Archivo noviembre 2012

Pancha es Castilla

Así se fueron ocho días que parecieron ochenta.

1) Siesta con plátano sobre Mercedes al sol.

2) Bocadillo y lata de cerveza en Aguilar de Campoo (Palencia).

3) Una tarde en la biblioteca de Villadiego (Burgos). Periódicos, mapas, revistas, calefacción.

4) Alar del Rey (Palencia): inicio del canal de Castilla, siglo XVIII, primera retención del Pisuerga.

5) Sopa castellana en La Granja de San Ildefonso (Segovia).

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Uno que se salió del mundo

Después del madrugón, empezamos la subida a la Peña Amaya, a la que J. bautizó con mucho ojo como el Uluru burgalés.

Pasamos por los restos de un castro celta muy extenso, donde hace dos mil años los cántabros sufrieron el asedio de las tropas del emperador Augusto. Se encaramaron a una fortaleza en lo alto de la cercana Peña del Castillo, en la que aún se aprecian muros de hace dos mil años, trincheras y pasos excavados en la roca. En ese mismo nido de águilas se refugiaron los visigodos y luego los castellanos, para resistir diversos asedios moros.

Qué emoción, le dije a J.: en este mismo lugar alguna vez caminarían dos tipos como tú y como yo, dos celtas que verían esta misma montaña de enfrente, que tendrían los mismos latidos acelerados al subir la cuesta. De qué hablarían, cómo sonarían sus voces, qué ilusiones tendrían, qué temores masticarían, sabrían hacia dónde queda el mar, qué parte del mundo conocerían, qué sentirían al ver acercarse por la llanura a las tropas romanas.

Un poco más adelante encontramos a un señor de barbas borrascosas recogiendo setas. Se llamaba José y vivía abajo, en el pueblo de Amaya, pero nos dijo que subía a la peña a diario.

Cuando J. sacó del bolsillo unas gafas de sol, José se inquietó:

-Eso es malo. Esas gafas y los tatuajes y esas cosas. La gente que lleva tatuajes vive menos.

-¿Y eso? ¿Porque se pasa la tinta a la sangre o algo así? –preguntó J.

-Es que ahora la gente no es libre. Gastan lo que no tienen. Y los que llevan esas gafas y los tatuajes y los pendientes y esas cosas… Esos viven menos. El setenta o el ochenta por ciento de la humanidad está sucia. Ahora hablan de la crisis y los recortes. Eso es Dios, que está limpiando.

“Por eso me fui a vivir a lo alto de la peña. Allí construí unas cabañas y me pasé cuatro años allá arriba. Me sentía más libre. Bueno, vivía allí hasta septiembre. Luego con el frío bajaba al pueblo.

José nos señaló un majuelo en la base de la pared: a partir de allí subía un pasillo empinado y rocoso hasta la meseta de la Peña Amaya. La parte superior de esta montaña es una inmensa explanada rocosa, de un par de kilómetros de largo, en la que podría aterrizar un Jumbo.

Allí estaban las cabañas de piedra que utilizaba José para salirse del mundo.

*

Por la base de la Peña Amaya, hacia la Brecha de Rolando burgalesa y la Peña del Castillo, donde se refugiaron celtas, visigodos y castellanos:

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El que tiene vespa

Si no tenéis una vespa, para lucir tan sesi como yo, ahora al menos podéis vestir una de estas camisetas que diseña Javi. El lema viene de la vieja sabiduría popular: «El que tiene vespa tiene neska». Si os interesa: vespaneska@yahoo.es.

¿Alguien diseña lencería? No os cortéis, que yo ya voy lanzado.

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Madrugar sin una verdadera necesidad

Aparecieron dos guardias civiles a las once de la noche, nos pidieron la documentación y nos explicaron que estaba prohibido acampar en toda la provincia. Incluso, dijeron, podían ponernos una multa de 300 euros. “Y os sale la broma más cara que un hotel de cinco estrellas”, dijo el guardia joven. El guardia viejo aclaró que nunca multaban. Que, como mucho, a los campistas poco discretos los mandaban para otra parte: “Toda la vida hemos salido a la montaña», dijo el guardia viejo, «y hemos acampado en cualquier sitio. No molestábamos a nadie, no ensuciábamos. Pero claro, no gastábamos, y ahora protestan los dueños de los campings y de los hoteles, porque pierden negocio, y van y sacan una ley para prohibir la acampada libre”. Examinaron nuestra tienda con interés, calcularon si podrían llevarla plegada en sus motos, nos preguntaron si teníamos buenos sacos –esa noche hizo dos o tres grados bajo cero- y nos recomendaron que por la mañana nos marchásemos temprano para que no nos viera nadie.

Es lo que hacemos siempre.

Un día más tarde, ya en otra provincia cuya legislación campera ignorábamos, J. me obligó a salir de la tienda a las 7. Yo me hice autónomo, sobre todo, para no madrugar. Para no madrugar en mi propia casa (hacerlo me parecería de muy poco respeto por mí mismo). Si veo amanecer, es señal de que estoy de viaje o de que salgo al monte. Si madrugo, en fin, significa que ese día no trabajo.

Nos levantamos a las 7, digo, en un campo de cereal en Sotresgudo (provincia de Burgos: estamos muy a favor de Burgos). J. temía que llegara algún vecino con el tractor antes de que recogiéramos la tienda, cosa que a mí tampoco me parecía grave, pero en fin, estábamos de vacaciones y podía darme el capricho de madrugar.

Nos despertamos junto a su Mercedes blanco de 1980, en el que tenemos por costumbre anual viajar un poco por Castilla, con un criterio básico: no superar los 80 km/h, conducir sin despeinar los chopos.

J. levantó la tienda al aire, para sacudirle la humedad con los primeros rayos del amanecer. Y nada, que me pareció bonito.

Bola extra: Setas rojas y hombrecillos verdes, de Eider Elizegi.

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Cómo mear en tres mares a la vez

Siento un aprecio especial por las personas que han descubierto con la lengua la constitución triple del plátano. Es decir: si muerdes una rodaja de plátano, te la metes en la boca y aprietas suavemente con la lengua justo en el centro de la rodaja, se dividirá en tres partes.

Quienes comen los plátanos con tenedor y cuchillo (!) destrozan las  delicadas atenciones de las plantas musáceas, que nos entregan sus frutos con un envoltorio idóneo para conservarlos, abrirlos y comerlos sin mancharnos. Aún peor: ignoran su secreta simetría.

Me comí un plátano en el Pico Tres Mares (2.175 m), sobre el circo cántabro de Brañavieja. Si una lengua colosal apretase esta cumbre hacia la profundidad de la tierra, del vértice se desgajarían tres enormes pedazos: la cuenca del Nansa, la del Pisuerga y la del Ebro. Es la Gran Montaña Plátano.

En esta cumbre, si has bebido mucho y te has aguantado las ganas como para acumular un chorro con cierta potencia, puedes cumplir una experiencia maravillosa: te pones a mear, vas girando sobre ti mismo y consigues que tus líquidos corporales lleguen a tres mares en un solo golpe de riñones. Por una ladera fluyen hacia el Nansa (que desemboca en el Cantábrico), por otra hacia el Pisuerga (que va al Duero y por tanto al Atlántico) y por otra hacia el Ebro (y así al Mediterráneo).

Porque el Ebro nace en las faldas de esta montaña, por mucho que un apunte de Plinio el Viejo, las jotas aragonesas y la conveniencia turística sitúen el nacedero oficial en Fontibre –Fontes Iberis-, abajo en el valle. En Fontibre brota un manantial muy coqueto, represado en un estanque, con su estatuilla de la Virgen del Pilar, su bosquecito, sus senderos, su restaurante y su oficina de turismo. A esa surgencia la llaman Nacedero del Ebro: tururú.

Al Ebro de Fontibre se le añade pronto el río Híjar. Pero el río Híjar viene desde más lejos y desde más arriba, viene desde Brañavieja. Ahí manan, aunque queden a desmano para el turista, las verdaderas fuentes del Ebro.

John Speke en las fuentes.

Claudio Magris cuenta en El Danubio cómo el sedimentólogo Amedeo busca la verdadera y definitiva fuente de aquel río. Sigue cauce arriba el último afluente, alcanza una pradera encharcada, remonta los hilos de agua que llegan allí y se encuentra con un caserío, que tiene un canalón del que mana un chorro permanente. El agua llega al canalón desde un lavadero, que se llena con un grifo que nadie consigue cerrar, conectado a una vieja tubería de plomo que viene bajo tierra quién sabe ya desde dónde.  “¿Y qué sucedería si cerraran ese grifo?”. Magris imagina Bratislava, Budapest y Belgrado secas, los objetos antiguos y las osamentas en el inmenso cauce del río vaciado.

J. y yo también fantaseamos con el alcance de un minúsculo acto nuestro para Logroño, Tudela, Zaragoza y Tortosa.

Meandro en el Ebro.

Saludos especiales a J. y N., buscadores de hirumugarrietas, laumugarrietas y trifinios.

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A punto de devolver la txapela

Le dije a Marc Roig que si alguna vez se proclamaba campeón, sería mérito suyo. Pero que si llegaba a ser txapeldun, específicamente txapeldun, se lo debería a mi tío abuelo Patxi Alcorta, aquel figura que extendió la costumbre de premiar a los campeones con txapelas.

La idea tuvo un origen etílico. «Lo de las txapelas se me ocurrió en un delirium tremens”, contaba Patxi. “Veía boinas por todas partes. Y por eso luego las hice de todos los tamaños, desde txapelas enormes para ponérselas a los deportistas hasta pequeñitas para colgar en el retrovisor de los coches. A los atletas les hace más ilusión una boina que una copa. No hay que andar limpiándolas, como los trofeos. Se sacude y ya está». En 1968 Patxi Alcorta se fue a los Juegos Olímpicos de México con un saco de boinas bordadas por las monjas adoratrices, para entregárselas a los campeones. Viajó por todo el mundo poniendo boinas a Zatopek, Bikila, Urtain… (foto: Patxi Alcorta entrega la txapela a Mariano Haro en el Memorial Muguerza).

En 2009, Marc escribió en su blog:

«Ahora que ya sé lo que significan las txapelas, me dará más rabia no ganar la Behobia-San Sebastián. Pero espero pelear duro y quedar cerca del podio, y año a año acercarme al título de txapeldun».

Aquel año Marc quedó tercero en medio del vendaval y el diluvio (tremenda foto de Sergio), solo superado por un campeón de Europa y un campeón de España. A mí, que lo vi pasar por Lezo y me pilló por sorpresa, me dio un alegrón. Volví a casa corriendo, puse la radio, me comí las uñas y al final sacudí el puño y solté un “¡bien!”, como si hubiera metido un gol la Real.

El tremendo Marc tiene el don de regalarnos días felices.  Seguimos las crónicas de su viaje en tren por Europa, mientras competía en carreras de todo el continente para ganar premios y pagarse así los billetes; seguimos su trabajo en Eldoret (Kenia) con los niños abandonados en la calle;  seguimos sus aventuras cuando viajó otra vez y otra y otra a Eldoret, para competir contra los atletas kenianos que se sentían humillados cuando les adelantaba un blanco o para pagar la dote simbólica de su novia Mercy en vacas… Este pasado verano, su boda en Eldoret nos dio la excusa para viajar por Kenia (con la inédita circunstancia de tener que meter una camisa en la mochila).

Y esta misma mañana, de nuevo en la Behobia-San Sebastián, de nuevo bajo el diluvio, hemos visto pasar a Marc detrás de Jaume Leiva y delante de 21.423 atletas. Ha terminado segundo y ya solo le falta un paso para conseguir una txapela en propiedad. Porque él ya tiene una, pero la considera prestada.

Hace unos años, cuando Marc me visitó en mi casa, apareció Josu Iztueta. Traía para Marc una bandeja de pasteles y una txapela enorme, ganada veinte años antes por la ciclista y triatleta Dina Bilbao, que murió en un naufragio en el Caribe. Marc la recibió con emoción pero prometió devolverla: cuando consiga la mía, dijo, devolveré la de Dina.

Ayer cenamos con él en el Vallés y descubrimos fascinados su dieta del éxito: mosto, morcilla con berza, lomo con pimientos, albóndiga. Esas alegrías que nos da Marc.

PD: Las famosas zapatillas de camión kenianas que nos descubrió Marc: «Antes habían sido unas ruedas de coche o de camión desgastadas e inútiles. Ahora, por muy poco dinero, se convierten en algo tan útil como unas sandalias. Se eliminan los deshechos, se crea un empleo y se satisface una necesidad. El hombre al que se las compré trabaja por su cuenta. Compra neumáticos viejos y, sentado bajo la sombra de un árbol, va creando zapatos. He visto algunas tiendas similares pero es mucho más común la venta de calzado de segunda mano: cuando en Europa ya no nos gusta un par (o se intuye que se está rompiendo), en Kenia se genera un negocio».

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3.463 nombres de ovejas

En un trabajo memorable, M. Aizpurua recopiló 3.463 nombres propios que los pastores vascos daban a sus ovejas. El 24 de abril de 1983, por ejemplo, entrevistó a Jose Mari Iztueta, pastor de Berastegi, padre de Josu Iztueta. En su rebaño Jose Mari nombró, entre otras muchas, a las siguientes ovejas:

-“Juan Tomas”:  así llamada porque tenía las patas lanudas, igual que Juan Tomás, un chico del pueblo que salía a bailar en fiestas con los pantalones bastante levantados, dejando a la vista sus canillas peludas.

-“Joxe Txorizo”: era el apodo de un mendigo que solía refugiarse de chabola en chabola. Esta oveja compartía la costumbre de meterse en todas las chabolas.

-“Ahuntxe”:  de ahuntz, cabra, porque le gustaba caminar por lo alto de los muros.

-“Hankamotxa”: se rompió una pata, se le pudrió y se la cortaron. Se quedó hankamotz: coja.

 -“Txorroskilero”: el txorroskilero (afilador) que pasaba de vez en cuando por Berastegi tenía el pelo muy rizado. Esta oveja también.

-“Saihetsean harrak egindakoa”:  la que tenía gusanos en el costado.

-“Putre”: buitre, porque tenía el cuello largo y sin pelo.

-“Pikona mutur-beltxa”: Pikona se le dice a la que tiene la mandíbula inferior más corta que la superior. Mutur beltz: morro negro.

Hay una oveja de la que no se explica el motivo del nombre, que parece obvio, sino una circunstancia muy misteriosa:

-“Pinto”: desapareció un año entero y regresó.

Ya estamos tardando en reeditar Ardi izenak. Analisi linguistiko eta morfologikoa (UEU, 1985), de M. Aizpurua.

(Actualización: me dice Xabi que el libro está en PDF. Gora UEU!).

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Euskamasutra:

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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