TARRAGONA

El mundo vacío con un catalán fumando un porro

Subí a la Mola de Genessies pero no quise regresar por el mismo camino. Según mi mapa cochambroso, un sendero bajaba por la otra cara, luego supuestamente daría un rodeo circular y me llevaría por otro valle de vuelta a Vandellós (Tarragona), mi punto de partida. Un paseo de tres horas.

Encontré un sendero evidente y lo seguí. Descendí en picado, me metí por el fondo de un barranco entre roquedos y pinares, y me alejé cada vez más y más en dirección opuesta a Vandellós. Aquel camino no giraba en ningún momento hacia mis espaldas. Me inquieté un poco, pero el sendero seguía siendo evidente y, si desaparecía durante un tramo, me encontraba con hitos de piedra que indicaban la dirección. Así que por narices tenía que llevarme hasta alguna pista forestal o algún pueblo.

Mi cerebro, que es muy graciosillo, recordó la historia de aquel excursionista que se perdió en la sierra de Urbasa y sobrevivió a una noche de temperaturas bajo cero porque imitó la película Dersu Uzala y se forró el interior de la ropa con hojas. Y para aumentar mis recursos de ingenio y supervivencia, también recordó a aquel chico solitario que caminaba por un cañón de Utah cuando le cayó un desprendimiento de rocas. Las piedras lo arrastraron un trecho y se quedó con un brazo aprisionado bajo una roca enorme. Después de muchas horas atrapado, viendo que nadie llegaría para socorrerle, sacó una navaja, se cercenó el antebrazo y caminó hasta su salvación. Palpé mi modesta navaja y pensé que con aquella hoja roma y con mi legendaria habilidad para las manualidades yo iba a montar una tremenda carnicería y lo iba a dejar todo perdido. Abrí y cerré la mano varias veces. Probando, probando.

A ratos el sendero salía de los barrancos y los pinares y subía claramente por laderas despejadas hasta collados.  Eso me daba ánimos. De algo me tenía que servir haber leído tanto a Cormac McCarthy, todas esas páginas y más páginas de jinetes que recorren sierras, barrancos y mesetas, que pisan y nombran un mundo vacío, que dicen una frase cada treinta páginas, una frase siempre filosófica y buenísima sobre el mundo y los caminos y los mapas y tal.

(Desde la Mola de Genessies, hito de piedras y vista de las sierras de Tivissa que no debía atravesar y que atravesé por despiste).

El mundo vacío está muy bien. Pero cuando encontré una casa de piedra en una hondonada y cuando detrás de la casa encontré a un montañero catalán sentado en una roca y fumando un porro, di gracias a los dioses. El mundo vacío está muy bien pero está mejor si incluye un catalán fumando un porro. Hace trece años, cuando llegamos en moto al acantilado de Cabo Norte, Noruega, latitud 71, había dos catalanes fumando porros.

Este de ahora me explicó cómo subir hasta una cercana pista forestal. Luego debía seguirla a mano derecha durante una hora hasta alcanzar un collado. Allí encontraría a mis pies el pueblo de Tivissa.

Llegué a Tivissa tras cinco horas de caminata sin pausa. En un bar me dijeron que a los tres cuartos de las tres (a las 14.45, ¿no?) saldría el autobús, el único de la tarde, que me llevaría de vuelta a Vandellós. Pedí un bocadillo de jamón con tomate y el hombre del bar me dijo que si me preparaba el bocadillo quizá perdería el autobús.

Pensé que a Homero se le fue ocurriendo la Odisea con cuatro cosicas de estas. Un catalán fumando un porro en mitad del mundo vacío. Un mesonero que te obliga a elegir entre el bocadillo de jamón con tomate y el autobús de regreso a casa.

Me llevé el bocadillo, me lo comí camino de la parada, viajé como pasajero único del bus hasta Vandellós, volví a casa, me tumbé un rato antes de ducharme, me quedé dormido y al despertar ya había anochecido.

28

Escribe tu correo:

Delivered by FeedBurner



Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
(Más sobre mí)