Archivo noviembre 2011

Los ocho goles de las guaraníes

En el Chaco boliviano, en 2009, conocimos a unas mujeres corajudas: las madres futbolistas del MOMIM (Movimiento de Mujeres Indígenas del Mundo). Por encima de burlas y palizas, en rebelión contra la miseria, las enfermedades, la marginación y el machismo, se organizaron en equipos de fútbol, montaron torneos y emprendieron una revolución social a balonazos.

Dos años más tarde, en julio de 2011, gracias al empeño de Iñigo Olaizola, una selección de estas futbolistas guaraníes viajó a San Sebastián para participar en el torneo internacional Donosti Cup. “No venimos a hablar de miseria”, anunciaron, “sino a marcar goles”. Y metieron unos cuantos.

En la revista Nuestro Tiempo acabo de publicar el reportaje ‘Los ocho goles de las guaraníes’, que empieza así:

«El balón salió rechazado hacia el pico del área, justo donde llegaba Lidia Galván, la extremo derecha boliviana: “Pateé fuerte y de pronto vi la bola en la red. No me lo podía creer. Salí corriendo pero no sabía adónde ir, me sentí medio mareada”. Sus compañeras se le echaron encima, la abrazaron, saltaron, gritaron.

Galván es la mayor del equipo (39 años), la que más hijos tiene (siete) y la que más goles metió en el primer partido (dos). Cuando se separó del abrazo colectivo, se tapó la cara con las manos y volvió caminando a su posición, con la cabeza baja. Al reanudarse el juego, recibió un par de broncas del entrenador: corría despistada, había dejado marchar a la lateral contraria banda arriba, sin seguirla.

“Anoche estaba muy nerviosa, me costó dormir”, contó al final del partido, en un campo de San Sebastián, durante el torneo internacional Donosti Cup. Para Galván, como para casi todas sus compañeras, era la primera vez que salía del Chaco boliviano. “Quería meter un gol, por lo menos uno en todo el campeonato, por mi familia, por mis hijos, por mi país, por los auspiciadores que nos ayudaron a venir. Marqué y lo primero me acordé de mi familia. Hace unos días llamé por teléfono y casi no pude hablar con ellos, me entraron ganas de llorar».

A las mujeres las dirigió Xabier Azkargorta, el entrenador guipuzcoano que en 1994 llevó a Bolivia a un Mundial por única vez en su historia, un ídolo semidivino en aquel país. Después de ganar 6-0 el primer partido del torneo, en el vestuario habló así a sus chicas:

-Señoras, clasificar a Bolivia para el Campeonato del Mundo fue el mayor éxito de mi carrera como entrenador. Pero la alegría más grande que jamás me ha dado el fútbol ha sido esta victoria de ustedes.

Las mujeres lo abrazaron, lloraron y le cantaron a pleno pulmón: “¡Te queremos, Profe, te queremos!”.

Despiece del reportaje: «Para que las mujeres tengan vida«.

En estos trabajos conté con la ayuda indispensable de varios amigos. En el Chaco 2009, Elena Antúnez y Daniel Burgui (cuyas fotos ilustraron el primer reportaje). En la Donosti Cup 2011, Fernando Martínez Sarasqueta, que fotografió a las chicas del MOMIM por todos los campos (algunas de sus imágenes aparecen en el segundo reportaje), Oskar Alegría, a quien pillé a traición para que hiciera este vídeo durante un partido de las bolivianas, y Juan Andrés Muñoz, alias Allendegui, quien se empeñó para que lo emitiera CNN.

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El matiz es tu tarea

El matiz es tu tarea. No eres un empleado del Gobierno. No eres un militante. No eres un creyente.

El profesor Leo Glucksman habla a un adolescente idealista que quiere ser escritor (en la novela Me casé con un comunista, de Philip Roth):

“¿Quieres una causa perdida por la que luchar? Entonces lucha por la palabra. No la palabra ampulosa, no la palabra inspiradora, no la palabra a favor de esto y en contra de aquello, no la palabra que anuncia al público que eres una persona maravillosa, admirable, compasiva, que está al lado de los oprimidos. ¡No, lucha por la palabra que dice que estás al lado del mundo! (…)

¿Por qué escribes estas proclamas? ¿Porque miras a tu alrededor y te escandalizas? ¿Porque miras a tu alrededor y te conmueves? La gente cede con demasiada facilidad y finge sus sentimientos. Quieren tener sentimientos enseguida, y los de escandalizado y conmovido son los más fáciles, así como los más estúpidos. (…)

La política es la gran generalizadora, y la literatura, la gran particularizadora. Y no solo están en relación inversa entre ellas, sino en relación antagónica. (…) ¿Cómo puedes ser un artista y renunciar al matiz? Pero ¿cómo puedes ser un político y permitir el matiz? En tanto que artista, el matiz es tu tarea. Tu tarea no consiste en simplificar. Aun cuando decidieras escribir de la manera más sencilla, a lo Hemingway, la tarea sigue siendo la de aportar el matiz, elucidar la complicación, denotar la contradicción (…). Permitir el caos, dejarlo entrar. Tienes que dejarlo entrar o, de lo contrario, produces propaganda. (…)

Durante los primeros cinco o seis años de la Revolución rusa, los revolucionarios gritaban: ‘¡El amor libre, existirá el amor libre!’. Pero, una vez estuvieron en el poder, no pudieron permitirlo, porque ¿qué es el amor libre? Es caos, y ellos no querían el caos. No es para eso para lo que habían hecho su gloriosa revolución. Querían algo disciplinado, organizado, contenido, científicamente predecible, a ser posible. El amor libre inquieta a la organización. La literatura inquieta a la organización. No porque esté flagrantemente a favor o en contra, o incluso lo esté de una manera sutil. Inquieta a la organización porque no es general. La naturaleza intrínseca de la particularidad estriba en no amoldarse. La generalización del sufrimiento: eso es el comunismo. La particularización del sufrimiento: he aquí la literatura. Uno participa en la batalla al mantener vivo lo particular en un mundo simplificador y generalizador. No tienes necesidad de escribir para legitimar el comunismo o el capitalismo; estás al margen de ambos. Si eres escritor, no te alías con uno ni con otro. Ves diferencias, sí, y, por supuesto, ves que esta mierda es un poco mejor que aquella mierda, o que aquella mierda es mejor que ésta. Tal vez mucho mejor. Pero ves la mierda. No eres un empleado del Gobierno. No eres un militante. No eres un creyente. Eres una persona que se enfrenta de una manera muy diferente al mundo y a lo que sucede en el mundo. El militante presenta la fe, una gran creencia que cambiará el mundo, y el artista presenta un producto que no tiene cabida en ese mundo, que es inútil. El artista, el escritor serio, introduce el mundo algo que ni siquiera estaba ahí al comienzo».

*

Mil gracias al Escéptico Confuso: en vísperas del viaje me regaló la Trilogía Americana de Philip Roth, un kilo y pico de novelas que he cargado de aquí para allá durante mes y medio. Le debo muchas horas de asombro y una luxación en el hombro, hombro.

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Y en casa preocupaus (3)

De mis pies para la derecha, cientos de kilómetros de costa desértica peruana. De mis pies para la izquierda, cientos de kilómetros de costa desértica peruana y chilena. Delante de mis pies, pongamos que Nueva Zelanda o Tahití o los Estados Federados de la Micronesia o qué sé yo (¡qué ganas me han entrado de volar hacia allá, y comprobar si siguiendo siempre al sol acabas llegando a casa otra vez!). Alrededor de mis pies, quizá atraídos por ellos, varios miles de gaviotas, ostreros, garzas, flamencos, águilas pescadoras, gallinazos…

Y en casa preocupaus (1) / Y en casa preocupaus (2) / En la tercera ya voy sobrau, saludando a cámara y todo.

Es la costa de Mejía, en Perú, un punto muy especial porque aquí están las únicas lagunas litorales en un tramo de 2.000 kilómetros de costa sudamericana árida. Así que aquí paran todos los pajaricos y pajarracos que emigran desde América del Norte y la Antártida, a veces parriba, a veces pabajo, y también otros cuantos que bajan desde los Andes cuando la sequía aprieta en la montaña.

Y esto ha sido después de pasar unos días en el lago Titicaca, visitando las islas vegetales flotantes, construidas y habitadas por los uros; y en la bellísima Arequipa, desde cuya plaza se ven, si te pones de puntillas, por encima de la catedral, varios volcanes que rondan los 6.000 metros.

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Cúrese con un producto impactante de magnitud global totalmente garantizado

En la antigua China solo lo consumía el emperador. Si alguien era sorprendido tomándolo, lo condenaban a muerte. ¡El hongo Ganoderma lucidum! ¡Una historia milenaria de cuatro siglos atrás!

Leo estas noticias en la puerta de un local minúsculo, en el barrio minero de Potosí.  Hay docenas de cartelitos para atraer al cliente: “Solucione sus problemas de salud definitivamente con el hongo Ganoderma lucidum, el producto natural más impactante”. “Contiene más de 200 nutrientes vitales para la salud y 154 tipos de antioxidantes”. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Filipenses, 4:13)”.

Un viejito se pone a mi lado a leer las frases. Es un minero jubilado, me dice. Del local sale un chico joven, Luis Alejandro Choque (leo su nombre en un diploma del interior), y nos invita a pasar. El viejito minero y yo entramos con mucho gusto.

El chaval Luis Alejandro nos sienta en dos taburetes, nos pone un vídeo atronador de la empresa fabricante DXN y nos explica que es “la primera compañía de marketing multinivel con el concepto ‘Un Dragón’, el concepto de un mundo, un mercado, una mente. Es una compañía agresiva a nivel mundial con sede en Malasia. Es la compañía de los medicamentos del futuro. De las cincuenta compañías más grandes del mundo, es la más grande”.

Luis Alejandro recita con entusiasmo: “Muchos doctores van a ir al paro, muchas farmacias van a cerrar. En La Paz la gente ya está dejando de ir a la farmacia, ha salido en los periódicos”.

Según los carteles del local, el hongo oxigena el cuerpo, promueve la energía y el vigor, favorece la desintoxicación natural, ayuda a dormir, fortalece el sistema inmunológico, mejora el desempeño sexual, alivia la menopausia, cura la osteoporosis, la cirrosis, la gripe A, la soriasis, la ciática, el estreñimiento, los quistes, la artritis, la parálisis, el colesterol, el acné, el asma, la migraña, la presión alta, las úlceras, la infertilidad y el alzheimer.

Me decepciona que no cure el pie de atleta ni la fimosis. Pero callo, arrollado por el entusiasmo de Luis Alejandro: “Regenera órganos, equilibra totalmente el sistema corporal. Es un producto de magnitud global ¡totalmente garantizado!”.

Las garantías parecen realmente serias: “¡Lo ha aprobado ya el Ministerio de Salud!”, celebra Luis Alejandro. Y sacude en el aire un folio con varios membretes. Me escurro hasta la punta de la silla para leer lo que pone.

“Perdón –le interrumpo-, es que ahí pone Católica Televisión”.

“Sí: es la prueba de la publicidad que hemos contratado, sale el anuncio hoy a la una en Católica Televisión”.

Entonces entra un gancho, un señor de unos cuarenta años. Luis Alejandro le pone un taburete, entre el mío y el del minero.

“Este señor vino a verme. Tenía la barriga así de hinchada y me dijo que le tenían que sacar sangre. Yo le dije: me río de tu enfermedad. Le hice un tratamiento de mes y medio con el hongo Ganoderma. Ya no va a ir nunca más al doctor”. El hombre asiente con la cabeza pero no dice nada. El viejito minero le mira y le examina con curiosidad.

Ante la impaciencia que nos devora, Luis Alejandro empieza por fin a enseñarnos el producto.

“El café no es un lujo”, dice, “es una necesidad”. Nos enseña unas bolsitas de café de hongo Ganoderma. Se dirige al viejito minero: “Señor, cada una de estas bolsitas equivale a veinte platos de pescado”. ¡Veinte platos de pescado! La verdad, le digo a Luis Alejandro, es una suerte que ya no haya emperadores chinos. Me sonríe y remacha: “Y también tenemos la comida del astronauta: ¡Spirulina Cereal!”.

Él sigue con el viejito: “¿Cuánto pagaría usted por veinte platos de pescado?”. El viejito calla. “Pues estos sobres de café le cuestan solo 20 bolivianos cada uno (unos dos euros). Y pronto su precio se triplicará el doble. Ahora le vendemos esta caja con descuento a 110 bolivianos pero pronto valdrá 200. Y cuando usted va comprando productos, va acumulando su puntaje. Si llega a 1.800 puntos, usted ya es agente estrella de nuestra compañía. Luego puede llegar a agente estrella cualificado, a diamante, a corona, a ejecutivo. El agente diamante puede ganar 8.000 dólares mensuales. El ejecutivo, de magnitud global, gana hasta 300.000 dólares. Con el internet, su puntaje se registra globalmente”.

“El otro día vinieron los directivos de la compañía a La Paz a dar los cheques. A una señora paceña, una chola con su sombrerito, sus trenzas y su pollera larga, le dieron un cheque de 8.000 dólares. Ella no ha estudiado pero sabe hablar, sabe vender, se ha capacitado dentro de la compañía, y esa señora va a seguir escalando y puede ganar más que el presidente de la República. El Evo gana 14.000, usted puede ganar 100.000 dólares”.

Abrumado por la promesa de tanta riqueza y de una salud inmortal, decido oxigenar mi cuerpo. Me levanto, lo siento, tengo que marcharme, luego pasaré a comprar el café con hongos. El viejito aprovecha y sale conmigo. Ya en la calle, me dice:

-¿Será verdad? En internet habrá que mirar.

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Bloqueos

El autobús frenó de golpe. A la salida de la curva, la carretera estaba sembrada de piedras. En una ladera cercana seis hombres volteaban una roca enorme para tirarla sobre el asfalto; desde la cuneta varias mujeres acarreaban pedruscos; y de pronto, en el costado del autobús, estallaron varios dinamitazos.

Ya me extrañaba a mí: varias semanas viajando por Bolivia y aún no me había tocado un bloqueo. Llegamos justo cuando lo estaban montando, entre Potosí y Oruro, en mitad del altiplano, en pleno desierto.

Empezó un diálogo entre los pasajeros y los bloqueadores, quienes explicaban que cortaban la carretera para protestar contra la incautación de autos chutos (en Bolivia se han identificado miles de coches robados en Chile y Brasil, traídos de contrabando, la Policía los está confiscando y los actuales dueños bolivianos pueden quedarse sin ellos).

Una de las pasajeras se acaloró y empezó a gritar y a insultar a los bloqueadores.

-¡No insulte, señora, no insulte! –le respondió no un bloqueador, sino uno de los pasajeros, uno de los nuestros.

-¡Hay que arreglar las cosas con el diálogo! –gritó un bloqueador, partidario tanto de la roca como de la palabra.

-¡Señoras y señores, somos todos iguales! –gritó otra de los nuestras.

Enseguida se pusieron a charlar los dos bandos, de manera amistosa. Pasaron cinco minutos, no parecía que hubiera acuerdo, y algunos pasajeros se marcharon con prisas y cargando el equipaje al otro lado de la tranca, a buscar vehículos que les llevaran a Oruro.

-Vamos a esperar tranquilos media hora –dijo uno de los pasajeros que más había charlado con los bloqueadores-. Si no se arregla la cosa, empezamos a hacer presión. Pero primero es el diálogo.

A los diez minutos vino uno de los cabecillas bloqueadores:

-Señoras, señores. Nosotros comprendemos. Pueden seguir por aquel camino de tierra y salir más adelante a la carretera. Ustedes van a ser los últimos, ya no va a pasar nadie más.

*

Me he encontrado con varios bloqueos y marchas en estas semanas. Me sorprende el talante de diálogo de los bolivianos en los conflictos, lo rápido que se montan grupos de gente que discute, interviene, ordena los turnos de intervención, la insistencia en la idea de que todos tienen derecho a opinar y merecen respeto, la costumbre de hablar y hablar en busca de alguna solución consensuada. Veo una idea muy arraigada de democracia y debate hasta en las cosas más sencillas. Me hablan de la tradición comunitaria…

También veo la pujanza que tienen mil sectores de la sociedad civil, mil grupos, movimientos, asociaciones, con una idea muy poderosa de participación ciudadana, con conciencia muy fuerte de luchar por sus derechos. Y es estupendo.

Pero hay algo que me parece preocupante para el país: la facilidad con la que cualquier sector paraliza con sus protestas una ciudad, dos ciudades, medio país.

Vi cómo Potosí quedaba completamente bloqueada y paralizada durante dos días, porque los mineros cooperativistas protestaban contra el amago del Gobierno de cobrarles el IVA. Los dueños de autos de contrabando son capaces de cerrar la única carretera entre dos ciudades tan importantes como Potosí y Oruro, durante muchas horas, y nadie los echa de allí. Cerca de La Paz, los vecinos de un pueblo bloquearon otra carretera porque habían detenido a su estimado alcalde, acusado de narcotráfico.

La enorme cantidad de huelgas, paros y bloqueos a lo largo del año, con sus extensísimas repercusiones para el resto de la sociedad, pasan una factura muy cara al país.

Y nadie se atreve a meter mano a las protestas, porque Bolivia es un país en ebullición en el que una intervención de la Policía puede traer un terremoto social. Dicen que está fresco el recuerdo de Sánchez de Lozada, el presidente que huyó en helicóptero en 2003, dejando atrás docenas de muertos y una revuelta social mayúscula tras la llamada Guerra del Gas.

Hace pocos días la marcha de los indígenas contra la carretera del Tipnis consiguió que el propio presidente Evo Morales echara atrás su propio proyecto. Seguramente el cambio de idea es una buena noticia, no conozco el tema lo suficiente. Pero al margen de que la decisión sea buena o no, lo que me llama la atención es la debilidad del Gobierno y las autoridades.

“No tenemos autoridad”: me lo han dicho muchas veces, al hilo de cuestiones muy preocupantes. Me lo han dicho a propósito de la violencia brutal que se ceba con las familias del Cerro Rico, un horror al que ninguna autoridad parece atender. Me lo han dicho a propósito de los peligros de derrumbe del Cerro y de la grave contaminación minera que sufren los habitantes de Potosí: ninguna institución tiene fuerza para hacer cumplir las leyes ambientales, para velar por la salud de los ciudadanos, para frenar las salvajadas de los mineros borrachos en los fines de semana. Ni siquiera para cobrar ciertos impuestos a los mineros cooperativistas.

Son famosos los muñecos ahorcados en la ciudad de El Alto, pegada a La Paz. Como hay mucha delincuencia y la Policía no la soluciona, se han dado casos de turbas de vecinos que atrapan a supuestos ladrones y los linchan o los queman vivos. Ayer pasé por El Alto y vi los muñecos ahorcados y muchas pintadas en los barrios: “Ladrón pillado será linchado”. “Ladrón pillado será quemado”. “Auto sospechoso será quemado”.

Fotos: 1) Reuniones entre pasajeros y bloqueadores; 2) Gente que intentaba salir de Potosí caminando con sus equipajes, más allá de los cruces bloqueados, esperando encontrar algún vehículo que los lleve a su destino; 3) Un camión de mineros corta el acceso a las minas del Cerro Rico, en los días del bloqueo.

 

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La pista de carreras de los dinosaurios

«El murallón calizo de Cal Orck’o (Sucre, Bolivia) está recorrido por un impresionante baile de dinosaurios: se cruzan 462 caminatas, que suman 5.055 pisadas. Es el mayor yacimiento de huellas del mundo y ofrece una valiosísima escena de la vida de los dinosaurios en su apogeo, poco antes de extinguirse.

(Foto: Dirección de Turismo de Sucre).

El pequeño tiranosaurio corretea nervioso por la orilla del lago. La tierra retiembla, los volcanes llevan meses humeando, una neblina de gases tóxicos se extiende por la cuenca de Uyuni.

Este saurio carnívoro es una cría que mide cinco metros de largo y camina sobre dos patas, balanceando las manos cortas y la cola extensa. Va bordeando el lago, quizá en una de sus primeras cacerías: hasta aquí vienen los dinosaurios herbívoros, a beber y a comer algas, y él los acecha con precaución, porque del agua suelen emerger de repente cocodrilos voraces. El tiranosaurio se aleja. Y a las pocas horas estalla una erupción. Las cenizas sepultan el lago, incluidas las huellas aún frescas del tiranosaurio y las de otros más de doscientos saurios que pululaban por allá, que así quedan preservadas de la erosión».

Reportaje completo, hoy en Deia: La pista de carreras de los dinosaurios.

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Cuando las mineras y los curas derrocaron al dictador

En la primera línea de su libro, Filemón Escóbar se declara ateo. El resto de las páginas es un homenaje conmovedor a los curas católicos que lucharon contra las dictaduras militares bolivianas de los años 60, 70 y 80, unas peripecias tremendas, protagonizadas por sacerdotes que parecen una mezcla de Gandhi y James Bond.

Escóbar es un dirigente histórico de los sindicatos mineros y las luchas obreras, cofundador del MAS (Movimiento al Socialismo, el partido del actual presidente Evo Morales). Su libro se titula El Evangelio es la encarnación de los derechos humanos y repasa la historia de muchos sacerdotes que trabajaron en la clandestinidad, en defensa de los derechos humanos y la democracia, en tiempos de dictaduras brutales que fueron financiadas y organizadas por la CIA dentro de la Operación Cóndor. Muchos curas fueron detenidos, expulsados, torturados o asesinados por los militares.

Uno de los curas que el libro menciona continuamente es el navarro Gregorio Iriarte. Gracias al contacto que me dio Miguel Sánchez-Ostiz, visité a Iriarte en su casa de Cochabamba hace dos años. Encontré a un hombre amabilísimo, jovial, que me atendió una mañana entera, en la que fue desgranando recuerdos de las masacres militares que presenció en las minas, las luchas clandestinas junto con otros curas y políticos en defensa de los derechos humanos, los libros que escribió en secreto y sin firmar y que contribuyeron a derribar dictaduras sostenidas por el narcotráfico…

Su relato incluía una de mis historias favoritas de la Guerra Fría: el encuentro en la zona minera de Llallagua entre el cura Iriarte y el líder comunista Federico Escóbar (padre de Filemón), en una época en que la radio de los curas y la radio de los comunistas se peleaban a dinamitazo limpio; su posterior amistad y la tremenda aventura en la que Iriarte acompañó en una fuga a través de Bolivia a Escóbar para que no lo mataran los militares del dictador Barrientos. La historia está contada en esta entrevista que escribí:  El infierno en el que vivían los mineros me abrió los ojos ; que después sigue con dos partes más: Planearon el ataque al campamento minero para conseguir una matanza ; Evo ha dado voz a los excluidos pero le falta un proyecto mejor trabajado. (Euskaraz: «Meatzariak infernuan bizi zirela ikusita zabaldu zitzaizkidan begiak«).

El pasado miércoles visité de nuevo a Gregorio Iriarte en la residencia de los padres oblatos en Cochabamba. Tiene 85 años y no para de trabajar. Acaba de publicar su vigésimo libro y sigue actualizando y reeditando su famosísimo Análisis crítico de la realidad, un repaso enciclopédico a la historia y la actualidad boliviana, que lleva ya 17 reediciones.

Tuvo paciencia para aguantar mis preguntas durante media tarde. Entre las muchas cosas que me contó, os dejo aquí, debajo de su foto sacada el miércoles, un episodio famoso: el de la huelga de hambre de las cuatro mujeres mineras que en 1978 derrocaron al general Banzer, una estrategia en la que Iriarte jugó un papel organizador crucial y que él, siempre discreto, no suele mencionar.

“Las cuatro mujeres mineras querían instalarse en el Obispado para hacer la huelga de hambre, como único lugar seguro. El Gobierno de Bánzer se decía muy católico, así que ellas pensaban que no mandarían a la Policía a entrar allí. A mí me pareció un poco feo hacerlo sin el consentimiento del obispo, así que fui a contárselo. Le pareció bien. ‘Pero esas mujeres vendrán sin armas ni dinamita ni nada, ¿no?’, me preguntó. Sí, sí, sin problema.

“Las cuatro mujeres iniciaron la huelga de hambre y nuestra idea era extender más grupos de ayuno en muchos sitios: se reunieron grupos en las iglesias, en otras ciudades…  Y en la sede de Presencia, el periódico de los obispos, se pusieron en huelga Luis Espinal [un jesuita catalán que fue torturado y asesinado por orden del dictador García Meza en 1980], Domitila y otras mujeres. El movimiento se extendió por todo el país y llegó a haber 3.000 personas en huelga de hambre.

“A medianoche recibí una llamada: la Policía había allanado la sede de Presencia y había detenido a los huelguistas. Llegamos allá, había muchísima policía, armamos un lío, nos enfrentamos a los mandos… A mí me identificaron y me echaron. Al día siguiente apareció en mi casa una muchacha, vestida de negro, pidiéndome ayuda porque su padre estaba preso… En realidad era una agente que venía a ver si yo estaba en casa. En la calle, a media cuadra, había un jeep del ministerio del Interior. Ella fue adonde los policías y les avisó, les explicó cómo era yo, para que me detuvieran. Yo vi lo que iba a pasar. Y decidí salir a la calle, porque en mi casa estaba escondido Marcelo Quiroga Santa Cruz [político socialista y escritor, también asesinado por García Meza en 1980] y no quería que lo encontraran. Así que salí y enseguida me apresaron.

“Al llegar al ministerio del Interior, el capitán abrió un armarito, hizo sacar los papeles viejos y los archivos que había allá, y me obligó a meterme. Tenía espacio justo para estar dentro de pie, bien apretado. Lo pasé mal, me ahogaba. Todavía hoy me queda el olor a polvo de aquel armario. Me metieron a la una y media del mediodía y me tuvieron así hasta las nueve de la noche. Uno de los tiras [matones a sueldo] tuvo miedo de que me ahogara y, sin que le viera el capitán, metió un cartoncito doblado en la puerta para que me entrara un poco de aire.

“A las nueve, cuando se fueron los mandos, los tres tiras que se quedaron a guardarme me abrieron la puerta y me trajeron el sillón del capitán para que me sentara. ‘Este capitán es muy malo’, me dijo uno de ellos. Tuvimos una charla amigable. En Bolivia eso se da. Con todas las macanas que tenemos, siempre queda una calidez humana… Yo les dije: ‘Ustedes deben de ganar mucha plata para tener un trabajo tan feo’. No, me dijeron, no hay trabajo, no podemos hacer otra cosa… `Pues yo les voy a conseguir trabajo, cuando salga de acá’. Los tres vinieron a darme sus nombres y sus teléfonos, ‘sí, padre, consíganos un trabajo…`. Uno de ellos salió a buscarme una manta, para pasar la noche en aquel despacho tan frío. Y volvió acompañado por otro hombre. Era otro tira: también venía a darme su teléfono para que le consiguiera un trabajo.

“A mí me dio pena no tener encima algo de dinero. Porque estoy seguro de que esa noche hubiera podido escaparme. Les hubiera invitado: ‘Tomen, por qué no celebramos, por qué no van y compran unas botellas de singani, que la noche es larga…’.

“A las dos o tres de la mañana, me hizo llamar el ministro Gallo, que estaba en el piso de encima. Me hizo sentarme delante de la mesa, y con una voz muy triste, me dijo: ‘Padre, ha ganado la democracia’. El general Banzer, acosado por las huelgas de hambre en todo el país, había firmado su renuncia.

“Me dejaron libre. Salí a la calle y encontré a más gente que salía. Celebramos una gran fiesta, nos abrazamos, lloramos. Fue el triunfo de las mujeres mineras”.

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Violencia en el Cerro (2): mujeres contra el horror silenciado

Viene de Violencia en el Cerro (1)

El primer día no, pero el cuarto o el quinto, las mujeres y los niños del Cerro empiezan a contarte historias tremendas. Lo terrible es que se repiten, con pequeñas variantes, en casi todas las casetas de adobe. Una señora te explica que tuvo dos abortos por las palizas que le daba su marido, te enseña las cicatrices, las huellas de los mordiscos, te cuenta cómo le arrancaba el pelo, todo delante de sus hijos, a quienes también zurraba de vez en cuando. Te hablan de maridos que se marchan con otra señora, se llevan los dos muebles y las dos camas que habían conseguido comprar en la familia, desaparecen dos años y regresan cuando están enfermos de mal de mina, para que la mujer se ocupe de ellos. Te cuentan historias de niñas violadas por extraños y por familiares. De coches de mineros borrachos que aparecen a las tres de la madrugada en el Cerro, y lanzan al camino a niñas atadas de pies y manos, violadas, ensangrentadas, que cuando son liberadas no son capaces de decir una palabra, mudas del espanto. Te indican dónde vive la adolescente que quedó embarazada dos veces tras dos violaciones, que dio a luz a dos bebés y los mató y los enterró a los dos.

El Cerro es un territorio sin ley, de violencia brutal. Acá arriba nunca llega la Policía. Las mujeres no denuncian nada, ni prestan testimonio cuando son testigos de barbaridades. “Vino la familia del minero a decirnos que nos conocían”, me contó una guarda, que una noche auxilió a una joven recién violada y arrojada en el Cerro por ese minero al que la familia protegía con amenazas.

Las mujeres son casi siempre viudas, porque los mineros mueren pronto de silicosis o en accidentes. Y tienden a excusar a los difuntos: es que el hombre tenía trabajos infernales, salía muy cansado de la galería, muy estresado, bebía mucho…

Acaso las mujeres no tienen trabajos muy duros en las bocaminas, acaso no viven estresadas, teniendo que mantener a montones de hijos sin apenas plata, acaso no viven nerviosas por los peligros del Cerro. Y ellas no pegan (bien: pegan mucho menos, porque también hay casos de madres que zurran a los hijos, la violencia está extendidísima).

En el primer viaje a Potosí, en 2009, descubrimos las condiciones horribles en las que trabajan los mineros. Ese parece ser el gran drama del Cerro, el interior de la mina. Y es un gran drama, sin ninguna duda. Pero si rascas un poco, descubres que en el exterior, en las casetas, se viven infiernos todavía peores. Infiernos casi siempre producidos por hombres, en los que las víctimas son casi siempre mujeres y niños.

No se puede entender el horror sin tener en cuenta la imagen tan arraigada y prestigiosa del minero supermacho. Son tipos muy duros, que se juegan la vida en condiciones de trabajo espantosas, que llevan a gala su coraje. A cambio del riesgo suelen ganar mucho dinero, mucho más que cualquier otro trabajador, y cuando salen de la galería se creen los reyes de la ciudad, con derecho a todo. Gastan millonadas en todoterrenos (hay que ver la cantidad de cochazos que circulan por Potosí, tremendos tanques), en juergas que duran de viernes a lunes, borracheras, putas, el fin de semana gastan todo lo que han ganado entre semana. Si pasa una mujer cerca y les gusta, se sienten con derecho a hacer lo que quieran con ella. Igual con su familia y sus hijos. Son mineros, llevan una vida muy dura, ganan plata y por tanto tienen derecho a divertirse sin obstáculos.

Ese papel de tipo duro de última frontera no afecta solo a las familias, a los casos de violencia dentro de casa. Hablé con juntas de vecinos del barrio minero: están asustados por los desmadres que se organizan todos los fines de semana. Los mineros cobran el viernes al mediodía y por la tarde empiezan a llegar al barrio de las cantinas y los burdeles con sus todoterrenos. Algunas cuadrillas se encierran con putas en una taberna y no salen en dos días. O van de cantina en cantina, montando broncas. De vez en cuando hay peleas a muerte con los rateros que vienen a levantarles la pasta a los mineros forrados y bebidos. Los mineros tienen plata y poder. Toman el barrio. Los vecinos encierran en casa a los niños, hasta que llega el lunes.

Son un sector muy poderoso. Ahora el Gobierno quería empezar a cobrarles el IVA (algo razonable, una ley que debió entrar en vigor en 1987 y que desde entonces ningún Gobierno se ha atrevido a imponerles) y los mineros bloquearon y paralizaron Potosí durante dos días, hasta que les aseguraron que no les tocarían el bolsillo. No hay policía que frene sus desmanes ni autoridad que les imponga obligaciones.

En Cepromin acaban de librar una batalla feroz para conseguir que enjuiciaran y condenaran a un minero que violó a una chica de 13 años. Por fin, un juicio. Estas mujeres tan valientes tuvieron que pedir ayuda personal a la ministra de Justicia para que apoyara el caso, porque la impunidad es la regla general. Quieren sentar precedentes, quieren que los mineros sepan que hay castigos. Ahora quieren pegar carteles en las bocaminas, para advertir a los mineros de que pueden ser castigados. También quieren ir y dar algunas charlas en las minas sobre la violencia de género. Todavía no se atreven, dicen, pero tienen que hacerlo.

Entrevisté a la presidenta del comité nacional de amas de casa mineras. Ellas luchan en las bocaminas, en las empresas mineras, en las familias, contra la violencia de género. Impulsan campañas de concienciación por la igualdad… Tela marinera.

La lucha de estas mujeres de las minas contra ese horror silenciado necesita ser contada y divulgada, con urgencia.

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Violencia en el Cerro (1): «Hice renegar a mi tío»

Mercedes Cortez entra en la sala como un huracán. Corre, saluda, ríe, agarra el micrófono y habla a las doscientas personas reunidas. Es una muchedumbre de niños y niñas, de mamás, y al fondo de la sala de la fundación Voces Libres, serios y tímidos, los extraños protagonistas del acto: unos treinta papás mineros. Todos viven en las laderas del Cerro Rico.

Mercedes empieza cantando, bailando, pidiendo al público que le imite. Los niños y las mamás corean los gritos de Mercedes, bailan, se parten de risa.

Después saluda a los papás y les agradece la presencia. “Es muy importante, porque hoy vamos a hablar del buen trato. Vamos a darles a los papás la tarjetita con las diez reglas de oro del buen trato. Y les vamos a vacunar con la vacuna antipegánica. ¿Para qué será esa vacuna?”. Los niños gritan: “¡Para que no peeeeeguen!”.

Sigue Mercedes. “Hoy estaremos más regalonas con los papás, no se me enfaden las señoras. Vamos a regalar una pelota a los papás buenos y valientes que se atrevan a salir y a decirnos qué es para ellos el buen trato”.

Empieza el teatrillo: salen niños voluntarios y Mercedes representa con ellos escenas típicas. La pequeña Guadalupe se ensucia y su mamá le chilla, le insulta, le desprecia. “Wawas (niños), ¿cómo está ahora Guadalupe?”. “¡Triiiiiiste!”. Mercedes explica la importancia de las palabras de amor: no se compran en el mercado, no cuestan plata, y cuesta lo mismo decir “¡carajo!” que decir “¡cariño!”.

Siguen otras escenas: discusiones entre papá y mamá, el papá borracho que pega a la esposa y a los hijitos… Los niños reconocen perfectamente las escenas, las siguen, completan los diálogos típicos, las broncas. Mercedes habla del maltrato psicológico, de los traumas que la violencia y el desprecio dejan a los niños para siempre, de la atención que papás y mamás deben prestar a sus hijitos, del derecho que tienen los pequeños a jugar, a ensuciarse, a ser traviesos y a perder cosas sin que eso jamás justifique ninguna violencia, habla de las ventajas de educar con cariño, de los abusos sexuales que jamás se deben permitir…

“¿Alguien de ustedes, wawas, tiene un moratón?”, pregunta Mercedes.

Algunos alzan la mano, se señalan unos a otros. Saben bien quiénes han sido golpeados recientemente. Un crío garboso de tres años, medio tapado con una capucha, se levanta y se acerca a Mercedes. Ella se agacha y descubre que el chico tiene un ojo hinchado y morado. “¿Qué te ha pasado, hijito?”. El chico calla. Al final dice en voz baja: “Me he caído”.

Sale otro chico de ocho años. Se levanta la camiseta y descubre un cuerpecito lleno de moratones. Le han dado una paliza tremenda. A preguntas de Mercedes, dice que fue su tío. “¿Por qué te pegó?”. “Es que le hice renegar”. “¿Por qué?”. “Perdí la llave”.

*

Al final del acto, Mercedes invita a los papás mineros a que salgan al micrófono a dar consejos para el buen trato. Cuando lo hacen, reciben de regalo un balón, la tarjeta con las diez reglas de oro (te abrazo todos los días y te digo que te quiero; en lugar de golpearte y gritarte, te escucho; te doy tareas en casa teniendo en cuenta tu edad; te dedico mi tiempo libre en lugar de ir a beber con mis amigos…) y un cartel para pegar en casa, con el dibujo de un papá monstruo (que chilla y pega a su familia) y de un papá héroe (que juega y escucha).

Dicen los papás: tenemos que dar confianza a las wawas para que nos cuenten sus problemas, nunca tenemos que pegar ni pellizcar, tenemos que llevar a las wawitas de la mano a la escuela, no tenemos que beber tanto y no debemos llegar borrachos a casa…

Sigue en «Violencia en el Cerro (2): mujeres contra el horror silenciado«.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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