Lo cerraron a la fuerza y con mentiras

Hace 25 años nació el diario en el que empecé a publicar. Lo cerraron a la fuerza, con mentiras, y no pasó nada.

Copio lo que escribí hace cinco años:

«En el banquete de bodas de mis tíos Iñigo y María, me levanté tras el primer plato, cogí la moto y me fui a casa para ver el prólogo de la Vuelta a España de 1995. Lo ganó Abraham Olano. Escribí a toda prisa una columna sobre la etapa. La imprimí. Corrí con la página a la librería del barrio y allí la envié por fax. Cuando volví al banquete, la gente ya estaba bailando. Me senté a comer el solomillo que me habían guardado y algunos familiares se acercaron a preguntarme qué tal, y yo respondí que bien, que apurado pero bien, orgulloso porque acababa de convertirme en periodista. Esto será la vida del heroico reportero, pensé: abandonar bodas para ir corriendo a escribir. Tenía 19 años y fue el primer texto que publiqué en un periódico.

Egunkaria

Esta es una pequeña historia que pensé en enviar a MAJ por si quería incluirla en su blog, donde anda recogiendo las experiencias de periodistas que cuentan su aterrizaje en la profesión.

Pero la anécdota juvenil quedó unida a un episodio siniestro: si ahora quisiera buscar mi columna inaugural, sería imposible encontrarla. Desapareció el 20 de febrero de 2003. Se la tragó un agujero negro, igual que se tragó otros miles de textos, cuando la Guardia Civil clausuró Egunkaria, el diario en el que publiqué aquellas columnas durante las tres semanas de la Vuelta, por las que me pagaban 2.100 pesetas, si no recuerdo mal.

En septiembre de 1995 yo tenía 19 años y mucha suerte: Martxelo Otamendi, director de Egunkaria, me había telefoneado en persona para encargarme las columnas. A partir de entonces, me dio una confianza mucho mayor de la que se merecía un estudiante de segundo de Periodismo. El periódico era modesto, me explicaba Martxelo, y nunca me iba a enriquecer trabajando para ellos, pero me pagarían por las colaboraciones lo mismo que a los periodistas profesionales, me ofrecerían encargos y escucharían todas las propuestas que quisiera hacerles. Durante mis años de estudiante escribí en Egunkaria reportajes, crónicas y hasta entrevistas como aquella que le hice medio temblando a José María Bastero, recién nombrado rector de la Universidad de Navarra, y que apareció en portada. Martxelo me llevó de la mano en mis comienzos profesionales y me trató como ningún otro jefe me ha tratado nunca.

El 20 de febrero de 2003 yo estaba en Estambul con Josu Iztueta. Allí nos subimos a un autobús de voluntarios de muchos países que se dirigían a Bagdad con el propósito de actuar como escudos humanos y tratar de impedir los inminentes bombardeos de Estados Unidos. Viajamos con ellos hasta Ankara. Les entrevistamos y escribimos una crónica («Se apuntan a un bombardeo»). No pudimos publicarla en Egunkaria: acababan de cerrarlo y habían detenido a sus directivos, incluido Martxelo Otamendi, acusados de pertenecer a Eta.

Como no nos creíamos las acusaciones, Josu y yo enviamos desde Estambul un mensaje de solidaridad, que se publicó junto a otros cientos en el periódico provisional que se editó en aquellos días convulsos. También sentíamos el deber moral de divulgar la historia de los escudos humanos, de aquel puñado de jóvenes que viajaban a Irak dispuestos a ponerse bajo los bombarderos para así ayudar a los iraquíes, y por eso aceptamos publicarla en un diario que estaba muy interesado pero que no nos quiso pagar. Lo que hizo aquel diario, de ganancias millonarias, no nos lo habría hecho el modesto Egunkaria. Sólo podía pagar cuatro duros, pero los pagaba siempre. Respetaba el trabajo y la dignidad de los periodistas.

En aquellos años, con el pretexto de la lucha antiterrorista, se desarrollaron operaciones injustificadas y desproporcionadas (registros, detenciones, clausuras…) contra muchas entidades del mundo cultural vasco: periódicos, revistas, editoriales, distribuidoras, escuelas de idiomas… (De aquella época data esta portada del TMEO). El cierre y la liquidación sin pruebas del diario Egunkaria constituyó un ataque brutal, irreparable y premeditado contra la libertad de expresión, con el agravante de que fue dirigido por las propias instituciones del Estado. El entonces ministro Acebes afirmó que la operación era una medida «en defensa de la cultura vasca».

La reciente sentencia del juez Gómez Bermúdez confirma unos hechos que ya hace tiempo eran clamorosos:

-En las pruebas presentadas por la Guardia Civil, que sirvieron para ordenar el cierre de Egunkaria, no había indicios de que los directivos del diario tuvieran ninguna relación con Eta (el propio fiscal pidió hace mucho tiempo que se archivara el caso por falta de pruebas).

-Tampoco existía ninguna prueba de que Egunkaria defendiera las ideas de Eta. Los peritos de la Guardia Civil reconocieron que ni siquiera habían investigado si la línea editorial apoyaba a Eta. Por todo esto, al juez la imputación le parece «incomprensible».

-No había ningún fundamento legal para ordenar la clausura de Egunkaria, una medida que vulneró la libertad de expresión y el derecho a la información, especialmente porque se trataba del único diario en euskera.

-Las denuncias por torturas que presentaron algunos de los detenidos parecen creíbles: dice el juez que no hubo un «control judicial suficiente y eficiente» de la incomunicación que sufrieron los detenidos, quienes dieron descripciones detalladas de los malos tratos que son «compatibles con lo expuesto en los informes médico-forenses».

«Egunkaria acaba bien», decía el titular de El País en su editorial de ayer. Egunkaria acaba así de bien:

-Además de las encarcelaciones, los cinco acusados han sufrido un calvario judicial de siete años, con la amenaza permanente de una larga condena de prisión y sanciones multimillonarias. También lo han sufrido otras cuantas personas encausadas en otras fases del juicio.

-El diario desapareció. Se liquidaron todos sus bienes. Unos 150 trabajadores perdieron su empleo. Miles de lectores se quedaron sin el único periódico que podían leer en euskera.

Leo que «la sentencia no dará lugar a indemnización económica». En las últimas horas, en cambio, he oído y leído que la indemnización podría rondar los 60 millones de euros. No tengo ni idea de si eso será así o no, pero en cualquier caso el daño es irreparable. Yo, por mi parte, pido que a esa cantidad se le sumen otras 2.100 pesetas, unos 13 euros, como reparación por aquellas columnas mías sobre la Vuelta a España que también desaparecieron en este agujero negro.

PD: En los comentarios de este texto hace cinco años, Alberto Moyano respondió lo siguiente. «Lo de los 60 millones de euros es un monigote que agitó en su momento Manos Limpias para asustar de las consecuencias de una posible sentencia absolutoria. La cifra tiene el mismo rigor que si fuera el doble o la mitad». El tiempo le ha dado la razón: ni 60 millones ni 13 euros ni un ya perdonarán ustedes, na de na.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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