Periodismo

Periodismo 0.0

Son días tristes para el oficio. Y los pepinazos caen cada vez más cerca. Hoy comienzan una huelga los compañeros del Noticias de Gipuzkoa, un periódico del grupo en el que escribo todos los sábados desde hace tres años. Hay gente estupenda en esa redacción. Protestan contra un ERE que traerá 21 despidos y contra las condiciones en las que quieren aplicarlo. Han publicado esta carta a sus lectores.

También la plantilla del Diario de Noticias de Álava, del mismo grupo, estuvo en huelga y sigue peleando contra los despidos y sus condiciones.

Anteayer recibí otro aviso triste y para mí inesperado como un puñetazo: el cierre de Nora, una de las revistas que trataban con dignidad (y con dinero: a estas alturas merece hasta subrayarlo) a sus colaboradores. He publicado un montón de reportajes en Nora en sus cinco años de vida. Y voy a echar mucho de menos los encargos tan interesantes que me hacían, de los de escribir con los pies.

Ayer, a la una de la tarde del 3 de enero, vi salir el sol en este mismísimo punto del circo de Gavarnie por el que pasa el meridiano 0º 0’ 0”, el meridiano de Greenwich. No hay ganas ni para hacer metáforas.

De El Jukebox: «No hemos dicho nuestra última palabra pero casi«.

30

Mi primer libro electrónico (que viene, que viene)

Voy a publicar mi primer libro electrónico: Groenlandia cruje (y tres historias islandesas). Saldrá en eCícero, una nueva editorial de libros electrónicos de periodismo. Empiezan en marzo, con una crónica sobre Guinea de Jon Lee Anderson. Seguirán en abril, con una colección de entrevistas de José Martí Gómez. En mayo, justo cuando en Kulusuk el mar empieza a crujir, agrietarse y descongelarse, aparecerá mi librito, en cuya cubierta aúlla el perro de Dani Burgui (el perro fotografiado por él). Yo acabo de comprarme un e-book, para ir salseando.

33

El reportero tartamudo

En octubre conocí por fin en persona a Álex Ayala, el periodista vitoriano que lleva diez años en Bolivia. Es un tipo extremadamente generoso y amable, que me acogió varias noches en su casa de La Paz, con su familia -Karim, Xanon, Maitane: más majos que majos-, y que me dio unos buenos paseos por la ciudad.

Álex fue editor de varios reportajes míos en Pie Izquierdo, una revista fantástica que fundó y dirigió él mismo, que por desgracia desapareció, y en cuya resurrección digital confiamos -algún día, algún día…-.  Y, sobre todas las cosas, es un reportero pistonudo, un cazador de historias raras, curiosas, brillantes, reveladoras. Está a punto de publicar un libro con trece de sus crónicas: aquí podéis haceros una idea, incluso poner unos euritos para ayudar a que se publique y a cambio llevaros un ejemplar y algunos extras.

Un día tuve la suerte de ver a Álex en acción durante un rato. Me invitó a acompañarle a cierto tugurio inquietante de La Paz, en el que debía hacer una visita y una entrevista para un reportaje asombroso que anda preparando. Cuando se ponía a contarme los detalles de esa historia, a mí se me enfriaba la cena en el plato.

Al verle trabajar, hubo algo que me llamó la atención. Álex es tartamudo, y eso me quedó claro desde que vino a recogerme al aeropuerto, obviamente. Es una tartamudez fuerte. Pero cuando observé cómo enredaba en aquel tugurio, cómo paraba a cierto personaje por la calle, cómo preguntaba, cómo pedía una entrevista formal a gente de lo más curiosa, me dio la impresión de que su tartamudez se convertía en un modo de comunicación más hábil que los de otros que hablamos fluido. Me pareció que la tartamudez le daba a Álex alguna habilidad especial para observar, escuchar y para hacerse escuchar. No ignoro las dificultades que le acarrea -como cuando dice que algún amigo se queja de la mala cobertura de su teléfono: «Es que soy tartamudo, hijo de puta»-, pero pensé qué él era capaz de convertirla en ventaja.

Decir que Álex es tan buen reportero gracias, en parte, a su tartamudez, quizá sea mucho decir. Pero a mí, al menos, esa idea se me pasó por la cabeza. No me atreví a comentársela, por ese pudor que tenemos ante los defectos ajenos, y que en realidad revela un defecto nuestro. Pero el otro día encontré este maravilloso texto suyo sobre los tartamudos, en el que habla de los momentos difíciles y desesperantes, pero también de los orgullos y las ventajas de los tartamudos sinvergüenzas,  extrovertidos, que se atrancan con honra y que tienen una percepción más aguda de ciertas cosas, y oye…

Los tartamudos (los amo / los odio).

9

Periodismo estupendo

Hay gente haciendo un periodismo estupendo por ahí. Algunos ejemplos de estos últimos días. Merece la pena seguir la pista a sus autores:

¿Y si tienen razón? El decrecimiento en Navarra«, de Álvaro Guzmán.

Quizá Garzón pretendía ganar fama o hacer carrera con Guantánamo«, de Daniel Burgui (@caravinagre).

Trabajo infantil y explotación laboral en el azúcar de Guatemala«, de Alberto Arce (@alberarce).

-‘Bangladesh está enladrillado‘, de Zigor Aldama (@zigoraldama).

El alma de la revolución siria«, de Mónica G. Prieto (@monicagprieto).

-‘Los mercaderes del Che y otras crónicas a ras de suelo‘, proyecto editorial de Álex Ayala, a puntito. Como adelanto, algunas de sus crónicas.

5

Que las historias regresen

Salgo de viaje a Bolivia, para retomar algunas de las historias de hace dos años y para buscar otras nuevas.

También tengo presentes unas palabras de Domitila Barrios, la mujer de las minas bolivianas cuyo testimonio se recoge en el libro Si me permiten hablar, de la periodista Moema Viezzer (1977). En él, Domitila repasa la vida infame de las familias mineras en los años 60 y 70, con su ciclo de explotaciones, miserias, huelgas y masacres militares, incluidos algunos episodios personales de hambrunas, protestas, detenciones, torturas y asesinatos que ponen los pelos de punta. Su relato coincide con lo que vio y en parte también padeció el excepcional cura navarro Gregorio Iriarte, defensor de los derechos humanos en tiempos de dictaduras especialmente brutales, a quien espero visitar de nuevo.

Un año después de que se publicara Si me permiten hablar, en el prólogo a la segunda edición Domitila dijo estas palabras:

«He sido entrevistada por cientos de periodistas, de historiadores, de mucha gente que ha venido con televisiones, con películas, de diferentes partes del mundo a entrevistarme. Y vienen antropólogos, sociólogos, economistas, a visitar el país, a estudiar. Pero de todos esos materiales que se llevan son muy pocos los que han regresado al seno del pueblo. Yo quisiera pedir a aquella gente que quiere colaborar con nosotros que todo ese material que han llevado lo hagan volver a nosotros. Para que nos sirva al estudio de nuestra propia realidad. Las películas, los documentos, los estudios que se hagan sobre el pueblo boliviano deben regresar al pueblo boliviano para ser analizados críticamente (…), para que recojamos las experiencias, analicemos y notemos los errores que hemos cometido, para que podamos corregir esos errores y orientarnos mejor (…). Porque si no, seguimos igual y no hay un aporte que nos ayude a comprender mejor nuestra realidad y a solucionar nuestros problemas. Son muy pocos, son contados los trabajos que han servido a esto».

Cuántas veces entrevistamos a alguien, lo visitamos, usamos su tiempo, nos metemos en su vida, y luego ni siquiera le enseñamos lo que hemos hecho con su historia. Puede que por una barrera idiomática. Puede que por pereza o dejadez. O puede que sea porque el protagonista de un relato será su lector más exigente, es la persona con la que más responsabilidad tenemos, la que mejor puede criticarnos y desmontarnos la historia que a los demás lectores les parece estupenda, y su juicio nos da un cierto tembleque…

Si me permiten hablar se sigue vendiendo en quioscos y librerías de Bolivia un cuarto de siglo más tarde y es una obra imprescindible contra el olvido. Parece de justicia que las historias publicadas, si es posible, vuelvan a sus orígenes.

(Gure hitzak…).

17

En los zapatos del asesino

(Ilustración de Nerea Armendáriz | Artículo también publicado en Pikara Magazine)

A principios de los años ochenta, los diarios españoles relataban cómo “los activistas” habían asesinado “con dos certeros disparos” a una persona, y remataban la crónica explicando que “en algunos círculos del pueblo” a la víctima se le tenía por chivata. Cuando una bomba mató a un obrero de la central nuclear de Lemoiz, unos días después El País recogió la reivindicación de Eta y sus detalladas explicaciones, y tituló así: “La muerte del trabajador se debió a motivos imprevisibles”.

En estos años hemos aprendido que es inmoral escribir desde el punto de vista del asesino, desplegando sus razones y sus justificaciones, mientras con el pie empujamos un poco el cadáver para que quede tapadito debajo de la mesa y no incomode. Por eso, por ese aprendizaje, ahora a muchos nos repugna semejante prosa complaciente con el terrorismo.

Pero hay violencias con las que aún no hemos hecho ese recorrido. Existe un tipo de violencia bien concreta que en España mata a unas 60 o 70 personas todos los años, hiere a cientos y asfixia la vida de miles. Si esa violencia se cebara con otros grupos –no sé, imaginad a cinco o seis periodistas, políticos o futbolistas asesinados todos los meses, y docenas de ellos heridos y cientos de amenazados- se produciría una gran reacción social, una indignación.

Pero en el caso de la violencia contra las mujeres esa reacción apenas se produce. Todos los años mueren 60 o 70, sufren malos tratos unos cuantos miles, muchísimas otras padecen infiernos silenciosos o como mínimo controles y coacciones más sutiles. Es una violencia ejercida por hombres para dominar la vida de esas mujeres. Y los culpables gozan, todavía, de cierta tolerancia social. Mucha mayor tolerancia de la que nos gustaría reconocer.

Esta violencia se minimiza y los medios de comunicación a menudo construyen relatos comprensivos con los agresores, que aparecen caracterizados como buenos vecinos que saludan en el ascensor cuando sacan a pasear al perro, ¡era un chico normal!, incluso estudiantes modélicos y trabajadores honrados a los que de repente les ha entrado una ofuscación y han matado a su pareja. Un arrebato, un cortocircuito, una reacción aislada que queda dentro de los límites del cráneo del asesino. La disculpa del “crimen pasional”: es que cualquiera podría reaccionar así.

El arrebato le puede dar a cualquiera, decía precisamente un famoso articulista que dedicó una columna a comprender al asesino y a decirle “te has pasao, macho”, mientras le daba palmaditas en la espalda. Le puede pasar a cualquiera: la gran falacia. Yo no la acepto para mí: si mi pareja me engaña, me jodo y punto. Tomo una decisión pero desde luego no reacciono con violencia. Sin embargo, el articulista describía al asesino como “un chico normal”, que había sufrido una gran decepción amorosa y por eso había matado a su pareja. El crimen es terrible, escribía el tipo, pero también es comprensible que el dolor del hombre le llevara a asesinar a la mujer. Es que ella le había puesto los cuernos y, oye, “hay muchas formas de violencia”.

“Hay muchas formas de violencia”. ¿No os suena de algo esta excusa?

El machismo: un paisaje

La justificación de la violencia machista es minoritaria. Sí, claro. Pero las cifras no son para tomarlas a broma: si una mujer decide abandonar a un hombre, al 6% de la población española le parece justificable una reacción violenta. El porcentaje parece pequeño, pero supone casi tres millones de personas.

De ahí salen los 400.000 casos anuales de violencia machista, que se traducen en unas 135.000 denuncias. Y en 70 asesinatos. Añado un dato interesante sobre las famosas denuncias falsas de malos tratos, inventadas por mujeres malévolas que quieren arruinar al hombre y quedarse con los críos, la casa y el coche: sólo el 0,018% de las denuncias por maltrato resultaron falsas, el porcentaje más bajo entre todos los delitos.

Todos estos datos los repasó Miguel Lorente, delegado del Gobierno para la violencia de género, en una charla que dio ayer en Bilbao.

Si bien la justificación resulta minoritaria, Lorente subrayó que la reacción social ante esta violencia es bajísima: sólo el 1,5% de la población la considera un asunto grave. La sociedad considera que no hay tanto machismo o que no es preocupante.

El problema consiste en identificar el machismo sólo con la violencia, con sus manifestaciones más brutales. Y como los 60 o 70 asesinatos, por muy trágicos que sean, no tienen mayor relevancia estadística, pues ahí se queda la cosa. Todos tranquis, que tampoco es para tanto. Cuatro bestias a los que se les va la olla.

Pero el machismo no son sólo los estallidos. El machismo es un paisaje: un terreno amplio y común de desigualdades, en el que el poder y la autoridad de los ámbitos públicos sigue en manos abrumadoramente mayoritarias de hombres, y en el que muchas relaciones de pareja están marcadas por el dominio habitual del hombre sobre la mujer; ese es el paisaje en el que arraiga la violencia, más sutil o más brutal, física o psicológica, en el que encuentra justificaciones, un cierto amparo o una indiferencia que le deja hacer. Ese es el terreno abonado del que brotan, de repente, los estallidos.

El machismo no es la violencia: es la desigualdad. Y la violencia es la manifestación extrema de esa desigualdad.

No es casual que las peores violencias se desaten cuando la mujer decide separarse del hombre; es decir, cuando ella reacciona contra la desigualdad y contra el control que ejerce él. El machista vive la pérdida de control sobre su mujer como una mengua de su hombría (que la mujer le abandone no le resulta triste sino humillante) y la manera última de reivindicar su hombría y su autoridad es la violencia.

Los encarcelados por homicidios machistas, explicó Lorente, no presentan alteraciones psicológicas. No son enfermos mentales. No se les ha ido la olla. El problema es que han construido un sistema de dominio y que en los casos extremos recurren a la violencia más brutal para mantenerlo: tienen pleno conocimiento de lo que hacen cuando atacan a la mujer, los testimonios de las víctimas están plagados de frases amenazantes del tipo “ya te dije lo que te iba a hacer, no lo ves”. La mayoría de los asesinos de mujeres se entrega después a la policía o llama a un familiar para contarle lo que acaba de hacer o intenta suicidarse. Aceptan las consecuencias, porque lo primordial para ellos es que han restablecido su posición dominante, y han llegado hasta el extremo para lograrlo.

Por eso es necesario entender que los asesinatos machistas no son simples arrebatos, sino que se alimentan de la desigualdad. El problema de fondo es este sistema social en el que todavía las mujeres tienen menos oportunidades y papeles más limitados y sumisos, en el que los hombres cumplen a menudo unos roles típicos que les dan ventaja pero que crean relaciones injustas (y que a menudo son un lastre y una fuente de frustraciones para los propios hombres), en el que muchas relaciones de pareja derivan en sentimientos de posesión y control…  No hay que perderlo de vista: son las reacciones contra esa desigualdad las que suelen desatar la violencia de los dominadores.

Y diría que el asunto de la indiferencia atañe especialmente a los hombres. Es significativo lo que ocurre con el 016, el teléfono confidencial para maltratadas: cuando la persona que llama para pedir ayuda no es la víctima, sino alguien de su entorno, en el 80% de los casos son amigas, madres, hijas, hermanas… Sólo una llamada de cada cinco la hacen hombres. O sea, que en general estamos a por uvas.

44

Pangea, periodismo trotero

¡Cómo viene la chavalería! Mirad, mirad: historias de muchos quilates en la revista viajera Pangea, uno de los proyectos de fin de carrera de los alumnos de Periodismo de la Universidad de Navarra. Muy buenas lecturas para estos días.

Se la mandé a Josu Iztueta, porque hace diez años nos encontrábamos en plena expedición Pangea, el viaje al fondo de los continentes, y nos ha hecho ilusión ver el nombre en una revista de estudiantes con tanta chispa viajera y reportera.

Por ahora he leído unos cuantos reportajes y aún me estoy chupando los dedos: “El camino de los mil inmigrantes”, un recorrido estremecedor desde las pateras hasta los invernaderos, de Ane Rotaeche; “¡Aúpa, Delibes!”, tras las huellas del amor, el ciclismo y la literatura, de Guillermo Rivas; “Una historia de contrabandistas”, divertida y trágica, de Leire Ariz…

Y todavía me queda mucho por leer, incluidas las entrevistas a navegantes, las colecciones de fotos espectaculares y las colaboraciones de lujo (Mikel Ayestarán sobre “el mártir que abrió la fortaleza de Gadafi”, Dani Burgui sobre la BBC persa).

El periodismo está muerto, blablablá, blablablá.

*

Otros grupos han presentado proyectos de fin de carrera que también tienen muy buena pinta. Habrá que leerlos. Los han ido presentando en La buena prensa.

10

El arte de entrecomillar

Rufino Etxeberria contestó tres veces seguidas que ni él ni su formación política hablaban con ETA, que se limitaban a analizar las declaraciones públicas de la banda, y cuando el periodista de El Mundo volvió a la carga, le respondió así: «Nos guiamos por lo que dice ETA o por lo que puede decir Benedicto XVI».

El Mundo tituló la entrevista con esta frase: «Nos guiamos por lo que dice ETA«.

Siempre atento a las lecciones de los maestros, me empeñé en mejorar mi pericia como entrecomillador de titulares. En los primeros intentos conseguí este, un poco tímido todavía:

Zapatero, con ETA: «Viva Sortu»

Sigo practicando y creo que algo he mejorado. Os dejo este otro, a ver si os parece que tiene ya cierto carácter, no sé. Como lo de las comillas es un poco lío, destaco en rojo las declaraciones de Pedro J. Ramírez que cualquiera puede leer en su texto y que he llevado al titular:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La ejecución técnica de la idea, señor juez, es de Un escéptico confuso.

41

Notablemente enfadado

9

Periodismo Web On

Tengo pruebas contundentes de que asistimos al desarrollo de un gran periodismo web, o sea, a un periodismo webón.

Aquí van cinco casos de mails reales, alguno de hace ya un tiempo, pero la mayoría muy recientes.

1. Hola, me interesa mucho tu reportaje «Los patatines de Nosedónde» y me gustaría sacarlo en nuestra web. Pero aún no lo he leído entero. ¿Puedes contarme un poco de qué va?

2. Hola, quiero hacer un reportaje sobre ti para la web del periódico. Pero no sé muy bien sobre qué. ¿De qué te parece que podría ser? Otra cosa: ¿tienes vídeos?

3. Hola, quiero hacerte una entrevista sobre tal y cual. (Le doy mi teléfono para que me llame cuando quiera. Siguiente mensaje:). Es que estoy a tope con el curro y no saco tiempo. Aquí te mando la lista de preguntas para que me las respondas por mail.

4. Hola, te paso la lista de diez preguntas para la entrevista de la contraportada. Cada respuesta tiene que ser de tantos caracteres, y así no habrá que andar luego cortándolas. Y escribe por favor una presentación tuya de tres líneas word.

Y mi favorita:

5. Hola, en el periódico queremos hacer un reportaje sobre blogueros guipuzcoanos. Nos interesa mucho tu blog. Te paso las preguntas de la entrevista. Primera: nombre de tu blog y de qué trata.

87

Escribe tu correo:

Delivered by FeedBurner



Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
(Más sobre mí)