Viajes
Navarros en el Mediterráneo: el protoSalou de hace mil años
Vimos una librería en Baunei y entré a preguntar si tenían algo sobre Santa María Navarrese, la iglesia construida en la costa de Cerdeña por supuestos náufragos navarros, allá por el año 1052, chupinazo arriba chupinazo abajo.
Cuando le dije que yo era navarro (sí, qué pasa, de dónde venimos pues los donostiarras, y yo en los viajes he sido provechosamente navarro, bilbaíno, vasco, andorrano, español y uruguayo), el librero Giuseppe, más majo que las liras, removió Roma con Pamplona para conseguirme algo. Desenterró un viejo cómic polvoriento sobre la leyenda de la princesa de Navarra que naufragó en estas costas, me hizo una rebaja de 18 a 15 euros y lo mejor de todo: me dio el teléfono de Pasquale Zucca, antiguo alcalde de Baunei, el pueblo al que pertenece Santa María Navarrese.
-El exalcalde escribió un libro con la historia de la iglesia y se lo editó él mismo, pero ya no está a la venta. Llámale a media tarde y quizá consigas algo.
Baunei está colgado en una ladera panorámica, quinientos metros sobre el mar, como muchos pueblos sardos que no querían arrimarse a la costa: temían las invasiones de los piratas turcos y berberiscos, que solían recorrer muchos kilómetros tierra adentro para saquear, incendiar, violar y esas cosas de piratas.
Bajamos en bici -qué delicia- hasta Santa María Navarrese, donde antaño solo existían la famosa iglesia y cuatro cabañas de pescadores, y donde ahora ha crecido una urbanización con sus hoteles, tiendas de souvenirs, restaurantes turísticos y esas cosas de piratas. Ah, y con una bendita heladería donde comí un helado de queso de cabra con miel que ahora mismo me hace sollozar de nostalgia. Llamé al exalcalde Zucca, presumí de navarro por segunda vez antes de que cantara el gallo, y me habló entusiasmado:
-¡Qué bien, un periodista navarro! ¿Dónde estás?
-En Santa María Navarrese, cerca de la iglesia, junto a una heladería donde hacen un helado de queso de cabra con miel que se va del mundo.
-Espérame, llego en diez minutos.
Resulta que el señor Zucca estaba en Baunei, colgado allá en la montaña, pero bajó en coche inmediatamente para traerme un ejemplar de su libro, pasearme alrededor de la iglesia y contarme historias navarras.
Zucca defiende que la iglesia la fundó alguna de las hijas del rey García Sánchez III, alias el de Nájera. Con princesa o sin ella, los arcos de herradura y un relicario de plata muestran un estilo mozárabe extraño en Cerdeña, que debió de venir hace mil años desde el norte cristiano de la península Ibérica. La leyenda habla de una princesa que naufraga con su séquito y levanta el templo para dar las gracias a la Virgen por su salvación. ¿Qué andaría haciendo por aquí? ¿Ir o volver de alguna visita al papa de Roma, como ya había hecho su padre? En aquella época los reyes de Pamplona estaban emparentados con los condes de Barcelona y quizá compartían sus expediciones comerciales por el Mediterráneo. Xabier Alberdi, director del Museo Marítimo Vasco, me dice por teléfono que la iglesia quizá responda a algo más que un episodio aislado con náufragos y princesas: es posible que los navarros establecieran en esa costa de Cerdeña un puesto comercial, como hacían en otros puntos del Mediterráneo. Solían construir una iglesia, que funcionaba como templo, lugar de reunión, cogollo de viviendas y almacenes…
El señor Zucca es un navarrista fervoroso y torrencial. Habla con entusiasmo de Pamplona, de San Miguel de Aralar, de los artistas mozárabes de Nájera, de las regatas de traineras en los pueblos costeros, la maravillosa bahía de La Concha, el río Urumea y las asombrosas subidas y bajadas de la marea cantábrica, el congreso por la unificación del euskera en Arantzazu, la batalla de Roncesvalles, el castillo de Olite y Miguel Induráin.
El origen de Santa María Navarrese es muy borroso y el señor Zucca miraba al olivo milenario de la iglesia con un poco de frustración:
-Si este olivo hablara…
Y yo ya le expliqué que en realidad soy guipuzcoano, antes de que cantara el gallo, cuando me animé a contarle lo que suelen hacer los navarros cuando van por ahí recorriendo playas.
Fotos: el señor Zucca junto a la iglesia ampliada de Santa María Navarrese (la del siglo XI está dentro) y el olivo milenario.
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Salir del túnel treinta veces
Las caravanas persas empezaban sus viajes a última hora de la tarde, recorrían solo cinco o seis kilómetros y acampaban. Así, como suele suceder en la primera noche de los viajes, los despistados tenían margen para darse cuenta de que habían olvidado algo importante, volver a casa a recuperarlo y reunirse de nuevo con la caravana.
Sara y yo hemos empezado este viaje pedaleando de San Sebastián a Pamplona por el camino del viejo tren del Plazaola. No ha sido tan corto como la primera etapa de una caravana, pero nuestro destino era la casa de Antonio y Ester, donde aún podemos resolver cualquier despiste, y esta noche ha llegado en coche Josema, con el queso que le hemos entregado esta mañana para que lo trajera a Pamplona. Es que hemos cenado en un parque a orillas del Arga, con Esther, Antonio, Nerea, Mikel, Dani, Josema, Bea y familias.
Ha sido un placer reencontrarnos con nuestros amigos navarros, ha sido un gusto cruzar por fin las mugas provinciales, ha sido una alegría pedalear el día entero al sol. Después de tantos meses de confinamiento, lo de ver la luz al final del túnel ha sido literal, treinta o cuarenta veces literal. El viejo trenecito del Plazaola atravesaba 66 túneles entre Andoain y Pamplona. Nosotros hoy hemos cruzado más de treinta, como este de la primera foto, el impresionante túnel de Uitzi, de 2,7 kilómetros, en cuyo interior se encuentra la divisoria cantábrica-mediterránea. Desde la boca sur vas subiendo suavemente dentro del túnel, hasta que en cierto punto empiezas a bajar hacia la boca norte. Las aguas que gotean hacia el sur, van al Mediterráneo; las que dan al norte, al Cantábrico.
Hoy hemos visto la luz al final del túnel, una y otra y otra vez. Este es uno de los peligros de las primeras etapas de los viajes: que vas buscándole significados al paisaje extraño. En los siguientes días ya esperamos cruzar paisajes crudos y pequeñas historias sin peligros por desprendimientos de metáforas.
Otros momenticos: Raúl y Guillem (11) nos han dado relevos desde Andoain hasta Leitza. Josu ha aparecido por sorpresa en Andoain y nos ha entregado un paquete misterioso; al abrirlo en Leitza hemos descubierto que contenía bombas: dos de crema y dos de nata.
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Salimos de viaje sin etiqueta
Zumba de nuevo la máquina cortapelos: nos vamos.
Después de varios meses de confinamiento, de techos bajos y horizontes clausurados -decir horizonte guipuzcoano es como decir hípica azteca o fonética del cine mudo-, este domingo 21 de junio, justo cuando el sol alcance su mayor altura aparente en el cielo, S. y yo saldremos de viaje en bici. Nos vamos, nos vamos.
Queremos cumplir al menos algunas partes del viaje que suspendimos por culpa del coronavirus. A partir del 1 de abril, planeábamos recorrer toda Italia en bici, empezando por Cerdeña y Sicilia, pasando luego a Calabria, subiendo por la península hasta los Alpes. Teníamos ya el billete de barco para Cerdeña cuando llegaron las primeras noticias raras: Italia obliga a dejar metro y medio entre las personas. Nos reíamos: ¿podremos ir uno a rueda del otro? Luego nos reímos cada vez menos: Italia cierra las fronteras hasta el 3 de abril. Anda, ¿tendremos que retrasar nuestro viaje cuatro días?
Este domingo saldremos en bici desde Donostia (“me gusta empezar los viajes en la puerta de mi casa”), iremos pedaleando hacia el Mediterráneo, luego queremos pasar a Cerdeña y seguir deambulando verano adelante.
Así que zumba la máquina cortapelos: toca raparse el cráneo, como en las vísperas de todos los viajes.
Me gusta ese rito, porque es como quitarse el polvo acumulado en la cabeza, como podarse las inercias, perezas y dudas que crecen en el cerebro durante el sedentarismo. Y me pone un poco nervioso, porque lo asocio con los preparativos de última hora, con la impedimenta desparramada por el suelo –las alforjas, la tienda, el saco de dormir, la ropa, el cuaderno, la cámara de fotos-. Cuando zumba la maquinilla, ya casi me siento libre. Y eso me pone contento y temblón.
Nos vamos ligeros.
Llevamos muy poca ropa y, para aligerarla, cortamos hasta las etiquetas de los calzoncillos y las camisetas. Pasad, acompañadnos, poneos cómodos: es un viaje sin etiqueta.
2Una noche en la cresta
En su viaje con una burra, Stevenson dejó caer monedas en el sendero para pagar una noche al aire libre que le maravilló. Nosotros hemos dormido en esta repisa a 2.087 metros, en la cresta volcánica de La Palma, tras ver cómo los vientos alisios metían el mar de nubes en la Caldera de Taburiente. ¡Clinc, clinc, clinc!
cerradosEl camino es una memoria grabada con los pies
Un par de cosicas que os quiero decir sobre ‘Cansasuelos‘.
cerradosLa orquesta que salió del vertedero
«En uno de los barrios más pobres y violentos de Oaxaca (México), los jóvenes consiguieron violas, violines, saxos y clarinetes. Algunos de ellos eran pandilleros, chicos de la calle devastados por la inhalación de disolvente: ahora, en los ensayos, pasan horas concentrados ante el pentagrama. Han montado una orquesta sinfónica y están transformando el barrio».
He publicado este reportaje en la revista Papel. Aquí está completo: La orquesta que salió del vertedero.
Foto: Andrea Mantovani.
cerradosEl ciclista que hablaba con las moscas
Primero se preocupó un poco: pedaleaba en solitario por el desierto de Túnez, no sabía muy bien hacia dónde tirar y siguió una pista. Luego se agobió: la pista se colaba entre unas montañas áridas y se fue desvaneciendo, hasta que desapareció. Luego se asustó: se le echó la noche encima, acampó bajo las estrellas, siguió perdido por las montañas un día más, se le terminó la bebida, se le terminó la comida, se le echó encima una segunda noche, siguió arrastrando la bici un día más, se le echó encima una tercera noche de sed pedregosa. Al tercer día se emocionó: consiguió situarse por fin en el mapa, salió a un oasis y encontró a un hombre que le ofreció un té. El hombre le indicó el camino para llegar hasta una aldea. Allí Sergio Fernández Tolosa se hartó de beber, comer y dormir. La experiencia había sido terrible, así que decidió repetirla.
Y se puso a cruzar los mayores desiertos del mundo en bicicleta, siempre solo.
Sigue aquí: ‘El ciclista que disputaba la sombra a los camellos‘, en la revista Yorokobu.
1Sorprender a los pájaros
Km 2.817. Hemos conseguido definir las carreteritas por las que estamos atravesando Francia: son carreteras en las que sorprendemos a los pájaros.
(Mirlos, urracas o perdices, que pasean tan tranquilas por el asfalto porque nadie pasa nunca por allí, hasta que el zumbido de nuestras ruedas les da tremendo susto y salen correteando y volando: las hemos sorprendido tantas veces. También a un par de ardillas nerviosas, a gatos dormidos, a burros impertinentes).
cerradosEmpieza el retorno
Empezamos el retorno de Parma a San Sebastián. Hoy hemos cruzado ya los primeros territorios ignotos habitados por monstruos. A 25 kilómetros del pueblo de S. empieza la Bassa Parmense, una región de la que me habían explicado lo siguiente: 1) sus habitantes comen gatos; 2) en verano los mosquitos son tan grandes que llevan matrícula; 3) en invierno la niebla es tan densa que hasta puedes apoyar la bici en ella (“Na fumära acsì fissa ch’a t’ gh’é pól pozär incontra la biciclètta”).
Pero en primavera no hay mosquitos ni nieblas, y lo más parecido que hemos visto a un monstruo ha sido un señor de unos sesenta años –melena canosa atada en una coleta, tatuajes en los brazos- que tomaba café a nuestro lado en una terraza de Cortemaggiore y que le gritaba a un jovenzuelo que a ver si últimamente chingaba o qué. Luego, pedaleando de nuevo, hemos visto a un gato blanco cruzando la carretera y el conductor que venía de frente ha frenado y le ha dejado pasar. Muy decepcionante -como ocurre con todas las incursiones en tierras de monstruos-.
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