Viajes
Canto y grito de las Madres de Soacha
El hijo de Luz Marina Bernal desapareció el 8 de enero de 2008. Se llamaba Leonardo Porras, tenía 26 años y vivía en la ciudad de Soacha, pegada a Bogotá. Ocho meses más tarde Luz Marina recibió una llamada: le dijeron que el cadáver de Leonardo había aparecido en una fosa común en Ocaña, muy lejos de Soacha, junto con otros chicos. “Su hijo era el jefe de un grupo narcoguerrillero”, le contó un fiscal. “Se enfrentó a tiros con el Ejército y murió. En su mano derecha llevaba la pistola con la que disparó”.
Luz Marina le respondió que Leonardo tenía una discapacidad mental de nacimiento, que su edad mental equivalía a la de un niño de 8 años, que no sabía leer ni escribir, y que tenía la parte derecha del cuerpo paralizada desde el nacimiento, incluida esa mano con la que decían que manejaba una pistola.
Fue uno de los casos que destapó el escándalo de los “falsos positivos”. El Gobierno de Álvaro Uribe estableció en 2005 una recompensa para los soldados por cada guerrillero que mataran. Entonces empezaron a engañar y secuestrar a jóvenes, a trasladarlos de un lado a otro del país, a asesinarlos y a arrojarlos a fosas, vestidos como guerrilleros para simular muertes en combate, para presentar cifras de éxito contra la guerrilla y cobrar recompensas del Estado: a esto se le llama un «falso positivo». Hay denuncias por 4.716 víctimas ejecutadas por las fuerzas públicas de manera extrajudicial en Colombia.
A Luz Marina le entregaron un ataúd cerrado con los restos de su hijo. En 2010 exhumaron el cuerpo para las investigaciones y descubrieron que allí solo había un torso humano con seis vértebras y un cráneo relleno con una camiseta en el lugar del cerebro. Correspondían, efectivamente, a Leonardo Porras.
Luz Marina Bernal y otras madres de chicos asesinados de la misma manera formaron el grupo de las diecinueve Madres de Soacha. Exigen juicios, organizan manifestaciones, reciben el apoyo de organismos internacionales de derechos humanos, hacen giras por el mundo denunciando los casos, meten el dedo en llagas muy profundas hasta el corazón del Ejército y el Estado colombiano. Las Madres hacen mucho ruido. Por eso Luz Marina y sus compañeras reciben amenazas de muerte en su propia casa y por eso las vigilan, las persiguen y a veces las atacan por la calle.
La víspera de Difuntos acompañamos a Luz Marina al cementerio de la Inmaculada de Bogotá, donde ella visita a su hijo Leonardo, se sienta para acariciar la hierba, le cuenta cómo va la vida en la familia y le asegura que las Madres seguirán peleando para que se haga justicia.
Canción compuesta por Liz Porras, hermana de Leonardo. Ojo a la letra.
5Doña María Elena
Doña María Elena Toro escribió una carta a Don Berna, uno de los mayores narcotraficantes y jefes paramilitares de Colombia, para exigirle que le contara dónde estaban sus cinco familiares desaparecidos (hermana, cuñado, sobrino, hijo y nuera). Luego le visitó en la cárcel para mirarle a los ojos y esperar la respuesta. Al final encontró los cadáveres de su hermana, su cuñado y su sobrino.
Ahora doña María Elena trabaja en Medellín con un grupo de mujeres que tejen muñecos con la apariencia de sus familiares desaparecidos y asesinados, a los que ponen una ropa como la que la que llevaban el día que murieron o desaparecieron. María Elena reclama que se rescaten los trescientos cadáveres que se encuentran sepultados bajo una inmensa escombrera de Medellín, donde los lanzaban los hombres de Don Berna y donde las volquetas siguen arrojando escombros día tras día.
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El bastón y la rabia
“Nos matan por todos lados”, dice M., una indígena nasa que fue gobernadora de su resguardo (reserva). A los pueblos originarios del valle colombiano del Cauca les arrebataron sus tierras y ahora viven en resguardos, atrapados entre la guerrilla, los paramilitares, el Ejército y los narcos, en una región plagada de cultivos de coca y marihuana. Así que organizaron la asombrosa Guardia Indígena: grupos de hombres y mujeres, a menudo acompañados por niños, niñas, ancianos y ancianas. Su única arma es un bastón tradicional. “Con el bastón desafiamos a los agresores armados”, dice M. “Si quieres darme un tiro, dame un tiro. Pero si tan berraco te crees, agarra otro bastón y lucha conmigo de igual a igual. Nosotros tenemos la rabia y la razón. Yo he visto caer a muchos hombres, mujeres y niños. Y por la pura rabia y la impotencia, yo me olvido de mí misma. En un tiroteo los soldados mataron a una niña y dejaron a varios niños heridos. Vi a la niña en la habitación donde se moría y salí con el bastón a enfrentarme a los soldados. De pura rabia me olvido de mí misma. A punta de bastón los echamos”.
Cuando el Ejército o la guerrilla se instalan en la reserva indígena, las mujeres acuden a colocar pancartas alrededor de sus campamentos. Una vez, los soldados arrancaron las pancartas y las tiraron al río. Las mujeres llamaron a la defensoría del pueblo, a las organizaciones internacionales de derechos humanos, protestaron y volvieron al campamento con sus bastones. El coronel ordenó a los soldados que bajaran al río a recuperar las pancartas y a volver a colocarlas. M. se parte de risa: “Les decíamos: oiga, esta pancarta está floja, esa otra está mal puesta. Fue muy chistoso ver a los soldados colocando nuestras pancartas: ‘Mujeres indígenas en resistencia. Rechazamos la guerra, defendemos la paz’”.
8La violencia sexual como arma de guerra
E., un estudiante colombiano de Derecho de 26 años, hizo un viaje de doce horas en autobús la semana pasada hasta Bogotá, solo porque quería reunirse conmigo y contarme su historia. Me la contó, dimos un paseo por la ciudad y tomó de nuevo el bus para volver, otras doce horas, a su pueblo. E. fue violado cuando tenía 12 años por uno de los paramilitares que ocuparon durante meses la finca cafetera de su familia. No se lo contó a nadie hasta los 23 años. A su familia no se lo ha contado nunca. Su historia es la de una juventud destrozada, con varios intentos de suicidio, y ahora una recuperación, un coraje y una vocación emocionante de convertirse pronto en abogado para luchar por la justicia. Entre las víctimas sexuales dentro del conflicto colombiano, se calcula que el 15% son hombres. Es muy raro que lo denuncien, pesa sobre ellos un estigma machista muy doloroso.
Aquel día también me contó su historia Y., una mujer de 38 años que sufrió el asesinato de toda su familia a manos de la guerrilla, que huyó de su pueblo, que se convirtió en una de las líderes de la lucha por los derechos de las mujeres, que por eso fue atacada y violada, que sufre secuelas graves, y que aún así sigue ejerciendo de líder, organiza asambleas de mujeres y apoya a otras víctimas, participa en foros, sale en público a reclamar justicia y protestar contra la impunidad, aunque siga recibiendo amenazas. La propia Corte Constitucional afirmó que la violencia sexual era una estrategia de guerra premeditada, sistemática y generalizada en todos los bandos. En Colombia 490.000 mujeres fueron víctimas de violencia sexual dentro del conflicto, solo entre 2001 y 2009, pero apenas se investiga un puñado de casos y no hay condenas. «La violencia contra las mujeres da en Colombia cifras de crisis humanitaria», dicen en La Casa de la Mujer, «pero no hay respuesta, la impunidad es absoluta». A pesar de las amenazas y los ataques brutales que siguen recibiendo, en Colombia existe una extensa red de mujeres que lucha contra esa impunidad y reclama verdad, justicia y reparación.
cerradosHumboldt no estuvo aquí
Al reportaje tinerfeño, editor mediante, le voy a poner un titular así de largo: “AQUÍ SE AGACHÓ HUMBOLDT. Tres caminatas por Tenerife para creerse un poco Alexander von Humboldt. Y otras dos para descubrir maravillas que él no vio. Y al final del camino, la señora Fidelina, ventera de Roque Bermejo”.
Por ahora os presento a la señora Fidelina Gallardo, que vive en la orilla de una cala volcánica, a la que no llega ninguna carretera. La aldea se llama Roque Bermejo y es un puñado de casetas de colores, que parecen dados lanzados desde la montaña, que fueron rodando barranco abajo hasta pararse en el borde del mar. Fidelina tiene 78 años y solo puede salir de Roque Bermejo en barca o, cuando la mar tiene reboso, caminando dos horas barranco arriba hasta alcanzar la carretera en Chamorga, a 480 metros de altitud. Hace cincuenta años, cuando la carretera no llegaba ni siquiera a Chamorga, Fidelina se echaba a su niña enferma al hombro y caminaba cinco horas por la montaña hasta la consulta del médico en San Andrés. Ahora en la entrada de su casa vende galletas, plátanos, refrescos, cerveza, vino, aceite, tabaco, conservas, papel higiénico.
Después de charlar con ella, le pedí permiso para sacar fotos, me dijo que sí y al final le entró una duda. “Pero usted no será inspector, ¿verdad?”.
Fotos: Fidelina en la puerta de su casa y venta; Fidelina, hace unos años, transportando cajas de cerveza sobre la coronilla; la aldea de Roque Bermejo.
4Macaronesia
Estos días he caminado mucho por las montañas y las costas de la Macaronesia. Que viene del griego makaron nesoi: islas afortunadas. Según los griegos, cuando morían los héroes y las personas virtuosas, sus almas se iban a unas islas en el extremo occidental del mundo, a gozar del reposo eterno. Los navegantes suponían que las Canarias eran esas islas de los bienaventurados, o quizá restos de la Atlántida, o quizá el Jardín de las Hespérides, que daba manzanas de oro y estaba custodiado por un dragón de cien cabezas. A mí el viernes me pareció ver a Aquiles, arrugado y con artrosis, bailando canciones de Julio Iglesias en las piscinas de los hoteles de Tenerife (del minuto 1 al minuto 4).
El científico y explorador Alexander von Humboldt desembarcó en 1799 y dijo: “Ningún sitio me parece más apropiado que Tenerife para suprimir la melancolía y devolver la paz al alma dolorida”. Dio las siguientes razones: el clima benigno, el aire puro, el paisaje bellísimo y la ausencia de esclavitud.
Me acuerdo mucho de estos párrafos de Predrag Matvejevic en Breviario mediterráneo:
“A las islas se les atribuyen rasgos y estados de ánimo humanos: también son solitarias, silenciosas, sedientas, abandonadas, desconocidas, malditas, a veces afortunadas o bienaventuradas (…).
“Los que más olvidados están son los escollos, sobre todo los que carecen de dolinas y agua potable: si no se incorporan a un archipiélago conocido, pierden su identidad en la jerarquía de la costa, quedan para siempre apóstatas, célibes, anacoretas. Las rocas que sobresalen en los bordes de las islas han suscitado cuentos de horror y espectros (…).
“Las islas se convierten a menudo en lugares de recogimiento o paz, arrepentimiento o expiación, exilio o encarcelamiento: por eso cuentan con tantos monasterios, cárceles y asilos, instituciones que asumen y a veces llevan al extremo la condición y el destino insulares (…). El rasgo común de la mayor parte de las islas es la espera (…).
“Pero las islas ayudan menos de lo que se cree a vencer o poseer el mar”.
Foto: pueblecico de Almáciga, en la costa de Anaga.
2Donostia a pie
Acabo de publicar la guía Donostia-San Sebastián, una guía para conocer la ciudad caminando, una guía para propios y marcianos. Ya está en las librerías y en la web. Es de la editorial Sua, con textos míos y fotos de Alberto Muro.
Los recorridos de la guía pretenden dos cosas. Al caminar por los paisajes y escenarios más clásicos, pretenden ir más allá de la mera contemplación, pretenden explicar cuál es su historia, cuáles fueron las apuestas de la ciudad y por qué son así esos paisajes de postal (no: el paseo de La Concha no ha existido siempre, en su lugar estuvieron a punto de convertir el perímetro de la bahía en un gran puerto mercante con muelles, almacenes y vías de tren). Y al recorrer los barrios, los parques, los montes y las riberas, también pretenden descubrir algunas pequeñas sorpresas, como el último reducto de bosque autóctono dentro de la misma ciudad, algunas atalayas balleneras o restos de fuertes y batallas carlistas.
La guía incluye diez recorridos a pie y una vuelta en bici, caminatas por los montes y las costas, varias excursiones en coche por los alrededores, una historia de la ciudad, diez hayques, rutas de pintxos, fiestas, eventos culturales, planes deportivos y una extensa guía de alojamientos, bares, restaurantes, tiendas y servicios turísticos.
Copio el final de la introducción: “De los diez recorridos a pie que propone esta guía, el más interesante será quizá un undécimo: un vagabundeo sin rumbo, guiado por la intuición y abierto al asombro. Caminar por la ciudad como por un bosque. Pero perderse en la ciudad es una destreza que requiere mucho aprendizaje. Empezamos: adelantamos un pie, luego el otro y paseamos por paisajes de postal, rincones con miga y relatos con sorpresa”.
15Gazte Ibiltariekin
Zortzi gazteek olatuen aparretan hegan egiten zuten bitartean, ni justu-justu jarri nintzen zutik taula gainean eta, tragoka, Kantauri itsasoaren maila jaitsi arazi nuen. Arnesa eta sokarekin horman gora armiarmak bezala igotzen ziren bitartean, ni umeentzako bidetik dardarka nindoan, behera begiratzeko adorerik gabe. Mendian gora korrika abiatu ginenean, noizean behin trikuharriren bat zegoela esaten nien oihuka, argazkia ateratzeko (eta niri arnasa hartzen uzteko) geldi zitezen. Adinak eta esperientziak, ordea, eman zidaten abantailarik: hiru errege jaso arren, mus eskatu nuen. Konfiantzaz puztuta, handira ordagoa jo zuten bi errege eta zaldi batekin, eta hantxe harrapatu nituen gazteak, zas!
Aspaldiko asterik ederrena pasa dut Gazte Ibiltariekin. Gazteaukera zerbitzuak eta Ibilbideak atariak antolatu duten jarduera honetan, gidari lanak egin ditut. Zortzi egun igaro ditugu elkarrekin, bizikletaz Euskal Herrian zehar bidaiatuz, txandaka beste kirol batzuk ere eginez (Axi Munian surflariarekin, Irati Anda eskalatzailearekin eta Oihana Kortazar mendi korrikalariarekin), eta horren berri blogean, argazkitan eta bideotan emanez.
Nekea pilatuta itzuli naiz etxera, belaun bateko tendoia handituta, burmuina zukututa… eta poz-pozik. Gazteek liluratu egin naute: sekulako kemena, talentua eta umorearekin aritu dira aste osoan Imanol Arrese, Iban Auzokoa, Ainhoa Belzunegi, Asier Iturregi, Idoia Garmendia, Iñaki Goikoetxea, Maite Laka eta Ane Soraluze. Kirolari eta bidaiari talde moduan hasi genuen astea eta lagun talde estua izaten amaitu dugu.
Handitan beraiek bezalakoa izan nahi dut!
Aste osoko bideoak | Argazki bilduma | Blogeko sarrerak.
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El Sáhara sin aplausos
Por los conflictos en Mali y Argelia, se ha suspendido el maratón que se celebra todos los años en los campamentos de los refugiados del Sáhara. La prueba servía para denunciar la injusticia que sepulta en vida a los saharauis, para recaudar fondos, para llevar comida y medicinas, pero sobre todo servía para celebrar una fiesta bulliciosa. Cientos de personas de todo el mundo pasaban una semana hospedados en las casas de adobe de las familias de refugiados. Y el día de la maratón, sobre el desierto caían chaparrones de aplausos y de ánimos para los atletas locales y extranjeros.
Es muy triste que se apaguen hasta los aplausos. No pienso solo en los atletas: me acuerdo de los futbolistas que conocí cuando estuve allá en 2010. Ignoro si seguirá jugando Hamuda Chej, el delantero centro del Sáhara, si le seguirán aplaudiendo y aullando mientras vuela por el campo con el balón, vestido con la camiseta de la Real Sociedad.
Traigo de nuevo su historia:
Los refugiados saharauis admiran al delantero centro Hamuda Chej, de 22 años, por sus regates prodigiosos, sus galopadas de área a área y por sus gafas gruesas, de patillas atadas con esparadrapo. Hamuda padece una miopía grave, con al menos 12 dioptrías en el ojo derecho y 13 en el izquierdo, y sus gafas sólo son un remedio aproximado, de 9 o 10 dioptrías. Desde que le revisaron la vista, hace ya cuatro años, no ha conseguido unas gafas adecuadas. Y le cuesta acertar con los pases y los disparos lejanos.
“Tiene nivel como para jugar en algún equipo de Argelia, pero debería operarse la vista y eso en los campamentos es imposible. Así perdemos a nuestros mejores deportistas”, dice Fátima Mahmoud, de 26 años, entrenadora de Chej y única mujer que dirige un equipo de fútbol saharaui. Fátima Mahmoud se formó en una escuela deportiva argelina y ha llevado al equipo Brigada Sumud hasta la final de la Copa de la República Saharaui. Juegan con la vestimenta donada por la Real Sociedad. Su rival, el equipo del Ujsario (las juventudes del Frente Polisario), salta al campo con camisetas dadas por el Barakaldo. Los chicos del Ujsario ganan la final por tres a cero, alzan el trofeo y se montan en la caja de un jeep para dar vueltas al campo cantando y dando bocinazos.
A Fátima Mahmoud no le escuece demasiado. Pronto empezará la Liga saharaui, en la que competirán veinte equipos de los diversos campamentos, y espera tomarse la revancha. Además, tiene claro cuáles son las peleas más importantes: “Si mejorásemos un poco nuestro nivel, podríamos formar una selección saharaui digna y competir en segunda o tercera división en Argelia. Nuestro objetivo es que una selección saharaui juegue algún día competiciones oficiales, como la clasificación para la Copa de África. El fútbol atrae la atención de mucha gente y serviría para denunciar la injusticia que padecemos”.
Cuando las tropas coloniales españolas salieron corriendo del Sáhara Occidental, el ejército marroquí ocupó el territorio, bombardeó a los saharauis con napalm y fósforo y los expulsó al desierto. Los hombres mantuvieron la guerra contra los marroquíes y las mujeres levantaron en la llanura calcinada de Tindouf (Argelia) unos campamentos de refugiados en los que ya llevan 37 años, olvidados por el mundo. Las zapatillas de los futbolistas y los atletas también sirven para sacudir ese polvo que va sepultando poco a poco la vida de los doscientos mil saharauis varados en el desierto.
El fútbol cumple otra función social. En los campamentos viven miles de jóvenes sin posibilidades de estudiar ni de trabajar. Esta situación trae frustraciones, depresiones, problemas con las drogas. “Gracias a las competiciones deportivas, al menos conseguimos que los jóvenes tengan algunas metas y se empeñen en algo”, dice Fátima Mahmoud. “Así tienen una disciplina, aprenden a trabajar en equipo, conocen a jóvenes de otros campamentos cuando compiten…”.
Hamuda Chej también siente un gran orgullo por el fútbol saharaui: “Por culpa de la miopía no he podido desarrollar mi carrera deportiva en otros países. Y pronto tendré que dejar el fútbol. Pero no me importa. Jugar en los campamentos me da alegría. Cuando era niño no teníamos ni botas, ni camisetas, ni entrenadores ni torneos. Hoy he jugado la final de la Copa. Hemos perdido pero eso da igual. Organizar el campeonato ya es un triunfo de nuestra gente. Dentro de un par de años me gustaría ser entrenador de niños pequeños. Quiero ayudarles a que hagan deporte, para que se formen, para que en sus años de juventud tengan, por lo menos, alguna ilusión”.
*
Como todos los años, el 24 de febrero se celebra en Ormaiztegi un cross popular en el que se recaudan fondos para el Sáhara.
7Etapa de mierda
Se me había olvidado ya, pero ayer redescubrí una carpeta de fotos con este nombre: “Del Etna a Palermo. Etapa de mierda”. Son del pasado 13 de abril, el día en que más kilómetros recorrí con la vespa por Sicilia y en el que menos fotos saqué: seis.
En el cuaderno escribí todo lo que me salió mal ese día, un día de mierda. No me apetece ni buscarlo, porque me acuerdo bien y porque ahora ya da igual.
Pero me ha hecho recordar algo que más o menos decían Miguel Sánchez-Ostiz y Alain de Botton: qué poco escribimos del aburrimiento en los viajes, del cansancio, la tristeza, la soledad. La parte de los morros largos no interesa, ni al escritor ni al lector, igual hasta incomoda. Porque el viaje, se supone, es siempre apasionante, la vida en viaje siempre es mejor que la vida en casa, o eso contamos, si no de qué, si no pareceríamos un poco tontos dando vueltas por ahí. No sé si intentamos justificar algo, pero lo cierto es que siempre tapamos la murria.
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