Archivo febrero 2013

La bicicleta, ese vehículo de la lujuria

Emilio K.O. me pasa este fragmento del libro Años de vértigo. Cultura y cambio en Occidente, 1900-1914, de Philipp Blom.

«La velocidad se había convertido en una experiencia psíquica. Cuatro veces más rápida que un peatón, la bicicleta sacaba al ciclista fuera de los límites de su propia vida y lo llevaba al campo, lejos de los salones y hacia una vida libre del peso de las convenciones sociales. Los moralistas reaccionaron escandalizados por los efectos que esos vehículos anárquicos tendrían en la moral pública, sobre todo en las mujeres, que ya pedaleaban alegremente tras tirar a la basura el corsé y decantarse por una ropa más práctica, pantalones incluidos. Mientras tanto, los científicos advertían muy seriamente de que la velocidad y también la posición -a horcajadas en el sillín, con descaro- estimularían a las mujeres más de lo que eran capaces de resistir y las reduciría a la infertilidad, a la histeria o a cosas peores, hasta dejarlas hechas unas criaturas licenciosas sin compostura ni moderación.

El novelista Maurice Leblanc hizo un uso divertido de ese temor generalizado en la novela de 1898 Voici les ailes!, en la que describía el paseo en bicicleta de dos parejas jóvenes. El primer día, uno de los hombres comenta que nada evoca la velocidad con más intensidad que el roce de las ruedas en la carretera; los sentidos de los ciclistas se agudizan, y permite a estos una nueva experiencia del paisaje. Entretanto, las mujeres empiezan a desabotonarse las blusas. El segundo día las mujeres salen sin corsé, y el tercero se quitan la blusa y salen al campo como amazonas modernas. Al final, las dos parejas mandan al diablo todas las convenciones y se entregan a una orgía de amor libre».

 

Fotos: Les albums de Céline E.

21

Sur place

Quiero ser más lento. Quiero quedarme mucho más tiempo quieto en el mismo sitio.

Decidí ver este vídeo entero, sin saltarme ni un segundo. En Youtube algunos comentan que es aburrido.

Imagen de previsualización de YouTube

Dos ciclistas se quedan quietos sobre sus bicis durante cinco minutos. Sin esa musicaza anfetamínica y esos focos danzantes, parecería un fragmento del siglo XIX, de cuando la gente contemplaba espectáculos en los que no sucedía nada durante minutos y horas. Entonces causaban furor las pruebas de Seis Días en los velódromos europeos y norteamericanos, con los ciclistas dando vueltas y más vueltas a la pista durante diez o doce horas diarias, seis días seguidos, con apenas algunos momentos de emoción espolvoreados entre tantas horas de persistencia. Duraban seis días porque el séptimo era el día del Señor y no se podía competir.

La mayoría de nosotros ya no tenemos esa capacidad de espera. No aguantamos los tiempos de elaboración y avanzamos los vídeos, directos al momento de la decisión final, lo único que nos interesa. Ahora que todos los deportes necesitan una emoción histérica cada dos minutos, que los planos de las películas tienen que ser cada vez más breves para no aburrir al espectador, ahora que la narración de la vida es un videoclip, aspiro a que algunos de mis días se parezcan a esas retransmisiones de los últimos 140 kilómetros de etapas insulsas del Tour de Francia: calma, paisajes, pedaleo suave. Me gusta que el ciclismo sea un deporte en el que no pasa nada durante horas. Y me encanta que televisen esa nada, en la que siempre hay algo, para quien sepa verlo.

Me dicen que la Unión Ciclista Internacional prohibió hace unos años el sur place: esa estrategia de quedarse quieto sobre la bici en el velódromo. No sé si lo prohibieron para no aburrir a los espectadores. Desde mi infancia guardo la leyenda de dos ciclistas que estuvieron parados  tres o cuatro horas, ya confirmará alguien cuál era el récord de estar quietoparaus.

En las pruebas de velocidad ninguno quiere tomar la cabeza, porque al lanzarse el sprint el primero tiene que luchar contra la resistencia del aire y el segundo se aprovecha del rebufo y le puede adelantar con más facilidad. Es una ventaja muy decisiva. Por eso, en estas pruebas de apenas tres vueltas al velódromo, la primera parte consiste en un juego muy lento para ganarle la posición al rival o intentar sorprenderle tomando altura en el peralte y lanzarse cuesta abajo con mucha velocidad. De ahí esos marcajes feroces, que a veces culminaban así, con los dos ciclistas completamente quietos sobre la pista, en un pulso de estrategia y hasta orgullo para no moverse hasta que se mueva el otro.

Yo soy un acelerado, un impaciente, hago mil cosas a la vez. Quiero ser más lento. No me sale natural: es un empeño. Me obligo a caminar o pedalear durante horas, me obligo a desconectarlo todo y sentarme en silencio a leer largo, y si viajo por algún compromiso a otra ciudad procuro llegar una o dos horas antes para que me sobren horas vacías.

Procuro apagar el teléfono cuando estoy paseando o cenando o conversando con alguien. Y no protesto cuando en mitad de una conversación la otra persona empieza a distraerse con su pantalla, pero me digo que yo no quiero andar así. Por respeto y porque creo que perdería capacidad de paciencia, de observación, de reflexión. Me digo que quiero aprender a concentrarme mejor sur place.

Ayer le leí a Karmelo C. Iribarren que la gente que nunca se aburre le resulta muy aburrida.

Os dejo otro vídeo de este deporte que parece una combinación de ajedrez y lanzamiento de martillo.

Imagen de previsualización de YouTube

9

Le diré que no tengo internet

En el cuartel general de Libros del K.O. recibieron esta carta. La transcribo abajo. Me dan ganas de subirme a la bici y pedalear hasta Palencia para llevar el libro.

He cortado la firma para mantener el anonimato, pero podéis imaginar un hermoso nombre de los que ya no se le ponen a nadie desde hace cincuenta años y una rúbrica floreada.

«Palencia, 08-01-2013

Muy Sr. Mío: Me dirijo a Ud. para rogarle tenga la amabilidad y gentileza de atender la siguiente petición. Le diré que no tengo Internet.

Creo que han editado el libro titulado “Plomo en los bolsillos” escrito por el periodista Ande Izaguirre. Le agradecería me indicase coste del mismo y una pequeña reseña. ¿Le venderán en Palencia?

Así mismo me indique qué otros libros tiene editados esa Editorial y así tengo un conocimiento de todos ellos.

Agradeciéndole su deferencia, le saluda atentamente».

*

Relacionado:  A ver, ¿cuántos habéis bajado a la calle a echar un e-mail al buzón?

42

El Sáhara sin aplausos

Por los conflictos en Mali y Argelia, se ha suspendido el maratón que se celebra todos los años en los campamentos de los refugiados del Sáhara. La prueba servía para denunciar la injusticia que sepulta en vida a los saharauis, para recaudar fondos, para llevar comida y medicinas, pero sobre todo servía para celebrar una fiesta bulliciosa. Cientos de personas de todo el mundo pasaban una semana hospedados en las casas de adobe de las familias de refugiados. Y el día de la maratón, sobre el desierto caían chaparrones de aplausos y de ánimos para los atletas locales y extranjeros.

Es muy triste que se apaguen hasta los aplausos. No pienso solo en los atletas: me acuerdo de los futbolistas que conocí cuando estuve allá en 2010. Ignoro si seguirá jugando Hamuda Chej, el delantero centro del Sáhara, si le seguirán aplaudiendo y aullando mientras vuela por el campo con el balón, vestido con la camiseta de la Real Sociedad.

Traigo de nuevo su historia:

Los refugiados saharauis admiran al delantero centro Hamuda Chej, de 22 años, por sus regates prodigiosos, sus galopadas de área a área y por sus gafas gruesas, de patillas atadas con esparadrapo. Hamuda padece una miopía grave, con al menos 12 dioptrías en el ojo derecho y 13 en el izquierdo, y sus gafas sólo son un remedio aproximado, de 9 o 10 dioptrías. Desde que le revisaron la vista, hace ya cuatro años, no ha conseguido unas gafas adecuadas. Y le cuesta acertar con los pases y los disparos lejanos.

“Tiene nivel como para jugar en algún equipo de Argelia, pero debería operarse la vista y eso en los campamentos es imposible. Así perdemos a nuestros mejores deportistas”, dice Fátima Mahmoud, de 26 años, entrenadora de Chej y única mujer que dirige un equipo de fútbol saharaui. Fátima Mahmoud se formó en una escuela deportiva argelina y ha llevado al equipo Brigada Sumud hasta la final de la Copa de la República Saharaui. Juegan con la vestimenta donada por la Real Sociedad. Su rival, el equipo del Ujsario (las juventudes del Frente Polisario), salta al campo con camisetas dadas por el Barakaldo. Los chicos del Ujsario ganan la final por tres a cero, alzan el trofeo y se montan en la caja de un jeep para dar vueltas al campo cantando y dando bocinazos.

A Fátima Mahmoud no le escuece demasiado. Pronto empezará la Liga saharaui, en la que competirán veinte equipos de los diversos campamentos, y espera tomarse la revancha. Además, tiene claro cuáles son las peleas más importantes: “Si mejorásemos un poco nuestro nivel, podríamos formar una selección saharaui digna y competir en segunda o tercera división en Argelia. Nuestro objetivo es que una selección saharaui juegue algún día competiciones oficiales, como la clasificación para la Copa de África. El fútbol atrae la atención de mucha gente y serviría para denunciar la injusticia que padecemos”.

Cuando las tropas coloniales españolas salieron corriendo del Sáhara Occidental, el ejército marroquí ocupó el territorio, bombardeó a los saharauis con napalm y fósforo y los expulsó al desierto. Los hombres mantuvieron la guerra contra los marroquíes y las mujeres levantaron en la llanura calcinada de Tindouf (Argelia) unos campamentos de refugiados en los que ya llevan 37 años, olvidados por el mundo. Las zapatillas de los futbolistas y los atletas también sirven para sacudir ese polvo que va sepultando poco a poco la vida de los doscientos mil saharauis varados en el desierto.

El fútbol cumple otra función social. En los campamentos viven miles de jóvenes sin posibilidades de estudiar ni de trabajar. Esta situación trae frustraciones, depresiones, problemas con las drogas. “Gracias a las competiciones deportivas, al menos conseguimos que los jóvenes tengan algunas metas y se empeñen en algo”, dice Fátima Mahmoud. “Así tienen una disciplina, aprenden a trabajar en equipo, conocen a jóvenes de otros campamentos cuando compiten…”.

Hamuda Chej también siente un gran orgullo por el fútbol saharaui: “Por culpa de la miopía no he podido desarrollar mi carrera deportiva en otros países. Y pronto tendré que dejar el fútbol. Pero no me importa. Jugar en los campamentos me da alegría. Cuando era niño no teníamos ni botas, ni camisetas, ni entrenadores ni torneos. Hoy he jugado la final de la Copa. Hemos perdido pero eso da igual. Organizar el campeonato ya es un triunfo de nuestra gente. Dentro de un par de años me gustaría ser entrenador de niños pequeños. Quiero ayudarles a que hagan deporte, para que se formen, para que en sus años de juventud tengan, por lo menos, alguna ilusión”.

*

Como todos los años, el 24 de febrero se celebra en Ormaiztegi un cross popular en el que se recaudan fondos para el Sáhara.

7

Apocalypse Lance

 El capítulo sobre Lance Armstrong estaba bien, salvo alguna cosa. Lo he reescrito para la quinta edición de Plomo en los bolsillos, que saldrá pronto, y lo colgaremos a disposición de todo el mundo, como las rentas de Rajoy.

Al escribirlo he repasado algunos vídeos. En Apocalypse Now miro con fascinación cómo los helicópteros arrasan una aldea vietnamita, y solo he echado en falta ponerle la Cabalgata de las Valkirias a algunas escenas de Armstrong para mirar sus tropelías igual de embobado.

Entre muchas exhibiciones, mi favorita es la de Alpe d’Huez en 2001, porque aquello fue una partida de póquer. Armstrong sabía que sus compañeros de equipo andaban tocados y no podrían controlar grandes batallas, de modo que decidió pasar toda la jornada a cola de grupo, con mala cara. La televisión repetía una y otra vez sus gestos de dolor, sus resoplidos, sus aparentes dificultades para seguir el ritmo. Las motos entrevistaban a su director Bruyneel, quien parecía apesadumbrado y declaraba que intentarían resistir la etapa lo mejor posible, y el equipo de Jan Ullrich entró al trapo: pasaron a la cabeza y aceleraron la marcha, para ver si Armstrong reventaba definitivamente. En realidad le estaban haciendo la carrera: el grupo viajaba rápido y compacto, cada vez más reducido, sin ataques ni escapadas peligrosas. En cuanto llegaron al pie de Alpe d´Huez, Armstrong salió disparado, en meta sacó dos minutos a Ullrich y machacó las esperanzas de todos sus contrarios.

Hacia el segundo 30, el locutor dice: “¡No me lo puedo creer!”.

Imagen de previsualización de YouTube

3

Escribe tu correo:

Delivered by FeedBurner



Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
(Más sobre mí)