Periodismo de trincheras

Alguna vez me cae un comentario de este tipo: «Vaya, vaya, así que publicas con éstos». Ocurre poco, se suele quedar ahí pero deja flotando un tonillo de reproche.

He publicado mis reportajes en toda una gama de diarios que van de la izquierda independentista vasca a la derecha monárquica española, en revistas de feministas, de jesuitas, del opus, de empresarios, de sindicalistas, de sexualidad, de montañismo, de militantes de esta causa, de aquella y de la de más allá, en euskera, en castellano, en italiano, en medios públicos y privados, en revistas de viajeros profundos y en las del turismo más superficial, en medios multinacionales y en revistas de asociaciones de vecinos.

Los del «vaya, vaya» consideran que publicar en alguno de estos medios supone una pequeña traición, pero tampoco dan mucha caña, suelen ser benévolos y conceden la absolución ante el argumento de la necesidad, del pragmatismo: claro, es que la cosa está muy cruda, de algo tendrás que comer, no están las cosas como para ir eligiendo, no te quedará otro remedio que publicar donde sea.

Todo eso es cierto.

Pero el problema es otro. El problema es creer que existe una especie de traición en el hecho de publicar en un medio que no cuadre con tus esquemas mentales. Si tuviera dónde elegir, si los medios más afines a mis ideas me pagaran buenos y frecuentes sueldos como para poder escribir en exclusiva para ellos, también me gustaría seguir publicando en otros medios alejados de mis convicciones.

Mi empeño principal, al margen de ejercicios de periodismo alimenticio, es buscar y contar historias que creo que deben ser conocidas. Cuanta más gente las conozca, mejor. Si el lector habitual de un medio tiene esquemas mentales distintos de los míos, aspiraré a convencerle de que la historia que yo le cuento es importante y que mi enfoque es el justo. Al medio sólo le pido que no sea un medio criminal y que no manipule mi texto.

Qué poco leemos y escuchamos a quienes no son de nuestra cuerda. Tenemos muy poca predisposición para atender a las razones de otros que defienden ideas distintas, para aceptar que quizá tengan razón en algún punto de vista y que quizá debamos retocar en algo nuestras posiciones iniciales. Tachamos al otro con algún adjetivo simplista y nos cerramos de orejas. Leemos siempre los mismos diarios, frecuentamos siempre los mismos blogs, siempre nos damos la razón a nosotros mismos. Casi nunca debatimos.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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