Archivo abril 2011

Merendaremos con la señora marquesa

A veces nuestra amoñi Maritxu, 87 años, empieza una frase y se interrumpe a la mitad. Se queda despistada, gira un poco la cabeza hacia ti como buscando ayuda, se concentra y trata de cazar la estela difusa de esa idea que de repente se le ha desvanecido. Hay un momento en que esa estela acaba borrándose por completo. Ella se queda aturdida, no entiende bien con quién está, quién ha venido y quién se ha ido, tampoco recuerda tu nombre. Entonces te mira, se encoge de hombros y sonríe.

Ayer le pregunté «comment allez-vous?». Se rió y me contestó «très bien, merci, et vous? Est-ce que vous parlez français?». Le conté que bueno, que un peu, que llevo seis meses estudiando. Me preguntó «où est-ce que vous étudiez?», le respondí «j’étudie à l’école officielle», y siguió conversando en francés con una facilidad y una lucidez que yo no le recordaba hacía mucho: que dónde está la escuela oficial, cuántas veces voy por semana, qué hacemos en clase, si hablamos mucho, que lo importante es hablar mucho, que las monjas de su colegio castigaban a las niñas si hablaban en español y así aprendieron, que debería irme a Francia para practicar, que el francés hay que hablarlo cantando. Y recordaba las frases que memorizaban en el colegio sobre Madame la Marquise.

Durante veinte minutos, fui yo el que respondía a trancas y barrancas -«je le dis..»– y ella la que se anticipaba a mis frases y la que me corregía -«je LUI dis!»-. Se impacientaba un poco con mis je tan bastos: «ye»; y ella corregía con énfasis: «sssshe«.

Hemos decidido que elle sera ma nouvelle professeur y que je ne vais pas lui payer d’argent. Y hemos pensado un plan: invitaremos a la señora marquesa, tomaremos té con pastas y cantaremos los tres juntos: Tout va très bien, Madame la Marquise!

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El viajero más veloz

«Me dice uno: ‘Me extraña que usted no ahorre. Le encanta viajar; hoy podría tomar el tren a Fitchburg y ver la campiña’. Pero soy más inteligente que él. He aprendido que el viajero más veloz es aquel que va a pie. Así, contesto: ‘Supongamos que se trata de comprobar quién llega primero; la distancia es de treinta millas y el billete de ida cuesta noventa centavos, es decir, casi el salario de un día. Pues bien, me pongo en camino ahora, a pie, y llego antes de la noche. Mientras tanto, usted habrá ganado el valor del pasaje y llegará a destino mañana (…). En vez de ir a Fitchburg, usted permanecerá aquí trabajando la mayor parte del día; de modo que si el tren se extendiera alrededor del mundo, creo que yo seguiría estando por delante'».

Henry D. Thoreau, Walden.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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