Bloqueos

El autobús frenó de golpe. A la salida de la curva, la carretera estaba sembrada de piedras. En una ladera cercana seis hombres volteaban una roca enorme para tirarla sobre el asfalto; desde la cuneta varias mujeres acarreaban pedruscos; y de pronto, en el costado del autobús, estallaron varios dinamitazos.

Ya me extrañaba a mí: varias semanas viajando por Bolivia y aún no me había tocado un bloqueo. Llegamos justo cuando lo estaban montando, entre Potosí y Oruro, en mitad del altiplano, en pleno desierto.

Empezó un diálogo entre los pasajeros y los bloqueadores, quienes explicaban que cortaban la carretera para protestar contra la incautación de autos chutos (en Bolivia se han identificado miles de coches robados en Chile y Brasil, traídos de contrabando, la Policía los está confiscando y los actuales dueños bolivianos pueden quedarse sin ellos).

Una de las pasajeras se acaloró y empezó a gritar y a insultar a los bloqueadores.

-¡No insulte, señora, no insulte! –le respondió no un bloqueador, sino uno de los pasajeros, uno de los nuestros.

-¡Hay que arreglar las cosas con el diálogo! –gritó un bloqueador, partidario tanto de la roca como de la palabra.

-¡Señoras y señores, somos todos iguales! –gritó otra de los nuestras.

Enseguida se pusieron a charlar los dos bandos, de manera amistosa. Pasaron cinco minutos, no parecía que hubiera acuerdo, y algunos pasajeros se marcharon con prisas y cargando el equipaje al otro lado de la tranca, a buscar vehículos que les llevaran a Oruro.

-Vamos a esperar tranquilos media hora –dijo uno de los pasajeros que más había charlado con los bloqueadores-. Si no se arregla la cosa, empezamos a hacer presión. Pero primero es el diálogo.

A los diez minutos vino uno de los cabecillas bloqueadores:

-Señoras, señores. Nosotros comprendemos. Pueden seguir por aquel camino de tierra y salir más adelante a la carretera. Ustedes van a ser los últimos, ya no va a pasar nadie más.

*

Me he encontrado con varios bloqueos y marchas en estas semanas. Me sorprende el talante de diálogo de los bolivianos en los conflictos, lo rápido que se montan grupos de gente que discute, interviene, ordena los turnos de intervención, la insistencia en la idea de que todos tienen derecho a opinar y merecen respeto, la costumbre de hablar y hablar en busca de alguna solución consensuada. Veo una idea muy arraigada de democracia y debate hasta en las cosas más sencillas. Me hablan de la tradición comunitaria…

También veo la pujanza que tienen mil sectores de la sociedad civil, mil grupos, movimientos, asociaciones, con una idea muy poderosa de participación ciudadana, con conciencia muy fuerte de luchar por sus derechos. Y es estupendo.

Pero hay algo que me parece preocupante para el país: la facilidad con la que cualquier sector paraliza con sus protestas una ciudad, dos ciudades, medio país.

Vi cómo Potosí quedaba completamente bloqueada y paralizada durante dos días, porque los mineros cooperativistas protestaban contra el amago del Gobierno de cobrarles el IVA. Los dueños de autos de contrabando son capaces de cerrar la única carretera entre dos ciudades tan importantes como Potosí y Oruro, durante muchas horas, y nadie los echa de allí. Cerca de La Paz, los vecinos de un pueblo bloquearon otra carretera porque habían detenido a su estimado alcalde, acusado de narcotráfico.

La enorme cantidad de huelgas, paros y bloqueos a lo largo del año, con sus extensísimas repercusiones para el resto de la sociedad, pasan una factura muy cara al país.

Y nadie se atreve a meter mano a las protestas, porque Bolivia es un país en ebullición en el que una intervención de la Policía puede traer un terremoto social. Dicen que está fresco el recuerdo de Sánchez de Lozada, el presidente que huyó en helicóptero en 2003, dejando atrás docenas de muertos y una revuelta social mayúscula tras la llamada Guerra del Gas.

Hace pocos días la marcha de los indígenas contra la carretera del Tipnis consiguió que el propio presidente Evo Morales echara atrás su propio proyecto. Seguramente el cambio de idea es una buena noticia, no conozco el tema lo suficiente. Pero al margen de que la decisión sea buena o no, lo que me llama la atención es la debilidad del Gobierno y las autoridades.

“No tenemos autoridad”: me lo han dicho muchas veces, al hilo de cuestiones muy preocupantes. Me lo han dicho a propósito de la violencia brutal que se ceba con las familias del Cerro Rico, un horror al que ninguna autoridad parece atender. Me lo han dicho a propósito de los peligros de derrumbe del Cerro y de la grave contaminación minera que sufren los habitantes de Potosí: ninguna institución tiene fuerza para hacer cumplir las leyes ambientales, para velar por la salud de los ciudadanos, para frenar las salvajadas de los mineros borrachos en los fines de semana. Ni siquiera para cobrar ciertos impuestos a los mineros cooperativistas.

Son famosos los muñecos ahorcados en la ciudad de El Alto, pegada a La Paz. Como hay mucha delincuencia y la Policía no la soluciona, se han dado casos de turbas de vecinos que atrapan a supuestos ladrones y los linchan o los queman vivos. Ayer pasé por El Alto y vi los muñecos ahorcados y muchas pintadas en los barrios: “Ladrón pillado será linchado”. “Ladrón pillado será quemado”. “Auto sospechoso será quemado”.

Fotos: 1) Reuniones entre pasajeros y bloqueadores; 2) Gente que intentaba salir de Potosí caminando con sus equipajes, más allá de los cruces bloqueados, esperando encontrar algún vehículo que los lleve a su destino; 3) Un camión de mineros corta el acceso a las minas del Cerro Rico, en los días del bloqueo.

 

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