Archivo noviembre 2013

La nadadora entre los tigres

«Los paramilitares invadieron el pueblo de Condoto, robaron, torturaron, violaron, asesinaron y establecieron sus leyes. Por ejemplo: las mujeres debían cocinar para ellos, las mujeres debían lavarles la ropa, las mujeres debían quedarse en casa al ponerse el sol, las mujeres no podían vestir prendas cortas, las mujeres no podían llevar el pelo corto. María Eugenia Urrutia, una chica negra de 18 años, hirvió de rabia. Se rapó la cabeza al cero, se puso un tanga, cruzó el pueblo a zancadas, se metió al río casi desnuda y nadó arriba y abajo.

Mientras los paramilitares disparaban, requisaban las cosechas y expulsaban a las familias de sus minas artesanales de oro y platino, María Eugenia se empeñó en defender nadando su pequeño territorio: la playa del río Condoto. No era una playa cualquiera».

El reportaje completo se puede leer en la revista Jot Down.

Para prepararlo conté con la valiosísima ayuda de Oxfam Intermón. Y con el apoyo de gente sabia en Colombia: Alejandro Matos, Lucila Rodríguez-Alarcón, Pablo Tosco, Sandra Cava, Diana Arango y Gloria Moronta. Les debo un agradecimiento enorme, a ellos y a los hombres y sobre todo las mujeres tan berracas de Bogotá, Soacha, Medellín, Popayán, Tuluá, Santander de Quilichao y de las reservas indígenas del Cauca, que nos dedicaron su tiempo, compartieron sus emociones y nos relataron sus luchas.

2

¡Ucrania a Rusia, diez a que no!

Sebastopol es como la bahía de Pasajes. Si los habitantes de Pasajes de San Pedro cuelgan banderas moradas en los balcones y los de San Juan cuelgan banderas rosas, mientras sus respectivas traineras se cruzan en la misma bahía durante los entrenamientos, en Sebastopol pasa lo mismo pero con buques de guerra rusos y ucranianos, con destructores, cruceros, fragatas y submarinos.

Tras la independencia de Ucrania, Rusia mantuvo el derecho de utilizar el puerto ucraniano de Sebastopol, su gran base naval en el Mar Negro. Las tremendas flotas de los dos países comparten la bahía y parecen dos compañeros de piso que han trazado rayas en el suelo para delimitar sus espacios, sus almacenes, sus diques flotantes, sus grúas, sus muelles. Despliegan banderas gigantescas y pintan rótulos que se pueden leer desde varios kilómetros de distancia: VIVA LA FLOTA UCRANIANA y VIVA LA FLOTA RUSA.

He cruzado la plaza Nakhimova, el equivalente ucraniano a las Portaletas del muelle donostiarra, y he gritado bajito: «¡Ucrania a Rusia, diez a que no!».

Y luego, mientras recorríamos la larguísima bahía sebastopoldarra en un barquito turístico, con cinco cadetes de Crimea que iban de excursión con sus madres recién llegadas para visitarlos en sus bases, al navegar entre los titánicos destructores rusos y las colosales fragatas ucranianas, he cantado cuando nadie me oía: «Arriba el corazón / txistu y acordeón / que al pie de la baliza / daremos la paliza. / Arriba el corazón / acércame el porrón / que la victoria viene / a nuestra embarcación».

Fotos: 1) El Korta de Sebastopol.

OLYMPUS DIGITAL CAMERA

2) La Ama Guadalupekua de Crimea.

OLYMPUS DIGITAL CAMERA

3) «Viva Rusia, carajo».

OLYMPUS DIGITAL CAMERA4) «Viva Ucrania, carajo».

OLYMPUS DIGITAL CAMERA

3

Odesa sin cochecito

En Odesa he bajado las 192 escaleras pensando en N., que estos días andará comprando un cochecito de niño.  (Y no sé cómo no se le ha ocurrido a nadie alquilar cochecitos en la parte alta, para que los turistas los lancen escaleras abajo. Yo habría pagado).

OLYMPUS DIGITAL CAMERA

Imagen de previsualización de YouTube
cerrados

A ver quién limpia luego el campo

Las llanuras de Ucrania son inmensas: si en las afueras de Kiev pones un listín telefónico en el suelo y te subes a él, puedes ver las cúpulas de Odesa, quinientos kilómetros más al sur.

El viaje en coche desde Kiev hasta Odesa, a través de los campos arados y desnudos de noviembre, tiene su puntillo si achinas los ojos y en el horizonte ves galopar a los cosacos zaporogos del siglo XVI.

En la novela Tarás Bulba, de Nikolai Gógol, he encontrado una crónica previa del próximo Shakhtar Donetsk-Real Sociedad. Estamos en la víspera de una batalla. Y los cosacos ucranianos imaginan su destino:

«Igual que las águilas, oteaban los cosacos todo el campo a su alrededor y el destino que les esperaba, que negreaba a lo lejos. Sí, seguro que todo el campo, con sus eriales y sus caminos, quedaría sembrado con sus huesos blancos, profusamente regado con su sangre y cubierto de carros destrozados, de lanzas y sables hechos añicos. Sus cabezas quedarían desperdigadas, con los chubs revueltos, sucios de sangre coagulada y los bigotes lacios. Las aves rapaces vendrían a sacarles los ojos».

Foto: al entrenador del Shakhtar le comunican que va a jugar Agirretxe.

Tarás

6

La maldición del sexto

Sale la sexta edición de Plomo en los bolsillos, pronto en las librerías. Y nos da un poco de miedo: ya sabemos lo que les pasó a los ciclistas que intentaron ganar seis Tours.

Plomo en los bolsillos

“La carrera francesa siempre acaba cobrando su tributo, devorando incluso a sus mayores campeones. Cuando intentaron conquistar un sexto Tour, esa especie de fruto prohibido, los mejores ciclistas de la historia sufrieron desfallecimientos terribles, como si recibieran el castigo de un dios furioso por una blasfemia. Basta con recordar a Anquetil echando pie a tierra en 1966 camino de Saint-Étienne, pálido, agotado, lloroso; a Merckx en 1975, dando eses como una marioneta rota en Pra Loup; a Hinault, clavado  en Superbagnéres en 1986; a Induráin, fundido y deshidratado en Les Arcs en 1996”.

Y de Armstrong, qué vamos a contar de Armstrong. Que ganó siete, que se hundió en el octavo, que le pillaron, que entonces lo confesó todo en la tele y que aquí tenéis su capítulo actualizado, tal y como lo publicamos ya en la quinta edición: ‘Lance Armstrong y la nieve negra’

Tampoco estaría mal hundirnos en la octava y después confesarlo todo en la tele.

“En la edición siguiente, en la primera etapa montañosa, Armstrong se desmoronó en un puerto sin renombre: el col de la Ramaz. Es la eterna saña del Tour, que siempre escogió mataderos vulgares para acabar con los campeones, puertecillos sin ninguna historia y que por tanto quedaron consagrados en exclusiva a la memoria de las derrotas: Anquetil en Serrière, Merckx en Pra Loup, Induráin en Les Arcs, Armstrong en Ramaz. Para el campeón americano, que jamás pinchaba en momentos delicados, que jamás se enfermaba, que jamás se caía, aquella fecha estaba marcada como la del colapso. Nada más comenzar la etapa, se cayó, partió el sillín y tuvo que cambiar de bicicleta. Un poco antes de la ascensión a Ramaz, tocó una acera con el pedal y salió disparado por los aires. Golpeado, abrasado y aturdido, alcanzó al grupo justo en las primeras rampas, pero pagó el sofocón, se descolgó y pasó con un minuto de retraso por la cumbre. Se sintió vacío. Le costaba seguir el ritmo de sus gregarios, la desventaja crecía y, ya sin reflejos, fue incapaz de esquivar otra caída y rodó de nuevo por el asfalto.

En la ascensión a Morzine Avoriaz cumplió su calvario con una estricta sobriedad de gestos: pedaleó, como muy pocas veces, con los ojos ocultos tras gafas oscuras, con la mandíbula prieta y el rostro tenso en una máscara inexpresiva. En los últimos metros, con sesenta ciclistas ya clasificados por delante de él, con doce minutos de retraso, con la derrota irrevocable, se subió la cremallera del maillot para no cruzar la meta con el pecho descubierto, en un gesto un poco torpe y pudoroso, como un cadáver que se hubiera cerrado a sí mismo los párpados”.

Aquí tenéis a Hinault, que hoy cumple 59 tacos, un poco molesto el año en que aún no consiguió ganar el quinto Tour.

HinaultFoto: vía Urtekaria.

PD: El libro acaba de llegar a México D.F., a Tabaquería Libros. ¡Que viva Raúl Alcalá!

3

Creíamos que no nos interesaba

Fogonazos cumple diez años. Es el primer blog al que me suscribí, según mis recuerdos, porque Eresfea me habló de él con entusiasmo. Desde entonces leo todo lo que pillo de su autor, el periodista Antonio Martínez Ron, un excelente divulgador científico y un cazador de historias asombrosas. Para celebrar el décimo aniversario, Antonio ha recopilado en un libro las mejores historias que ha escrito en su blog y en otras publicaciones. Se llama ¿Qué ven los astronautas cuando cierran los ojos? y se puede comprar aquí.

Antonio me pidió que escribiera el prólogo del libro. Me puse más contento que Kengi Sujimoto cuando encontró el cerebro de Einstein guardado en un bote de galletas en la casa de un patólogo de Kansas. Y escribí esto:

Creíamos que no nos interesaba

«Si nos anuncian un discurso sobre las áreas somatosensoriales de la corteza cerebral, así, a bote pronto, a muchos se nos escapará un bostezo. Si leemos la historia de Antonio Martínez Ron sobre el hombre que tenía de nacimiento una mano con tres dedos, y que después de que le amputaran ese brazo empezó a sentir en su lugar un miembro fantasma con cinco dedos, nos quedaremos con la boca abierta de puro asombro. Entonces sí que nos interesará esa corteza cerebral, nos interesarán los procesos por los que sentimos las cosas, nos interesará saber más detalles sobre el modo en que estamos programados para percibirnos. Los grandes periodistas son capaces de fascinarnos con historias sobre asuntos que no nos interesan. O que creíamos que no nos interesaban.

Sabemos que la ciencia y la exploración deben interesarnos porque son útiles. Martínez Ron nos muestra que, además, nos deben interesar porque son muy bellas. En este libro aparecen unas personas que por las noches encienden un cañón láser y disparan a unos espejos que los astronautas dejaron hace cuarenta años en la Luna. Otras se prueban cuerpos virtuales en un laboratorio y comprueban que su cerebro empieza a actuar, por ejemplo, con las habilidades de un percusionista africano. Y otras se dan cuenta de que en el universo falta el 90% de la masa que debería haber y se meten en el interior de una montaña de Huesca, para aislarse bajo millones de toneladas de rocas y buscar allí esa materia oscura que por ahora es solo una predicción. Ya vendrá luego Martínez Ron a explicarnos por qué lo hacen, qué objetivos persiguen, cuál es el sentido práctico de estas extravagancias, pero incluso sin tener en cuenta su finalidad, incluso antes de conocer las explicaciones, ya son escenas fascinantes.

En este libro hay historias así de bellas, hay historias divertidas (plátanos perdidos en estaciones espaciales, un patólogo que saca un pedazo del cerebro de Einstein de un bote de galletas y corta unas lonchas en su cocina, miles de sudaneses asustados porque sus penes se están encogiendo), hay historias inquietantes (buceadores que graban su propia muerte en simas angustiosas, virus exóticos que acechan en lo más profundo de las selvas, antropólogos preocupados por señalizar cementerios de uranio a los humanos de dentro de diez mil años). Y hay historias con arranques terribles, que parecen relatos de Verne o Poe: “En el invierno de 1980, dieciséis pescadores daneses fueron rescatados después de pasar una hora y media en aguas del Mar del Norte. Todos ellos caminaron por su propio pie por la cubierta del barco, charlaron con sus rescatadores y bajaron a tomar una bebida caliente. A los pocos minutos, los dieciséis hombres cayeron súbitamente muertos”.

Los fogonazos de Antonio Martínez Ron se leen con el entusiasmo con el que leíamos las novelas de aventuras y exploraciones en la juventud, con una pasión que se va apagando con los años, cuando nos vamos poniendo demasiado adultos. Él defiende a menudo la perplejidad: “Vivimos en una sociedad en la que nos creemos muy listos y en la que admitir que algo nos asombra se ve como una muestra de debilidad o falta de inteligencia. Creo que es al revés. Los tontos no se asombran”.

Estos fogonazos confirman otra idea muy valiosa: es posible contar historias atractivas, misteriosas, divertidas, terribles, emocionantes… y absolutamente rigurosas. Los aficionados a los asuntos esotéricos y a las explicaciones paranormales no es que tengan mucha imaginación: es que tienen muy poca. No son capaces de apreciar la realidad y necesitan hinchar patrañas, a modo de dopaje mental, para entusiasmarse por algo. La ciencia, con sus ignorancias y sus debilidades, es una fuente de historias maravillosas.

Y el gusto por las buenas historias es universal. Un chimpancé aislado no es un chimpancé, decía el etólogo Konrad Lorenz, y por ahí andamos nosotros, los primates sociales, reuniéndonos desde hace miles de años alrededor de una hoguera o de un blog, seducidos por aquellos que nos explican el mundo y que nos explican a nosotros mismos. Antonio Martínez Ron es uno de esos narradores con la pericia de Sherezade: el lector comprobará que es muy difícil terminar una de las historias de este libro y no empezar inmediatamente con la próxima.

 Werner Herzog, cineasta siempre perplejo, dirige unos talleres de cine en los que no imparte ningún tipo de enseñanza técnica: “Es una escuela para los que han viajado a pie, han mantenido el orden en un prostíbulo o han sido celadores en un asilo mental; en resumen, para los que tienen un sentido poético. Para los peregrinos. Para los que pueden contar un cuento a un niño de cuatro años y mantener su atención, para los que sienten un fuego en su interior”.

Este tampoco es un libro de enseñanzas técnicas. Es un libro con historias que nos mantienen entretenidos a los niños de cuatro años, escrito por un periodista que siente un fuego en su interior, un fogonazo cuando cierra los párpados».

Que ven los astronautas cuando cierran los ojos

2

La suerte de viajar con Pablo

Ha sido un lujo viajar por Colombia con el fotógrafo argentino Pablo Tosco. Trabaja con mucha profesionalidad y con un talento extraordinario pero, por encima de todo, me maravilla su sensibilidad exquisita con la gente. Hemos pasado tiempo con personas que han padecido historias muy duras, con las que a veces los periodistas somos torpes, intrusivos, incómodos. Pablo siempre acierta.

Se acerca a las personas con un respeto profundo. Habla, acompaña, espera y sobre todo escucha, escucha mucho, escucha largo. Tiene un instinto delicado para saber cuándo sacar la cámara y cuándo guardarla, para saber cuándo preguntar y cuándo callarse.

Pablo es un corazón con patas, con ojos y con barba roja. Sabe cuándo callarse, sabe cuándo decir un piropo cariñoso o una broma que alivia, sabe acercarse y sabe alejarse en el momento preciso. Y prefiere quedarse sin la foto deseada que molestar a quien sufre relatando su vida.

El resto del día Pablo habla con todo el mundo y habla sin parar: con el taxista, con la camarera, con la recepcionista, con los niños, con las abuelas, con el policía, con los vecinos de mesa, da conversación a todo el mundo, vacila a todo el mundo, todo el mundo le mira un poco extrañado y todos acaban con ataques de risa. Si nos clasificaran según el número de personas a las que hacemos sonreír al cabo del día, Pablo sería campión. Che, te cagás de la risa. Te cagás de la risa con él y con las historias de su perro Juan Carlos Pechoblanko (que ya está muy viejito y tiene página en Facebook).

OEn la foto, detrás de Pablo, aparecen otras dos compañeras de viaje magníficas: Diana Arango y Sandra Cava, ambas de Oxfam Intermón. Diana y Sandra trabajaron veinticuatro horas todos los días para preparar los viajes, las entrevistas, las visitas, por las noches apenas durmieron y por el día aguantaron avalanchas de ocurrencias y de chistes malos. Y encima sonreían.

9

Cómo invadir Inglaterra sin romper el pacto

Ante el Real Sociedad-Manchester United de esta noche, os recuerdo que en 1482 los guipuzcoanos y los ingleses firmamos un pacto para no invadirmos los unos a los otros. Por eso, si el Manchester United nos ganó 1-0 en la ida, fue porque aprovecharon una circunstancia no prevista en el siglo XV: un gol en propia puerta. Ellos cumplieron: no nos invadieron, nos derrotamos nosotros mismos. No sé a qué estrategia podríamos recurrir para ganarles esta noche sin romper el pacto: ¿valdría ganarles con goles de jugadores no guipuzcoanos, por ejemplo?

La decisión de no invadir Inglaterra la tomamos en el paraje de Usarraga, en Bidania, enfrente de las actuales naves industriales. Guipúzcoa se incorporó al reino de Castilla hacia el año 1200, pero mantuvo «una verdadera independencia en gravísimos asuntos internacionales durante los siglos XIII, XIV y XV», en palabras del historiador Echegaray. Así, en octubre de 1481, los representantes forales celebraron unas Juntas Extraordinarias en Usarraga para establecer un trato con los ingleses: en caso de «guerra y represalias» entre los reinos de Inglaterra y Castilla, los guipuzcoanos permanecerían neutrales, como un estado independiente, ajenos a las trifulcas entre los otros dos. El 9 de marzo de 1482, con el visto bueno de los Reyes Católicos, Sebastián de Olazábal y sus consortes se plantaron en Londres para firmar con los ingleses el pacto que debía «permitir el libre comercio entre las dos partes y asegurar una buena y firme alianza, abstinencias de guerras, e inteligencias amistosas, tanto por tierra como mar y aguas dulces».

El trato no prohíbe, por ejemplo, los cañonazos de un riojano desde fuera del área.

Imagen de previsualización de YouTube

2

Canto y grito de las Madres de Soacha

El hijo de Luz Marina Bernal desapareció el 8 de enero de 2008. Se llamaba Leonardo Porras, tenía 26 años y vivía en la ciudad de Soacha, pegada a Bogotá. Ocho meses más tarde Luz Marina recibió una llamada: le dijeron que el cadáver de Leonardo había aparecido en una fosa común en Ocaña, muy lejos de Soacha, junto con otros chicos. “Su hijo era el jefe de un grupo narcoguerrillero”, le contó un fiscal. “Se enfrentó a tiros con el Ejército y murió. En su mano derecha llevaba la pistola con la que disparó”.

Luz Marina le respondió que Leonardo tenía una discapacidad mental de nacimiento, que su edad mental equivalía a la de un niño de 8 años, que no sabía leer ni escribir, y que tenía la parte derecha del cuerpo paralizada desde el nacimiento, incluida esa mano con la que decían que manejaba una pistola.

Fue uno de los casos que destapó el escándalo de los “falsos positivos”. El Gobierno de Álvaro Uribe estableció en 2005 una recompensa para los soldados por cada guerrillero que mataran. Entonces empezaron a engañar y secuestrar a jóvenes, a trasladarlos de un lado a otro del país, a asesinarlos y a arrojarlos a fosas, vestidos como guerrilleros para simular muertes en combate, para presentar cifras de éxito contra la guerrilla y cobrar recompensas del Estado: a esto se le llama un «falso positivo». Hay denuncias por 4.716 víctimas ejecutadas por las fuerzas públicas de manera extrajudicial en Colombia.

A Luz Marina le entregaron un ataúd cerrado con los restos de su hijo. En 2010 exhumaron el cuerpo para las investigaciones y descubrieron que allí solo había un torso humano con seis vértebras y un cráneo relleno con una camiseta en el lugar del cerebro. Correspondían, efectivamente, a Leonardo Porras.

Luz Marina Bernal y otras madres de chicos asesinados de la misma manera formaron el grupo de las diecinueve Madres de Soacha. Exigen juicios, organizan manifestaciones, reciben el apoyo de organismos internacionales de derechos humanos, hacen giras por el mundo denunciando los casos, meten el dedo en llagas muy profundas hasta el corazón del Ejército y el Estado colombiano. Las Madres hacen mucho ruido. Por eso Luz Marina y sus compañeras reciben amenazas de muerte en su propia casa y por eso las vigilan, las persiguen y a veces las atacan por la calle.

La víspera de Difuntos acompañamos a Luz Marina al cementerio de la Inmaculada de Bogotá, donde ella visita a su hijo Leonardo, se sienta para acariciar la hierba, le cuenta cómo va la vida en la familia y le asegura que las Madres seguirán peleando para que se haga justicia.

OOCanción compuesta por Liz Porras, hermana de Leonardo. Ojo a la letra.

Imagen de previsualización de YouTube
5

Escribe tu correo:

Delivered by FeedBurner



Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
(Más sobre mí)