Ciclismo

Sangre de buey en Bilbao

El próximo jueves 16 de diciembre presentaremos ‘Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey’ en BILBAO (dadme mayúsculas más grandes). Será a las 19:00 en la estupenda librería ciclista que abrieron hace poco los amigos de Libros de Ruta. Y nos acompañará Pedro Horrillo, que, como muchos sabéis, pasó por una experiencia terrible en el Giro. Si queréis asistir, os agradeceríamos que os inscribierais aquí, porque el aforo es limitado.

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Lanzamos sangre de buey

Ya estamos pringando las librerías con este nuevo libro:

Os copio la contraportada:
En 1909 Italia era un país recién hecho. Una de las ideas más rocambolescas para terminar de cuajarlo fue precisamente el Giro, un desfile de vampiros, saltimbanquis, lunáticas, fascistas, partisanos, piratas y caníbales que pasó rodando desde los Alpes hasta Sicilia ante la puerta de millones de italianos. Y los unió alrededor de la épica, la tragedia y la comedia del ciclismo.
Como suele ocurrir con los buenos inventos, el Giro fue tachado de hereje desde todos los púlpitos: los socialistas despreciaban a esos jóvenes que solo se interesaban por «hacer el amor y correr en bicicleta». La prensa del Vaticano escribió que «el velocipedismo es la anarquía aplicada a la locomoción, un intento de negar las leyes físicas y las del transporte» (cuesta encontrar una definición más bella y apetecible del ciclismo). A Mussolini lo seducían la modernísima velocidad del automovilismo, la aviación y el esquí, el porte viril de boxeadores y nadadores, la fuerza del fútbol para adoctrinar a las masas, y despreciaba a los ciclistas como figuras tristes, escuálidas y lentas, indignas del hombre nuevo fascista.
Después de Plomo en los bolsillos, su libro sobre el Tour de Francia, Ander Izagirre pedalea en estas páginas con la bicicleta de acero de Bottecchia para transportar una ametralladora por los Alpes y frenar a los austrohúngaros, con la bicicleta galáctica de Francesco Moser para derretir el tiempo. Tiembla con Charly Gaul y Johan Van der Velde, dos ciclistas desnudos que atravesaron tormentas polares y perdieron la cabeza. Sube con Marco Pantani hasta el infierno. Espera a Luigi Malabrocca, que se ganaba la vida llegando siempre el último. Asiste a las tremendas batallas de Gimondi contra Merckx, de Fuente contra Merckx, y a la más tremenda de todas: la de Merckx contra Merckx. Escucha a Florinda Parenti, que ganó el campeonato de Italia más difícil de todos. Se asombra con Marino Lejarreta, ante el misterio de las montañas que de repente desaparecen. Sigue la rueda de Alfonsina Strada, Fiorenzo Magni, Vincenzo Nibali. Y cuenta las andanzas y malandanzas de aquellos dos, por supuesto, de Gino Bartali y del otro, cómo se llamaba, sí, «ese tal Fausto Cappi».

 

PRESENTACIONES: Parece que lo presentaremos el 10 de mayo en Donostia (casa de cultura Okendo) y el 11 de mayo en Tolosa. Pronto daré más detalles.  Y más adelante, cuando la pandemia nos dé un respiro, nos gustaría repetir unas giras a pedales como las que hicimos hace unos años para presentar ‘Plomo en los bolsillos’ de ciudad en ciudad. Ay, qué bien lo pasamos…

A LA VENTA: El libro está llegando estos días a las librerías. Si te apetece comprarlo y puedes hacerlo en la librería de tu barrio, genial. En este mapa de todostuslibros.com podéis ver algunas de las que ya lo tienen y otras que pueden encargarlo enseguida. En la página de Libros del K.O. también está a la venta, sin gastos de envío.

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Cuando las ciclistas cambiaron de marcha

En 1910, el Tour de Francia dio cinco monedas de oro al primero en subir el Tourmalet sin bajarse de la bici. Pero había un precedente: ocho años antes, la ciclista Marthe Hesse ya lo había conseguido con una bici con cambio de marchas, ese invento «adecuado para inválidos y mujeres».

He publicado este reportaje en Pikara Magazine sobre las ciclistas que pedalearon entre el desprecio, la indiferencia y la burla: «Cuando las ciclistas cambiaron de marcha«.

Entre otros muchos motivos, porque hemos dedicado más tiempo a los debates sobre las azafatas de los podios que a las propias corredoras.

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Dame una bomba atómica

Ayer, subiendo de Orio a Igueldo, tuve una avería en el cambio de la bicicleta. La rueda trasera quedó bloqueada, no podía moverme, así que pedí ayuda a los coches que pasaban en dirección a San Sebastián. Creí que alguno me llevaría.

Mi bici con una o dos ruedas desmontadas y yo mismo cabemos en el asiento trasero de cualquier coche, no digamos ya si tiene espacio en el maletero.

En algunos coches venían familias con niños en silletas, con los trastos de la playa, con perros: no tenían sitio. Dos hombres pasaron en un todoterreno pero solo iban hasta el siguiente caserío. Un chico apareció muy rápido con su coche y paró un poco, pero solo para decirme que iba con mucha prisa al trabajo, y aceleró de nuevo.  Paré cinco o seis coches, sin suerte. Hasta ese momento me pareció bastante normal.

Entonces aparecieron dos coches seguidos. En cada uno de ellos iba una pareja joven: chico al volante y chica de copiloto. Pensé que esta vez sí, que alguno de los dos sí. Levanté la mano para pedirles que se pararan. El primer coche empezó a frenar pronto, unos cuantos metros más abajo, y yo no me acerqué: pensé que vendría despacio hasta mí.  Pues sí. Pasó por mi lado, el conductor me miró un poco, apartó rápido la mirada y siguió adelante. El segundo coche tampoco paró.

Yo estaba en la cuneta, con una bici tirada en la hierba, levantando la mano para pedir ayuda en una carreterita de montaña.

Oh, dame una pequeña bomba atómica, no demasiado grande, lo suficiente para matar a un caballo por la calle –pero no hay caballos por la calle, decía B.-.

Tuve que llamar por teléfono a mi padre. Me dijo que iría a por el coche y que vendría a buscarme.

Me quité las zapatillas con calas, me eché la bici al hombro y caminé descalzo cuesta abajo, para acercarme a la salida de la autopista por la que llegaría mi padre. Mientras bajaba así, ya no pedí ayuda, claro. Pero a ver: en ese tramo pasaron casi una docena de coches y furgonetas, todos me miraron con curiosidad, yo era un ciclista descalzo, con las zapatillas en la mano, con la bici al hombro, caminando por la cuneta, ¿y creéis que alguno de esos diez o doce conductores bajó la ventanilla para preguntar al menos ‘oye, ¿todo bien?, ¿necesitas algo?, ¿te podemos ayudar?’”.

Oh, dame una bomba atómica, suficiente al menos para derribar las flores de una maceta.

He hecho autostop dos o tres veces en el último año –bajando del Pirineo con la mochila, por ejemplo- y veo que la gente de los pueblos suele parar, pero los turistas y los excursionistas, incluidas muchas parejas montañeras con sus furgonetazas, miran casi siempre para otro lado.

Me vienen ideas sobre una sociedad que merece una pequeña bomba atómica y que huele como a calzoncillos en julio, luego también pienso que quizá yo tengo aspecto peligroso y que asusto a las nobles gentes y entonces sí que me vienen ganas de lanzar una bomba atómica, un poco más grande, más luminosa.

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La lotería de ‘la Pulga’

He recibido una carta de Rosi, sobrina de Vicente Trueba, ‘la Pulga de Torrelavega’, ganador del premio de la montaña en el Tour de 1933. Me da las gracias por haber hablado de Trueba en esta entrevista del ABC Cultural, «después de 74 años», y me manda un billete de lotería.

Trueba también debió haber sido el ganador final en el Tour de 1933, si no hubieran cambiado el reglamento sobre la marcha. Incluí su historia como capítulo nuevo en la 8ª edición del libro Plomo en los bolsillos. Y lo colgamos aquí, en abierto, para quien guste:

Aquel Tour que le robaron a la Pulga de la Torrelavega‘.

*

Bola extra: en la 9ª edición de Plomo también amplié y reescribí el capítulo dedicado a Walkowiak.

El ciclista que se arrepintió de ganar el Tour‘.

«Roger Walkowiak es un señor de 63 años que acaba de jubilarse como tornero en un taller mecánico industrial, y se pone muy nervioso cuando un periodista le pregunta por cierto asunto que él preferiría olvidar: su victoria en el Tour de Francia de 1956. 

—Nunca hablo de eso, ni siquiera con mi mujer».

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Ha muerto Walkowiak

Ha muerto a los 89 años Roger Walkowiak, el ciclista que se arrepintió de ganar el Tour.

Hace poco amplié y reescribí el capítulo que le dedico en  Plomo en los bolsillos, para que salga en la inminente 9ª edición del libro.

Hemos colgado aquí el capítulo reescrito, que comienza así:

Roger Walkowiak es un señor de 63 años que acaba de jubilarse como tornero en un taller mecánico industrial, y se pone muy nervioso cuando un periodista le pregunta por cierto asunto que él preferiría olvidar: su victoria en elTour de Francia de 1956. 

—Nunca hablo de eso, ni siquiera con mi mujer.

Walko

Walkowiak se mira al espejo con el maillot amarillo que acaba de conseguir tras una escapada. Nadie imaginaba que lo llevaría puesto al terminar el Tour, ni siquiera él mismo.

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Lo que Horrillo deja fuera de los libros

Ayer presentamos en la librería Garoa el primer volumen de ‘El Afilador’, recopilatorio anual de «artículos y crónicas ciclistas de gran fondo», editado por Libros de Ruta. Yo ayudo a engordar el libro con un par de textos sobre el ciclismo italiano, sobre lo chalados que están allá con las bicis y cuánto nos gusta que sea así.

Los artistas de Subiendo Puertos montaron este pequeño vídeo con algunos momentos de la presentación:

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Quedan fuera del vídeo las tremendas batallitas que contó Horrillo: desde el debate de cuarenta minutos en el autobús del Mapei para decidir si Bettini atacaba justo antes o justo después de una curva determinada de la subida al Poggio, en una Milán-Sanremo que acabó ganando, y los obsesivos detalles con los que se justificó la decisión final; hasta el viaje que hizo él, Horrillo, al puerto donde se cayó 80 metros por un barranco en el Giro de Italia de 2009, y cómo bajó con un arnés y una cuerda hasta el fondo de aquel precipicio en el que le dieron por muerto. Horrillo volvió -de la caída-, volvió -de su viaje posterior para intentar recuperar la memoria en aquel barranco-, y creo que seguirá volviendo muchas veces a muchas historias magníficas. Que no se nos escapen.

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El Afilador

¡Ya llega a su barrio ‘El Afilador’! Mañana, miércoles 26 de octubre, presentamos en San Sebastián el primer volumen de esta colección anual de relatos ciclistas. Lo edita Libros de Ruta  y estaremos tres de los seis autores: Pedro Horrillo, Jesús Gómez Peña y yo, que ayudo a engordar un poco el libro con dos textos sobre el ciclismo italiano, sobre lo chalados que están allá con las bicis y cuánto nos gusta que sea así.

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Los cuentos de Lance Armstrong

«El ataque más memorable de Lance Armstrong fue el más absurdo: a falta de dos jornadas para terminar el Tour de Francia de 2004, con el maillot amarillo ya asegurado, se fugó del pelotón para perseguir a un ciclista que estaba clasificado en el puesto 117, con un retraso de 2 h y 42 min. Era Filippo Simeoni. Y Armstrong solo quería arruinarle la vida».

He escrito en la revista Cinemanía sobre ‘The Program’, la película que habla de las trampas de Lance Armstrong.

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El ciclista que hablaba con las moscas

Primero se preocupó un poco: pedaleaba en solitario por el desierto de Túnez, no sabía muy bien hacia dónde tirar y siguió una pista. Luego se agobió: la pista se colaba entre unas montañas áridas y se fue desvaneciendo, hasta que desapareció. Luego se asustó: se le echó la noche encima, acampó bajo las estrellas, siguió perdido por las montañas un día más, se le terminó la bebida, se le terminó la comida, se le echó encima una segunda noche, siguió arrastrando la bici un día más, se le echó encima una tercera noche de sed pedregosa. Al tercer día se emocionó: consiguió situarse por fin en el mapa, salió a un oasis y encontró a un hombre que le ofreció un té. El hombre le indicó el camino para llegar hasta una aldea. Allí Sergio Fernández Tolosa se hartó de beber, comer y dormir. La experiencia había sido terrible, así que decidió repetirla.

Y se puso a cruzar los mayores desiertos del mundo en bicicleta, siempre solo.

Sigue aquí: ‘El ciclista que disputaba la sombra a los camellos‘, en la revista Yorokobu.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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