Periodismo

Redes sociales: media docena de ideas y un reloj de arena

El jueves en el congreso iRedes de Burgos nos reímos cuando Nacho Escolar recordó aquella costumbre de los periódicos que sacaban un tema y escribían «en Madrid no se habla de otra cosa», «en Burgos no se habla de otra cosa»… En realidad, era el director del periódico el que hablaba de esa cosa, o que como mucho la había comentado con sus cuatro amigotes, pero acababa estableciendo de manera categórica que eso era lo que a todo el mundo le interesaba. Ahora, siguió diciendo Escolar, sabemos de verdad de qué se está hablando: se le llama trending topic (o sea: los temas más mencionados en Twitter).

Tiene mucha razón, porque en Twitter encontramos a millones de personas conversando y sabemos inmediatamente cuáles son los temas principales, las etiquetas más repetidas. Pero a mí me mosqueaba un poco la idea que iba calando en algunos de los debates de Burgos:  Twitter es el mundo. Nos reíamos de esa coletilla viejuna, el «no se habla de otra cosa», pero acto seguido le atribuíamos a Twitter, y sin dudarlo, esa misma capacidad de decidir que no se habla de otra cosa. Y sí, el fundamento es muchísimo mayor -y seguirá aumentando, claro-, porque sabemos de lo que hablan millones de personas en todo el mundo en cada momento. Pero Twitter no es el mundo. En el mundo se habla muchísimo de muchísimas otras cosas de las que en Twitter apenas se tiene noticia. Y si los periodistas creemos que todo lo importante está en Twitter, vamos daus.

Por eso me alegré cuando ayer Juan Andrés Muñoz (Allendegui) recordó durante su intervención que no todo el mundo está en las redes sociales, que somos una minoría. No se lo había oído antes a nadie en el congreso (quizá alguien lo dijo en alguna de las ponencias a las que no llegué).

Y me volví a alegrar cuando José Luis Orihuela, al presentar las conclusiones del congreso, hizo una advertencia previa contra los entusiasmos demasiado efervescentes: a las redes sociales no podemos atribuirles un carácter mágico ni exigirles milagros. A continuación enumeró las enormes virtudes de estas redes, en unas conclusiones que parecen muy acertadas y muy relevantes. Pero que muy.

1) Las redes sociales son la más poderosa tecnología de comunicación de la historia.

2) Las redes sociales son la gran base de datos de los deseos e intenciones de nuestras sociedades.

3) Las redes sociales abren las organizaciones.

4) Los usuarios de las redes sociales tenemos un compromiso con la defensa de la neutralidad de la red.

5) Las redes sociales son tecnologías para la libertad.

La lección cero la recibí yo hace unos días, cuando un amable señor que da discursos públicos sobre el futuro del periodismo dijo que estaba mosqueado con «todo eso de internet», porque es una autopista sin señales ni seguros, porque puede escribir cualquiera sin carné ni título ni nada, porque ¡internet no es periodismo! Tenía un reloj de arena y se le paró, que dice mi abuela: ¿o sea que se puede ver Twitter en el ordenador?

*

Hace un año ya solté esta misma morcilla aquí: «Las historias más interesantes están fuera de Google«, especialmente hacia el minuto 6 y el 7.40.  Morcilla burgalesa, porque la entrevista me la hizo en Burgos el burgalés Leandro Pérez Miguel, el jefe, el que nos pastorea con infinita paciencia a los blogueros más torpes de Gente Digital, el tipo supersónico que tiene quince ideas y siete proyectos interesantísimos por semana, y que encima es capaz de  que alguno cuaje, como este mismo iRedes, primer congreso iberoamericano de redes sociales, que él ha organizado y dirigido con un programa de lujazo, que el jueves se convirtió en tercer trending topic mundial -o sea: el tercer tema más tuiteado del planeta-, en una ciudad que mola mucho, en la que él mismo hace de cicerone, y un tipo que en plena locura organizativa entre 300 asistentes y tres docenas de ponentes es capaz de mantenerse sereno, calmo y hasta bromista con una sospechosa capacidad que nos ha llevado a rebautizarlo -chst, él no lo sabe- como Leandro Gado.  Todo hay que decirlo: en estos elogios ejercen alguna influencia los estímulos intelectuales con los que mima a sus invitados.

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Meneses, me duele la mandíbula

Jaime llega muy excitado a un bar de El Cairo. Les muestra a sus amigos un ejemplar de la revista Paris Match en la que aparece, en página entera, la foto de una espectacular chica nuer casi desnuda, en la orilla del Alto Nilo. Quiere viajar a Sudán para buscarla y casarse con ella. Enrique decide que en estos casos a los amigos hay que acompañarlos. Lían el petate y se marchan. A la mujer no la encuentran, claro, pero Jaime y Enrique siguen hacia el sur durante meses y llegan hasta Ciudad del Cabo.

En ese viaje de finales de los años 50 atraviesan una África en vísperas de la descolonización, todavía un territorio de ingleses de pantalón corto y medias blancas y de estrambóticos reyes negros. Ese viaje está relatado en el libro África de Cairo a Cabo, que yo leí de chaval como una fascinante novela de aventuras, y que me hizo empezar a sospechar que los viajeros son, sobre todo, unos tremendos buscadores de excusas.

Y Enrique era Enrique Meneses.

Con el tiempo supe que Meneses acompañó a Fidel Castro y al Che Guevara en la Sierra Maestra durante la revolución cubana, que fotografió la Guerra de Suez, que cubrió la Marcha Negra en Washington y el discurso de Luther King, que entrevistó al Sha de Persia y a su mujer Farah Diba, que para hacer su primer reportaje, siendo aún adolescente, cogió un taxi en Madrid, viajó hasta Linares, donde agonizaba Manolete, y consiguió una entrevista con el cirujano del torero, por la que le pagaron 150 pesetas (y el taxi le costó 400: la proporción entre ingresos y gastos del periodista autónomo viajero se mantiene como una ley universal).

Luego le escuché contar cómo hizo su último trabajo sobre el terreno en Sarajevo, durante el asedio serbio. Y que  entonces, con los pulmones ya desmigados por seis décadas de dos paquetes diarios de Ducados, su calvario consistió en que le habían dado una habitación en el sexto piso del legendario hotel Holiday Inn, el de los periodistas, y como no funcionaba el ascensor, se ahogaba y sufría como un perro cada vez que subía por las escaleras. Allí Meneses estaba en clara desventaja con otros reporteros jóvenes como Gervasio Sánchez o Alfonso Armada, a los que él, con envidia, llamaba “olímpicos”: claro, es que cuando atravesaban la avenida de los francotiradores, Sánchez y Armada podían correr…

En estos últimos años, Meneses ha peleado con un cáncer y ahora vive amarrado dieciséis horas diarias a una bombona de oxígeno por culpa de una enfermedad pulmonar obstructiva crónica. Aun así, con 81 años, mantiene una especie de redacción en el salón de su casa y sigue tecleando todos los días, como ha hecho desde los 15. Escribe textos de análisis internacional y sigue haciendo periodismo a través de su muy activo blog, de sus cuentas de Twitter y Facebook, incluso de la red social Tuenti, frecuentada por la chavalería, en la que tiene problemas para registrar sus datos porque dice que el formulario no contempla la posibilidad de marcar 1929 como año de nacimiento.

Hace unos días, en Madrid, asistí al estreno de un documental apasionante sobre la vida de Meneses: Oxígeno para vivir. Periodismo de la Generación Magnum a la 2.0. La película de Georgina Cisquella, por la que desfilan figuras como Manu Leguineche, Rosa María Calaf, Gervasio Sánchez o Gerardo Olivares, es sobre todo una celebración del entusiasmo de Meneses, de la pasión con la que rememora el trabajo de los grandes reporteros de los últimos cincuenta años y la pasión con la que ahora se lanza a la revolución digital del periodismo.

Al día siguiente del estreno, nos sentamos en el salón de Meneses a las ocho de la tarde y no nos levantamos hasta la una de la mañana. Este hombre es un volcán. Relataba en estado de erupción tremendas batallitas que nos dejaban durante horas con la mandíbula colgando: su telefonazo de madrugada a la alcoba de un general sirio para sacarle una entrevista, la persecución por medio mundo para salvar a su prima de una boda no deseada, las escaramuzas guerrilleras en los talones del Che y las frases que se le atribuyen mal… Y cuando nos quejábamos de las dificultades del periodismo actual, de la inestabilidad del oficio y otros lloriqueos, a Meneses se lo llevaban los demonios y repetía que el buen periodismo es aventura, que hay que largarse, huir de las redacciones y pasar de los jefes, que  si aquí sólo hay sitio para Belén Estebán debemos ofrecer nuestro trabajo en el extranjero, que las redes sociales y los blogs son una bendición para el periodismo, que él sigue vendiendo fotos históricas gracias a su cuenta en Flickr, que salgamos al mundo con un ordenador bajo el brazo, que movamos el culo de la silla, que pretender amarrar la seguridad es un absurdo contra la vida. Meneses era el más joven de la sala.

Tuve la gran suerte de que la banda de 1001medios me invitara a esa tertulia, una de las que suelen organizar y grabar en casa de Meneses. También participó Edurne Arbeloa, periodista de Cuatro. Todo esto lo lió el salsero de Javier F. Barrera, una especie de Argiñano del periodismo, otro tío sísmico, para que habláramos con Meneses de periodismo freelance, de periodismo trotamundos. Hablamos durante horas y horas, pero en un momento Rosa Jiménez Cano ordenó un poco la tertulia y Mirentxu Mariño se puso a grabar. Aquí han colgado unos extractos en un vídeo de cuatro minutos. Y en la columna derecha de 1001medios.es, en el apartado de podcast,  también han publicado un audio bastante más largo, para valientes (Tertulia: Enviados).

Cuenta Javier que si llamas «maestro» a Meneses, él se mosquea por la pomposidad y te llama «pequeño saltamontes».  Tiene la misma habilidad para disolver los halagos que Manu Leguineche, a quien hace unos años sí se me ocurrió llamar «maestro» (pero en el blog, ¡no a la cara!). En los homenajes, entre lagrimones, Leguineche decía como quien espanta moscas: «Yo lo único que he hecho ha sido trabajar, lo demás os lo habéis inventado vosotros».

Ellos también inventan algunas cosas para seguir dando guerra: ahora Meneses reta a Leguineche a una carrera de silla de ruedas.

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Periodismo de trincheras

Alguna vez me cae un comentario de este tipo: «Vaya, vaya, así que publicas con éstos». Ocurre poco, se suele quedar ahí pero deja flotando un tonillo de reproche.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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