Raymond Poulidor, que siempre estaba a punto de ganarlo todo y nunca ganaba nada. O la combinación de brutalidad y elegancia de Bernard Hinault, preocupado porque quería escalar los puertos “manejando los cambios con el virtuosismo de un violinista”.

Prometo que he intentado ver algún partido de la Eurocopa. Seguí unos minutos el Holanda-Alemania, me interesé por el Prusia-Yugoslavia y me senté con entusiasmo verdadero a ver el Croacia-España, creyendo que iban a perpetrar ese chanchullo escandaloso de empatar 2-2 para dejar fuera a Italia. Cuando vi que jugaban en serio, bajé el volumen y me puse a leer, así de pedante, Cambiar de idea, de Zadie Smith. Yo lo que quiero es que empiece ya el Tour y que lo gane Bradley Wiggins (siempre que corra con esas patillas pelirrojas amazónicas; me encantaría ver en el podio de París a un inglés larguirucho, ese doble de Shaggy, el de Scooby Doo, vestido de amarillo y con unas patillas pelirrojas amazónicaaaas).

Pero una vez conocido el exquisito gusto lector de los jugadores de la selección española, mañana me embadurnaré las mejillas de rojo y gualda, me colgaré una bufanda gloriosa, me sentaré ante la tele y corearé (como me ha sugerido un lector preocupado por ciertas reputaciones) “Yo soy es-ta-tal, es-ta-tal, es-ta-tal”. Si alguien conoce dónde venden bombos a buen precio, agradeceré la información.

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Que los futbolistas de La Roja nos lean no está mal, pero el verdadero sueño de mi querido editor, y ya de paso el mío, es que nos lean los remeros de Pedreña.

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Somos tan chulos que el Tour de Plomo también le abrió huella, con varios días de ventaja, a Alberto Contador.

 

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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