Archivo octubre 2011

Reencuentro con Abigaíl, dos años después

Estos días he entendido mejor un detalle crucial en la historia de Abigaíl Canaviri, la niña de 14 años que protagonizó el reportaje Mineritos. Cuando la conocimos en 2009, trabajaba en el Cerro Rico de Potosí, en unas galerías deterioradas y muy peligrosas, empujando vagonetas con cientos de kilos de mineral, a cambio de dos euros diarios. En esa época incluso trabajaba sin cobrar nada, en una situación muy parecida a la esclavitud, porque debía cancelar una deuda injusta que los mineros cargaban a su madre viuda, guarda de la bocamina. El detalle crucial es que Abigaíl trabajaba de noche.

¿Por qué de noche? Entonces creí que por una cuestión de turnos: los mineros trabajaban durante el día y, al acabar su jornada, Abigaíl entraba para sacar las rocas que ellos habían extraído en el fondo de la galería.

Estos días Abigaíl me ha aclarado la verdadera razón. Estaba obligada a trabajar, porque en casa no les llegaba ni para comer, pero pidió el turno de noche porque no quería faltar a la escuela.

En la escuela a veces se dormía, agotada por el acarreo nocturno. Los demás niños se reían de ella. Le costaba mucho aprobar las asignaturas. Le faltaban cuatro años para terminar la Secundaria y ella estaba empeñada en seguir estudiando: sabía que era su única posibilidad de aprender otra profesión, su única posibilidad de escapar de la mina y sacar de allí a su madre y a su hermanita.

Pues bien: han pasado dos años y a Abigaíl, con 16, solo le faltan otros dos para acabar la Secundaria. A pesar de todos los pesares, va a curso por año.

(Foto: Abigaíl hace la tarea escolar en su caseta del Cerro –el guion de un programa de radio-, junto a su madre doña Margarita y su abuela doña Juana).

Abigaíl está mejor que hace dos años. A menudo ayuda a su madre en las tareas de palliri, barriendo el mineral sobrante de la canchamina para juntarlo, machucarlo a martillazos y conseguir algunos pedazos de zinc. En tres meses de trabajo separan el suficiente mineral como para llenar un camión de seis toneladas, cobrar unos 100 euros y completar así el sueldo que cobra la madre, como guarda, de unos 40 euros mensuales. En eso trabaja Abigaíl, pero ya hace nueves meses que no entra a la mina. Aquella deuda esclavizadora quedó zanjada con la ayuda de Cepromin y algunos donantes.

Abigaíl se puso muy enferma en 2010. Después de unos dolores muy fuertes, descubrieron que su riñón izquierdo no funcionaba, y es probable que se lo tengan que extirpar. Dice que lo va a perder por culpa de la mina, por haber pasado la adolescencia envenenándose la sangre con sustancias tóxicas: su padre, que murió de silicosis como tantísimos mineros, también tenía un riñón inutilizado. Ella se queja de dolores de espalda, por los trabajos de palliri, y de dolores de cabeza por la contaminación de las minas. La familia sigue padeciendo unas condiciones muy duras en su caseta del Cerro y convive con algunas historias terribles.

Aun así a Abigaíl se le ve fuerte, es una chica muy madura, inteligente, con las ideas muy claras. Estudia con el apoyo de Cepromin y empieza a pensar en la universidad: quiere irse a Llallagua, para vivir unos años en otro sitio, y estudiar Contabilidad.

Princesa por accidente

He pasado varios días con Abigaíl, con su madre doña Margarita y con su tía doña Elena, presidenta de la asociación de guardas de bocaminas. Un día nos dijimos que ya bastaba de historias tristes y pensamos un plan: tomarnos la tarde libre para bajar a la ciudad. Abigaíl me pidió que la invitara al cine. Se apuntaron al plan su madre, su hermanita Jocelyn, la tía Elena, y la prima Aleida con su hijo Abelito. Conmigo, cuadrilla de siete.

Paseamos por la plaza y la catedral, y luego fuimos al cine. Abigaíl quería ver Princesa por accidente: la historia de una chica camarera de Texas que ahorra para ir de viaje a París, allí la confunden con una princesa y pasa una semana viviendo de lujo en lujo, de gala en gala, con romance incluido. Les encantó la película. Muy chistosa, decían. Y ojalá me confundan a mí, decía doña Margarita. ¿París es de verdad así, con esa torre tan grande? ¿Y hay hoteles como el de la princesa?

Luego hubo debate para cenar: pollo o pizza. Ganó el pollo frito con papas y cocacola. Y de postre, helados de ositos y helados de payasitos.

Abigaíl pidió un osito y eso le recordó una historia, de cuando comió un conejito. Resulta que en 2009  fue a La Paz a un congreso de niños trabajadores, elegida en votación como niña diputada por Potosí. Pasó una semana en La Paz y pudo intervenir en el Congreso ante Evo Morales: le pidió que construyera casas con luz y agua en el Cerro Rico. Evo le dijo que se haría. Nunca se hicieron, claro. Era el mes de Pascua y Abigaíl gastó cincuenta centavos en un conejito de chocolate así de chiquito (abrió el pulgar y el índice un par de centímetros). La poca plata que tenía la gastó en un conejo bien grande de chocolate que quería llevar a su familia: «Pero en el autobús empecé a comerle un poco la colita, luego el cuerpecito, luego las orejitas… y me lo comí todo». Su familia no conocía la historia y nos tronchamos de risa.

Aquí hay siete fotos de esa tarde de cine y merienda.

Y aquí tenéis a Abigaíl, posando con la revista italiana Popoli, en cuya portada aparece la foto que le hizo Dani Burgui en 2009.

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Risas en el Cerro (y debates sobre cooperación)

Visto desde la ciudad, el Cerro Rico de Potosí es imponente, emblemático, icono de la historia y tal. Visto en sus propias laderas, es una escombrera, un basural, una pirámide de mierda.

En cuanto escarbas un poco entre las familias mineras del Cerro, emergen a borbotones historias de accidentes, enfermedades, contaminaciones, hambrunas, palizas, violaciones, la miseria más negra, siempre la misma injusticia, siempre repetida, tantas vidas descalabradas en el mismo vertedero.

En medio del infierno, los centros de Voces Libres y Cepromin son unos benditos oasis. Allí atienden las necesidades básicas de los niños y las niñas del Cerro, intentan protegerles de las peores violencias, intentan formarlos para que sigan estudiando y sean capaces de buscarse otras vidas fuera de aquí. También ofrecen becas y formación a las mujeres, para que opten a otros empleos, consigan independencia económica y se marchen a vivir con sus familias a lugares más sanos y seguros.

En esos centros hay decenas de críos que comen, se lavan, se dan cremas hidratantes en sus caritas ya cuarteadas, se vacunan, van a clase, reciben terapia, juegan en el patio, ¡se ríen! Pregunta a las educadoras y trabajadoras sociales por cualquiera de ellos y  en nueve de cada diez casos escucharás una historia espantosa. Pero allí les ves reír.

He pensado mucho en el intento de debate que tuvimos en este blog sobre la cooperación al desarrollo y los peligros del asistencialismo, sobre la duda de si nuestra y vuestra colaboración con la Escuela Robertito no está sustituyendo una tarea que deberían hacer las instituciones bolivianas, si este tipo de ayuda no contribuye a mantener la situación de injusticia y pobreza, en vez de cuestionar y atacar las bases del problema.

No me parecen empeños incompatibles. Copio de la declaración de principios de Cepromin: “Buscamos el desarrollo de la conciencia crítica, el fortalecimiento de organizaciones para promover cambios políticos, económicos, sociales y culturales que mejoren la calidad de vida y las condiciones de trabajo de la población”. Y en eso andan con diversas organizaciones en el mundo minero, además de dar desayunos a niños hambrientos.

El debate crítico sobre la cooperación me parece muy acertado y necesario, porque a menudo produce efectos perversos. Pero a mí, en el Cerro, ese debate se me cae a los pies.

Sé que esto no es racional, sé que es una reacción emotiva, sé que las cosas hay que decidirlas con la sangre fría, sé que la postura crítica tiene mucha razón.  Pero en el Cerro me pareció que el debate era como si hubiera un niño ahogándose en las corrientes de la Zurriola y nos juntáramos en la orilla a discutir si tiene que ir a salvarlo la Cruz Roja, la Ertzaintza o alguno de nosotros. Me parece que es posible extender el brazo hacia las aguas y a la vez trabajar, relatar, publicar, criticar y exigir que el Gobierno ponga socorristas.

Un ejemplo: a raíz de ciertos ecos de trabajos periodísticos, ahora las cooperativas mineras están siendo más estrictas en el control del acceso de niños trabajadores a las minas.

Por eso sigo convencido de que debemos continuar apoyando a la Escuela Robertito y os animo a seguir haciéndolo en www.mineritos.org . También me gustaría mucho extender la ayuda a Cepromin, esa organización boliviana de apoyo y crítica, que hace una labor fantástica.

 

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Huele feo

El minero Félix se mete en una galería lateral y la ilumina con la lámpara: las paredes irradian un resplandor azul. Puro arsénico, dice. Allá al fondo hay un pozo de gas que tiene sus horas: a veces sale gas, a veces no. Dos compañeros se sentaron acá cerca en un descanso, para pijchear coca y fumar un cigarro, el gas les envolvió y ya nunca más se levantaron. Si te envuelve el gas, te mareas, ves borroso y no puedes hablar. Para sobrevivir, tienes que hacer una maniobra rápida. Sacarte la bota y llevártela a la nariz y a la boca. Respiras dentro de la bota y sales corriendo de la galería.

Huele feo, ¿no?, dice Félix. Salimos con las dos botas puestas.

Para llegar hasta allá hay que meterse por galerías que se bifurcan y se bifurcan y se bifurcan, trepar por rampas con 40 grados de inclinación, ponerse a cuatro patas y avanzar reptando por gusaneras sin levantar el cuello, para no golpear con la cabeza las vigas de eucalipto que se comban –o que ya están quebradas- bajo el peso de la montaña. Así se llega al punto donde te enderezas, bufas y dices que el infierno es azul y huele feo.

Pero oler feo, oler feo, huele fuera. En la gran escombrera tóxica, que ya no es otra cosa el Cerro Rico de Potosí.  Entre los desmontes grises, entre los pedregales rojos, hay casetas de adobe que parecen dados lanzados ladera abajo, apuestas siempre perdidas. De allí salen las viudas que parten piedras, los mineros silicóticos que aún perforan la roca con mazo y cincel, los niños que empujan carretillas. Salen del verdadero infierno del Cerro Rico, de donde huele muy feo, de las casetas.

Por el ventanuco de una de esas casetas, asoma la cara de una niña. Mira a quienes pasan por el camino, sin un gesto. Siempre la verás ahí, me explican, mirando por la ventana. Es Carmencita. Acaba de cumplir 14 años y acaba de dar a luz. La violó un minero. Dejó de ir a la escuela porque le daba vergüenza. Ahora no sale de la caseta. El que sale es Miguelito, su hermano pequeño, de 4 años, con chándal y sombrero, contento, corriendo hacia los visitantes, aleteando los brazos.

Me habla muy bajo un chico de 15 años. Se llama Johnny. Cuesta entenderle. Me agarra de la mano y me lleva por la ladera. Habla y habla, me enseña los desmontes, las grietas, la cisterna de agua, la casita de plástico que construyó para que jueguen los niños pequeños. Habla muy suave. Tarda media hora en mencionar a su padre. Era perforista, tragaba harto polvo, ahora está enfermo de mal de mina, además le dio un ataque y tiene paralizado un brazo. El chico quiere estudiar inglés para ser astronauta. Tarda otra hora en explicarme la pesadilla que le visita muchas noches: las manos grandes de su padre, manos de perforista, que le golpean y le golpean. Hasta mis diez años me pegó, dice, ahora soy mayor. Pero mi cabeza ya no va bien.

Johnny no cuenta más. Las educadoras que cuidan de él me completan la historia del padre: un minero que violó a dos primas suyas, que se acabó emparejando con la que quedó embarazada –así nació Johnny-, a la que le hizo cuatro hijos más, que fue expulsado del trabajo porque se perdía borracho por el Cerro y peleaba con los compañeros; entonces se llevó a la familia a casa de la otra prima y su pareja, que ya tenían otros cinco hijos; y así acabaron catorce personas viviendo en una caseta de adobe en la ladera del Cerro. Me cuentan que el minero pega a su pareja, a sus hijos, a su otra prima, que abusa de las mujeres y de las niñas. Que obliga a las chicas de ocho y diez años a ver películas porno, para ir preparando el terreno. Que ahora, sí, está enfermo.

Acompaño al doctor a visitar al minero en su caseta. Sale a recibirnos la mujer, dando de mamar a un bebé de tres meses, el último hijo del minero. Dice: Alberto está muy malito, doctor. Antes salía cojeando y se sentaba acá en las rocas. Pero ya no mueve el brazo ni la pierna. No se mueve de la cama. Le pongo pañal pero se lo quita y se alivia encima.

El doctor entra a la penumbra de la caseta. El minero, una cara abotargada entre mantas, comienza a gemir. Me duele. No me quiero morir. Tengan piedad de mí. La silicosis le ahoga, rompe a toser hasta el borde de la asfixia, y cuando respira de nuevo, llora suave.  Desde fuera veo la mano con la que sueña Johnny, una mano paralizada, caída a un costado de la cama, hinchada, violeta.

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«Eta: me encontraréis en Atocha»

Mi tío abuelo Juan Alcorta tenía un almacén de aceites en la Parte Vieja donostiarra. En los años 50, convenció a los once almacenes de aceite que había en Guipúzcoa y fundó Koipe. Como dueño de los vinos Alcorta, hizo lo mismo en ese gremio y fundó Savin (ahora Bodegas y Bebidas). En 1975 fue uno de los fundadores de Bankoa (Banco Industrial de Guipúzcoa).

En 1980 recibió una carta amenazante de Eta en la que le pedían 20 millones de pesetas bajo la acusación de ser un burgués.

El 29 de abril de 1980, Juan Alcorta publicó en todos los periódicos vascos una carta abierta a Eta. Sobre la acusación de ser un burgués, respondió: «Así será si Eta lo dice, pero me extraña que saquen la conclusión de que debo purgar ese delito dándoles el dinero a ellos». Se le planteaban cuatro opciones: 1) pagar, 2) negociar con Eta, 3) marcharse de Euskadi; y la que al final decidió: 4) «no pagar, no negociar y seguir viviendo aquí, poco o mucho, no lo sé».

«Sé que con esta decisión puedo poner en peligro los años que me quedan de vida, pero hay algo en mi conciencia, en mi manera de ser, por la que prefiero cualquier cosa que ceder a un chantaje que está destruyendo mi tierra. (…). Los vascos no somos cobardes».

«Eta: seguiré viviendo como he vivido siempre. Me veréis en las empresas de las que soy responsable. Me veréis en Atocha, aplaudiendo a la Real. Me veréis en algún partido de pelota. Me veréis en alguna sociedad popular cenando (…). Así pues, no tendréis necesidad de buscarme, como decíais en la carta”.

Juan Alcorta murió en diciembre de 2004 en San Sebastián, aquejado de alzheimer.

Si estuviera en casa, abriría una botella de Alcorta para brindar por él y por los que fueron tan valientes como él contra los asesinos.

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Palliris: las picapedreras de Potosí

Caminan entre los desmontes del Cerro Rico de Potosí, se agachan ante un montón de pedruscos y los seleccionan: arrojan a un lado los que no valen y guardan en un saco de lona los que prometen un poco de plata o de zinc.

Luego se sientan en mitad del pedregal y parten las piedras a martillazos, una tras otra, una tras otra, una tras otra, desde las cuatro de la madrugada hasta las cuatro de la tarde. Cuando trabajan así, doce horas, pueden ganar 50 o 60 bolivianos (cinco o seis euros). Otros días trabajan menos horas. A veces les ayudan sus hijitos y sus hijitas, cuando hay harta carga.

(Doña Petrona, machucando piedras)

Son palliris: picapedreras. Doña Ambrosia (38 años), doña Rosalía (48), doña Petrona (67). Unas son viudas de mineros muertos por silicosis. Otras consiguieron huir de maridos borrachos que las golpeaban a diario, a ellas y también a sus hijos, que quedaron “bien traumados”.

Tienen las espaldas dobladas, dolores de riñones, los dedos deformados, a veces reventados.  Pero sólo se quejan de los vendavales de polvo –“nos friegan los ojos”-, porque, por lo demás, dice doña Ambrosia, “qué trabajo no es duro, ¿no?”.

(Doña Ambrosia indica la presencia de zinc en la roca)

(Doña Rosalía y su hijo Johnny, ante la caseta de adobe donde viven ellos y otros cuatro hermanos, a 4.400 metros de altitud, junto a la bocamina. No hay electricidad ni calefacción y beben de un pozo que tiene «un poco de copagira»: aguas ácidas que manan de las minas).

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Entrantes de dinosaurio boliviano

“El murallón calizo de Cal Orck’o (Sucre, Bolivia) está recorrido por un impresionante baile de dinosaurios: se cruzan 462 caminatas, que suman 5.055 huellas. Es el mayor yacimiento de huellas del mundo y ofrece una valiosísima escena de la vida de los dinosaurios en su apogeo, poco antes de extinguirse”.

(Farallón de Cal Orck’o. Mirad a la gente, al pie de la pared y de las huellas de los dinosaurios. Foto cedida por la Dirección de Turismo de Sucre)

Es la entradilla del reportaje que he escrito después de visitar el yacimiento y de entrevistar en Sucre a su descubridor, el paleontólogo Klaus Pedro Schütt, quien vio las huellas en 1994 en una cantera de cemento. Espero publicarlo pronto: permanezcan atentos a sus pantallas. Mientras tanto, en exclusiva para lectores de este blog, unos apuntes del personaje:

Schütt, de 59 años, vive en su casa de Sucre entre helechos y araucarias –que ya existían en la época de los dinosaurios-, estromatolitos –una de las formas más antiguas de vida en la Tierra- y coprolitos -grandes excrementos fosilizados-. En su salón de aire cretácico cuenta cómo al principio nadie hacía caso a su hallazgo. Llamó a varios museos de historia natural y de paleontología en Bolivia, para pedir que enviaran un experto a Sucre. “¿Cuántas huellas dice que encontró?”, le preguntaban. “Unas mil”. Él no lo sabía, pero el mayor yacimiento del mundo en aquel momento apenas reunía 220 pisadas. Schütt contó mil, nadie le creía, y pronto fueron descubriendo hasta cinco mil.

“Todavía hoy cuesta mucho hacer entender la importancia de este hallazgo en Bolivia”, se lamenta. “Tenemos un problema grave de educación: no se estudia nada relacionado con la geología, la tectónica de placas, la paleontología, porque eso supondría explicar la teoría de la evolución. Y entonces entras en conflicto con el director de la escuela, que muchas veces es un cura, o con los padres de los alumnos. Y corres el riesgo de que te tilden de comunista. Todavía hoy, para algunos, de los dinosaurios es mejor no hablar. Había un cura en una radio de La Paz que me llamaba loco, que decía que ‘ese cuento de las huellas de dinosaurio es producto de una mente afiebrada’”.

(Foto: Klaus Schütt maneja un coprolito: «¿Sabes lo que es esto?» ).

*

En mi primer día en Potosí, a 4.100 metros, ando un poco aplatanado por el soroche. Una jornada perfecta, pues, para sentarme a escribir el reportaje de los dinosaurios. La escritura hipóxica puede dar grandes resultados (la eliminación de adjetivos prescindibles, me sugiere Iker Armentia). Sigo la carrera por escribir 14 reportajes a más de 4.000 metros sin oxígeno adicional ni sherpas literarios. Solo recurro a mate de coca y wikipedia.

He escrito el reportaje casi de tirón, en dos sentadas, con pausa para un mate en medio. Son las ventajas de escribir sin presión. Concretamente, en Potosí, unos 455 milibares menos de presión que en Donosti, ezta, Josu? Usando otras medidas que os serán más reconocibles, el efecto en la cabeza equivale a cuatro o cinco minibares.

Esta es mi oficina, en un hostalito muy barato con wi-fi y terraza gloriosa. Al fondo, el Cerro Rico.

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Mujeres de policías masajean a indígenas

Del diario boliviano Página Siete, el 14 de octubre:

«Una comisión de esposas de policías de bajo rango llegó ayer al campamento de Yolosa para pedir perdón a los marchistas por los hechos violentos acontecidos el 25 de septiembre [70 heridos tras la represión policial contra la marcha de indígenas que lleva semanas cruzando el país, en protesta por un proyecto de carretera que atraviesa la reserva natural del Tipnis].

Guadalupe Cárdenas, junto a otras dos esposas de policías, se ofreció a friccionar los pies de los caminantes para aliviar su dolor. Fernando Vargas y otros marchistas aceptaron la atención de las mujeres, que friccionaron sus piernas y sus pies por veinte minutos.

`Les están lavando los pies como Cristo’, comentaron entre risas algunos miembros de la marcha indígena.

‘Quiero pedirles perdón de todo corazón, hermanos, sobre todo a las mujeres y a los niños, porque yo también soy madre’, dijo Cárdenas en una reunión que sostuvo con los marchistas en Yolosa».

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Que las historias regresen

Salgo de viaje a Bolivia, para retomar algunas de las historias de hace dos años y para buscar otras nuevas.

También tengo presentes unas palabras de Domitila Barrios, la mujer de las minas bolivianas cuyo testimonio se recoge en el libro Si me permiten hablar, de la periodista Moema Viezzer (1977). En él, Domitila repasa la vida infame de las familias mineras en los años 60 y 70, con su ciclo de explotaciones, miserias, huelgas y masacres militares, incluidos algunos episodios personales de hambrunas, protestas, detenciones, torturas y asesinatos que ponen los pelos de punta. Su relato coincide con lo que vio y en parte también padeció el excepcional cura navarro Gregorio Iriarte, defensor de los derechos humanos en tiempos de dictaduras especialmente brutales, a quien espero visitar de nuevo.

Un año después de que se publicara Si me permiten hablar, en el prólogo a la segunda edición Domitila dijo estas palabras:

«He sido entrevistada por cientos de periodistas, de historiadores, de mucha gente que ha venido con televisiones, con películas, de diferentes partes del mundo a entrevistarme. Y vienen antropólogos, sociólogos, economistas, a visitar el país, a estudiar. Pero de todos esos materiales que se llevan son muy pocos los que han regresado al seno del pueblo. Yo quisiera pedir a aquella gente que quiere colaborar con nosotros que todo ese material que han llevado lo hagan volver a nosotros. Para que nos sirva al estudio de nuestra propia realidad. Las películas, los documentos, los estudios que se hagan sobre el pueblo boliviano deben regresar al pueblo boliviano para ser analizados críticamente (…), para que recojamos las experiencias, analicemos y notemos los errores que hemos cometido, para que podamos corregir esos errores y orientarnos mejor (…). Porque si no, seguimos igual y no hay un aporte que nos ayude a comprender mejor nuestra realidad y a solucionar nuestros problemas. Son muy pocos, son contados los trabajos que han servido a esto».

Cuántas veces entrevistamos a alguien, lo visitamos, usamos su tiempo, nos metemos en su vida, y luego ni siquiera le enseñamos lo que hemos hecho con su historia. Puede que por una barrera idiomática. Puede que por pereza o dejadez. O puede que sea porque el protagonista de un relato será su lector más exigente, es la persona con la que más responsabilidad tenemos, la que mejor puede criticarnos y desmontarnos la historia que a los demás lectores les parece estupenda, y su juicio nos da un cierto tembleque…

Si me permiten hablar se sigue vendiendo en quioscos y librerías de Bolivia un cuarto de siglo más tarde y es una obra imprescindible contra el olvido. Parece de justicia que las historias publicadas, si es posible, vuelvan a sus orígenes.

(Gure hitzak…).

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Minerets, gli inuit, kobazuloak

Me llegó del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, se me aparecieron unas lenguas como de fuego que se posaron sobre mí y me puse a hablar en otros idiomas. Me han traducido dos reportajes al catalán y al italiano y he publicado otro en euskera.

Minerets (Foc Nou) Abigaíl Canaviri té 14 anys, entra totes les nits a les galeries de Cerro Rico de Potosí, una de les mines més deteriorades i perilloses del món. Allà carrega amb vagonetes de roques durant dotze hores, a canvi de dos euros.

Groenlandia. Gli inuit del profondo Est (Popoli). Alcuni ubriachi scompaiono in inverno. Una tormenta li sorprende mentre vagano per il villaggio barcollando, e quando finisce il temporale, vari giorni dopo, nessuno è in grado di ritrovare i loro corpi sotto la neve compatta. Bisogna aspettare il disgelo primaverile.

-Hiru kobazulo harrigarri (Nora). VALTIERRA. Valtierrako kobazuloak ostatu txukunak dira, ederrak, xarmantak, turistak erakartzen dituztenak. Baina istorio latza gordetzen dute eta hori beti gogoan dauka Rubén Mendi kudeatzaileak: «Gure ama kobazulo batean jaio eta han bizi izan zen 1965 arte. Bizirauteko erremedioa zen, ez zeukatelako dirurik adreilu bat ere erosteko». LANESTOSA. Leizera sartu eta lanean ikusiko ditugu duela 10.000, 20.000 edo 35.000 urteko arbasoak, sua pizten, harrizko tresnak zorrozten, mineralak eta koipeak nahasten eta substantzia horrekin hormak pintatzen. ZUGARRAMURDI. Aker beltza gurtzen zuten Zugarramurdiko leizerik ospetsuenean, baina herri berean badago beste koba bat arkume errearen jarraitzaileak biltzen dituena.

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Alberto Iñurrategi: «Gailurra, batzuetan, porrota ezkutatzeko erabiltzen da»

Mendian egin du bidea Alberto Iñurrategik (Aretxabaleta, 1968) baina orain beste ildo batzuk jorratzen ari da: Juan Vallejo eta Mikel Zabalza kideekin, Groenlandia eskiz zeharkatu zuen hegotik iparrera aurreko udaberrian, lerei tiraka eta kometen laguntzarekin, eta azaroan Antartida gurutzatzera abiatuko dira hirurok. Gailurrik gabeko jardueratan murgildu berritan, gailurra zapaltzeari ematen zaion gehiegizko garrantziaz gogoeta egiten du Iñurrategik: arrakasta eta porrota ulertzeko dugun modua zalantzan jartzen du. “Porrotaren alde” izeneko hitzaldia emango du Tolosako Oargi elkartean, urriak 14an, 19.30etan.

Josu Iztueta eta Ander Izagirreren elkarrizketa, Galtzaundi aldizkarirako.

Porrotaren aldeko aldarria egiten duzu. Zer dira zuretzat porrota eta arrakasta?

Mendia kutsatu egin da garaipenaren idolatriarekin. Nik behintzat ikasi dut, inguruan izan dudan jendeak horrela irakatsita, ustezko porrotak badituela elementu interesgarri pila bat.

Zer da porrota orduan? Noiz da porrot bat ona?

Benetako ahalegin baten ondorengo porrota, porrot ona da. Elementu positibo ugari dauzka. Azken boladan mendi giroan ikusten dut zenbait jendek, bere ibilbidea izugarrizko porrota izanda, gailurra erabiltzen duela porrot hori ezkutatu eta arrakasta moduan saltzeko. Beti esan izan dut mendian benetan polita eta interesgarria dena, benetan emozioak biziarazten duena, bidea dela. Gailurra ikaragarri interesgarria da, osagarri oso ederra, baina garrantzitsuena eta ezinbestekoa bidea da.

Zuk, beraz, ez duzu gailurra zapaltzea arrakastarekin derrigorrez lotzen.

Everesten 8.500 metrotan buelta eman behar izan genuen 2006an, Hornbein bidetik igotzen ari ginela, baina ni igoera hartaz oso harro nago, zapaldutako gailur askorekin baino gehiago. Patagonian Cerro Torretik jaitsi behar izan genuenean ere, ikaragarri pozik gelditu nintzen esperientziarekin. Baina ikusten dut zenbaitek beti apustu segurua jotzen dutela, eta esango nuke askotan ez dituztela emozio edo esperientzia interesgarriak bizitzen. Nik “porrotaren alde” esaten dudanean, nork bere burua behartuz ikasten diren mila gauzei balioa eman nahi diet, gailurra zapaltzearen baitan ez daudenak. Gailurra kontutan hartu behar da, noski, polita da, baina ezin zaio lehentasunik eman. Mendian helburua gailurra nola edo hala jotzea bada, seguruenik arrisku gehiegi hartuko dira eta ardura etikoa ere deskuidatu egingo da.

Baina zure porrotaren eta arrakastaren irizpide hori ez dator bat gizartean saltzen denarekin. Horrek ez dizu tentsiorik sortzen, adibidez zure babesleek bilatzen duten oihartzunarekin eta zuk egin nahi duzunarekin?

Oreka bilatu behar da, nork bere printzipioei uko egin gabe aurrera egin ahal izateko. Babes ekonomikoa garrantzitsua da, baina guk modu jakin batean egin nahi ditugu espedizioak, zailtasunak bere horretan onartuz, erronkak planteatuz, ahalik eta modu garbienean aurre eginez, eta horrek gailurra edo ustezko arrakasta lortzeko aukerak mugatzen ditu. Hala ere, zorte handia izan dugu, filosofia edo printzipio horiekin bat datozen enpresak topatu ditugulako. 1993tik nabil BBKrekin eta badakit beraiek ez dutela nahi nik gauzak edozein modutara egiten ikusterik. Baloratzen dute gauzak nola egiten diren eta izugarri eskertzen diet. Naturgasekin berdin: Makalura joan eta gailurrik gabe bueltatu; Everestera joan eta gailurrik gabe bueltatu; eta hirugarrenean, Broad Peak-erako proposamena egin genienean, bide berri batetik igo nahi genuela esan eta baiezkoa eman ziguten orduan ere. Garaipena bilatzen duten mendizaleentzat badago babesle asko; baina bidea baloratzen duten eta balore horien alde apustu egiten dutenak ere badaude.

Zure burua behartzearen garrantzia aipatu duzu. Horregatik egin al duzue hain aldaketa nabarmena, Himalaiatik Groenlandiara, espedizio bertikaletatik horizontalera? Zeuen buruak jarduera berritan behartzeko?

Eskiekin, lerarekin eta kometarekin, teknikarik eta esperientziarik ez dugun eremu berri batean sartu gara. Horrek abentura kutsu handia ematen dio, eta behartzen gaitu ikastera, planteamendu berrietara egokitzera, sekulako interesa jartzera egiten dugun gauza guztietan: dokumentazioan, lan taldeari eman behar zaion garrantzian…

Gainera, Himalaia eta Groenlandia hain ezberdinak izanda ere, osagarriak direla esango nuke. Himalaiako esperientzia gabe, seguru nago Groenlandian ez ginela bide erdira iritsiko. Eta Groenlandian bizitakoa baliotsua izango zaigu Himalaiara bueltatzen garenean. Esperientzia oso muturrera eramaten denean, hortik beti dago ikasterik.

Alde handiak topatu dituzue, bi espedizio mota hauen artean?

Bai. Mendian hutsegite txikiena ere oso garesti ordaindu daiteke. Horizontalean, aldiz, segurtasun tarte handiagoa dago. Eta oraingo zeharkaldiek ez dute zerikusirik garai batekoekin: satelite bidezko telefonoak eramaten ditugu, eta nahiz eta momentuan erreskatea egiteko aukerarik ez izan, aste baten barruan aukeraren bat egon liteke helikopteroa edo abioneta bat zure bila etortzeko. Horrek segurtasun tarte bat ematen du.

Egia da elkarbizitza askoz gogorragoa dela Groenlandian. Himalaian muturreko baldintzak egun jakin eta gutxi batzuetan ematen dira eta egun horietatik kanpora ia etxean bezala egoten gara: sukaldaria daukagu, jan eta edateko nahi dugun guztia, bakoitzak bere denda, musika, liburuak… Groenlandian, aldiz, hiru lagun gara; jatekoari dagokionean, gose puntuarekin ibiltzeko beste eramaten dugu; espazio txikian egin behar dugu elkarbizitza egun askotan; muturreko egoerak ere ematen dira, ekaitza egunetan edo oso nekatuta zauden egunetan, eguna joan eta eguna etorri ortzemuga besterik ikusten ez denean… Horrek psikologikoki erresistentzia handia eskatzen du.

Nolakoa izan da zeharkaldiaren eguneroko martxa?

Han egun guztiak oso berdintsuak dira, gaurik gabekoak, eta denak gogorrak. Haizea, hotza, nekea, izotzezko lautadaren monotonia. Goizeko hiru eta erdietan jaiki eta arratsaldeko zazpiak edo zortziak arte eskiatzen eta kometa gidatzen ibiltzen ginen. Eta berezitasun batekin: denok batera joan behar genuen, helburua denok lortuko genuen ala inork ez. Mendian, agian jaitsi beharra dago egun txar batean, baina askotan izango duzu beste ahalegin baterako aukera. Groenlandian ez dago aukerarik.

Horrelako zeharkaldi luzeetan, ahulenak edo teknikarik okerrena duenak markatzen du erritmoa, eta hori egun pare batez ez da arazoa, baina hainbeste egunetan… Batzuetan pentsatu izan dugu martxa horrekin ez ginela jomugara iritsiko, eta hiruretatik bat zen martxa mantsotzen zuena, horrek tentsioa sortzen du. Elkarbizitza zaila da, noski. Baina seinalerik onena da azaroan Antartidara berriro hirurok elkarrekin goazela, hilabete hauetan ere elkarrekin eskalatzen jarraitzen dugula oso maiz…

Groenlandian 32 egun eman ditugu izotzetan eta luzea eta gogorra egin zaigu. Antartidan 70 egun egitea planteatzen dugu eta horrek beldurra ematen du. Baina beldurra bera ere interesgarria da.

Abenduan, zuek Antartidan ibiliko zareten garaian, ehun urte beteko dira Amundsen eta Scott bakoitza bere aldetik Hego Polora iritsi zirenetik. Nola ikusten duzu haiek orduko medioekin lortutakoa, orain egiten denarekin konparatuta?

Ikaragarria da egin zutena. Nik Groenlandian oso presente izan dut isolamenduaren sentsazioa, gogorra, baina ez da ezer duela ehun urteko egoerekin konparatuta. Eta ez naiz garai hartako bidaiariez bakarrik ari, orduko lanbide arruntetan ere nolako egoerak bizitzen zituzten! Guk egin dugun zeharkaldiarengatik komunikabideetan atera gaituzte, sekulako merituak emanez, eta Euskal Herrian arrantzaleek horrelako egoerak eta okerragoak bizi izan dituzte mende askotan, sekulako irteera luzeak eginez, sekulako arriskuak onartuz, leku ezezagunetara joanez, komunikaziorik gabe, erreskate aukerarik gabe, eta hori dena onartzen zen gauza normala bezala. Guk, ordea, gauza errazagoak eta segurtasun handiagoarekin egiten ditugu, baina lanbide arrunt bat izan ordez kirola denez, garrantzi ikaragarria ematen zaio.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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