Archivo agosto 2012

Cuidado con los elefantes

En memoria de nuestra abuela Pepi

No olvidaré el último consejo que me dio nuestra abuela Pepi: “Cuidado con los elefantes, que parecen buenos pero son muy traicioneros. Que no te pisen un callo”. Me lo dijo el 3 de agosto, entre risas, y murió el 10, mientras yo estaba en Kenia. Se me fue por sorpresa, a los 90 años pero por sorpresa, sin poder apretarle un poco la mano, dejando una conversación interrumpida,  una última ironía de las suyas, se me fue mi abuela, mi madrina, la persona con la que más veces hablaba al cabo de la semana, y con la que compartía algunos pequeños ritos cotidianos, complicidades amorosas y divertidas, hitos leves y familiares que iban confirmando que la vida iba por donde tiene que ir.

Se nos fue, pero con esta tristeza que ahora tiene tamaño de paquidermo también nos ha dejado los colmillos de ese humor de marfil tan suyo, con los que pinchaba y deshinchaba los problemas y las penas. Es curioso: en la familia no podemos llorarle más que unos minutos antes de que alguien recuerde cualquier historia de la amoñi  Pepi que nos haga reír.

Me enteré de su muerte unas horas antes de la boda de Marc y Mercy en Eldoret. Ella aborrecía los funerales: decía que solo les interesan a los cotillas y a los borrachos. Por eso mi familia organizó una ceremonia íntima en la capilla del tanatorio, en la que no pude estar. Por eso, cuando el 11 de agosto yo estaba en la catedral de Eldoret, en la boda keniana tan divertida, con esas abuelas negras vestidas con telas de colores, dando palmas, cantando y bailando al ritmo de los bongos, intenté vivir la ceremonia como una celebración de la vida y la alegría de nuestra abuela. Creo que le habría gustado mucho. Me acordé de cuando el verano pasado le enseñé fotos de los cánticos y los bailes de las futbolistas guaraníes, que le entusiasmaron y le parecieron las mujeres más guapas del mundo. Nuestra abuela cantaba mucho.

Hemos tenido una abuela muy especial, muy divertida y muy cariñosa, que nos ha llevado todos estos años de carcajada en carcajada. Me ha sorprendido y me ha ilusionado cómo algunos amigos me han recordado estos días historietas suyas: su renuncia a ver los fuegos artificiales en los últimos setenta años (porque ya había visto los que le echaron al conde Ciano en 1939 y eso ya era insuperable); las estrategias para que su amado Iñaki Gabilondo tuviera mejores audiencias (dejaba la tele siempre encendida en su canal); su admiración por Leo Messi (a quien llamaba “mi novio” y por quien rezaba para que metiera más goles);  sus trucos para seguir votando sin falta en todas las elecciones, aunque llevara veinte años sin pisar un colegio electoral (este pequeño pucherazo queda como secreto de familia); y sus bufidos contra la gente carcamal y anticuada (esa gente que “tenía un reloj de arena y se le paró”).

No solo era una abuela chistosa. Después de deslomarse trabajando toda la vida –en la fábrica de licores Velarde, en las casetas de la playa de Ondarreta, en el parque de atracciones de Igeldo, en la telefónica-, se jubiló y pasó sus últimos treinta años, casi hasta los últimos meses de su vida, cuidando y atendiendo en su propia casa a varias personas que lo necesitaban. Pepi era un ecosistema. En la familia nos acostumbramos a que siempre hubiera gente en casa de nuestra abuela, a que ella asumiera cargas ajenas, a que se implicara en historias duras que ni siquiera eran familiares, en las que gastó muchas energías y quizá buena parte de su salud. Se empeñaba en aligerar la vida a los demás.

Por esa mezcla de bondad, generosidad y humor, tengo a nuestra abuela por un ejemplo de vida. La echaremos mucho de menos pero su recuerdo nos guiará siempre. Ojalá demostremos la mitad de su casta.

*

Pepi canta: «Traigo noticias de todos los países, reportes de la guerra que causan sensación…»

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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