COLOMBIA

Premio Europeo de Prensa para el reportaje ‘Así se fabrican guerrilleros muertos’

Han dado el Premio Europeo de Prensa al reportaje ‘Así se fabrican guerrilleros muertos‘, que publiqué en la sección Planeta Futuro del diario El País. Ayer lo recogí en Copenhague.

Debo un agradecimiento enorme a Pablo Tosco, fotógrafo, reportero y tipo más majo que majo, que trabajó conmigo y me empujó tantísimo en este reportaje, a la gente de Oxfam por su apoyo indispensable en Colombia (Alejandro Matos, Lucila Rodríguez-Alarcón, Diana Arango, Sandra Cava…), a Gloria Moronta por su ayuda en la búsqueda de contactos, a los periodistas colombianos que trabajan día a día destapando historias con un coraje y un talento extraordinario, y que además son tan generosos con quienes llegamos de fuera: Jineth Bedoya, Hollman Morris, Félix de Bedout, la plantilla de La Silla Vacía…

Admiro sobre todo la valentía, la fuerza y la hospitalidad de Luz Marina Bernal, María Sanabria, todas las Madres de Soacha, sus familias y sus amigos, que siguen peleando contra la impunidad de quienes asesinaron a sus hijos.

Creo que también merecen ser divulgadas las historias que contamos en el otro reportaje colombiano: La nadadora entre los tigres.

Luz MFoto: Pablo Tosco (Oxfam).

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Nominado, ay

Estoy entre los siete nominados al Premio Europeo de Periodismo (European Press Prize), en la categoría de periodismo de investigación, por el reportaje Así se fabrican guerrilleros muertos, publicado en El País.

No sé cuándo lo fallan. Vistos los otros nominados, me parece casi imposible ganarlo. Si sabéis hacer algo en mi favor con muñecos, alfileres, velas, patas de conejo, estampitas o media docena de huevos para las clarisas de Copenhague, donde se celebrará la entrega del premio, os estaré agradecido.

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Nos defendemos con un bastón

La semana pasada unos guerrilleros de las FARC asesinaron a dos nasas, miembros de la asombrosa Guardia Indígena en el valle colombiano del Cauca. Los nasas, con su sistema de justicia asamblearia, acaban de juzgar y condenar a muchos años de cárcel a cinco guerrilleros que no tuvieron abogados ni derecho a apelar.

Traigo la historia de Ana Secue, que fue parte del reportaje La nadadora entre los tigres.

-Nosotras nos defendemos con un bastón —dice Ana Secue, indígena nasa de 42 años. A los habitantes originarios del valle del Cauca les arrebataron las llanuras fértiles y ahora viven en las montañas, en reservas autónomas, atrapados en medio de los combates entre el Ejército y la guerrilla de las FARC-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo). La región está plagada de cultivos de coca y marihuana, surcada por las rutas del narcotráfico, azotada por las batallas más violentas del conflicto colombiano.

En 2002 los nasas, los misak, los yanaconas, los totorós y los kokonucos organizaron la asombrosa Guardia Indígena: unos cuerpos de paz, formados por hombres, mujeres, niños, niñas, ancianos y ancianas, que recorren el territorio para encararse con los combatientes y expulsarlos. Su única arma es un bastón tradicional.

—Con el bastón desafiamos a los agresores armados —dice Secue, mientras camina por las calles de Santander de Quilichao, una ciudad fuera de la reserva, y sospecha de varios hombres que parecen vigilarla—. Si quieres darme un tiro, dame un tiro. Si quieres matarme, mátame, pero no voy a marcharme de mi territorio. Y si tan berraco te crees, agarra otro bastón y lucha conmigo de igual a igual. El bastón no es en realidad un arma: es un símbolo de autoridad moral. Nosotros tenemos la rabia y la razón.

Secue

(Foto de Pablo Tosco)

Ana Secue fue tres veces gobernadora del resguardo de Huellas Caloto, una de las diecinueve reservas indígenas del Çxhab Wala Kiwe, «el territorio del gran pueblo», en el Cauca Norte. Caminaba por las montañas llevando un pañuelo rojo y verde al cuello (los colores de los indígenas), y un bastón en bandolera. El bastón de chonta, adornado con cintas de colores, era el símbolo de su mandato. Con el  bastón, con la rabia y con el poder de las multitudes desarmadas, en estos años la Guardia Indígena ha apresado a guerrilleros, ha liberado a secuestrados, ha expulsado a tropas del Ejército, ha confiscado camionetas cargadas de coca y marihuana que atravesaban sus tierras y ha quemado la mercancía.

—Nos matan por todas partes —dice Secue—. La guerrilla ataca nuestros pueblos una y otra vez, el ejército instala sus bases en nuestro territorio, disparan morteros contra nuestras casas, matan a gente bombardeando escuelas y hospitales. Montan controles en los caminos, hay balaceras, secuestros y asesinatos de líderes indígenas. Y ellos no tienen derecho a entrar en nuestras tierras. No queremos actores armados en nuestro territorio. Ni guerrilleros, ni paramilitares, ni soldados ni nada.

Cuando estallan los enfrentamientos más duros, con metralletas, artillería y helicópteros, la Guardia Indígena organiza el traslado de todos los habitantes, envueltos en sábanas blancas, hasta los refugios en los que almacenan provisiones para varios días. Pero muchas veces los guerrilleros y los soldados se instalan en los pueblos y se atacan con la población civil de por medio.

—Yo he visto caer a muchos hombres, mujeres y  niños —dice Secue—. Y por la pura rabia, por la pura impotencia, me olvido de mí misma. En un tiroteo en nuestro pueblo, los soldados mataron a una niña y dejaron a varios niños heridos. Estuve en la habitación donde la niña se moría y salí corriendo con el bastón en alto, a enfrentarme a los soldados a puros gritos. A punta de bastón los eché de allí. Cuando volví a mi casa, me puse a temblar: pero qué he hecho, yo, que soy madre de cinco hijos, pero cómo me he metido en la balacera… Pero en el momento, por la pura rabia, siempre me olvido de mí misma.

Secue también participó en las manifestaciones de mujeres para rodear las bases de los guerrilleros y de los soldados.

—Con las Farc es más difícil porque se mueven mucho. Nos avisan: los guerrilleros están en aquella montaña. Al día siguiente subimos en grupo para echarlos pero ya no están. El ejército instala bases en los pueblos y entonces sí que los rodeamos. Una vez fuimos un grupo grande de mujeres y colocamos pancartas alrededor de su base para exigirles que se marcharan. Los soldados las arrancaron y las tiraron al río. Entonces nosotras llamamos a la defensoría del pueblo, a las organizaciones de derechos humanos, denunciamos al ejército. Al final, el coronel ordenó a los soldados que bajaran al río a recoger las pancartas y que las volvieran a colocar —Secue se ríe—. Les decíamos: «Oiga, soldadito, esta pancarta está floja, esa otra está mal puesta». Fue muy chistoso ver a los militares colocando nuestras pancartas: «Mujeres indígenas en resistencia. Rechazamos la guerra, defendemos la paz».

(…)

Ana Secue, la mujer que fue tres veces gobernadora de los indígenas nasa, también necesitó todo su tiempo para ejercer el cargo. La nombraron cuando las Farc atacaban con más violencia que nunca a los indígenas del Cauca.

—Mis compañeros pensaron que sería buena estrategia ponerles enfrente a una mujer. Que desconcertaría a los guerrilleros. Yo llevaba años trabajando en puestos de la comunidad, pero los hombres no cedieron el poder con alegría a una mujer. En nuestra comunidad hay mucho machismo. Algunos se enfadaron cuando salí gobernadora, les parecía vergonzoso. Yo me puse de pie en la asamblea y dije: «Sé que los guerrilleros me van a matar por hacerles resistencia. Si me quieren matar, aquí estoy». Luego me fui a casa y lloré, lloré mucho, lloré de nervios, de miedo, de responsabilidad. Pero solo lloraba en mi casa. Delante de los hombres siempre me mostré muy dura, muy fuerte, no quería que me vieran débil. Y cuando fui gobernadora me ocurrió otra cosa. Mi marido me maltrataba desde siempre. Me quedé embarazada con 15 años, y al tercer mes de embarazo ya me pegó por primera vez. Tuve cinco hijos con él. Me quería obligar a quedarme en casa, no quería que fuera a las asambleas, y me pegaba. Mis hijos me animaban para que me separara. No lo hice hasta que fui gobernadora. Entonces me pareció ridículo: yo organizaba a las mujeres, las animaba para que reclamaran sus derechos, y luego resulta que en mi propia casa me golpeaban. Así que un día me planté y le dije: nunca más me vuelves a pegar. Porque yo ya no voy a estar quieta: cuando tú vuelves borracho yo también te puedo pegar duro a ti.

Ana Secue sonríe. Muestra una pequeña réplica del bastón de mando que lleva atado en el bolso.

—Y nunca más se atrevió.

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Volver para qué

El periodista Daniel Rivera ha escrito un libro magnífico y escalofriante sobre los desplazados de Colombia, con un puñado de historias -y la suya propia- como muestra de los millones de personas que abandonaron sus pueblos para huir de la brutalidad de los diferentes grupos armados. Son tantos bandos que se acaban confundiendo en la imagen de un solo monstruo insaciable. «Encontrarse con un hombre armado en el camino, yendo para misa, yendo para la tienda, yendo para el colegio, es lo mismo que encontrarse con cualquier hombre armado, pues ya se crea el orden implícito: yo mando y usted obedece (…).  Para los campesinos -como mi abuelo- no había buenos, no había malos. Eran un animal arisco del que hay que cuidarse, al que hay que ponerle cebo para montarlo, o, por lo menos, para tenerlo tranquilo». Los desplazados huyeron, muchos tuvieron que huir de nuevo, y volver a huir, hasta que no les quedó adónde volver.

volver-para-que

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Trescientos asesinados bajo una escombrera

En Medellín (Colombia) van a remover dos millones de metros cúbicos de escombros para buscar los cadáveres de unas sesenta personas asesinadas por los paramilitares. Los datos para localizarlos los ha dado un jefe paramilitar conocido con el alias ‘Móvil Ocho’. Él fue uno de quienes comandaron la escalada de asesinatos y desapariciones en la Comuna 13 de Medellín, ocurridos tras aquella Operación Orión que desató el Ejército colombiano en las calles del barrio en octubre de 2002.

Por la noche los paramilitares lanzaban a la escombrera los cuerpos de sus víctimas y por el día los camiones arrojaban más capas de escombros. El jefe paramilitar Don Berna declaró que en el vertedero podrían encontrarse alrededor de trescientos muertos. Los camiones siguieron arrojando materiales y en algunos puntos la escombrera alcanza cincuenta metros de grosor.

María Elena Toro, de 68 años, con una flor amarilla entre la oreja y el pelo blanco, lleva catorce años desfilando todos los miércoles en círculos frente a la iglesia de la Candelaria, en el centro de Medellín, con otras madres de desaparecidos. Cuando encarcelaron a Don Berna, uno de los mayores narcotraficantes y jefes paramilitares, le escribió una carta para exigirle que le contara dónde estaban sus cinco familiares desaparecidos. Luego lo visitó en la cárcel para mirarle a los ojos y esperar la respuesta.

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María Elena Toro, en Medellín.

Don Berna le dio algunas pistas. Ella encontró los restos de su hermana, su cuñado y su sobrino en una fosa; aún le faltan los de su hijo y los del amigo que le acompañaba. María Elena Toro da batallas largas y nunca cede. Ahora exige al Estado más investigaciones y más excavadoras.

—Podrían esforzarse como con los muertos de la torre —dice.

El 12 de octubre de 2013, un edificio de 24 plantas se desmoronó en Medellín y dejó once muertos. Los tres últimos cadáveres aparecieron al cabo de dos semanas, tras un trabajo frenético en el que se empeñaron 110 operarios, cuatro excavadoras y 25 camiones, que retiraron miles de toneladas de escombros.

A pocos kilómetros de allí, docenas de cadáveres permanecen sepultados en la escombrera de la Comuna 13 de Medellín.  Algunas autoridades plantearon dejar la escombrera como está y declararla camposanto.

—Si los muertos fueran de un barrio rico, si fueran familiares de los políticos…

Toro pasa la tarde tejiendo una muñeca en una sala del Parque de la Vida de Medellín, en compañía de otras veintiséis mujeres. Tejen muñecas que representan a sus familiares desaparecidos o asesinados, y las visten con la ropa que llevaban cuando los asesinaron o los hicieron desaparecer. Hay madres que visten a sus muñecas con un pijama (porque sacaron a su hija de la cama para asesinarla), con una camiseta blanquiverde del Atlético Nacional (el equipo favorito del hijo desaparecido), incluso con toga y birrete (porque mataron al hijo pocos días después de que se graduara).

La primera muñeca que tejen es para todas una prueba durísima.

—Qué hago yo poniéndole las ropas de mi hijo a un muñeco, si debería ponérselas a él —dice María Lucely Durango, madre del chico recién graduado al que mataron con 17 años porque cruzó sin darse cuenta una de las fronteras invisibles entre las bandas de Medellín.

Medellín foto Pablo Tosco

Parque de la Vida, Medellín. Foto de Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Poco a poco tejen el duelo, tejen una memoria más soportable, tejen y hablan, tejen y se escuchan, tejen y crean proyectos con la ayuda de Marta Lucía Betancur, profesora universitaria jubilada, experta en justicia restaurativa. Construirán, por ejemplo, el parque del Sueño de los Justos, en colaboración con el ayuntamiento de Medellín. Una de las mujeres soñó que su hijo desaparecido la llamaba desde lo más profundo de un bosque. Así que el parque tendrá un bosque de la memoria, en el que cada mujer plantará un árbol en recuerdo de cada uno de sus desaparecidos y colocará una placa con su historia.

Las mujeres tejen y rememoran. Rosalba Usma cuenta cómo le asesinaron a tres hermanos y a su marido, cómo luego desaparecieron dos hijos, cómo asesinaron a su hija, a la que levantaron de la cama en pijama, mientras ella corría fuera de la casa con sus dos nietitas en brazos. Karen García recuerda cuando vivía en el campo y los guerrilleros amarraron a un familiar suyo a un caballo para arrastrarlo hasta morir, y cuando vivía en la ciudad y los paramilitares amarraron a un familiar suyo a un coche para arrastrarlo hasta morir. Otras mujeres hablan de hijos reclutados a la fuerza, de hijas desaparecidas, de hijos arrojados a la escombrera de Medellín.

Con algunos testimonios, el aire de la sala se tensa como la piel de un tambor, hasta que la tirantez duele demasiado y estallan los llantos. Las mujeres más serenas se levantan a abrazar y a besar a sus compañeras.

Somos mujeres aguerridas, dicen, nos ayudamos mucho. Encuentran consuelo en la compañía del grupo, en la comprensión, en la solidaridad. Algunas se han reunido con los verdugos en la cárcel, han perdonado y han recuperado un poco de paz. Otras se empeñan en que el motivo de sus vidas no sea el odio sino el amor: cuidan a los hijos supervivientes, a los nietos que quedaron huérfanos y quebrados, a otras madres que necesitan su ayuda. Otras encuentran fuerzas en la fe religiosa.

Pero hay algunas que no encuentran ningún consuelo, ninguna fuerza, ninguna esperanza. En Colombia las víctimas proclaman una reivindicación poderosa: son personas activas, firmes en la defensa de sus derechos y en las exigencias al poder, con proyectos creativos. «No somos víctimas, somos sobrevivientes», dice un lema muy repetido. Pero no basta con decirlo. Esa transformación es muy exigente y algunas víctimas no consiguen cumplirla.

A Luisa, una de las mujeres que teje muñecas, y que prefiere ocultar su nombre verdadero, le mataron a un hijo hace veinte años. Se separó de su marido, que le fracturó una costilla durante una paliza. Apenas le alcanza el dinero para pagar el alquiler y sale a la calle a vender empanadas. Hace tres meses desapareció su hija, que iba a cumplir 18 años.

—A mí esto de la reconciliación me parece una farsa. Los detienen, dicen que se arrepienten y luego vuelven a matarnos. No creo en el perdón. Yo vivo enferma, tomo muchos medicamentos para sobrevivir, muchos días no puedo levantarme de la cama. El Estado no me ayuda en nada. Parece que yo no existo. Estoy sola. Para mí morirme sería un alivio.

Carlos Beristáin, psicólogo y perito de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, explica que las personas se estancan en su condición de víctimas cuando no tienen un reconocimiento: «Cuando hay reconocimiento, verdad y reparación, la gente empieza a dejar atrás el pasado doloroso y aprende a vivir de nuevo. Pero si no se dan estas condiciones, es habitual que se enquiste una identidad de víctima, que esa sea la condición central de su persona y que no pueda alejarse de ese pasado traumático ni mirar adelante».

Más: ‘La nadadora entre los tigres‘.

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‘La nadadora entre los tigres’, finalista en el premio Colombine

El reportaje ‘La nadadora entre los tigres’, el primero que escribí en Colombia, ha quedado finalista del premio Colombine de periodismo. Lo ha ganado Marta Gómez Casas, directora del programa ‘Tolerancia cero’ en Radio Nacional de España: ¡enhorabuena! Entre los finalistas también está el compay Zigor Aldama.

Mi reportaje, publicado en la revista Jot Down, empieza así:

«Los paramilitares invadieron el pueblo de Condoto, robaron, torturaron, violaron, asesinaron y establecieron sus leyes. Por ejemplo: las mujeres debían cocinar para ellos, las mujeres debían lavarles la ropa, las mujeres debían quedarse en casa al ponerse el sol, las mujeres no podían vestir prendas cortas, las mujeres no podían llevar el pelo corto. María Eugenia Urrutia, una chica negra de 18 años, hirvió de rabia. Se rapó la cabeza al cero, se puso un tanga, cruzó el pueblo a zancadas, se metió al río casi desnuda y nadó arriba y abajo.

Mientras los paramilitares disparaban, requisaban las cosechas y expulsaban a las familias de sus minas artesanales de oro y platino, María Eugenia se empeñó en defender nadando su pequeño territorio: la playa del río Condoto. No era una playa cualquiera».

Después escribí un segundo reportaje sobre el escándalo de los falsos positivos en Colombia. El Gobierno pagaba en secreto 1.400 euros por muerto. Secuestraron a miles de jóvenes de barriadas marginales, los asesinaron y los disfrazaron de guerrilleros para cobrar las recompensas: ‘Así se fabrican guerrilleros muertos’, publicado en El País.

Escribí ambos reportajes con la valiosísima ayuda de Oxfam Intermón, Pablo Tosco, Lucila Rodríguez-Alarcón, Alejandro Matos, Diana Arango, Sandra Cava y Gloria Moronta. Gracias a todos.

Yovana Sáenz (foto Pablo Tosco)

Yovana Sáenz (Foto de Pablo Tosco / Oxfam Intermón).

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Así se fabrican guerrilleros muertos

‘Así se fabrican guerrilleros muertos’ es el segundo reportaje que escribí en Colombia, con fotos y vídeo de Pablo Tosco. Habla de un negocio siniestro dentro del Ejército colombiano:  los falsos positivos. Secuestraban a jóvenes para asesinarlos, luego los vestían como guerrilleros y así cobraban recompensas secretas del Gobierno de Álvaro Uribe. La Fiscalía ha registrado 4.716 casos de homicidios presuntamente cometidos por agentes de las fuerzas públicas. Los observadores internacionales denuncian la dejadez, incluso la complicidad del Estado en estos crímenes masivos.

Entre otros casos, seguimos la historia de Luz Marina Bernal, una de las Madres de Soacha que rompieron el silencio y destaparon el escándalo.

El reportaje arranca así:

«-Así que es usted la madre del comandante narcoguerrillero -le dijo el fiscal de la ciudad de Ocaña.

-No, señor. Yo soy la madre de Fair Leonardo Porras Bernal.

-Eso mismo, pues. Su hijo dirigía un grupo armado. Se enfrentaron a tiros con la Brigada Móvil número 15 y él murió en el combate. Vestía de camuflaje y llevaba una pistola de 9 milímetros en la mano derecha. Las pruebas indican que disparó el arma.

Luz Marina Bernal respondió que su hijo Leonardo, de 26 años, tenía limitaciones mentales de nacimiento, que su capacidad intelectual equivalía a la de un niño de 8 años, que no sabía leer ni escribir, que le habían certificado una discapacidad del 53%. Que tenía la parte derecha del cuerpo paralizada, incluida esa mano con la que decían que manejaba una pistola. Que desapareció de casa el 8 de enero y lo mataron el 12, a setecientos kilómetros. ¿Cómo iba a ser comandante de un grupo guerrillero?

-Yo no sé, señora, es lo que dice el reporte del Ejército».

El reportaje entero se puede leer aquí: ‘Así se fabrican guerrilleros muertos’ (El País).

El trabajo lo hicimos con el magnífico apoyo de Oxfam Intermón. Y con la enorme ayuda de Alejandro Matos, Lucila Rodríguez-Alarcón, Diana Arango, Sandra Cava y Gloria Moronta. Muchas gracias.

Luz Marina Bernal (Madres de Soacha)

Luz Marina Bernal. Foto de Pablo Tosco.

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Colombianas en pie (charla en Andoain)

Mañana, miércoles 12, daré una charla a las siete de la tarde en Andoain (Bastero Kulturgunea). Repasaré las extraordinarias historias de las mujeres que se rebelan contra el crimen más silenciado del conflicto colombiano: la violencia sexual como estrategia premeditada de guerra, ejercida por todos los bandos, sistemática, masiva y casi absolutamente impune. Hablaremos de la presencia que exigen estas mujeres en el proceso de paz colombiano que se celebra en La Habana. También participará Arantxi Padilla, periodista de EITB, desde Colombia.

Reportaje: ‘La nadadora entre los tigres’.

Avance de ‘Huellas que no callan’, documental de Pablo Tosco.

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Huellas que no callan

Mi admirado Pablo Tosco (¡la suerte de viajar con Pablo!) ha realizado este documental sobre Colombia y contra el silencio. Aparecen cuatro de las mujeres que conocimos durante aquel viaje. Son víctimas de violencias terribles pero impresionan, sobre todo, por su pelea, por sus ideas claras sobre la justicia, por su dignidad y por su vocación de ayudar a los demás.

Aquí va un avance del documental, titulado ‘Huellas que no callan’. Lo produce Oxfam Intermón y lo estrenarán dentro de unos días en el XV Congreso de Periodismo Digital de Huesca.

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La nadadora entre los tigres

«Los paramilitares invadieron el pueblo de Condoto, robaron, torturaron, violaron, asesinaron y establecieron sus leyes. Por ejemplo: las mujeres debían cocinar para ellos, las mujeres debían lavarles la ropa, las mujeres debían quedarse en casa al ponerse el sol, las mujeres no podían vestir prendas cortas, las mujeres no podían llevar el pelo corto. María Eugenia Urrutia, una chica negra de 18 años, hirvió de rabia. Se rapó la cabeza al cero, se puso un tanga, cruzó el pueblo a zancadas, se metió al río casi desnuda y nadó arriba y abajo.

Mientras los paramilitares disparaban, requisaban las cosechas y expulsaban a las familias de sus minas artesanales de oro y platino, María Eugenia se empeñó en defender nadando su pequeño territorio: la playa del río Condoto. No era una playa cualquiera».

El reportaje completo se puede leer en la revista Jot Down.

Para prepararlo conté con la valiosísima ayuda de Oxfam Intermón. Y con el apoyo de gente sabia en Colombia: Alejandro Matos, Lucila Rodríguez-Alarcón, Pablo Tosco, Sandra Cava, Diana Arango y Gloria Moronta. Les debo un agradecimiento enorme, a ellos y a los hombres y sobre todo las mujeres tan berracas de Bogotá, Soacha, Medellín, Popayán, Tuluá, Santander de Quilichao y de las reservas indígenas del Cauca, que nos dedicaron su tiempo, compartieron sus emociones y nos relataron sus luchas.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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