Archivo septiembre 2011

Homenaje a Josetxo Mayor

El Ayuntamiento donostiarra ha celebrado esta tarde un pequeño homenaje a Josetxo Mayor, el hombre que lleva 25 años cuidando y limpiando los caminos del monte Ulía. El alcalde, acompañado por la corporación, le ha entregado un reloj en el salón de plenos y ha extendido su agradecimiento a todas las personas que trabajan de manera voluntaria en tantos rincones y tantas asociaciones de la ciudad. Josetxo ha dado las gracias a la corporación y a los amantes de la naturaleza.

Con 78 años, Josetxo sigue trabajando a diario en Ulía. Esta mañana ha cortado las zarzas y ha limpiado la zona que baja de la fuente de la Kutraila hacia la calzada del siglo XIX (hoy rebautizada «Avenida de Josetxo» por los asiduos de Ulía, con placa y todo). Y mañana seguirá dando el callo en la misma zona. Su nuera y su nieta, presentes en la ceremonia, dicen que alguna vez le han acompañado en sus caminatas diarias desde Intxaurrondo hasta Ulía, pero que no lo hacen más porque «el aitona no anda: corre».

A la salida del acto ya han empezado los planes para cuando toquen las bodas de oro, dentro de otros 25 años. Josetxo no tiene dudas:

-Aquí mismo había una tienda de suministros navales. Vendían unos rollos de cuerda enormes, que llegaban desde el suelo hasta la cabeza. Pues yo compré tres de esos.

Cuerda para rato, Josetxo.

(Mikel Iturriak euskaratu egin du: Donostiako Udalak Josetxo Mayorri eginiko omenalditxoa).

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Lea

Mendexa, Amoroto, Gizaburuaga, Aulesti, Munitibar. Hay recorridos que son poemas. Este sonaba aún mejor en boca del nativo que me acompañó; en boca y en dientes, porque masticaba esos nombres comiéndoles vocales y empapando consonantes fricativas. El nativo que me acompañó en la ruta del río Lea fue editor de Elea, ese que lo mismo sacaba libros que esparcía estiércol, valga la rebuznancia, un maquinador cultural al que deberían dar una medalla o meter por fin en la cárcel.

Mendexa, Amoroto, Gizaburuaga, Aulesti, Munitibar: ignorante de mí, antes del domingo hubiera dicho que en este valle, apenas un zarpazo desde las faldas del monte Oiz hasta el puerto de Lekeitio, nunca había pasado nada. Pero hay mundos que se superponen a otros mundos, que así van quedando sepultados en musgos y olvidos, y cuando alguien se dedica a escarbar para sacarlos un poco a la vista, te quedas de piedra. Pero de piedra piedra: en este modesto río Lea se suceden 38 puentes antiguos, 41 ferrerías y molinos y 28 presas. Este cauce fue el laboratorio de Pedro Bernardo Villarreal de Bérriz, un ilustrado de Arrasate que hace cuatro siglos se dedicó a la construcción naval, las explotaciones forestales, la arquitectura, pero sobre todo a la ingeniería hidráulica: aquí desplegó en piedra todas sus ideas y marcó la vanguardia industrial de Europa, con presas de contrafuertes, ferrerías, molinos (incluido uno de mareas), de los que salieron miles de toneladas de herramientas y armas, incluidas las picas de Flandes. En sus libros, Villarreal de Bérriz explicó el motivo principal de sus industrias y afanes: «Satisfacer mi curiosidad y gusto».

Es emocionante descubrir vanguardias viejas, vanguardias de piedra ya camufladas por el tiempo, tecnología punta fosilizada: es como palpar siglos. Así caminamos Lea arriba, desde la playa de Isuntza hasta los molinos de Munitibar, presa barik baina presa askogaz.

Fotos: 1) presa y ferrería de Bengolea; 2) Iñaki Mendizabal haciendo puenting; 3) Iñaki Mendizabal, en su tiempos de editor, convenciendo a uno sus autores.

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Nepal: el desafío de las cumbres

Acaba de salir el número dedicado a Nepal de la revista Altaïr. En él publico un reportaje titulado «El desafío de las cumbres», un repaso histórico del himalayismo en aquel país, con sus gestas, tragedias y chascarrillos. Cuelgo aquí un extracto.

«Aquellas exploraciones trajeron el descubrimiento de un territorio colosal, abrumador, sobrehumano. La expedición francesa de 1950, por ejemplo, pasó de sus bien conocidos Alpes a un Himalaya inabarcable, con unos valles ignotos en los que perdieron semanas y semanas en busca del Dhaulagiri —finalmente lo descartaron, por sus aristas imposibles— y luego del Annapurna. Maurice Herzog y Louis Lachenal se trajeron la cumbre y también el primer relato sobre la Zona de la Muerte, esa región a partir de los 7.500 metros donde la vida se escapa a borbotones. Tras un infierno de congelaciones, deshidrataciones, accidentes, avalanchas e incluso una noche que pasaron casi sepultados en el interior de una grieta, la ayuda de sus compañeros salvó a los dos alpinistas en el descenso. Herzog cinceló una de las primeras sentencias del himalayismo: “Hay otros Annapurnas en la vida de los hombres”. Fue una de las frases más caras de la historia: para escribir esas 38 letras, primero tuvo que perder los veinte dedos. Se los fueron amputando durante la marcha de regreso.

“Los británicos temblaron en 1952, cuando los suizos llegaron a 8.600 metros en el Everest, a dos palmos de la cima de sus obsesiones. Como respuesta, en 1953 organizaron otra expedición con tácticas de asedio militar, equiparon minuciosamente la vía, lanzaron varias cordadas y, por fin, el neozelandés Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay alcanzaron el techo del mundo, justo a tiempo para anunciarlo el día de la coronación de Isabel II. Fue una apoteosis imperial.

“Del carácter de aquella expedición británica, dice mucho el mortero de cincuenta milímetros que llevaron, con la intención de disparar las botellas de oxígeno hasta el collado Sur y así evitar su pesado acarreo. El riesgo de avalanchas impidió tan insólito ataque artillero.

“Pero si cada país porfiaba por poner la primera bota sobre alguno de los ochomiles, conviene recordar que los sherpas participaron en casi todas las cumbres: ellos fueron, en realidad, la nación que conquistó los ochomiles.

«Aquella era una época de ensayos en un territorio desconocido, de decisiones que hoy parecen extravagantes. Como la de los austríacos y suizos que ascendieron el Dhaulagiri por primera vez en 1960. Apenas contrataron a sherpas porque prefirieron utilizar una avioneta llamada Yeti. Con ella transportaron el material hasta el campo base en vuelos sucesivos. Los pilotos ejecutaron maniobras arriesgadísimas, estuvieron a punto de caer en grietas y de chocar contra seracs, hicieron varios aterrizajes forzosos y sobrevivieron al accidente final que destruyó la avioneta.

“También fue la época de los primeros encuentros hostiles entre los nepalíes y aquellos grupos de marcianos que se ponían a trepar montañas: los japoneses que pretendían escalar el Makalu en 1954 no llegaron ni a su base, porque una multitud los echó a palos. Los acusaron de enfurecer a los dioses en su intento del año anterior y, como consecuencia, de provocar inundaciones, avalanchas y epidemias de viruela. Debieron dar media vuelta; la conquista del Makalu se retrasó dos años”.

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Aldura Resort

La vuelta al monte Aldura es un delicioso recorrido que cuenta con todas las comodidades y atracciones para satisfacer al turista más exigente: 1) hotel; 2) campo de golf con velódromo; 3) piscina; 4) spa; 5) masajes con envoltura de barro; 6) safari; 7) zona de copas; 8 ) solárium con sombrárium y 9) sex shop.

1) Hotel:

2) Campo de golf con velódromo anexo:

3) Piscina:

4) Spa:

5) Masaje con envoltura de barro:

6) Safari:

7) Zona de copas:

8 ) Solárium y sombrárium:

9) Sex shop:

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El sueño de Muezza

Cuentan que la gata Muezza dormía sobre el brazo de Mahoma. El profeta tuvo que salir y cortó la manga de su túnica para irse sin despertarla.

Tecleo estas líneas de rodillas ante la mesa del ordenador, hincando las rótulas en el parqué, porque yo tampoco soy capaz.

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Josetxo de plata

Acabo de felicitar por teléfono a Josetxo Mayor: el 17 de septiembre de 1986, hace exactamente 25 años, empezó a limpiar los caminos del monte Ulía. Y desde entonces no ha parado. El hombre tiene 78 años, sigue en plena forma y con un humor estupendo. Me ha citado para un día de estos, entre las 8 y las 10 de la mañana, en el tramo de Bustintxo, donde ahora mismo anda cortando y recogiendo los arbustos que en verano amenazan con tapar el sendero.

(Foto: Josetxo, hace cuatro años, limpiando la bajada desde la zona de los cañones hacia la punta ballenera de Animeta)

Hace ya un par de años que no veo a Josetxo pero percibo su rastro muy a menudo: salgo a caminar por Ulía y veo unas zarzas cortadas y apiladas, que al día siguiente ya están recogidas, o un tramo de sendero recién alisado… Así, siempre sé en qué tramo del monte anda trabajando Josetxo, el hombre que sube todos los días del año a limpiar y cuidar los caminos por propia voluntad -salvo el primero de cada mes, porque ese día hace cola para cobrar la pensión-.

Una o dos veces por semana paso junto a la curva del castaño: mi rincón favorito, porque revela lo mejor de Josetxo. Ya os lo sabréis de memoria: en esa curva, los paseantes se agarraban a la rama más baja del castaño y la iban estropeando, de manera que Josetxo abrió con la azada un tramo nuevo, un poco más alejado del árbol, acarreó un montón de losas una a una y pavimentó con ellas la nueva curva. Así desvió a los caminantes y salvó la rama, de la que ahora mismo cuelgan unos hermosos erizos de castañas. La semana pasada me traje unas pocas -dejé las que corresponden a las ardillas-, para pasarlas por la sartén vieja y comerlas de postre a la salud de Josetxo.

Unos metros después del castaño, el camino pasa por una ladera con otro detalle que me gusta mucho: en las épocas lluviosas, se oye el chorro potente de un manantial pero no se ve, porque cae por un terraplén de areniscas, cubierto por zarzas. En mi mapa mental, es el tramo de la fuente cantarina invisible. Hace unos días me llevé una sorpresa: alguien había despejado las zarzas, había abierto una pequeña trocha ladera abajo y había colocado un tubo por el que brotaba el agua. Bajé y le pegué un trago con la emoción de quien mete los morros en las fuentes del Nilo.

Hoy he preguntado a Josetxo si era cosa suya.

-¡No, no! Me dicen que lo ha hecho un pescador, de los que bajan a pescar a las rocas, uno que anda mucho por allí. Yo no quería arreglar esa fuente, porque sabes lo que pasa, que los manantiales no se respetan. Mira la Kutralla, la gente hasta meaba y cagaba y todo allí. Por eso no quería limpiar ese manantial, para que no empezara a ir gente a estropearlo, pero la verdad es que está muy bien. Has visto el laurel, qué laurel tan majo. Allí íbamos mucho de jóvenes. Comprábamos botellas de sidra en el caserío Arbola y nos íbamos a la fuente, a pasar la tarde, y de paso te morreabas con la chavala.

También le he preguntado si iba a celebrar de alguna manera sus bodas de plata como cuidador de Ulía.

-Hombre, iba a pedirle a Odón el reloj de oro ese que regalan en el Ayuntamiento por los 25 años de trabajo, pero ahora como está otro de alcalde…

*

Josetxo Mayor es el protagonista de ‘Los caminos de Josetxo’, uno de los capítulos del libro Cuidadores de mundos.

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Adi, en su piragua

Antxon Arza es un tipo al que escuchas cinco minutos y te carga hasta los topes las ganas de vivir. Así lo escribí hace dos años, cuando este amigo pamplonudo dio una charla en Tolosa, en la que explicó: primero, su vida de jovenzuelo como montañero, esquiador y piragüista del programa ‘Al filo de lo imposible’; segundo, el accidente en un río venezolano que le dejó parapléjico; y tercero, los viajes, buceos, navegaciones, descensos, travesías y demás jaleos en los que ha seguido metiéndose desde entonces, porque lleva la silla de ruedas “debajo del culo pero no dentro de la cabeza”. Lo que más me gusta de Antxon, escribí entonces, es que no ejerce de aventurero ni de minusválido épico. En unas declaraciones a un periódico, por ejemplo, destacó como mayor talento aventurero su capacidad para dormir veinte horas seguidas en un refugio cuando hace mal tiempo. Y dijo que todo esto no lo hacía por espíritu de superación ni por gaitas, sino porque es lo que ha hecho siempre y es lo que le apetece.

Antxon, su familia y sus amigos acaban de sufrir un golpe terrible. Su hijo Adi, de 15 años, murió atropellado hace unos días, cuando volvía a casa en bicicleta.

Antxon le ha escrito una carta y ha colgado unas fotos felices. Yo no conocí a Adi pero algunas pistas me dicen que vivió una vida plena. En mayo Antxon contó en su blog esta escena: 23 años después del primer programa que rodaron para ‘Al filo de lo imposible’, él volvió con la piragua al mismo río pirenaico y esperó a su hijo Adi, que se lanzó al agua desde el mismo árbol en que lo había hecho el padre en 1988. Después, padre, hijo y otros amigos bajaron el cañón de Bujaruelo, el viejales Antxon sufrió un poco para seguir a los jóvenes y salieron a un hayedo primaveral, mojados, cansados, contentos.

En la imagen: Adi va a saltar, Antxon le espera en el agua.

No hay consuelo ante la muerte de un chaval de 15 años. Su vida fue corta pero sé que las horas pasadas junto a Antxon valen por cinco y que Adi pudo disfrutarlas, que disfrutó de semejante padre, semejante madre (Koki, «la mejor amatxo del mundo»), semejantes hermanas (su gemelica Saioa y su hermanica Ara) y semejantes amigos. Las personas que he conocido en el entorno de Antxon y su familia tienen todas un corazón enorme, bondadoso, alegre y de un vivísimo entusiasmo trotero. No sé si los trasplantados saben quiénes son los donantes, pero en este caso sería buena idea que lo supieran, porque así algo de toda esta alegría de vivir se transmitiría con el corazón de Adi, que ahora late en el cuerpo de otra persona.

Algunos conocéis a Antxon y a su familia, en persona o aunque sea de oídas; quizá queráis pasar por la página y dejarles allí un abrazo.

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Tú cuántas cascabeles mataste

-¿Y tú cuántas cascabeles mataste?

-¿Yo? ¿Al mes?

Frases escuchadas al vuelo en un calderete de mil recuerdos, el de los pastores que emigraron a América y que se reencontraron el sábado en Eugi y Zubiri, los amerikanuak. Las dos mil ovejas, el perro y la escopeta; el merodeo de las serpientes y los coyotes en las llanuras de Nevada o en las sierras de California; la juventud quemada dentro de un carromato con póster de Raquel Welch; la soledad lacerante; tantas, tantísimas lloreras hasta agotar los contratos de cuatro años en el desierto y vuelta a empezar. También las noches felices del pastor de Etxalar, que adoraba bailar swing en Los Ángeles, con mujeres a las que solo prometía amistad, porque él pensaba casarse con una chica de Etxalar o como mucho de algún pueblo cercano, «por el idioma, por la religión, por la comida»; y después de 17 años en América volvió a casa ya con 38, y se casó a los 48, con una mujer de Etxalar -claro-, y ahora, cumplidos los ochenta, añora un poco los swings que bailaba en Los Ángeles con latinas y con hijas de alemanes.

Así lo contaron en el encuentro de hace tres años, en Elizondo:

«Nos fuimos a América porque la vida aquí estaba muy difícil. Pero la de allí no resultó mucho mejor. Éramos muy jóvenes, nos daban dos mil ovejas y varios burros y nos mandaban a caminar solos por el desierto de Nevada durante dos meses. Buscábamos un árbol para dormir. Nos levantábamos a las cinco de la mañana para cocer pan, abríamos un agujero de medio metro en la tierra, lo calentábamos, hacíamos la masa y le añadíamos la levadura. En verano subíamos con los rebaños a la sierra. Era una vida muy triste. Todo el día solo: yo hablaba y yo mismo me respondía. Por suerte eso se acabó. Ahora aquí en casa se vive muy bien, mejor que en América. Nosotros hemos andado por senderos muy estrechos antes de alcanzar los caminos anchos».

«Algunos pastores murieron en los páramos del Oeste, por el mordisco de una serpiente o congelados por la noche, sin nadie que pudiera socorrerles. Pero muchos más sufrieron la tortura de la soledad: en América se acuñó el término vasco ardigaldua (“perdido entre las ovejas”, “ovejizado”) para referirse a quienes pasaban meses con los rebaños y después, trastornados, rehuían el contacto humano. En 1908, los vascos de Boise (Idaho) se asociaron y crearon un fondo para pagar el billete de vuelta a casa a los compañeros que enloquecían». Es un párrafo de Amerikanuak, un capítulo del libro Los sótanos del mundo.

*

*

Josema y Nerea son nuestros pastores, nada nos falta. En la orilla del Arga nos hacen recostar; nos conducen hacia fuentes tranquilas y reparan nuestras fuerzas. Nos guían por el sendero justo, por el honor de su nombre (y por el honor de un mapa Firestone del año 93, con los pliegues desgarrados). El rebaño y los pastores: Suclen, Nick, Laura, Gari; Josema, Oskar, Eva, Nerea, Maite; y falta Santi, que pasó la jornada camuflado con piel de oveja.

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Premio Gomis de periodismo solidario

Queridos, queridas:

Me han dado el premio Joan Gomis de periodismo solidario, que se concede a periodistas que trabajan «contra las desigualdades, la pobreza y la exclusión social». Lo otorgan la revista El Ciervo y las asociaciones Cristianisme i Justícia, Justícia y Pau, Fundació por la Pau, la Fundació Cultura de Pau y Foc Nou.

Me han premiado tres reportajes: ‘Mineritos. Niños trabajadores en las entrañas de Bolivia‘ , ‘Las madres guaraníes saltan a la cancha‘ y ‘Once voces en el desierto‘.

El jurado premia «especialmente el titulado “Mineritos”, por su calidad periodística, por la fuerza de la historia de los niños mineros bolivianos, en quien centra la atención del reportaje huyendo de una visión fácil y en clave paternalista, y por la interesante reflexión final sobre el trabajo infantil; así mismo, han sido premiados los reportajes «Las madres guaraníes saltan a la cancha», por el tono esperanzado en que retrata el coraje de unas madres decididas a impulsar una pequeña revolución social en el durísimo entorno de la región del Chaco boliviano y finalmente  “Once voces en el desierto”,  por el acierto en la elección de los testimonios de refugiados del campamento de Tinduf (Argelia), haciendo visible el largo y silenciado conflicto saharaui, así como el mantenido soporte de la sociedad civil española».

También han premiado la trayectoria profesional del fotoperiodista Kim Manresa: muchas felicidades.

Doy las gracias de manera muy especial a los editores que decidieron publicar estas historias: Javier Marrodán (Nuestro Tiempo), June Fernández (Pikara), Iñaki Mendizabal y Unai Larrea (Deia), Alfonso Armada (FronteraD), Eider Goenaga (Berria), Stefano Femminis (Popoli, Italia), Francisco Campillo (Shukran) y Álex Ayala (Pie Izquierdo, Bolivia).

También a los amigos que me acompañaron en algunos de esos viajes: Daniel Burgui, Elena Antúnez, Laura Herrero y Josema Cestero.

Y tengo un recuerdo muy intenso para las personas que conocí en Bolivia y en Argelia, que me dieron una ayuda y una confianza crucial para escribir estos trabajos, y a quienes espero ver y escuchar pronto otra vez.

¡Alegría!

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Pasen y lean

Este fin de semana llega el segundo domingo de las regatas de La Concha, ya sentenciadas en el primero por culpa de un temporal que zarandeó a las traineras: «Lo hemos hecho de pena», dijo el patrón de Urdaibai, incapaz de gobernar la embarcación… y ganador con una ventaja descomunal.

Si este domingo seguís la segunda regata y os queréis tirar el pegote con alguien, podéis contarle que las traineras nacieron como resultado del tratado de Utrecht en 1714, toma ya, como una carambola más de los tratados entre las potencias europeas: los vascos quedaron fuera de los caladeros de bacalao de Terranova y tuvieron que ingeniarse algún invento para pescar sardinas a tutiplén. Y que las traineras no nacieron en Vizcaya, como suele decirse, sino en Hondarribia. Que fueron los ferraris de los siglos XVIII y XIX, que revolucionaron la vida en la costa vasca, que gracias a ellas llegó la industrialización de las conserveras, escabecheras y salazoneras, que ellas propiciaron la incorporación al trabajo de las mujeres del litoral…. Más detalles, euskaraz, en mi ‘Bidaia Koadernoa’, en la página 8 (y si no, ejem, en Cuidadores de mundos).

Con esta historia, el pasado sábado reanudé mi cuadernico de viajes, que se publicará todas las semanas en el suplemento ‘Ortzadar’ (Noticias de Gipuzkoan, larunbatero; eta Deian; zapaturo). El año pasado los temas fueron internacionales, esta temporada serán de andar por casa: después de las traineras vendrán el herrero de El Pobal, los pastores bardeneros, y no sé cuántos encuentros, oficios, cartografías y pequeñas obsesiones más.

También publico un reportaje en la revista Nora de este mes (ya en los quioscos, euskaraz) sobre tres salinas de lo más curiosas: las del valle-colmena de Añana, las de la testarudez artesana de Jaitz-Salinas de Oro y las salinas sin sol pero con calderos de Leintz Gatzaga. El texto no sé, pero las fotos de Asier Castro son preciosas, y las visitas, muy recomendables. (Por cierto, el anterior reportaje de los cinco recorridos temáticos, que me valió una amistad perra, lo tenéis aquí en pdf).

Y pronto irán saliendo algunas cositas más sobre ochomiles nepalíes, piernas de ciclistas y futbolistas guaraníes. Seguiremos informando.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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