Archivo agosto 2011

¿Es buena idea la colaboración con los mineritos?

Al divulgar la noticia de que hemos cubierto los gastos de la Escuela Robertito, me preguntan en Twitter: “¿No creéis que le estáis quitando trabajo al Gobierno?”.

Es una crítica razonable. Ahora hablo solo en mi nombre, pero las dudas sobre un proyecto de colaboración de este tipo, sobre los riesgos del asistencialismo, nos las planteamos Eider, Dani y yo desde el principio, nos las seguimos planteando, tenemos algunas inseguridades sobre cuál es la mejor manera de hacer algo valioso sin fomentar dependencias ni colaboraciones viciadas… pero tenemos la convicción de que tomamos una decisión correcta, que la idea es buena, y que incluso merece la pena pediros ayuda a amigos y conocidos. De todos modos, me parece muy interesante plantear la cuestión: ¿es buena idea organizar una ayuda como la que hemos montado para la escuela de los niños y las niñas de las minas de Potosí?

Vamos por partes. ¿Qué hace el Gobierno boliviano, que debería ser el principal responsable, con el asunto del trabajo infantil minero? Lo conté en el reportaje ‘Mineritos’: nada o casi nada. Entrevisté en La Paz a la directora del plan nacional para erradicar el trabajo infantil, que me explicó algunos cambios legales y algunos pequeños esfuerzos que empezaba a hacer el Gobierno (ella defendía que era la primera vez que un Gobierno prestaba alguna atención al caso). Bien: el Estado es muy débil, los bolivianos padecen carencias muy graves en la protección social más básica, y el caso de las familias mineras del Cerro Rico es extremo: a esas chabolas a 4.300 metros de altitud, el Estado ni se arrima. El problema de fondo es la pobreza de Bolivia –producto, sobre todo, de una historia de injusticias brutales-, una pobreza en cuyo último eslabón están los menores que se ven obligados a trabajar en la mina para que su familia no muera de hambre. En los últimos años, una cierta bonanza económica y una redistribución más justa de los recursos han hecho que los indicativos sociales de Bolivia hayan mejorado bastante. Incluso parece que el país va encaminado para cumplir muchos de los Objetivos del Milenio fijados por la ONU para el 2015. Ese es el camino para solucionar de verdad los problemas. Pero es un camino larguísimo y con muchas incertidumbres. Y que todavía no pasa por el Cerro Rico.

Y mientras tanto qué.

Mientras tanto, algunas partes de la sociedad boliviana viven en la miseria más negra y en absoluto desamparo. Conocimos algunas iniciativas admirables y esperanzadoras: allá donde no llega el Estado, intentaban llegar algunas organizaciones de la sociedad civil boliviana, una sociedad en ebullición. Hablo por ejemplo de Cepromin (Centro de Promoción Minera), una asociación que nació a finales de los 70 para apoyar la formación política y sindical de los mineros, que entonces constituían una fuerza social tremenda, capaz de tumbar dictaduras militares. Tras el colapso de la minería pública en 1985 y la ley de la jungla que vino después –causa importante de la presencia de niños y niñas en las minas-, Cepromin tuvo que readaptar su apoyo a los mineros, en pleno naufragio, y dedicarse a actuaciones de mera supervivencia.

Entre otros muchos empeños, desarrolló una excelente tarea contra el trabajo infantil minero, con resultados tan brillantes como los de Llallagua, donde impulsó otras salidas laborales para las familias y así consiguió que cientos de menores dejaran de trabajar en la minería.

Eso sí: Cepromin tenía muchas ideas pero pocos recursos, y algunos proyectos los llevaba adelante gracias a la colaboración económica de oenegés extranjeras. A nosotros también nos pareció muy interesante buscar una manera para colaborar con ellos: no se trataba de un aterrizaje de oenegés salvadoras, sino de un empeño surgido de la propia sociedad boliviana, al que le faltaban medios para desarrollar sus iniciativas. No era ideal que dependieran demasiado de ayudas extranjeras, pero nos pareció adecuado intentar echar una mano a alguna de esas actividades transformadoras, por ejemplo la del trabajo infantil minero, precisamente porque estaban dirigidas a que las propias familias mineras tuvieran a corto y medio plazo capacidad y autonomía suficiente para desarrollar los proyectos de vida que mejor les pareciera.

Dedicamos muchos meses a organizar algo con Cepromin pero, por mil historias, no cuajó.

Entonces Eider conoció los proyectos de la asociación Voces Libres en Potosí y, en concreto, el de la Escuela Robertito, la única escuela que atiende a los niños y las niñas de las minas. Insisto: la única escuela para esas familias de las chabolas del Cerro Rico. A Eider le gustó cómo trabajaban, nos lo contó, y a nosotros también nos gustó. Tuvimos las mismas dudas pero nos convenció el enfoque: más allá de asegurar la supervivencia básica, nos gusta la insistencia en la educación y la capacitación profesional de los chavales, para que puedan optar a mejores modos de vida; y en la formación de líderes locales –casi siempre mujeres- que luego se comprometen con sus comunidades y toman las riendas para luchar por sus derechos y sus condiciones de vida.

Es decir: un proyecto que apoya a la gente del Cerro Rico en un momento inicial, en ese momento en el que les faltan los recursos mínimos, que el Estado tampoco les garantiza, y sin los cuales no pueden ni siquiera intentar un cambio de vida. Y es un proyecto con vocación de ser prescindible o, al menos, no indispensable. Con intención de que sean los propios líderes de las comunidades, y no la oenegé, los que desarrollen a partir de ahora sus propias iniciativas, algo que ya empieza a ocurrir.

Conocimos casos concretos. En el reportaje ‘Mineritos’ aparece Fernando, un chico que con 13 años trabajaba rescatando arenillas de estaño en arroyos tóxicos de Llallagua, pero que pudo seguir con los estudios gracias a su fuerza de voluntad, a las ayudas de Cepromin y al extraordinario trabajo de los NATS (‘Niños y adolescentes trabajadores’, una organización gestionada por los propios jóvenes), y que con 18 años se marchó a estudiar una carrera universitaria. Dani estuvo en Potosí hace unas semanas, visitando de nuevo a algunos de los jóvenes que conocimos hace dos años en las minas, y nos acaba de contar el caso de Carmen, la chica que trabaja recogiendo restos de mineral en la bocamina pero que sigue estudiando con la ayuda tanto de Cepromin como de Voces Libres, con la esperanza de conseguir una vida mejor para ella y para su familia.

Nos parece adecuado colaborar en esta parte del proceso, en el empujón que necesitan muchas de estas personas para acceder a la educación, a trabajos y vidas mejores, para que luego se las apañen por su cuenta como mejor puedan y quieran. En Potosí, el Estado no proporciona esos mínimos. Muchas de esas personas formadas con ayudas de asociaciones se comprometen luego con su comunidad, trabajan para que otros puedan tener las mismas oportunidades de estudio y para impulsar la lucha por los derechos, y así se crea una rueda con la que parece que las cosas empiezan a moverse, aunque sea unos centímetros, en la buena dirección.

Sabemos que la cuestión no es dar más sino robar menos, que no es un asunto de caridad sino de justicia. Que no se arreglarán los problemas de fondo mientras existan sistemas de comercio injustos, fraudes fiscales que desangran a los países empobrecidos, corrupción a mansalva, relaciones tan desiguales. Sabemos que deberíamos ser una sociedad más autocrítica, más exigente con nuestros políticos y empresarios, para poner en cuestión toda esta trama de relaciones perversas en las que participamos. Y sabemos que nuestro proyecto no incide en esas cuestiones de fondo.

Pero decidimos que era mejor moverse así que no moverse.

Algunos de los lectores habituales de este blog sois gente que trabaja en el mundo de la cooperación al desarrollo, que tenéis conocimientos más profundos, visiones más críticas y opiniones mejor formadas que las nuestras. Y los que no trabajáis en esas áreas también tenéis sentido crítico y opinión. ¿Qué pensáis? ¿Es buena idea montar esta ayuda para la Escuela Robertito?

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La escuela de los mineritos sigue en marcha

Gracias a vuestras ayudas, acabamos de completar el presupuesto 2011 de la Escuela Robertito, la que atiende a las niñas y los niños de las minas en el Cerro Rico de Potosí (Bolivia).

En febrero, al principio del curso, hicimos un primer envío de 5.834 euros a este centro impulsado por la asociación Voces Libres. Desde esa fecha, los donativos siguieron llegando a la cuenta y así, la semana pasada, pudimos ingresarles otros 1.615 euros, con los que cubrimos los 7.449 euros del presupuesto que tenía la escuela para el 2011. Mientras llega la carta del banco con los movimientos, aquí tenéis un pantallazo de la transferencia:

Con los 7.449 euros, en la Escuela Robertito atienden durante todo el año a unos 60 o 70 chicos y chicas: les aseguran las condiciones básicas de educación, alimentación y salud, y desarrollan una labor concienzuda para prevenir el trabajo infantil minero. Tenéis información detallada sobre la escuela (y las posibilidades de colaborar) en la página www.mineritos.org . Nos gustaría seguir apoyando este proyecto.

Daniel Burgui volvió hace unas semanas a Potosí y allí visitó la Escuela Robertito y otros proyectos de Voces Libres. También visitó a niños y niñas que conocimos hace dos años, como Carmen Quispe, que entonces tenía 12 y trabajaba en la bocamina, recogiendo restos de mineral y ayudando a su madre en las tareas de serena (encargada de cuidar el material de los mineros).

(Carmen Quispe en 2009, foto de Daniel Burgui)

Dos años después, Carmen sigue asistiendo a la escuela. Saca buenas notas y disfruta de una de las becas de Voces Libres de 1.500 pesos bolivianos anuales (unos 150 euros), con los que paga su material escolar. A cambio, debe asistir a clase y colaborar un par de días a la semana limpiando la serrería y la carpintería que la fundación Voces Libres ha puesto en marcha para dar formación profesional a adultos y adolescentes, para que opten a oficios mejor cualificados y menos peligrosos que la mina.

(Carmen Quispe en 2011, foto de Daniel Burgui)

Daniel también estuvo con Elena, la madre de Carmen, que es serena en la bocamina y portavoz de las mujeres que trabajan como ella. En un momento habla de la hija que se le murió, y de la enfermedad que ha pasado Carmen este año y que han curado gracias al apoyo sanitario de Voces Libres.

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¿Y sin memoria?

«Algunos testigos afirman que en los últimos días del proceso contra Maurice Papon, la policía impidió que un payaso, un augusto, muy mal maquillado y con el traje hecho un guiñapo, entrase en la Sala de Audiencias del Palacio de Justicia de Burdeos. Parece que ese mismo día esperó la salida del acusado, limitándose a observarlo a distancia sin dirigirle la palabra. Quizá el exsecretario general de la Prefectura de Gironde se percatara de la presencia de ese payaso, pero no es seguro. Después, el hombre volvió regularmente, sin su disfraz, para asistir al final del proceso y a los alegatos. Siempre ponía sobre sus rodillas una maleta de cuero totalmente rozado que acariciaba sin descanso. Un ujier recuerda haberle oído decir, una vez pronunciado el veredicto:

-Sin verdad, ¿cómo puede haber esperanza?

¿Y sin memoria? De las leyes de Vichy: del 17 de julio del 40, sobre el acceso a los cargos en las administraciones públicas; del 4 de octubre del 40, relativa a los residentes extranjeros de raza judía; del 3, la víspera, sobre el estatuto de los judíos (…); del 6 de junio del 42, que prohíbe a los judíos ejercer la profesión de comediante.

Yo no soy judío. Ni comediante. Pero…”.

(Inicio de Los jardines de la memoria, de Michel Quint).

*

Por mi relato, mato«, de El Jukebox. «Contra el deseo de escribir una historia vasca en tres actos y con moraleja edificante».

«Perdón y justicia«. Historias de 2008: aborígenes australianos, Srebrenica, Isaías Carrasco…

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La Sirenita (retrato al plastidecor)

Nunca he apurado tanto un equipaje como cuando Josema y yo salimos en una moto modesta a darle la vuelta a media Europa (desde San Sebastián hasta Nordkapp, en la punta norte de Noruega, y vuelta por los países bálticos: Buscando el norte, 1999). En la moto íbamos tan justos de sitio que decidimos llevar como toda cubertería una cuchara y un tenedor, en cuyo uso nos íbamos alternando, con la emoción de esperar a quién le tocaría la cuchara la noche en que cenábamos huevos fritos.

A pesar de semejantes apreturas, Josema metió en su mochila un elemento superfluo: un paquete de pinturas plastidecor. Él, conviene destacarlo, no dibuja nunca salvo cuando va de viaje. Y lo hace con la habilidad de un macaco hipoglucémico.

Cuando llegamos a Copenhague, visitamos la famosa estatua de La Sirenita. Varias docenas de turistas le sacábamos fotos y muchos posaban delante de ella, mientras dos chicas vestidas de bailarinas de cancán repartían entre el gentío publicidad de un museo erótico. Josema me pidió el cuaderno, se sentó en el muro, sacó los plastidecor y se tomó su tiempo para pintar La Sirenita:

Josema no es dibujante ni escritor pero sí uno de los observadores más agudos que conozco. Las postales que me envía son, para mí, uno de los subgéneros más interesantes de la literatura de viajes. Con letra apretadísima, están plagadas de detalles en los que nadie más se fijaría -las cualidades del mármol travertino, el remoto origen del granito con el que está construido el Empire State, las extrañas variaciones de los platos combinados en los bares próximos al estadio del Rayo Vallecano, las piernas distorsionadas en los cuadros de su admiradísimo El Greco-. Y siempre incluyen un dibujo; por ejemplo, el de la torre del Big Ben: Josema descubrió con gran conmoción que el reloj más famoso de Londres no tenía segundero, un hallazgo que desencadenó sus reflexiones sobre el mito de la puntualidad británica («¡pueden llegar 59 segundos tarde y presumir de ser puntuales!»).

Tres años después de ver a Josema pintando La Sirenita con plastidecores, leí El arte de viajar, de Alain de Botton. Lo cité aquí mismo hace pocos días: en aquel párrafo De Botton decía que viajar en solitario es ventajoso, porque la presencia de otros compañeros nos cohíbe, nos hace actuar dentro de la normalidad que se nos supone, y así frena algunos arrebatos y algunos intereses que pueden nacer espontáneamente de nuestra curiosidad. Si os fijáis, De Botton terminaba ese párrafo dibujando el escaparate de una ferretería que le había entusiasmado.

En su libro habla de John Ruskin, escritor inglés del siglo XIX, quien reflexionaba sobre la tendencia humana a responder a la belleza, sobre el deseo de poseerla y la necesidad de comprenderla. Ruskin daba clases de dibujo y no le importaba que sus alumnos tuvieran una técnica mediocre: “No he pretendido enseñarles a dibujar sino tan sólo a ver«, les decía. «Dos hombres caminan por el mercado de Clare. Uno de ellos sale por el otro extremo ni un ápice más sabio que cuando entró; el otro repara en un poco de perejil que sobresale por el borde de la cesta de una mantequera y lleva consigo imágenes de belleza que incorpora en más de una ocasión en el transcurso de su trabajo cotidiano. Quiero que ustedes vean las cosas de esta manera”.

«A Ruskin le resultaba desolador lo poco que solía fijarse en los detalles la gente», escribe De Botton. «Deploraba la ceguera y la premura de los turistas modernos, especialmente de aquellos que se jactaban de recorrer Europa en tren en una semana: `No habrá cambio de lugar a 160 kilómetros por hora capaz de incrementar un ápice nuestra fortaleza, nuestra felicidad o nuestra sabiduría. En el mundo siempre hubo más de cuanto las personas alcanzaron a ver con su paso tan lento. No lo verán mejor por más que se apresuren. Las cosas realmente valiosas son cuestión de visión y pensamiento, no de velocidad'».

Cuando empezaron a aparecer las primeras cámaras fotográficas, a Ruskin le entusiasmaron. Pero pronto «se percató del diabólico problema que planteaba la fotografía para la mayor parte de quienes la practicaban. Más que usar la fotografía como suplemento para la visión activa y consciente, la empleaban como alternativa, prestando menos atención que antes al mundo, confiados como estaban en que la fotografía les garantizaba automáticamente su posesión”.

“La auténtica posesión de una escena», sigue De Botton, «pasa por realizar un esfuerzo consciente para reparar en sus elementos y comprender su construcción. Podemos ver la belleza con la suficiente nitidez con sólo abrir los ojos, pero la pervivencia de esta belleza en la memoria depende del grado de intención de nuestra manera de captar. La cámara enturbia la distinción entre mirar y percatarse. Puede brindarnos la opción del auténtico conocimiento, pero puede tornar superfluo el esfuerzo de adquirirlo. Sugiere que hemos hecho todo el trabajo con el simple hecho de tomar una fotografía, mientras que la auténtica ingestión de un lugar, como por ejemplo un bosque, plantea una serie de interrogantes como `¿cuál es la conexión entre los troncos y las raíces?’, `¿de dónde sale la niebla?’, ‘¿por qué unos árboles parecen más oscuros que otros?’. Esas preguntas están implícitamente formuladas y respondidas en el proceso de dibujar.

“Por pésimo que sea, el dibujo de un objeto nos hace pasar súbitamente de una borrosa percepción de su aspecto a una conciencia precisa de sus partes integrantes y de sus particularidades. (…). Otro beneficio que podemos obtener del dibujo es una comprensión consciente de las razones de la atracción que sentimos hacia ciertos paisajes y ciertas construcciones. Hallamos explicaciones para nuestros gustos.  Sabemos detectar de dónde surge el poder de una escena que nos impresiona. Pasamos del escueto ‘me gusta’ al ‘me gusta porque’…».

Josema viaja mucho, nunca lleva cámara de fotos y sigue dibujando en todas las postales que envía. Recuerda y saborea sus viajes con una precisión y una intensidad que a mí me llenan de envidia.

*

Para no echarle la culpa de nuestra torpeza a la cámara de fotos, aquí van cinco amigos que son fotógrafos y grandes observadores: Eider Elizegi, Santi Yaniz, Sergio Fanjul, Dani Burgui, JMC… Los cinco fotografían, los cinco caminan mucho, los cinco son lentos.

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Me mandan recuerdos del perro de Gamere

A veces entran la pereza o el desánimo y me dan ganas de dejar aparcado el blog. Pero de pronto vuelvo a descubrir que algunas historias son anzuelos que de vez en cuando traen de vuelta unas piezas tan hermosas…

El zumaiarra Xabier Azkue y su pareja vieron los cinco recorridos temáticos que publiqué en la revista Nora de este mes. Andaban de escapada por Zuberoa y decidieron acercarse a Gamere (Camou, en francés), para hacer el itinerario de las lamias, esas sirenas mitológicas que se bañan en pozas.

Cuando llegaron al manantial de agua caliente de Gamere se encontraron con un perro. Y como Xabier es lector de este blog, lo reconoció: era el perro que me acompañó durante cuatro horas y media por montes, bosques y cuevas, que no se apartó de mí cuando nos cayeron varios chaparrones ni cuando encontró un ligue por el camino. Cuenta Xabier que el perro se fue con ellos, por delante, marcándoles la ruta. No sé yo para qué me tomé tanta molestia de ir anotando el itinerario y de escribirlo después, si basta con decir a los excursionistas que obedezcan al chucho.

Sigue contando Xabier: el perro se paró a saludar a unos niños y a otra pareja, que le hacían mucho más caso y más mimos, pero enseguida reanudó la marcha para acompañarles a ellos. Como yo, comprobaron que es un perro de palabra. En un cruce, Xabier y su pareja pensaron que el recorrido completo se les haría muy largo y decidieron bajar atajando por la carretera hasta el punto de partida. Entonces el perro les dejó y regresó por el sendero. Dice Xabier que iría en busca de otros excursionistas a los que guiar por el recorrido.

Me manda esta foto y recuerdos de parte del perro.

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Demasiado normales

El escritor Alain de Botton se para en mitad de la calle. Observa, piensa y cae en la cuenta de que le atraen los puentes ferroviarios de arco y la autopista que surca el horizonte:

“Viajar en solitario parecía ventajoso. Nuestra forma de responder al mundo se halla modelada de manera decisiva por aquellos con quienes estamos; templamos nuestra curiosidad para encajar en las expectativas ajenas. Los otros pueden tener una visión particular de quiénes somos e impedir así que afloren algunas de nuestras facetas. ‘No pensaba que fueses uno de esos que se interesan por los pasos elevados’, sugerirán tal vez con acento intimidatorio. El estrecho marcaje por parte de un compañero puede coartar nuestra observación al dejarnos confinados a la tarea de acoplarnos a sus preguntas y observaciones, instándonos así a mostrarnos más normales de lo que es saludable para nuestra curiosidad. Pero yo me hallaba a salvo de tales preocupaciones, al estar solo en Hammersmith en plena tarde. Era libre de comportarme de manera algo extraña. Dibujé el escaparate de una ferretería y el paso elevado”.

(Alain de Botton, El arte de viajar).

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Sosiego

Salí en bici desde la costa, subí por un desfiladero de caliza roja, bordeé un castillo asomado al abismo, alcancé la parte alta de la sierra. Allí, por una carreteruela capilar, atravesé una meseta a 800 metros de altitud, entre bosques de encinas y pinos. A mi izquierda, en el fondo del valle, veía los meandros plateados del Ebro. A mi derecha, lejos, el centelleo azul del Mediterráneo y la cinta blanca de las playas. En una hondonada encontré por sorpresa una aldea de piedra con una iglesia románica. Me senté en un murete, escuché las chicharras, comí tres ciruelas y dejé la cuarta, un poco pocha, para las golondrinas que trazaban acrobacias eléctricas. (Supongo que las golondrinas comerán ciruelas, ¿no?).

Bajé de vuelta hasta el mar, haciendo zigzagueos eufóricos en las mil curvas y contracurvas por las que antes había subido, con ganas de gritar yujus y yepas, pensando en lo falsos que son el puenting y tantos de esos deportes llamados de aventura, que venden adrenalina sin sudor, premio sin esfuerzo. Hombre, es un poco el consuelo de las uvas verdes: yo no salto de un puente ni atado.

Por la tarde me bañé y cogí olas. Me tumbé a leer a la sombra. Por la noche dormí por fin como un bebé.

Dejadme que plantee una hipótesis. Lo hago con mucha ignorancia y sin intención de molestar, porque cada uno busca el sosiego como mejor puede, y casi todo me parece muy bien. Pero me pregunto yo: las biodanzas y las terapias de energías y toda esa gama de gimnasias rebozadas de cháchara mística ¿no serán para gente que ha olvidado caminar?

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Guijarros

Me convenía un cambio de costa y he venido a esta, más soleada, más nítida, donde los tomates maduran cuando por fin dejas de mirarlos y donde abundan los días sin expectativas. Sin expectativas, las horas fluyen a través de ti como si te atravesara un río, y van arrastrando, removiendo y ordenando las ideas como guijarros en el fondo del cauce, hasta que quedan bien pulidos y encajados.

Después del primer chapuzón en la playa, sin tiempo ni para secarme, me encontré con un texto titulado “Nuestro único paraguas” (en el libro La felicidad de los pececillos, de Simon Leys, a quien he traído conmigo sin conocerlo de nada, porque lo recomienda Eresfea y siempre le obedezco).

Según cuenta Leys, durante el escándalo sexual que estuvo a punto de hundir la carrera del actor inglés Hugh Grant, un periodista estadounidense “le hizo una pregunta… muy estadounidense: `¿Va ahora usted a un psicoterapeuta?’ ‘No -respondió Grant-, en Inglaterra leemos novelas’”.

“Medio siglo antes que él”, sigue Leys, “Carl Gustav Jung había formulado en términos más técnicos el exacto corolario de esta misma noción: ‘Cuando un individuo pierde contacto con el universo mítico, y su vida se ve así reducida al único dominio de los hechos, su salud mental se encuentra en gran peligro’. Dicho de otro modo: la gente que no lee novelas ni poemas corre el riesgo de estrellarse contra la muralla de los hechos o de reventar bajo el peso de las realidades. Y entonces es preciso llamar con toda urgencia al doctor Jung y a sus colegas para tratar de reunir otra vez los pedazos” (…)

“Unamuno hizo un buen diagnóstico: `El hombre, por ser hombre, por tener conciencia, es ya, respecto al burro o al cangrejo, un animal enfermo. La conciencia es una enfermedad’.

“Nuestro equilibrio interior es siempre precario y está amenazado, pues somos constantemente el blanco de pruebas y agresiones de la realidad cotidiana. El resultado de las luchas de la vida es siempre incierto, y, en resumidas cuentas, es quizá un personaje de Mario Vargas Llosa el que ha dado la mejor descripción de nuestra condición común: ´La vida es un tornado de mierda, en el que el arte es nuestro único paraguas´”.

No sé si el único. A estos días sin expectativas vine con dos novelas, los artículos de Leys, un libro-reportaje, un taco de películas pero también con la bici, porque las ideas y las decisiones me quedan mucho más pulidas después de pedalearlas.

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Ermitaños, trincheras, sirenitas y otros paseos

La revista Nora trae este mes un reportaje mío con cinco propuestas para dar paseos temáticos (euskaraz). Se vende hoy domingo con el diario Berria y, aparte, en los quioscos. Por si gustáis, son estos:

1. Ruta de los ermitaños, por las cuevas-templo milenarias de Valdegovía, nuestra modesta Capadocia (Álava).

Bonus track para lectores de este blog: «Yo quiero bañarme en mares de radio«.

2. Ruta de las ferrerías del Barbadun, incluyendo la de El Pobal, que los sábados se pone en marcha (Vizcaya).

Bonus: «El misterio del hierro«.

3. Ruta de las trincheras, por el escenario de la batalla de los Intxortas en 1937, en Elgueta (Guipúzcoa).

4. Ruta mitológica por cuevas prehistóricas y pozos de lamias, en Gamere-Camou (Zuberoa).

Bonus: «Zooberoa».

5. Ruta de los arrozales y los sotos del Ebro, con observatorio de aves incluido, en Arguedas (Navarra).

Algunos cromos:

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Otro desastre en Baltistán

Nuestros amigos de Baltistán, al pie de la cordillera pakistaní del Karakórum, han sufrido otra desgracia y nos piden ayuda por medio de la Felix Baltistan Fundazioa.

Una avalancha de lodo y piedras ha destruido otra vez el pueblo de Talis, ha dejado sin casa a unas mil personas y ha arrasado los cultivos de trigo y las plantaciones de albaricoques que estaban a punto de ser cosechados, en una región especialmente frágil y con la amenaza permanente de la hambruna.

Quizá recordéis que el año pasado las inundaciones y las avalanchas destruyeron varios pueblos y mataron a decenas de personas en este mismo valle de Hushé, especialmente en Talis, apenas dos días después de que nosotros pasáramos por allá, durante el descenso desde el campo base del Broad Peak. Felix Baltistan Fundazioa reunió una primera ayuda de emergencia para los supervivientes, colaboró en los campamentos que acogieron a las familias sin hogar durante el durísimo invierno baltí y emprendió una reconstrucción de Talis que estaba a punto de culminarse cuando esta nueva avalancha ha arruinado el pueblo otra vez.

Según cuentan los vecinos, nunca habían ocurrido este tipo de avalanchas en el pueblo. Y ya van dos en dos años consecutivos. Por eso, Felix Baltistan Fundazioa pide ahora donativos para la ayuda más urgente pero también ha decidido emprender un estudio geológico, con intención de comprobar si las montañas y los glaciares de esa zona se han hecho más inestables y si los vecinos deben abandonar esa parte del valle.

Felix Baltistan Fundazioa pide que divulguemos la noticia. Y recuerda sus números de cuenta corriente para quien quiera hacer un donativo:

BBK: 2095_0000_70_9109159513

Caja Laboral: 3035_0150_01_1500030669

Kutxa: 2101_0038_51_0011074747

Para más información: www.felix-baltistan.org y los teléfonos 688.63.12.43 y 94.402.89.15.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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