ROTH Philip

Un programa al que atenerse

1. John Steinbeck, Al este del Edén, 1952:

«En una época como esta, me parece bueno y natural hacerme las siguientes preguntas: ¿en qué creo?, ¿por qué debo luchar y contra qué debo luchar?

Nuestra especie es la única capaz de crear, y posee solamente un instrumento de creación: la mente individual de cada persona. Nunca dos personas crearon algo. No existen buenas colaboraciones cuando se trata de música, arte, poesía, matemáticas o filosofía. Después de que ha tenido lugar el milagro de la creación, el grupo puede adaptarlo y entenderlo, pero nunca inventarlo. Lo valioso siempre está oculto en la mente solitaria de una persona.

Y ahora, las fuerzas reunidas en torno al concepto de grupo han declarado una guerra exterminadora a esa entidad rara y preciosa, es decir, a la inteligencia humana. Por el menosprecio, por el hambre, por las represiones, por las imposiciones y los martillazos del acondicionamiento, el espíritu libre y andariego se encuentra perseguido, aherrojado, embotado y emponzoñado.

Pero yo creo que la mente libre e investigadora del individuo es la cosa más valiosa del mundo. Y por eso lucharé a favor de la libertad de pensamiento, para que pueda seguir la dirección que desee, sin imposiciones ni ataduras. Y lucharé contra cualquier idea, religión o gobierno que limite o destruya al individuo. Así soy y así seré. Comprendo que un sistema construido sobre un molde determinado trate de destruir el espíritu libre, porque este representa una amenaza para su supervivencia. Por supuesto que lo comprendo, pero lo detesto, y lucharé contra ello para preservar lo único que nos diferencia de las bestias incapaces de crear. Si la gloria puede ser aniquilada, estamos perdidos».

2. Antón Chéjov, en una carta a Alekséi Pleschéiev, 1888:

«No soy un liberal, no soy un conservador, no soy un progresista, no soy un monje, no soy un indiferente. Me gustaría ser un artista libre, nada más (…). Odio la mentira y la violencia en todas sus formas (…). Considero un prejuicio las insignias y las etiquetas. Mi sancta sanctorum es el cuerpo humano, la salud, el intelecto, el genio, la inspiración, el amor y la libertad absoluta; liberarme de la violencia y de la mentira bajo cualquier forma: ese es el programa al que me atendría si fuese un gran artista».

3. Philip Roth, Pastoral americana, 1997:

«El cántico monótono de los adoctrinados, armados ideológicamente de la cabeza a los pies, el canto monótono, hechizado de aquellos cuya turbulencia solo se puede enjaular dentro de la sofocante camisa de fuerza del más supercoherente de los sueños. Lo que faltaba en aquellas palabras que su hija había pronunciado sin tartamudear no era la santidad de la vida…, lo que faltaba era el sonido de la vida».

[Actualización. Bola extra: «El matiz es tu tarea», también de Roth]

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El matiz es tu tarea

El matiz es tu tarea. No eres un empleado del Gobierno. No eres un militante. No eres un creyente.

El profesor Leo Glucksman habla a un adolescente idealista que quiere ser escritor (en la novela Me casé con un comunista, de Philip Roth):

“¿Quieres una causa perdida por la que luchar? Entonces lucha por la palabra. No la palabra ampulosa, no la palabra inspiradora, no la palabra a favor de esto y en contra de aquello, no la palabra que anuncia al público que eres una persona maravillosa, admirable, compasiva, que está al lado de los oprimidos. ¡No, lucha por la palabra que dice que estás al lado del mundo! (…)

¿Por qué escribes estas proclamas? ¿Porque miras a tu alrededor y te escandalizas? ¿Porque miras a tu alrededor y te conmueves? La gente cede con demasiada facilidad y finge sus sentimientos. Quieren tener sentimientos enseguida, y los de escandalizado y conmovido son los más fáciles, así como los más estúpidos. (…)

La política es la gran generalizadora, y la literatura, la gran particularizadora. Y no solo están en relación inversa entre ellas, sino en relación antagónica. (…) ¿Cómo puedes ser un artista y renunciar al matiz? Pero ¿cómo puedes ser un político y permitir el matiz? En tanto que artista, el matiz es tu tarea. Tu tarea no consiste en simplificar. Aun cuando decidieras escribir de la manera más sencilla, a lo Hemingway, la tarea sigue siendo la de aportar el matiz, elucidar la complicación, denotar la contradicción (…). Permitir el caos, dejarlo entrar. Tienes que dejarlo entrar o, de lo contrario, produces propaganda. (…)

Durante los primeros cinco o seis años de la Revolución rusa, los revolucionarios gritaban: ‘¡El amor libre, existirá el amor libre!’. Pero, una vez estuvieron en el poder, no pudieron permitirlo, porque ¿qué es el amor libre? Es caos, y ellos no querían el caos. No es para eso para lo que habían hecho su gloriosa revolución. Querían algo disciplinado, organizado, contenido, científicamente predecible, a ser posible. El amor libre inquieta a la organización. La literatura inquieta a la organización. No porque esté flagrantemente a favor o en contra, o incluso lo esté de una manera sutil. Inquieta a la organización porque no es general. La naturaleza intrínseca de la particularidad estriba en no amoldarse. La generalización del sufrimiento: eso es el comunismo. La particularización del sufrimiento: he aquí la literatura. Uno participa en la batalla al mantener vivo lo particular en un mundo simplificador y generalizador. No tienes necesidad de escribir para legitimar el comunismo o el capitalismo; estás al margen de ambos. Si eres escritor, no te alías con uno ni con otro. Ves diferencias, sí, y, por supuesto, ves que esta mierda es un poco mejor que aquella mierda, o que aquella mierda es mejor que ésta. Tal vez mucho mejor. Pero ves la mierda. No eres un empleado del Gobierno. No eres un militante. No eres un creyente. Eres una persona que se enfrenta de una manera muy diferente al mundo y a lo que sucede en el mundo. El militante presenta la fe, una gran creencia que cambiará el mundo, y el artista presenta un producto que no tiene cabida en ese mundo, que es inútil. El artista, el escritor serio, introduce el mundo algo que ni siquiera estaba ahí al comienzo».

*

Mil gracias al Escéptico Confuso: en vísperas del viaje me regaló la Trilogía Americana de Philip Roth, un kilo y pico de novelas que he cargado de aquí para allá durante mes y medio. Le debo muchas horas de asombro y una luxación en el hombro, hombro.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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