Archivo mayo 2011

Estaciones abandonadas en Groenlandia

En pleno vendaval ártico, Iñurrategi, Vallejo y Zabalza llegaron a DYE 2, una estación de radar abandonada en mitad de Groenlandia. Llevan 17 días esquiando, arrastrando el trineo, cometeando, y con muchas penurias han cubierto ya 800 kilómetros. Les quedan otro 1.500 hasta Thule, en el extremo norte de la isla.

«Es mi primera experiencia en travesías polares», explica Zabalza en el vídeo, «y resulta mucho más dura de lo que esperaba.  Cuando estás acostumbrado al Himalaya, la mayor diferencia es que aquí nunca descansas, no hay un campo base al que llegas para relajarte y donde el cocinero te sirve el té».

En la estación de radar, desde luego, conseguir que te atienda un camarero parece al menos tan difícil como en un bar donostiarra.  Y no lo dicen, pero otra pega es que con semejantes vientos no hay quien amontone los amarrekos.

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La DYE 2 formaba parte de un cinturón de 58 estaciones de radar que Estados Unidos construyó desde Islandia hasta Alaska, pasando por Groenlandia y Canadá, durante la Guerra Fría -pero fría fría-. Claro: si los soviéticos y los estadounidenses querían lanzarse misiles, el camino más corto era a través del Ártico. Y este cinturón de estaciones debía servir como alerta temprana -dicen que el radar de Thule confundió una manada de gansos con un ataque nuclear soviético-.

Hace tres años nosotros conocimos los restos de DYE 4, la estación de radar situada en el islote groenlandés de Kulusuk. En la foto de Dani Burgui podéis ver a Josu Iztueta, probando si aquello explota, se derrumba o qué.

Más información sobre la travesía de Iñurrategi, Vallejo y Zabalza: Bat Basque Team.

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Aviso ministerial para renacuajos y corcones

Ayer lo celebramos con los renacuajos y los corcones en una de las desembocaduras más modestas y más bellas de la costa vasca: la del arroyo Mintegi, que se abre paso entre estratos de arenisca, en el litoral de Jaizkibel.

En la desembocadura se forman pozas. La marea alta cubre algunas, en las que nadan corcones, pero otras permanecen dulces, refugio de renacuajos. «No habrá zapaburus más cercanos al mar que estos», sentenció Josema, ahí, agachado, a la izquierda en la foto.

La foto de la primera charca es mía. La de la segunda es de Pedro López y El Diario Vasco, de cuando la diputada Tapia, el consejero Arriola, el diputado general Olano, el ministro Blanco, el presidente del puerto Buen y el viceconsejero Gasco sellaron a principios de abril «un compromiso sin marcha atrás» para construir el superpuerto exterior de Jaizkibel, al que llaman «ecopuerto».

Veinte días más tarde, el ministerio de Medio Ambiente declaró en un informe que el superpuerto causaría «daños irreversibles» en los ecosistemas protegidos y resultaría «económicamente insostenible», y puso el proyecto de vuelta y media. Zaca, zaca y zaca. Y es precisamente este ministerio el que tiene la última palabra sobre la ejecución de la obra.

Por eso ayer fuimos a visitar a los corcones y a los renacuajos y les cantamos «Agua dulce, agua salá».

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Cómo derribar el sistema

Este vídeo explica cómo hemos pasado de la burbuja inmobiliaria a la crisis. Vale, muy bien. Pero falta un elemento fundamental: la autocrítica. En el minuto 4:10 se ve cómo los bancos empezaron a conceder hipotecas a porrillo en condiciones muy ventajosas, en cómodas cuotas a 40 años y sin apenas pedir garantías. Luego, cuando la burbuja estalló, muchos no pudieron pagar las deudas y vino el cataclismo.

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El vídeo no dice ni mu sobre los ciudadanos que aceptaron entrar en el juego: ¿no tienen ninguna responsabilidad tantísimas personas que aceptaron meterse en enormes y larguísimos pufos? ¿Los bancos les pusieron una pistola en la sien o ellos mismos corrieron a firmar, encantados con el chalé, el coche y el crucero? Venga, venga, que ya sabemos que los banqueros y los políticos han sido unos irresponsables y unos jetas del quince, pero todo ese sistema de pufo piramidal no hubiera funcionado si millones de personas no hubieran participado con entusiasmo en semejante monopoly.

Lo repito: los islandeses hicieron muy bien organizando caceroladas contra los políticos y los banqueros que corrieron hacia el precipicio. Pero se tenían que haber dado unos cuantos cacerolazos también a sí mismos, por haberse sumado al endeudamiento, la especulación y el lujo compulsivo. Que había que ver Reikiavik unos meses antes del catacrock, tremenda disneylandia del derroche. Y aquí, antzeko parecido.

Me harta mucho la gente que gimotea para pedir que le rescaten de sus propias decisiones. ¿Sabéis un buen método para luchar contra el malvado sistema? No participar en él. Algunos lo hicieron. Haberlo pensado antes, majos.

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Autoestop (3): moros y riberos

Caminé desde Tudela hasta Valtierra por la orilla del Ebro, cuatro horas por uno de los tramos con bosques de ribera más frondosos y sonoros del río. Una delicia. Para volver al punto de partida hice autoestop y confirmé la teoría que escribí hace ya tres años: sólo paran las currelas (y sus corolarios: el afán de limpieza es egoísta, los conductores de audis y bemeuves son miedosos y aburridos…).

Primero me recogió una camioneta. Conducía Rachid, un transportista argelino que trae y lleva cargas por toda la Ribera navarra. De copiloto iba su hermano mayor, que apenas hablaba castellano. Rachid enseguida me enseñó un carné viejo, en el que aparecía su foto de muy joven: un carné oficial de prensa de Argelia, de 1991. Rachid es periodista pero se fue de su país en 1994, en plena guerra civil, y se instaló en Navarra. Echa de menos el periodismo. Le apasionaba su trabajo en una redacción. Pero hace 17 años lo primero era sacar adelante a su familia, así que se instaló donde mejor pudo, empezó a trabajar en mil chapuzas y acabó montando su propia empresa. Le va todo muy bien, dice.

Hablamos de las revueltas árabes, de la acampada de Sol, de la crisis, de la emigración. En un momento de la charla, le conté cómo un día encontré dentro de mi furgoneta melonera a un argelino durmiendo. «Esa es la historia de mi país», me dijo. «La riqueza la manejan cuatro y los argelinos acabamos emigrando y buscando una furgoneta para dormir».

Después me recogió otra camioneta en la que iban dos chatarreros de Valtierra. Uno de ellos me contó que el negocio iba mucho bien pero que debían andar siempre rápidos para que no se les adelantaran los gitanos, que menudos son. Me contó una apasionante y enrevesada historia sobre una aventura nocturna en las Bardenas, hace veinte años, en la que acompañó a un periodista de Pamplona que buscaba en secreto los restos de un caza estrellado y que acabó encontrando la caja negra.

Cuando ya llegábamos, me preguntó:

-¿Y a ti te da mucho la locura esa de andar?

*

Autoestop (1): costa vasca | Autoestop (2): Marruecos

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Geocoincidencias

Hace justo diez años, el 23 de mayo de 2001, llegamos a la orilla jordana del Mar Muerto. Aquellas rocas rebozadas de sal están en el punto más bajo de la superficie terrestre (416 metros por debajo del nivel de los océanos). Y fueron el quinto de los seis sótanos del mundo que visitamos durante la expedición Pangea.

En aquella quinta etapa del viaje participamos Maialen Lujanbio, el tolosarra Josu Iztueta y yo. Cuando volvimos a casa, nos enteramos de que la también tolosarra Edurne Pasaban había alcanzado la cumbre del Everest… precisamente el 23 de mayo. Es decir: en el mismo instante hubo un tolosarra en el punto más bajo del planeta y una tolosarra en el más alto, sin que ninguno tuviera noticias del otro. ¿Cuántas ciudades del mundo podrían presumir de una coincidencia de tal calibre? Deben de contarse con los dedos de una oreja. Y Tolosa, ojo al dato, tiene 18.000 habitantes (menos que el barrio donostiarra de Gros, por ejemplo). Hemos hablado a menudo de este caso tan peculiar, Josu explica muy bien algunas causas históricas -la aparición de los noruegos, la pujanza industrial, la potente tradición montañera y deportista, el entorno geográfico tan variado- para explicar la insólita abundancia de viajeros, escaladores, deportistas y aventureros de todo pelaje en una ciudad de este tamaño.

Ese mismo 23 de mayo de 2001 también pisó la cumbre del Everest el montañero vitoriano Juan Vallejo, con quien compartí dos meses de campo base en el Karakórum el verano pasado. A mí, la verdad, me parecía muy curioso sentarme a la misma mesa con alguien de quien una vez estuve separado por 9.264 metros de altitud (sin aviones ni submarinos, claro, y sin ponernos quisquillosos, ejem, con distinguir quién se separó más del cero para abrir semejante distancia).

Pasaban, igualito que entonces, está ahora mismo en el Everest. Iztueta acaba de volver de Nepal. Vallejo está cruzando Groenlandia con esquís, trineo y cometa. Yo… yo acabo de volver de Lapuebla de Labarca y esta tarde, por primera vez en el año, he paseado por la orilla del Cantábrico metido en el mar hasta los muslos.

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Mi campaña

Siempre hay una ermita: en las afueras del pueblo, en un alto, con vistas estupendas y una explanada ideal para dormir con absoluta placidez.

Compré esta tienda -pequeña, ligera, ni siquiera tiene doble techo- para llevármela en el cajón de la moto en Vespaña, hace ya cinco años. Me costó 18 euros. La semana pasada me escapé tres días por Navarra y Álava para hacer varias caminatas y preparar algunos reportajes (conceptos clave: cordero caramelo, escribano palustre, complejo troglodita) y en una de las noches planté la tienda junto a la ermita de San Vicente, en Elciego (Rioja Alavesa), asomado al pueblo y a la bodega de titanio de Gehry.

En esos ratos tontorrones de antes de meterse al saco, queda tiempo para dar un paseíto por los alrededores de la ermita y calcular, por ejemplo, que debo de haber dormido en esta cutretienda unas 80 noches. Que me sale a 22 céntimos la noche. Y ya sabéis a lo que voy: que luego dicen que viajar es caro y tal y cual. Campaña y jornada de reflexión: debería hacerlas más a menudo.

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Wallraff tampoco les votaría

Ayer dio una conferencia en San Sebastián el periodista camaleónico Günter Wallraff, el autor de Cabeza de turco, que se camuflaba durante meses y hasta años con identidades falsas, se hacía pasar por emigrante turco o traficante de armas, y así destapaba las miserias de una sociedad alemana que se veía a sí misma como democrática, intachable, respetuosa de los derechos humanos, y que detrás de la cortina explotaba y humillaba a los más pobres y chapoteaba en corrupciones y chanchullos.

Wallraff  dijo que él vivió una infancia con miedo. Que siempre ha tenido miedo. Que aún hoy sufre pesadillas. Que de joven decidió luchar contra quienes extienden el temor, contra aquellos que se imponen por la fuerza, que aplastan a los demás, y que esa lucha contra el miedo ha sido la única manera para liberarse de su propio miedo.

Habló de sus convicciones -cristianas, humanistas, sociales- con mucha pasión, detalló sus peripecias juveniles, explicó algunas de sus investigaciones más famosas. Y al final también dijo unas palabras que vienen al pelo para hoy, para esta jornada de… ehmm… reflexión. Apuntes a vuelapluma:

«El bipartidismo es un peligro para la pluralidad y la democracia. Me gustan mucho la imaginación y la inteligencia que han demostrado las manifestaciones de estos días en España. Si no nos permitimos soñar, moriremos de apatía. Pero «estar en contra» no es suficiente. Hay que implicarse, hay que luchar, hay que construir. Los ciudadanos deben organizarse desde la base, con métodos de verdad democráticos y abiertos. No se trata de crear nuevos dogmas y cambiarlos por los antiguos sino de empeñarse en ser libres y seguir siempre abiertos, siempre dispuestos a aprender, a escuchar, a entender al otro.

Vivimos en sociedades cada vez más abiertas. Las democracias pueden cambiar muy rápido. En la región de Baden-Wurttemberg, después de sesenta años de gobiernos conservadores, acaban de ganar las elecciones… ¡los Verdes! Hace poco no podían ni soñar con algo así. Ahora el problema es que no tienen gente formada para gobernar, pero ya aprenderán.

Hay que estar atentos a los nuevos partidos, a los nuevos movimientos que aparecen, hay que participar. A los partidos que llevan toda la vida en el poder y que permiten la corrupción no se les puede seguir votando. Algunos están en política sólo para beneficiarse con sus negocios, es muy evidente, sólo les interesa el dinero. Han corrompido la palabra «política». No comprendo cómo nadie puede ir y darles su voto».

*

Mientras esperaba para entrar a la sala, me puse a contar el número de hombres y mujeres que hacían cola. Luego vinieron más, pero yo veía a 37 mujeres y 8 hombres. Así, por comentarlo.

Otro dato: yo era el segundo más joven y tengo 35 tacos.

*

Había unos cientos de jóvenes (no sé, ¿trescientos?) ayer a medianoche en la acampada de Donosti (en el Boulevard),  participando en grupos que escribían propuestas por temas (educación, vivienda, economía, igualdad…), había un puesto en el que repartían tortilla y pinchos de chorizo, había un mendigo aprovechando para cenar, había unos cuantos coches de ertzainas discretamente alejados, había abogados voluntarios ofreciendo sus números por si la policía ponía denuncias a quienes permanecieran reunidos tras la prohibición de la Junta Electoral, había una pareja de jubilados admirándose de la caligrafía de una chica que escribía en una cartulina propuestas sobre la deuda externa de los países pobres, había bastante más castellano que euskera, y había un pancartón en el quiosco para despistar: «Esto no es lo que parece. Estamos esperando a los fuegos».

*

Idatzi nuenean ez nekien Wallraff Donostiara etortzekoa zenik. Baina gaur bertan, kasualitatez, Gara egunkariaren Gaur8 gehigarrian argitaratu dut Walrraffen imitatzaile txarrei  buruzko artikulua: «Kazetari aktoreak«.

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¿Alguien sabe para qué sirve una jornada de reflexión?

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El pedal izquierdo de Weylandt

El ciclismo fascina porque la batalla es inventada pero el dolor es real. Y se lleva al extremo.

El ciclismo es un juego entre la alegría y la angustia. Como a ningún otro deporte, le preceden anuncios de urgencia: motos con aullido de sirenas, coches que dan bocinazos, zumbidos de helicópteros. El espectador espera con ansia en la cuneta. Va a pasar algo.

Pasa el enjambre veloz, un estallido de colores, una pirotecnia emocionante. El espectador aplaude con la felicidad de un crío. Pero a menudo también ve, muy de cerca, escenas inquietantes: muecas de sufrimiento, narices que gotean, miradas perdidas. Hay un contraste violento entre el carnaval de los maillots, tan coloridos, tan festivos, tan ingenuos, y el calvario de los cuerpos que se retuercen, las piernas nudosas que se contraen en espasmos.

El ciclismo fascina porque la batalla es inventada pero el dolor es real. Y se lleva al extremo. El corredor prolonga cuanto puede su propia agonía. “Cuántas veces cerré los ojos sobre la bicicleta -escribió Pello Ruiz Cabestany -. Me acuerdo de esos momentos tan duros, en los que me olvidaba de todo: de mis amigos, de mi familia, de mí mismo. Todas mis fuerzas concentradas en las bielas que subían y bajaban. Mis ojos se cerraban para que no entrasen pensamientos que pudieran distraerme. Llegaba a los límites físicos, a salirme de mi cuerpo”. Cuestión de límites. El ciclismo se decide en la capacidad agonística, en ese punto del sufrimiento que distingue a unas personas de otras. “He llegado muy lejos en el dolor”, confesó Induráin.

En ese filo, basta un centímetro de más para que el juego se despeñe por el abismo. El pedal izquierdo de Wouter Weylandt toca un murete y el corredor sale disparado. De un solo golpe, repentino y atroz, la fiesta se convierte en funeral. Y como bandera arriada, suele quedar un maillot grotesco. Una camiseta de colorines hecha sudario. Ese maillot de Weylandt, abierto por el médico que intentaba un masaje cardíaco. O aquel de Tom Simpson, que se dopó para sufrir un centímetro más allá del filo y que reventó en la subida del Mont Ventoux en 1967, aquella camiseta de lana con el damero blanquinegro de Peugeot, como una partida de ajedrez arrojada sobre la gravilla.

Y aparece el helicóptero, cuyo zumbido creciente suele anunciar a los espectadores la llegada de la fiesta, pero que ahora, de repente, baja al asfalto y anticipa la muerte. “Un helicóptero aterrizó a nuestro lado”, contó Harry Hall, el mecánico de Simpson. “Tumbaron a Tom en una camilla, lo metieron a toda prisa en el helicóptero y despegaron. Nunca olvidaré la imagen de Tom en la camilla, con los brazos colgando. Porque justo entonces comprendí que había muerto. Nos quedamos todos allí, en la cuneta, mirando el cielo, siguiendo con la vista el vuelo del helicóptero, cada vez más lejano”.

En la etapa del pasado martes los helicópteros del Giro anunciaron el paso de un pelotón fúnebre: cada equipo tiró durante diez kilómetros y el Leopard, la escuadra del difunto Weylandt, cruzó la meta en cabeza para homenajearlo. En los próximos días los helicópteros seguirán a los ciclistas mientras suben y bajan por algunas de las montañas más duras y peligrosas de la historia de las grandes vueltas: Crostis, Zoncolan, Finestre. El debate se encendió hace ya unas semanas: demasiado duras, demasiado peligrosas.

El ciclismo no fascina porque coquetee con la muerte, sino porque juega hasta el límite con esa extraña capacidad humana de aceptar el sufrimiento. Y porque no ignora -nadie debería ignorarlo- que el filo es real. Un centímetro más allá ya no hay remedio.

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Más historias ciclistas: Plomo en los bolsillos («Penurias, malandanzas, fanfarronadas, locuras, traiciones, alegrías, hazañas, tragedias y sorpresas Tour de Francia»).

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A botar

Eresfea divulga esta información tan útil y siempre tan oculta: «Se considera voto en blanco, pero válido, el sobre que no contenga papeleta y, además, en las elecciones para el Senado, las papeletas que no contengan indicación a favor de ninguno de los candidatos». (Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General).

No, no voy a votar en blanco. Ni me voy a abstener. Ni voy a votar a la candidatura de Bob Esponja, y mira que me tienta (¡hay un equipo en Euskadi que vale un coj en el fondo del mar! ¡Bo-bes-pon-ja!). Pero tampoco voy a votar a ninguno de los tres partidos a los que he votado en mi vida.

Los carteles en euskera de cierto partido presentan a sus candidatos con semejante lema: «Hipócrita corregido». («Zuri zuzendua», ¡ay, la polisemia!). La han clavado con esta genialidad involuntaria, tan adecuada para describir a tantos y tantos candidatos del nefasto panorama político, y sus batallas tan burdas, tan populistas y tan hipócritas. He escuchado debates, he leído entrevistas, he visto extractos de mítines, y me ha parecido todo tan ramplón, tan aprovechado, tan irrespetuoso, he sentido tantas veces que me toman por tonto, que he pensado que no es suficiente votar en blanco.

Me alegraré si hay muchos votos en blanco. Pero lo que de verdad me gustaría es que hubiera mucha participación electoral -para que se vea que no es desgana, no es dejadez, no es pasotismo- y que crecieran mucho los partidos minúsculos, los irrelevantes, hasta los graciosos. Hay buena muestra, seguro que encontráis pronto a vuestro favorito, incluso el mismo domingo, en la misma cabina de las papeletas.

No soy demasiado iluso. Sé que la clase política no ha venido de Marte sino que ha salido de entre nosotros, sé que es el reflejo de lo que somos, de nuestras prioridades, de nuestros instintos. Sé que somos una sociedad de revolucionarios funcionarios y ecologistas hiperconsumistas, que queremos salvar el planeta pero no estamos dispuestos a renunciar a un solo centímetro de nuestra comodidad, que hoy exigimos que nos rescaten de las decisiones que nosotros mismos tomamos ayer. En fin: que casi todos participamos encantados en el sistema que criticamos. Bueno, no es verdad que nunca movamos un dedo por nada: movemos éste.

Pues eso: que los señores poderosos con sombrero y puro se reúnen en castillos para diseñar el malvado sistema, vale, sí, pero todo eso no les valdría de nada si no fuera por el entusiasmo con el que nosotros, el honrado pueblo, participamos en él. Aquí casi todo pichichi juega al monopoly. Conozco a poquitos, muy poquitos, que hayan construido su modo de vida al margen del sistema, pero de verdad, sin palabrería, con menos aspavientos que coherencia. Puedo nombrarlos. Los admiro. Y estos días me acuerdo mucho de Islandia, país que visitamos pocos meses antes del tremendo catacrock, y de cómo entonces la inmensa mayoría de los islandeses hoy indignados se había apuntado con entusiasmo a la especulación, el lujo compulsivo y el endeudamiento para tener dos casas, tres todoterrenos y una vuelta al mundo por cada familia. Hicieron bien en organizar caceroladas contra los políticos y los banqueros, pero también deberían haberse aporreado un poco sus propias cabezas con las cacerolas.

No soy un iluso, digo, porque sé que esta partitocracia podrida no es tanto el problema sino el síntoma. Y que la única opción para cambiar el sistema es que cambiemos nosotros mismos, algo que no parece demasiado fácil, la verdad.

Pero en fin, si al menos todo este jaleo, estas manifestaciones, estas acampadas y algunos resultados raros en las elecciones sirvieran para abrir algunos debates sobre la democracia real, pues oye, estupendo.

El primer paso sería sumarse este domingo al gran lema de aquel Partido del Karma Democrático: «El voto inútil, el voto como tú».

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PD: No sé por qué se meten sólo con esos tres partidos, pero en fin: No les votes y tal.

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Cabestany y Lejarreta, los mejores del planeta

Hace 25 años, en clase de 5º de EGB, la andereño Eulali colocó en el fondo de la clase un enorme papel de estraza que cubría toda la pared, de lado a lado. Me nombró encargado del asunto: todos los días me tocaba coger El Diario Vasco, recortar las clasificaciones y las fotos de la Vuelta al País Vasco y de la Vuelta a España, y pegarlas en ese papel. Creo que fue mi segundo blog (aquí el primero).

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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