Violencia en el Cerro (1): «Hice renegar a mi tío»

Mercedes Cortez entra en la sala como un huracán. Corre, saluda, ríe, agarra el micrófono y habla a las doscientas personas reunidas. Es una muchedumbre de niños y niñas, de mamás, y al fondo de la sala de la fundación Voces Libres, serios y tímidos, los extraños protagonistas del acto: unos treinta papás mineros. Todos viven en las laderas del Cerro Rico.

Mercedes empieza cantando, bailando, pidiendo al público que le imite. Los niños y las mamás corean los gritos de Mercedes, bailan, se parten de risa.

Después saluda a los papás y les agradece la presencia. “Es muy importante, porque hoy vamos a hablar del buen trato. Vamos a darles a los papás la tarjetita con las diez reglas de oro del buen trato. Y les vamos a vacunar con la vacuna antipegánica. ¿Para qué será esa vacuna?”. Los niños gritan: “¡Para que no peeeeeguen!”.

Sigue Mercedes. “Hoy estaremos más regalonas con los papás, no se me enfaden las señoras. Vamos a regalar una pelota a los papás buenos y valientes que se atrevan a salir y a decirnos qué es para ellos el buen trato”.

Empieza el teatrillo: salen niños voluntarios y Mercedes representa con ellos escenas típicas. La pequeña Guadalupe se ensucia y su mamá le chilla, le insulta, le desprecia. “Wawas (niños), ¿cómo está ahora Guadalupe?”. “¡Triiiiiiste!”. Mercedes explica la importancia de las palabras de amor: no se compran en el mercado, no cuestan plata, y cuesta lo mismo decir “¡carajo!” que decir “¡cariño!”.

Siguen otras escenas: discusiones entre papá y mamá, el papá borracho que pega a la esposa y a los hijitos… Los niños reconocen perfectamente las escenas, las siguen, completan los diálogos típicos, las broncas. Mercedes habla del maltrato psicológico, de los traumas que la violencia y el desprecio dejan a los niños para siempre, de la atención que papás y mamás deben prestar a sus hijitos, del derecho que tienen los pequeños a jugar, a ensuciarse, a ser traviesos y a perder cosas sin que eso jamás justifique ninguna violencia, habla de las ventajas de educar con cariño, de los abusos sexuales que jamás se deben permitir…

“¿Alguien de ustedes, wawas, tiene un moratón?”, pregunta Mercedes.

Algunos alzan la mano, se señalan unos a otros. Saben bien quiénes han sido golpeados recientemente. Un crío garboso de tres años, medio tapado con una capucha, se levanta y se acerca a Mercedes. Ella se agacha y descubre que el chico tiene un ojo hinchado y morado. “¿Qué te ha pasado, hijito?”. El chico calla. Al final dice en voz baja: “Me he caído”.

Sale otro chico de ocho años. Se levanta la camiseta y descubre un cuerpecito lleno de moratones. Le han dado una paliza tremenda. A preguntas de Mercedes, dice que fue su tío. “¿Por qué te pegó?”. “Es que le hice renegar”. “¿Por qué?”. “Perdí la llave”.

*

Al final del acto, Mercedes invita a los papás mineros a que salgan al micrófono a dar consejos para el buen trato. Cuando lo hacen, reciben de regalo un balón, la tarjeta con las diez reglas de oro (te abrazo todos los días y te digo que te quiero; en lugar de golpearte y gritarte, te escucho; te doy tareas en casa teniendo en cuenta tu edad; te dedico mi tiempo libre en lugar de ir a beber con mis amigos…) y un cartel para pegar en casa, con el dibujo de un papá monstruo (que chilla y pega a su familia) y de un papá héroe (que juega y escucha).

Dicen los papás: tenemos que dar confianza a las wawas para que nos cuenten sus problemas, nunca tenemos que pegar ni pellizcar, tenemos que llevar a las wawitas de la mano a la escuela, no tenemos que beber tanto y no debemos llegar borrachos a casa…

Sigue en «Violencia en el Cerro (2): mujeres contra el horror silenciado«.

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Kazetari alderraia naiz
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