Periodismo

Así fue el taller de libros periodísticos con Caparrós

Esta es la versión abreviada de los asuntos que se discutieron en el taller de libros periodísticos en Oaxaca, durante cinco días. Lo organizó la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, lo dirigió Martín Caparrós, participaron ocho periodistas latinoamericanos dispuestos a desguazar sus proyectos de libro, y yo me senté en un rincón a tomar notas.

Lecciones de Caparrós en Oaxaca.

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Miguel Induráin no se retirará este año

El 2 de enero de 1997 ocurrieron dos hechos memorables:

1) Por la mañana, Miguel Induráin convocó una rueda de prensa en un hotel de Pamplona. La dio a la una de la tarde. Después de varios meses de dudas y rumores, anunció que se retiraba del ciclismo.

2) En ese mismo momento, miles de navarros tenían a mano el Diario de Noticias, que ese día había salido con una última página tremenda: una entrevista a la vidente (!) Mayte Rodríguez, con sus predicciones para el nuevo año. Una de los más destacadas: «Miguel Induráin no se retirará este año. Y lo más seguro es que fiche por la ONCE».

No se rían ustedes tan fuerte, porque la señora Rodríguez también predijo que ese año Osasuna no subiría ni bajaría. ¡Y acertó! Ya lo dice el periodista en el primer párrafo: «El escepticismo debe rendirse ante aquellas personas que han visto cómo los hechos han venido a confirmar sus predicciones».

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Lo cerraron a la fuerza y con mentiras

Hace 25 años nació el diario en el que empecé a publicar. Lo cerraron a la fuerza, con mentiras, y no pasó nada.

Copio lo que escribí hace cinco años:

«En el banquete de bodas de mis tíos Iñigo y María, me levanté tras el primer plato, cogí la moto y me fui a casa para ver el prólogo de la Vuelta a España de 1995. Lo ganó Abraham Olano. Escribí a toda prisa una columna sobre la etapa. La imprimí. Corrí con la página a la librería del barrio y allí la envié por fax. Cuando volví al banquete, la gente ya estaba bailando. Me senté a comer el solomillo que me habían guardado y algunos familiares se acercaron a preguntarme qué tal, y yo respondí que bien, que apurado pero bien, orgulloso porque acababa de convertirme en periodista. Esto será la vida del heroico reportero, pensé: abandonar bodas para ir corriendo a escribir. Tenía 19 años y fue el primer texto que publiqué en un periódico.

Egunkaria

Esta es una pequeña historia que pensé en enviar a MAJ por si quería incluirla en su blog, donde anda recogiendo las experiencias de periodistas que cuentan su aterrizaje en la profesión.

Pero la anécdota juvenil quedó unida a un episodio siniestro: si ahora quisiera buscar mi columna inaugural, sería imposible encontrarla. Desapareció el 20 de febrero de 2003. Se la tragó un agujero negro, igual que se tragó otros miles de textos, cuando la Guardia Civil clausuró Egunkaria, el diario en el que publiqué aquellas columnas durante las tres semanas de la Vuelta, por las que me pagaban 2.100 pesetas, si no recuerdo mal.

En septiembre de 1995 yo tenía 19 años y mucha suerte: Martxelo Otamendi, director de Egunkaria, me había telefoneado en persona para encargarme las columnas. A partir de entonces, me dio una confianza mucho mayor de la que se merecía un estudiante de segundo de Periodismo. El periódico era modesto, me explicaba Martxelo, y nunca me iba a enriquecer trabajando para ellos, pero me pagarían por las colaboraciones lo mismo que a los periodistas profesionales, me ofrecerían encargos y escucharían todas las propuestas que quisiera hacerles. Durante mis años de estudiante escribí en Egunkaria reportajes, crónicas y hasta entrevistas como aquella que le hice medio temblando a José María Bastero, recién nombrado rector de la Universidad de Navarra, y que apareció en portada. Martxelo me llevó de la mano en mis comienzos profesionales y me trató como ningún otro jefe me ha tratado nunca.

El 20 de febrero de 2003 yo estaba en Estambul con Josu Iztueta. Allí nos subimos a un autobús de voluntarios de muchos países que se dirigían a Bagdad con el propósito de actuar como escudos humanos y tratar de impedir los inminentes bombardeos de Estados Unidos. Viajamos con ellos hasta Ankara. Les entrevistamos y escribimos una crónica («Se apuntan a un bombardeo»). No pudimos publicarla en Egunkaria: acababan de cerrarlo y habían detenido a sus directivos, incluido Martxelo Otamendi, acusados de pertenecer a Eta.

Como no nos creíamos las acusaciones, Josu y yo enviamos desde Estambul un mensaje de solidaridad, que se publicó junto a otros cientos en el periódico provisional que se editó en aquellos días convulsos. También sentíamos el deber moral de divulgar la historia de los escudos humanos, de aquel puñado de jóvenes que viajaban a Irak dispuestos a ponerse bajo los bombarderos para así ayudar a los iraquíes, y por eso aceptamos publicarla en un diario que estaba muy interesado pero que no nos quiso pagar. Lo que hizo aquel diario, de ganancias millonarias, no nos lo habría hecho el modesto Egunkaria. Sólo podía pagar cuatro duros, pero los pagaba siempre. Respetaba el trabajo y la dignidad de los periodistas.

En aquellos años, con el pretexto de la lucha antiterrorista, se desarrollaron operaciones injustificadas y desproporcionadas (registros, detenciones, clausuras…) contra muchas entidades del mundo cultural vasco: periódicos, revistas, editoriales, distribuidoras, escuelas de idiomas… (De aquella época data esta portada del TMEO). El cierre y la liquidación sin pruebas del diario Egunkaria constituyó un ataque brutal, irreparable y premeditado contra la libertad de expresión, con el agravante de que fue dirigido por las propias instituciones del Estado. El entonces ministro Acebes afirmó que la operación era una medida «en defensa de la cultura vasca».

La reciente sentencia del juez Gómez Bermúdez confirma unos hechos que ya hace tiempo eran clamorosos:

-En las pruebas presentadas por la Guardia Civil, que sirvieron para ordenar el cierre de Egunkaria, no había indicios de que los directivos del diario tuvieran ninguna relación con Eta (el propio fiscal pidió hace mucho tiempo que se archivara el caso por falta de pruebas).

-Tampoco existía ninguna prueba de que Egunkaria defendiera las ideas de Eta. Los peritos de la Guardia Civil reconocieron que ni siquiera habían investigado si la línea editorial apoyaba a Eta. Por todo esto, al juez la imputación le parece «incomprensible».

-No había ningún fundamento legal para ordenar la clausura de Egunkaria, una medida que vulneró la libertad de expresión y el derecho a la información, especialmente porque se trataba del único diario en euskera.

-Las denuncias por torturas que presentaron algunos de los detenidos parecen creíbles: dice el juez que no hubo un «control judicial suficiente y eficiente» de la incomunicación que sufrieron los detenidos, quienes dieron descripciones detalladas de los malos tratos que son «compatibles con lo expuesto en los informes médico-forenses».

«Egunkaria acaba bien», decía el titular de El País en su editorial de ayer. Egunkaria acaba así de bien:

-Además de las encarcelaciones, los cinco acusados han sufrido un calvario judicial de siete años, con la amenaza permanente de una larga condena de prisión y sanciones multimillonarias. También lo han sufrido otras cuantas personas encausadas en otras fases del juicio.

-El diario desapareció. Se liquidaron todos sus bienes. Unos 150 trabajadores perdieron su empleo. Miles de lectores se quedaron sin el único periódico que podían leer en euskera.

Leo que «la sentencia no dará lugar a indemnización económica». En las últimas horas, en cambio, he oído y leído que la indemnización podría rondar los 60 millones de euros. No tengo ni idea de si eso será así o no, pero en cualquier caso el daño es irreparable. Yo, por mi parte, pido que a esa cantidad se le sumen otras 2.100 pesetas, unos 13 euros, como reparación por aquellas columnas mías sobre la Vuelta a España que también desaparecieron en este agujero negro.

PD: En los comentarios de este texto hace cinco años, Alberto Moyano respondió lo siguiente. «Lo de los 60 millones de euros es un monigote que agitó en su momento Manos Limpias para asustar de las consecuencias de una posible sentencia absolutoria. La cifra tiene el mismo rigor que si fuera el doble o la mitad». El tiempo le ha dado la razón: ni 60 millones ni 13 euros ni un ya perdonarán ustedes, na de na.

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Premio Europeo de Prensa para el reportaje ‘Así se fabrican guerrilleros muertos’

Han dado el Premio Europeo de Prensa al reportaje ‘Así se fabrican guerrilleros muertos‘, que publiqué en la sección Planeta Futuro del diario El País. Ayer lo recogí en Copenhague.

Debo un agradecimiento enorme a Pablo Tosco, fotógrafo, reportero y tipo más majo que majo, que trabajó conmigo y me empujó tantísimo en este reportaje, a la gente de Oxfam por su apoyo indispensable en Colombia (Alejandro Matos, Lucila Rodríguez-Alarcón, Diana Arango, Sandra Cava…), a Gloria Moronta por su ayuda en la búsqueda de contactos, a los periodistas colombianos que trabajan día a día destapando historias con un coraje y un talento extraordinario, y que además son tan generosos con quienes llegamos de fuera: Jineth Bedoya, Hollman Morris, Félix de Bedout, la plantilla de La Silla Vacía…

Admiro sobre todo la valentía, la fuerza y la hospitalidad de Luz Marina Bernal, María Sanabria, todas las Madres de Soacha, sus familias y sus amigos, que siguen peleando contra la impunidad de quienes asesinaron a sus hijos.

Creo que también merecen ser divulgadas las historias que contamos en el otro reportaje colombiano: La nadadora entre los tigres.

Luz MFoto: Pablo Tosco (Oxfam).

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Nominado, ay

Estoy entre los siete nominados al Premio Europeo de Periodismo (European Press Prize), en la categoría de periodismo de investigación, por el reportaje Así se fabrican guerrilleros muertos, publicado en El País.

No sé cuándo lo fallan. Vistos los otros nominados, me parece casi imposible ganarlo. Si sabéis hacer algo en mi favor con muñecos, alfileres, velas, patas de conejo, estampitas o media docena de huevos para las clarisas de Copenhague, donde se celebrará la entrega del premio, os estaré agradecido.

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Estimado editor que va a reinventar el periodismo

Estimado editor de un nuevo medio que va a renovar por fin el periodismo:

Siento que usted no haya entendido la situación y el compromiso que le pido. Soy un periodista independiente que últimamente no ha escrito nada nuevo. En este momento de refundación del periodismo, estoy pidiendo a los editores que apuesten por darme dinero, sin pensar todavía en mis textos. En esta primera fase es importante la implicación y la confianza. Le invito a enviarme dinero y más adelante, si las cosas van bien, intentaré enviarle algún texto, claro.

He pedido dinero a cincuenta editores muy prestigiosos y todos me lo van a dar sin pedir nada a cambio, usted es el único que me ha pedido un texto por adelantado. Además, sus pretensiones de que el texto sea interesante, novedoso y sin faltas de hoctografía resultan desmesuradas en este momento. Siento que no entienda las dinámicas y los compromisos que necesitamos en esta época para renovar el periodismo. Le deseo mucha suerte,

Frílans Tontogoitia

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Volver para qué

El periodista Daniel Rivera ha escrito un libro magnífico y escalofriante sobre los desplazados de Colombia, con un puñado de historias -y la suya propia- como muestra de los millones de personas que abandonaron sus pueblos para huir de la brutalidad de los diferentes grupos armados. Son tantos bandos que se acaban confundiendo en la imagen de un solo monstruo insaciable. «Encontrarse con un hombre armado en el camino, yendo para misa, yendo para la tienda, yendo para el colegio, es lo mismo que encontrarse con cualquier hombre armado, pues ya se crea el orden implícito: yo mando y usted obedece (…).  Para los campesinos -como mi abuelo- no había buenos, no había malos. Eran un animal arisco del que hay que cuidarse, al que hay que ponerle cebo para montarlo, o, por lo menos, para tenerlo tranquilo». Los desplazados huyeron, muchos tuvieron que huir de nuevo, y volver a huir, hasta que no les quedó adónde volver.

volver-para-que

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Creíamos que no nos interesaba

Fogonazos cumple diez años. Es el primer blog al que me suscribí, según mis recuerdos, porque Eresfea me habló de él con entusiasmo. Desde entonces leo todo lo que pillo de su autor, el periodista Antonio Martínez Ron, un excelente divulgador científico y un cazador de historias asombrosas. Para celebrar el décimo aniversario, Antonio ha recopilado en un libro las mejores historias que ha escrito en su blog y en otras publicaciones. Se llama ¿Qué ven los astronautas cuando cierran los ojos? y se puede comprar aquí.

Antonio me pidió que escribiera el prólogo del libro. Me puse más contento que Kengi Sujimoto cuando encontró el cerebro de Einstein guardado en un bote de galletas en la casa de un patólogo de Kansas. Y escribí esto:

Creíamos que no nos interesaba

«Si nos anuncian un discurso sobre las áreas somatosensoriales de la corteza cerebral, así, a bote pronto, a muchos se nos escapará un bostezo. Si leemos la historia de Antonio Martínez Ron sobre el hombre que tenía de nacimiento una mano con tres dedos, y que después de que le amputaran ese brazo empezó a sentir en su lugar un miembro fantasma con cinco dedos, nos quedaremos con la boca abierta de puro asombro. Entonces sí que nos interesará esa corteza cerebral, nos interesarán los procesos por los que sentimos las cosas, nos interesará saber más detalles sobre el modo en que estamos programados para percibirnos. Los grandes periodistas son capaces de fascinarnos con historias sobre asuntos que no nos interesan. O que creíamos que no nos interesaban.

Sabemos que la ciencia y la exploración deben interesarnos porque son útiles. Martínez Ron nos muestra que, además, nos deben interesar porque son muy bellas. En este libro aparecen unas personas que por las noches encienden un cañón láser y disparan a unos espejos que los astronautas dejaron hace cuarenta años en la Luna. Otras se prueban cuerpos virtuales en un laboratorio y comprueban que su cerebro empieza a actuar, por ejemplo, con las habilidades de un percusionista africano. Y otras se dan cuenta de que en el universo falta el 90% de la masa que debería haber y se meten en el interior de una montaña de Huesca, para aislarse bajo millones de toneladas de rocas y buscar allí esa materia oscura que por ahora es solo una predicción. Ya vendrá luego Martínez Ron a explicarnos por qué lo hacen, qué objetivos persiguen, cuál es el sentido práctico de estas extravagancias, pero incluso sin tener en cuenta su finalidad, incluso antes de conocer las explicaciones, ya son escenas fascinantes.

En este libro hay historias así de bellas, hay historias divertidas (plátanos perdidos en estaciones espaciales, un patólogo que saca un pedazo del cerebro de Einstein de un bote de galletas y corta unas lonchas en su cocina, miles de sudaneses asustados porque sus penes se están encogiendo), hay historias inquietantes (buceadores que graban su propia muerte en simas angustiosas, virus exóticos que acechan en lo más profundo de las selvas, antropólogos preocupados por señalizar cementerios de uranio a los humanos de dentro de diez mil años). Y hay historias con arranques terribles, que parecen relatos de Verne o Poe: “En el invierno de 1980, dieciséis pescadores daneses fueron rescatados después de pasar una hora y media en aguas del Mar del Norte. Todos ellos caminaron por su propio pie por la cubierta del barco, charlaron con sus rescatadores y bajaron a tomar una bebida caliente. A los pocos minutos, los dieciséis hombres cayeron súbitamente muertos”.

Los fogonazos de Antonio Martínez Ron se leen con el entusiasmo con el que leíamos las novelas de aventuras y exploraciones en la juventud, con una pasión que se va apagando con los años, cuando nos vamos poniendo demasiado adultos. Él defiende a menudo la perplejidad: “Vivimos en una sociedad en la que nos creemos muy listos y en la que admitir que algo nos asombra se ve como una muestra de debilidad o falta de inteligencia. Creo que es al revés. Los tontos no se asombran”.

Estos fogonazos confirman otra idea muy valiosa: es posible contar historias atractivas, misteriosas, divertidas, terribles, emocionantes… y absolutamente rigurosas. Los aficionados a los asuntos esotéricos y a las explicaciones paranormales no es que tengan mucha imaginación: es que tienen muy poca. No son capaces de apreciar la realidad y necesitan hinchar patrañas, a modo de dopaje mental, para entusiasmarse por algo. La ciencia, con sus ignorancias y sus debilidades, es una fuente de historias maravillosas.

Y el gusto por las buenas historias es universal. Un chimpancé aislado no es un chimpancé, decía el etólogo Konrad Lorenz, y por ahí andamos nosotros, los primates sociales, reuniéndonos desde hace miles de años alrededor de una hoguera o de un blog, seducidos por aquellos que nos explican el mundo y que nos explican a nosotros mismos. Antonio Martínez Ron es uno de esos narradores con la pericia de Sherezade: el lector comprobará que es muy difícil terminar una de las historias de este libro y no empezar inmediatamente con la próxima.

 Werner Herzog, cineasta siempre perplejo, dirige unos talleres de cine en los que no imparte ningún tipo de enseñanza técnica: “Es una escuela para los que han viajado a pie, han mantenido el orden en un prostíbulo o han sido celadores en un asilo mental; en resumen, para los que tienen un sentido poético. Para los peregrinos. Para los que pueden contar un cuento a un niño de cuatro años y mantener su atención, para los que sienten un fuego en su interior”.

Este tampoco es un libro de enseñanzas técnicas. Es un libro con historias que nos mantienen entretenidos a los niños de cuatro años, escrito por un periodista que siente un fuego en su interior, un fogonazo cuando cierra los párpados».

Que ven los astronautas cuando cierran los ojos

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Cierra la revista Euskal Herria

En 2013 han desaparecido tres de las revistas en las que más he escrito durante los últimos años: cerró Nora, cerró Altaïr y ahora cierra Euskal Herria.

Duele que se cierren oportunidades de buen trabajo pero en estos tres casos duele, sobre todo, que se cierren medios que han sido escuelas de periodismo.

No lo digo por decir. Cuando salió la revista Euskal Herria, hace casi once años, yo era bastante pipiolo y les escribí para presentarme y mandarles una propuesta de varios reportajes viajeros internacionales. Entonces la revista publicaba una sección sobre viajes por el mundo y yo creía que era la única interesante para mí, yo pensaba que no tenía casi nada que contar sobre nuestra propia tierra y tampoco me apetecía mucho hacerlo.

Al cabo de tres años me hicieron el primer encargo: diez valles guipuzcoanos. Los recorrí con mi descacharrada furgoneta melonera -¡nostalgia!-, con la vespa y a pie. Disfruté caminando lento y caminando cerca. Encontré buenas historias. En sitios por los que pasaba muy a menudo, me paré por fin a charlar con la gente que veía siempre allí: por ejemplo Ignacio Arizmendi, el hombre con muletas que se sienta durante horas y horas en el puente de Fagollaga, sobre el río Urumea, junto a la carretera de Hernani a Goizueta. Andará por los 80 años. Paso en bici muy a menudo por allí. En invierno me inquieto un poco, porque ya no lo veo en el puente, y me da alegría el primer día de la primavera en que lo vuelvo a ver en su puesto. Los melocotones, la arena en el pasillo de casa y la figura de Ignacio sentado en el puente son para mí tres señales plenas del verano.

Con el paso de los años creo que he hecho un aprendizaje valioso para mirar mejor de cerca, para descubrir buenas historias pequeñas aunque no vengan envueltas en celofanes exóticos. Y en ese entrenamiento Euskal Herria ha sido una de las mejores escuelas. Sus editores me echaron al camino, me pusieron a atravesar bosques, a dormir en montañas, a investigar sendas, a buscar fuentes, a navegar en veleros, a asomarme a cuevas, me empujaron a leer mucho y sobre todo a preguntar mucho más a la gente que anda por los caminos y los pueblos, que es la que sabe.

La revista Euskal Herria también ha sido un punto de encuentro. He compartido tarea con editores rigurosos, profesionales y amables –Imanol Agirre, Javi Pascual, Iñaki Rekalde, Hektor Ortega- y con fotógrafos magníficos: recorríamos los mismos lugares pero ellos siempre me sorprendían con detalles y encuadres que me descolocaban. Me gustaba mucho fijarme en su mirada, sobre el mismo tema pero mucho más minuciosa y paciente que la mía, para intentar que se me pegara algo de ellos. He aprendido mucho de Alberto Muro y sobre todo de Santi Yániz, maestro y además amigo, con el que ya ando preparando la mochila para escaparnos pronto.

Y debo recordar la esperanza: Sua, la editora de la revista, seguirá publicando libros y guías –como la de Donostia-San Sebastián que acabamos de sacar- y ya estamos hablando de un proyecto común para 2014. Ojalá empiece pronto la remontada, para los editores, los fotógrafos, los redactores, y por el bien de todos nosotros, los lectores.

Portada de uno de los temas con los que más disfruté: caminatas por cinco ríos.

EH

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Desaparece Altaïr, ay

Cuando estás en tratos con algunos editores, te da la impresión de que has pedido turno para que te atienda el sacamuelas del zoco de Marrakech. Hay otros con quienes firmarías contratos en blanco, con los ojos cerrados y de espaldas: los de Altaïr, por ejemplo.

Si algún compañero escritor o fotógrafo tiene disgustos con un editor, acabamos mencionando y añorando a los de Altaïr. Pepe Verdú y Raimon Portell son brillantes, amables, atentos y honradísimos. Te hacen encargos atractivos, te tratan con una profesionalidad impecable y una amabilidad fina y divertida, te ayudan a mejorar tu trabajo, te preguntan tu opinión para cualquier minucia y sabes que siempre buscarán el trato más justo y ventajoso posible para ti. Son editores que hacen tener fe en el gremio.

Por eso me da una tristeza negra la desaparición de la revista Altaïr. Me da tristeza como escritor y me da tristeza como lector, porque publicaban la mejor revista de viajes, editada con un mimo extraordinario, que muchos coleccionábamos número tras número.

Golpeados por la crisis económica, anuncian el cierre de la revista y su esperanza de volver.  Ojalá, ojalá, ojalá. El 23 de mayo sale a la venta el último número, dedicado a los grandes parques nacionales de Estados Unidos.  En el Cuaderno de Viajes, en la última página del último número, publico una crónica sobre el descacharrante Museo de la Policía en La Paz (Bolivia), que visité de la mano de Álex Ayala: otro personaje al que conocí como editor y al que ahora tengo por muy buen amigo.

Así que nos quedaremos con eso.  Andamos en tiempos de periodismo 0.0.; en lo que a mí me toca, han cerrado o jibarizado varias de las revistas con las que más me gustaba colaborar; pero nos quedaremos con que hay editores magníficos, que ya son amigos, y con la esperanza de que volverán a montar proyectos en los que nos encantará trabajar.

PD: Además de Pepe y Raimon, también echaré de menos a Arabella González, Albert Padrol y Pep Bernadas. Todavía hay amigos que me hablan con entusiasmo de Pep, cinco años después de que cenáramos juntos tras la presentación de Cuidadores de mundos en San Sebastián.

PD2: Altaïr mantiene sus librerías y su magnífica colección Heterodoxos de literatura viajera.

Altair

 

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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