Archivo abril 2015

Cuando en Islandia estaba bien visto matar vascos

La semana pasada Islandia anuló la ley que permitía matar vascos. He escrito un artículo en El País sobre la matanza de los 32 balleneros vascos en 1615, la mayor masacre de la historia de Islandia, que se prolongó varias semanas. Cuando en Islandia estaba bien visto matar vascos.

En el acto final, el capitán donostiarra Martín de Villafranca se arrodilló y habló en latín al cura Jón Grímsson para pedirle perdón y clemencia, el cura lo perdonó, y en ese momento uno de los islandeses se echó encima del vasco y le pegó un hachazo en el pecho. Villafranca echó a correr hasta la orilla, se zambulló en el mar y cumplió un prodigio: nadó. «Nadaba como una foca o una trucha». Un prodigio, porque los islandeses no sabían nadar. En ese océano helado nadie nadaba, porque nadie podría sobrevivir. Dice el cronista que Villafranca nadó mientras cantaba en una lengua extraña la canción más conmovedora que jamás habían oído los islandeses. Los hombres del jefe Magnússon saltaron a una chalupa y remaron a por Villafranca…

Ballenero

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El aficionado que descubrió los paseos de los dinosaurios

El boliviano Klaus Pedro Schütt me recibió en su casa y, antes de nada, me enseñó un gran coprolito. Es decir: una mierda de dinosaurio fosilizada. Él descubrió las mayores caminatas de dinosaurios del mundo, en 1994, y nadie le hacía caso. La semana pasada los paleontólogos confirmaron que en ese yacimiento de Cal Orck’o (Sucre) hay más de diez mil huellas, una escena extraordinaria de la vida de los dinosaurios poco antes de su extinción. He escrito la historia en CNN: El boliviano que descubrió los paseos de los dinosaurios.

05-huella-de-titanosaurio-en-cal-orcko-foto-parque-cretc3a1cicoHuellas de titanosaurio en la pared de Cal Orck’o. (Foto: Parque Cretácico de Sucre)

 

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‘Heridas del viento’ (Virginia Mendoza)

Heridas del viento Las estupendas crónicas vagabundas de Virginia Mendoza por Armenia salen ahora como libro: ‘Heridas del viento’. Me pidió que le escribiera el prólogo y lo hice encantado, porque me entusiasman las historias que encuentra caminando despacio por los caminos más remotos.

Todo empezó aquí

Cuenta Virginia Mendoza que su abuelo muerto se le apareció en sueños y le dijo que él había nacido en la calle de los Armenios. En realidad el abuelo había nacido en la calle del Aire, en Terrinches (Ciudad Real), y Virginia creyó que esa aparición era una señal para viajar a Armenia. A mí me parece que ese sueño le daba también otro mensaje: que escuchara a los viejos. Ella lo ha obedecido siempre.

            Mendoza estaba pendiente de una respuesta, para saber si la aceptaban en un programa europeo que investigaba las culturas de las minorías étnicas de Armenia, “el único país actual grabado en el mapa más antiguo del mundo”. El abuelo se le apareció en sueños y, como es posible que los muertos tengan contactos con la Comisión Europea, pocas horas después llegó también el correo electrónico con la respuesta afirmativa. Mendoza voló a Erevan y se sintió en un planeta remoto, extraño y sugerente, como muestran las historias del primer bloque de este libro, escritos con esa conciencia tan viva de ser una alienígena que empezaba a descifrar los primeros signos: el alfabeto, la montaña que es símbolo, los versos traducidos de los poetas, los cementerios, las mesas rebosantes de comida para el forastero. Llénale la barriga al desconocido y ya te dirá a qué viene, piensan en aquel país. Las familias armenias llenaban la barriga de Mendoza con patatas fritas con cilantro, salchichas, pepino, queso y confitura mientras ella deambulaba por el país, mientras aceptaba que su ruta sería aquella que le marcara por ejemplo una vaca, mientras tomaba caminos equivocados, porque esos caminos azarosos eran los que le interesaban, los que le llevaban hasta niños con una cruz de sangre trazada en la frente. Después de unas pocas exploraciones, Mendoza decidió enseguida que ella era “muy armenia”.

            Gustave Flaubert defendió que la nacionalidad debía asignarse no por el lugar de nacimiento sino por los lugares que nos atraían a cada uno. Él renegó de la Francia burguesa, reglamentada y aburrida, viajó a Egipto y quedó maravillado con el bullicio de los puertos, el caos de los zocos, incluso con el burro que cagaba en la plaza donde él tomaba café. Para Flaubert la vida era caótica, impura, sucia, sensual, y las tentativas civilizadas por instaurar el orden implicaban “una negación censuradora y mojigata de nuestra condición”. Egipto alentaba modos de vida que sintonizaban con la identidad de Flaubert, valores que eran reprimidos en la sociedad francesa.

            Mendoza describe un país de gente humilde, hospitalaria, nostálgica, bondadosa y, vamos a decirlo, estrambótica. Lo describe con asombro, ternura, humor, y poco a poco, según avanza el libro, lo va haciendo cada vez más suyo.

            Hay un empeño muy fuerte entre los armenios, que coincide con un empeño muy fuerte de Mendoza: rescatar las historias. Recordar, conservar el pasado, fijar una identidad, para no disolverse del todo en las corrientes con las que la historia ha destruido Armenia una y otra vez. Ser armenio es echar de menos: echan de menos el monte Ararat, echan de menos dos mares, echan de menos las aldeas de las que fueron expulsados durante el genocidio perpetrado por los turcos, echan de menos a los parientes que fueron masacrados o desperdigados más allá de otras fronteras nuevas. El libro rescata algunas historias viejas a punto de perderse y otras historias nuevas que parece que ni se iban a registrar: las mujeres que fueron tatuadas como ganado y utilizadas como esclavas sexuales por los turcos, el soldado que mandó cartas bajo las bombas de la Segunda Guerra Mundial y nunca volvió, las familias que viven en casetas veintisiete años después del terremoto que devastó el país, el borracho que subió a una azotea para narrar el bombardeo de una de tantas guerras caucásicas posteriores a la desintegración soviética, la generación de los niños que preguntan si reírse es bueno.

            Qué es sobrevivir, se pregunta este libro. Mendoza se acerca a los supervivientes y descubre que sobrevivieron pero no, pero bueno, pero casi. Ellos, ellas, no quieren hablar del genocidio. Están hartos de que a los visitantes solo les interesen sus heridas, las deformidades de su biografía, como si fueran monstruos de feria. Lo bueno es que a Mendoza le interesan las vidas completas en sus más mínimos detalles, comparte las horas con los protagonistas de sus textos, los acompaña en las casas y en los caminos, observa sus manos viejas que pelan y asan berenjenas, bebe vodka con ellos, escucha historias de amor, chistes, canciones, enfados, rezos. Entonces sí, de manera natural, empiezan a hablarle del genocidio, porque el genocidio ya es una parte de una vida que Mendoza ha escuchado completa, una vida a la que así se le hace justicia. Gracias a esa paciencia, Mendoza descubre una respuesta sencilla y poderosa, apenas una escena para sugerir que la supervivencia quizá esté en el amor, en ese abuelo de 103 años que nunca bebía café y que aprendió a prepararlo para llevárselo todas las mañanas a la cama a su mujer, para hacerle reír a carcajadas con los chistes sobre su propia vejez, después de ochenta años casados, después de un genocidio.

            Mendoza también comparte las horas con los cristianos molokans –los bebedores de leche-, con los yezidis –nómadas zoroastrianos, adoradores del sol y a veces del Athletic de Bilbao-, con la mujer que conserva en su casa a los dioses de la Armenia pagana, dioses viejos y cansados. Comparte las horas con un patinador místico, con la viuda del hombre que excavó un enorme laberinto vertical bajo su casa para refugiarse en las entrañas del mundo y hablar a las aguas subterráneas, con la arqueóloga que encontró el zapato más antiguo de la historia y que así refuerza “esa idea tan armenia de que todo empezó aquí”.

            Mendoza se interesa por las personas que se asoman a mundos extraños, personas que se mueven entre la investigación y la locura, el arte y el delirio, el estudio y la obsesión, y su respeto vuelve a ser fructífero: en las historias que cualquiera descartaría por disparatadas, o que cualquiera caricaturizaría por extravagantes, ella encuentra pepitas de oro. En las historias de los viejos, poco a poco, de detalle en detalle, va profundizando hasta los sedimentos antiguos y reveladores. Allí encuentra perlas de sabiduría que nos dicen algo a todos. Quizá no se dé cuenta, pero Mendoza se convierte en una de ellos: en alguien que investiga y se obsesiona, en alguien que conserva y narra. Si Mendoza es muy armenia, no es porque crea que todo empezó en ese país, sino porque rescata las historias, los saberes y las ideas de los viejos, de nuestras abuelas, de nuestros abuelos más lejanos, porque sabe que todo empezó con ellos.

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Premio Europeo de Prensa para el reportaje ‘Así se fabrican guerrilleros muertos’

Han dado el Premio Europeo de Prensa al reportaje ‘Así se fabrican guerrilleros muertos‘, que publiqué en la sección Planeta Futuro del diario El País. Ayer lo recogí en Copenhague.

Debo un agradecimiento enorme a Pablo Tosco, fotógrafo, reportero y tipo más majo que majo, que trabajó conmigo y me empujó tantísimo en este reportaje, a la gente de Oxfam por su apoyo indispensable en Colombia (Alejandro Matos, Lucila Rodríguez-Alarcón, Diana Arango, Sandra Cava…), a Gloria Moronta por su ayuda en la búsqueda de contactos, a los periodistas colombianos que trabajan día a día destapando historias con un coraje y un talento extraordinario, y que además son tan generosos con quienes llegamos de fuera: Jineth Bedoya, Hollman Morris, Félix de Bedout, la plantilla de La Silla Vacía…

Admiro sobre todo la valentía, la fuerza y la hospitalidad de Luz Marina Bernal, María Sanabria, todas las Madres de Soacha, sus familias y sus amigos, que siguen peleando contra la impunidad de quienes asesinaron a sus hijos.

Creo que también merecen ser divulgadas las historias que contamos en el otro reportaje colombiano: La nadadora entre los tigres.

Luz MFoto: Pablo Tosco (Oxfam).

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Negrita

Me explicaron que era «para posicionarse mejor en los buscadores», para que alguien busque una palabra y caiga primero en tu texto, para conseguir más visitas, más clics, más megustas, pero mecagüen la manía que tienen algunos editores webs de marcar en negrita frases y más frases de los textos, mecagüen ese empeño por agitar banderas para que no se pierdan los tontos y los cagaprisas, mecagüen la idea que tienen de los lectores. A veces convendría animarse y escribir contra los robots, contra las fórmulas para ser más leídos, contra los clics y contra la gente que dice posicionar.

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El levantador de piedras Goenatxo puede dar algunas clases sobre personal branding, reciclaje del know how para implementar storytelling y emprendizaje de startups.

Goenatxo

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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