Archivo junio 2012

Tirarse al suelo y releer

Cuando vuelvo de andar en bici o de trotar por los montes, extiendo una esterilla en la sala, junto a la librería, y hago unos estiramientos. Mientras estiro los isquibio… los isquiotibiales, sobre todo el izquierdo, que siempre anda un poco rígido, me distraigo con los estantes que quedan a ras de suelo. Allá abajo cayeron los libros con mala fortuna alfabética, los autores con apellidos entre la V y la Z, esos Vargas Llosa, Alber Vázquez o Marguerite Yourcenar, que no me llegan ni a la altura de los tobillos.

Los estiramientos se convierten en grandes momentos de relectura. Se me va el santo al suelo, dejo de estirar los cuádriceps -¿os he dicho ya que tengo unos cuádriceps preciosos?-, empiezo a entresacar libros olvidados, formo una pequeña pila, me prometo releer alguno y nunca lo cumplo. Pero al menos los hojeo y rememoro algunas líneas subrayadas.

En el lado noroeste de mi sala está la estantería de ficción. En el estante a ras de suelo acumula polvo y olvido, por ejemplo, Julio Verne.  Qué error, dejar pasar los días sin rememorar al menos algún párrafo como este de Veinte mil leguas de viaje submarino:

“El monstruo se puso de moda. Le cantaron en los cafés, lo escarnecieron en los periódicos, lo representaron en los teatros. Se vieron reaparecer en los periódicos, en pequeñas reproducciones, todos los seres imaginarios y gigantescos, desde la ballena blanca, la terrible Moby Dick de las regiones hiperbóreas, hasta el Kraken desmesurado, cuyos tentáculos pueden enlazar un barco de quinientas toneladas y arrastrarlo a los abismos del océano. Se reprodujeron incluso los procesos verbales de los tiempos antiguos, las opiniones de Aristóteles y Plinio, que admitían la existencia de aquellos monstruos, luego los relatos noruegos del obispo Pontoppidan, los relatos de Paul Heggede y por último los informes de M. Harrington, cuya buena fe no puede ponerse en duda, cuando afirmó haber visto, estando a bordo del Castillan, en 1857, aquella enorme serpiente”.

En el lado sureste, en la estantería de libros de crónicas, ensayos, no ficción, rescato otros autores que desaparecieron de mi vista por culpa del caprichoso alfabeto.  Mariusz Szczygiel y su tremendo Gottland, quizá el libro del año para mí (saludos a Julen y Emilio):

 “La persona que ha de deshacerse del monumento a Stalin, el ingeniero Vladimír Krizek, escucha en boca de las autoridades una de las frases más raras de su vida:

-Hay que echar abajo el monumento, pero con dignidad.

El ingeniero, especialista principal de una empresa de ingeniería de élite, solicita una aclaración. El monumento es un monstruo de hormigón, cuyo centro, cubierto de granito, está unido al interior de la colina por una construcción de hormigón armado. Nadie previó que tuviese que destruirse. Solo se puede hacer saltar por los aires.

-Derribarlo con respeto. No vayamos a faltar a las autoridades de la URSS –le comunica el secretario del comité regional del Partido, y menciona las condiciones.

No está permitido colocar cargas explosivas en la cabeza de Stalin.

No está permitido dispararle.

No está permitido que se escuche ninguna explosión en general.

No está permitido hablar de ello, fotografiarlo o filmarlo. Aquellos que lo hagan serán arrestados de inmediato.

Toda la empresa del ingeniero Krizek tiembla de miedo”.

Y más:

“Me di cuenta de que el hospital para enfermos mentales era el único sitio normal de Checoslovaquia porque cualquiera podía decir allí lo que quisiera sin que le sancionaran”.

Por allí, bastante abajo, anda también John Steinbeck, uno de esos puñeteros que te rompe los criterios bibliotecarios. Tengo 30 centímetros lineales de libros de Steinbeck, pero algunos los guardo en ficción (noroeste) y otros en no ficción (sureste). Al estirar el aductor derecho hacia el sureste, me encuentro con Los vagabundos de la cosecha y Viajes con Charley, que arranca así:

“Cuando yo era muy joven y tenía dentro esa ansia de estar en otro sitio, las personas mayores me aseguraban que al hacerme adulto se me curaría ese prurito. Cuando los años me calificaron como adulto, el remedio prescrito fue la edad madura. En la edad madura se me aseguró que con unos años más aliviaría mi fiebre y ahora que tengo 58 tal vez la senilidad realice la tarea. No ha habido ningún remedio eficaz. Cuatro pitidos de la sirena de un barco aún me erizan el pelo de la nuca y ponen mis pies en movimiento. El sonido de un reactor, un motor calentándose, hasta el toc-toc de unos cascos herrados en el pavimento producen el viejo estremecimiento, la boca seca y la mirada perdida, las palmas ardientes y una agitación del estómago bajo la caja torácica. En otras palabras, no mejoro. En otras palabras más, el que ha sido vagabundo alguna vez lo será siempre”.

Al estirar el aductor izquierdo hacia el noroeste, me encuentro con Al este del Edén:

“Creo que hay una sola historia en el mundo (…). A pesar de los cambios que podamos imponer en las tierras, los ríos, las montañas, en la economía y en las costumbres, no hay otra historia. Una persona, después de barrer el polvo y las astillas de su vida, tiene que enfrentarse tan solo con estas duras y escuetas preguntas: ¿fue mi vida buena o mala? ¿He hecho bien o mal?”.

Y termino la gimnasia descubriendo una extraña cercanía, no solo alfabética, entre Julio Verne y Enrique Vila-Matas con sus Recuerdos inventados:

 “La vida no existe por sí misma, pues si no se narra, si no se cuenta, esa vida es apenas algo que transcurre pero nada más. Para comprender la vida hay que contarla, aun cuando solo sea a uno mismo (…). Como las ballenas del mundo de Porto Pim, me comunico desde distancias ilimitadas, con mensajes desesperados”.

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Etapa de mierda

Se me había olvidado ya, pero ayer redescubrí una carpeta de fotos con este nombre: “Del Etna a Palermo. Etapa de mierda”. Son del pasado 13 de abril, el día en que más kilómetros recorrí con la vespa por Sicilia y en el que menos fotos saqué: seis.

En el cuaderno escribí todo lo que me salió mal ese día, un día de mierda. No me apetece ni buscarlo, porque me acuerdo bien y porque ahora ya da igual.

Pero me ha hecho recordar algo que más o menos decían Miguel Sánchez-Ostiz y Alain de Botton: qué poco escribimos del aburrimiento en los viajes, del cansancio, la tristeza, la soledad. La parte de los morros largos no interesa, ni al escritor ni al lector, igual hasta incomoda. Porque el viaje, se supone, es siempre apasionante, la vida en viaje siempre es mejor que la vida en casa,  o eso contamos, si no de qué, si no pareceríamos un poco tontos dando vueltas por ahí. No sé si intentamos justificar algo, pero lo cierto es que siempre tapamos la murria.

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Compro bombo de segunda mano

Antes de las finales, Guardiola reunía a los jugadores del Barça en el vestuario y proyectaba fragmentos épicos de la película Gladiator, o un documental del intento de rescate del montañero Iñaki Ochoa de Olza en el Annapurna, o el aria Nessun dorma, de Pucini. Escribió Luis Martín que “al encenderse las luces, algunos jugadores lloraban y gritaban”.

En vísperas del España-Francia, Vicente del Bosque parece más sutil y perspicaz. No hay más que ver cuáles son las lecturas de los futbolistas de la selección española, según este artículo de hoy en El País:

«Xabi Alonso está leyendo Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig, y acaba de recibir la voluminosa revista Jot Down. Por el hotel corren de mano en mano un par de ediciones de Plomo en los bolsillos (Libros del K.O.) de Ander Izagirre».

Ante excesivos triunfalismos, recuerdo la sabia advertencia de Sara Montiel: «Gitana, que tú serás / como la falsa moneda / que de mano en mano va / y ninguno se la queda».

Si por fortuna el libro queda en manos de alguno de los futbolistas, tendrá un manual muy revelador sobre los engranajes de sus rivales. Los jugadores españoles deberían tener en cuenta ciertas tradiciones francesas: el empeño loco de Jean Robic, el escalador ligero que se cargaba de plomo para bajar más rápido y que sufrió varias caídas casi letales hasta que acabó ganando el Tour de 1947, ¡Robic el trompe-la-mort, el engañamuertes! O la resistencia de Maurice Garin, el deshollinador que venció en la primera edición del Tour, en 1903 (“he sufrido penurias; he pasado sed, frío y sueño; lloré entre Lyon y Marsella”). O la minuciosidad de Jacques Anquetil, el campeón preciso que no ganaba carreras: las resolvía. O la paciencia del dramático Raymond Poulidor, que siempre estaba a punto de ganarlo todo y nunca ganaba nada. O la combinación de brutalidad y elegancia de Bernard Hinault, preocupado porque quería escalar los puertos “manejando los cambios con el virtuosismo de un violinista”.

Prometo que he intentado ver algún partido de la Eurocopa. Seguí unos minutos el Holanda-Alemania, me interesé por el Prusia-Yugoslavia y me senté con entusiasmo verdadero a ver el Croacia-España, creyendo que iban a perpetrar ese chanchullo escandaloso de empatar 2-2 para dejar fuera a Italia. Cuando vi que jugaban en serio, bajé el volumen y me puse a leer, así de pedante, Cambiar de idea, de Zadie Smith. Yo lo que quiero es que empiece ya el Tour y que lo gane Bradley Wiggins (siempre que corra con esas patillas pelirrojas amazónicas; me encantaría ver en el podio de París a un inglés larguirucho, ese doble de Shaggy, el de Scooby Doo, vestido de amarillo y con unas patillas pelirrojas amazónicaaaas).

Pero una vez conocido el exquisito gusto lector de los jugadores de la selección española, mañana me embadurnaré las mejillas de rojo y gualda, me colgaré una bufanda gloriosa, me sentaré ante la tele y corearé (como me ha sugerido un lector preocupado por ciertas reputaciones) “Yo soy es-ta-tal, es-ta-tal, es-ta-tal”. Si alguien conoce dónde venden bombos a buen precio, agradeceré la información.

*

Que los futbolistas de La Roja nos lean no está mal, pero el verdadero sueño de mi querido editor, y ya de paso el mío, es que nos lean los remeros de Pedreña.

*

Somos tan chulos que el Tour de Plomo también le abrió huella, con varios días de ventaja, a Alberto Contador.

 

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Randoneemos

Y’e publiqué mon pgemié livgg an fgansé:

El original es este: Trekking de la costa vasca. De Baiona a Muskiz, a pie en trece etapas. Si queréis daros unos buenos paseos litorales este verano, aquí os recomiendo algunos de los tramos que más me gustan.

Y como os iba diciendo, «nous nous apprêtons à cheminer treize journées le long de ce seuil, depuis l’embouchure de l’Adour jusqu’au promontoire de Cobaron. À eux seuls, les superbes paysages de ce parcours côtier sont une raison suffisante pour accomplir un tel périple: crêtes, falaises, étendues sabloneuses, vastes baies et criques isolées, nous contemplerons également des îlots, des caps et des estuaires… Nous aurons la chance d’admirer quelques trésors naturels ayant survécu à l’homme: cordons de dunes, bosquets littoraux, barthes et marécages… (…) Outre l’intérêt de l’environnement naturel, ce voyage nous permet de retracer l’aventure maritime basque…».

On y va!

(Le traducteur est Pablo Stinus).

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Excursiones por cinco ríos

Os propongo cinco planes para andarines y ciclistas: excursiones por la orilla de los ríos Urumea (de Hernani a Ugaldetxo), Bidasoa (de Sunbilla a Lesaka), Ebro (de Elciego a Lapuebla), Lea (de Mendexa a Munitibar) y Biduze (de Guiche a Bidache). Este último me dejó marcada en los pies una interesante cartografía de ríos y afluentes.

Escribí un reportaje con esas cinco rutas para el número de junio-julio de la revista Euskal Herria, ahora en los quioscos. Las fotos son de Koldo Badillo. El número también trae un reportaje magnífico de Santi Yaniz sobre «Lapurdi, la costa de los corsarios», otro de Alberto Muro sobre el macizo calcáreo de Itxina… ¡y el fotógrafo Iñaki Mezquita publica unas fascinantes imágenes de cópulas! (de insectos).

Os dejo la entradilla del reportaje sobre las cinco excursiones por ríos:

«Hubo un tiempo en que los ríos fueron las arterias de nuestro país. Por ellos entraron las culturas, el comercio, las ideas. Dieron de beber a las primeras poblaciones y luego a las grandes ciudades. Sus aguas regaron cultivos, ofrecieron pesca, movieron la prosperidad de ferrerías y molinos, sirvieron de vía de transporte para las gabarras y los botes que surcaban los cauces y para los trenes que obedecían sus trazados. Luego los invadimos, los ahogamos, los envenenamos y los sepultamos en la contaminación y el olvido.

Hace dos o tres décadas, con la forzosa readaptación industrial y la nueva conciencia ecológica, los ríos vascos empezaron a revivir. Los cauces y las riberas acogieron de nuevo una abundancia de peces, anfibios, mamíferos, aves, plantas y árboles que  parecían a punto de desaparecer. Y además de esta recuperación de los espacios naturales, empezamos a ver los ríos como espacio de ocio y disfrute. Se rehabilitaron caminos de sirga, senderos y calzadas, se trazaron itinerarios para caminantes con un esfuerzo notable por la divulgación del patrimonio histórico y natural: en estas rutas encontramos ahora parajes deliciosos y huellas de los viejos oficios y las viejas vidas.

Proponemos cinco caminatas fluviales: Biduze, Bidasoa, Urumea, Ebro y Lea. Son paseos llanos y sencillos, descritos para caminantes pero idóneos también para ciclistas, que nos ayudarán a redescubrir el paisaje y la historia de nuestros ríos».

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La Canica del Mundo

“El Tour de Francia es una excursión buena para la salud”, dijo Ernest Paul, 6º en la edición de 1909. “Apenas me canso. Yo soy descargador y en una semana de trabajo sufro más de los riñones que en todo un mes dando la vuelta a Francia en bicicleta”.

Pues eso: que ayer Gari me llevó a rueda, una vez más, hasta el alto de Navacerrada (1.860 m), y que en la cuesta de cabras medio hormigonada que sube a la Bola del Mundo (2.217 m), él voló, yo pegué unos chepazos y ya está. Psché, tanta Bola del Mundo, tanta Bola del Mundo, psché. En nuestra historia queda como la Canica del Mundo. Después de resistir ataques de sillas de ruedas (dentro vídeo), vendavales y cagaleras, al final de la semana nos encontramos pletóricos y se nos queda corto el Tour de Plomo. Y eso que llegábamos al viernes con un estado de ánimo «entre el terror y la confianza en la compasión de los editores«.

Así que hoy sábado en Madrid esprintaremos cuatro veces. A las 11, pasacalles ciclista retro desde el templo de Debod, por Malasaña. A las 13, presentación de ‘Plomo en los bolsillos’ en la librería Tipos Infames (C/ San Joaquín, 3), con Carlos Arribas, de El País. De 18 a 20, firma de ejemplares en la Feria del Libro, en el Retiro (caseta 96), junto a Manuel Jabois, Ramón Lobo y Julio Ruiz, todos autores K.O. A las 21, fiesta en el bar La Huelga en Lavapiés (c/Zurita, 39). ¡Ahí os queremos ver! ¡Aupa Robic!

Como apreciaréis, las imágenes de este vídeo en La Canica del Mundo se derriten por la falta de oxígeno. Por esa distorsión parece que el pedaleo es más lento que en el segundo vídeo, pero qué va.

Imagen de previsualización de YouTube

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Que no, que yo no subo

Mientras yo estiro los isquiotibiales y corro de nuevo al retrete (no: no fue buena idea beber un litro de agua helada de trago, en Viana), Emilio Sánchez Mediavilla, editor y conductor del coche escoba, escribe las gloriosas crónicas del Tour de Plomo que me hubiera gustado escribir a mí, con texto, fotos y vídeos. Así da gusto.

1) Pamplona-Logroño: por qué el Tour de Plomo es mucho mejor que la Vuelta a España. Ataques de Antxon Arza con su silla de ruedas motorizada, poteo en la calle Laurel, visitas de ciclistas de hace cien años a través de la máquina del tiempo…

2) Logroño-Burgos: supositorios de cocaína y sueños de infancia. «La diarrea nos deja vacíos» (Pelissier a Albert Londres, en Coutances, 1924; y Ander Izagirre a Emilio Sánchez, en Santo Domingo de la Calzada, 2012).

Pronto salimos en coche hacia la sierra madrileña. En la estación de tren de Collado Mediano empezamos, a las 5, la etapa reina del Tour de Plomo. Primero, la subida hasta el alto de Navacerrada, de primera categoría. Y luego, la cuesta de cabras hormigonada hasta la Bola del Mundo: otros 3,4 kilómetros al 11,7% de pendiente media, con rampas del 19%. Qué necesidad había.

Tengo dos certezas: una, que no seré capaz de subir a la Bola del Mundo; dos, que en el punto exacto en el que me baje de la bici, habrá alguien sacando fotos.

Yo homenajearé a Octave Lapize, que en 1910 llegó a la cumbre del Aubisque a pie, arrastrando la bicicleta. Se dirigió hacia uno de los organizadores del Tour y, cuando sus pulmones reunieron un poco de aire, cinceló la primera sentencia en las tablas del ciclismo: «¡Asesinos!».

PD: Mi agradecimiento eterno a la familia Rivas Pacheco, por los cuidados y los mimos que me salvaron en la etapa de la pájara del Tour de Plomo. Resurrección milagrosa. Su casa queda rebautizada como Lázaro Enea.

*

PLANAZO DEL SÁBADO 9 EN MADRID:

11.00. Pasacalles retro desde el Templo de Debod hasta la plaza de San Ildefonso en Malasaña.

Homenaje a la primera salida del Tour en 1903. Los que se animen a acom­pañarnos pueden venir disfrazados como los primeros participantes del Tour o vistiendo maillots clásicos de equipos como Reynolds, Kelme, Teka, Kas…

 13.00. Presentación en la librería Tipos Infames (C/ San Joaquín, 3) con la prosa oral de Carlos Arribas, de El País.

 18.00-20.00. Feria del Libro, Parque del Retiro. Firma de ejemplares en la caseta de la Librería Deportiva Esteban Sanz (nº 96; entrada al Retiro de O’Donell o Florida Park).

 21.00. Fiesta fin de Tour en el bar La Huelga de Lavapiés (C/ Zurita, 39).

Homenaje a Abdel Kader Zaaf, el argelino que en el Tour de 1950, cuando iba camino de convertirse en el primer africano ganador de etapa, bebió vino, se emborrachó, se desmayó, se recuperó, subió de nuevo a la bici y arrancó en dirección contraria.

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De bigotillos, quejíos y repechos mataburros (Pamplona-Logroño)

1) Daniel Burgui se ha presentado en la salida de Pamplona vestido de época, bigotillo incluido, y luego ha escrito una crónica deliciosa sobre el Tour y la épica del mostacho. Si es que como no te voy a querer, Burguito.En los primeros kilómetros, a Gari y a mí también nos han acompañado Antxon Arza con su silla de ruedas motorizada, ideal para marcar ritmo, el bueno de Jorge Nagore con su melena emotiva, y Mónica Roig con su silleta de niño en la que aplaudía el pequeño Manel. Santi Becerra ha salido desde Logroño a buscarnos para echar una mano en los últimos kilómetros ventosos.

2) Ramón Lobo ha empezado a leer Plomo en los bolsillos y sube Alpe d’Huez soltando quejíos flamencos. Creo que el próximo sábado coincidiremos en una caseta de la Feria del Libro de Madrid, firmando libros, con Manuel Jabois y alguna otra estrella de Libros del K.O (supongo que los libros los firmarán Lobo y Jabois, pero yo veré si de rebote cae algún lector: me remangaré y luciré esta tremenda marca de moreno agromán, seguro que alguien se acerca).

3) Pamplona-Logroño: en el primer tramo hemos volado como rodadores holandeses; en Estella hemos comido bocadillitos de revueltos de hongos como familias francesas de picnic en la cuneta del Tour; a partir de Torres del Río yo he pasado  miserias como un esprínter culón belga en el Aubisque, en un tramo de repechos y más repechos y más repechos traidores -luego hemos sabido que los locales lo conocen como «el mataburros»-, con viento en contra, calor, sin agua y con los muslicos de plomo. Santi ha salido en bici hasta Viana para guiarnos en la entrada a Logroño. Y en la calle Laurel nos hemos reencontrado con Carla, Emilio y Alberto, los editores del K.O., pacientes conductores del coche escoba, proveedores de consuelo, champiñones a la plancha con gambas y cervezas (no, no estábamos para vinos). ¡Ahora salimos para la presentación, a las 19.30 en la librería Santos Ochoa! Y mañana, etapa larga hasta Burgos, con puertecillos, mucho viento en contra y un poco de temor. Menos mal que voy con Gari, que anda como una moto: cuando llevamos más de 80 kilómetros,  la carretera pica hacia arriba y sopla viento en contra, me pongo a su rueda y él me lleva, me lleva y me lleva, con una paciencia y un corazón que ya veré cómo conseguiré agradecer.  Por ahora, prometo no aprovechar su desgaste para atacarle el viernes en la subida de la Bola del Mundo.

2

Aparece Horrillo con el maillot de su resurrección

La primera etapa del Tour de Plomo ha tenido un sorpresón. Tras la meta volante-presentación en Tolosa, estábamos comiendo un pincho de tortilla en una terraza cuando ha aparecido un ciclista fino vestido de Rabobank: ¡carajo, Pedro Horrillo!

Horrillo cayó por un barranco de 60 metros en el Giro de Italia de 2009 y los equipos de rescate bajaron en busca de un cadáver. Encontraron que el ciclista vizcaíno estaba destrozado pero vivo. Lo sacaron inconsciente en helicóptero. Un tiempo después, cuando lo ingresaron en un hospital de Pamplona, le mandé por medio de un amigo un ejemplar de Plomo en los bolsillos. Me escribió para agradecérmelo y nos cambiamos algunos mails, hace ya mucho tiempo.

Esta mañana Horrillo ha cogido el coche en Abadiño, donde vive, y se ha plantado en Tolosa por sorpresa para pedalear unos kilómetros con el Tour de Plomo. “No te quise decir nada por si al final no podía venir”, me ha explicado. Es que luego tenía que volver a Abadiño a recoger a sus dos niños del cole. Le he dicho que apreciaba muchísimo su aparición sorpresa. Y me he contestado que cuando alguien ha tenido un detalle con él, procura agradecérselo.

Se ha subido a la bici y ha pedaleado con nosotros hasta el alto de Azpirotz. En la subida yo iba echando los higadillos mientras él glosaba el verdor de las praderas tras la tormenta del pasado viernes.

He visto que su maillot de Rabobank tenía unas franjas con la bandera italiana en el cuello y las mangas. “Ese maillot no es tuyo”, le he dicho, “tiene que ser de un campeón de Italia”.

“No, este es un maillot para ocasiones especiales. Lo diseñó Rabobank para que nos lo pusiéramos el último día del Giro 2009, porque se celebraba el centenario de la prueba. Pero yo tuve la caída por el barranco. Mi director guardó este maillot pensando que se lo entregaría a mi viuda. Cuando me recuperé, me lo entregó. Pensó que yo no iba a vivir para vestirlo nunca”.

Con ese maillot nos ha acompañado desde Tolosa hasta Azpirotz, y por el camino ha encontrado una pasión común con Josema: han hablado durante kilómetros sobre Mercedes marroquíes de treinta años.

En el alto de Azpirotz: Imanol, Pedro Horrillo, Ángel, Nagore, Gari I., Ander y Josema. Yo luzco ¡otro! queso de Idiazabal regalado por Txuspi, la propietaria del agroturismo Mendiaxpe en el que los clientes robaron tres veces ‘Plomo en los bolsillos’. Txuspi ha venido a Tolosa a traernos el queso y una caja de trufas y bombones que ya va menguando. Por ahí andaban, fuera de la foto, Cabestany y David. Antes, en otros tramos, pedalearon con nosotros: Raúl, Gari A., Asier, Aitor, Izar, Eli, Malen… En el coche escoba han venido Emilio y Carla, dando gritos por la ventanilla. Y Nagore y Josu han hecho un trabajo estupendo para la presentación en Tolosa. Ay, seguro que me olvido de alguien…

Os recomiendo que sigáis, pinchando aquí, a Libros del K.O.: tuitean las etapas en directo con exclusivas mundiales como la siguiente:

«Plomo en los sobacos: Izagirre y Cabestany apestan tras subir el puerto de Azpirotz».

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‘Bajar el Tourmalet llorando’

Durante la presentación de ayer…

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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