Ciclismo
Sangre de buey en Bilbao
El próximo jueves 16 de diciembre presentaremos ‘Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey’ en BILBAO (dadme mayúsculas más grandes). Será a las 19:00 en la estupenda librería ciclista que abrieron hace poco los amigos de Libros de Ruta. Y nos acompañará Pedro Horrillo, que, como muchos sabéis, pasó por una experiencia terrible en el Giro. Si queréis asistir, os agradeceríamos que os inscribierais aquí, porque el aforo es limitado.
cerradosCuando las ciclistas cambiaron de marcha
En 1910, el Tour de Francia dio cinco monedas de oro al primero en subir el Tourmalet sin bajarse de la bici. Pero había un precedente: ocho años antes, la ciclista Marthe Hesse ya lo había conseguido con una bici con cambio de marchas, ese invento «adecuado para inválidos y mujeres».
He publicado este reportaje en Pikara Magazine sobre las ciclistas que pedalearon entre el desprecio, la indiferencia y la burla: «Cuando las ciclistas cambiaron de marcha«.
Entre otros muchos motivos, porque hemos dedicado más tiempo a los debates sobre las azafatas de los podios que a las propias corredoras.
cerradosDame una bomba atómica
Ayer, subiendo de Orio a Igueldo, tuve una avería en el cambio de la bicicleta. La rueda trasera quedó bloqueada, no podía moverme, así que pedí ayuda a los coches que pasaban en dirección a San Sebastián. Creí que alguno me llevaría.
Mi bici con una o dos ruedas desmontadas y yo mismo cabemos en el asiento trasero de cualquier coche, no digamos ya si tiene espacio en el maletero.
En algunos coches venían familias con niños en silletas, con los trastos de la playa, con perros: no tenían sitio. Dos hombres pasaron en un todoterreno pero solo iban hasta el siguiente caserío. Un chico apareció muy rápido con su coche y paró un poco, pero solo para decirme que iba con mucha prisa al trabajo, y aceleró de nuevo. Paré cinco o seis coches, sin suerte. Hasta ese momento me pareció bastante normal.
Entonces aparecieron dos coches seguidos. En cada uno de ellos iba una pareja joven: chico al volante y chica de copiloto. Pensé que esta vez sí, que alguno de los dos sí. Levanté la mano para pedirles que se pararan. El primer coche empezó a frenar pronto, unos cuantos metros más abajo, y yo no me acerqué: pensé que vendría despacio hasta mí. Pues sí. Pasó por mi lado, el conductor me miró un poco, apartó rápido la mirada y siguió adelante. El segundo coche tampoco paró.
Yo estaba en la cuneta, con una bici tirada en la hierba, levantando la mano para pedir ayuda en una carreterita de montaña.
Oh, dame una pequeña bomba atómica, no demasiado grande, lo suficiente para matar a un caballo por la calle –pero no hay caballos por la calle, decía B.-.
Tuve que llamar por teléfono a mi padre. Me dijo que iría a por el coche y que vendría a buscarme.
Me quité las zapatillas con calas, me eché la bici al hombro y caminé descalzo cuesta abajo, para acercarme a la salida de la autopista por la que llegaría mi padre. Mientras bajaba así, ya no pedí ayuda, claro. Pero a ver: en ese tramo pasaron casi una docena de coches y furgonetas, todos me miraron con curiosidad, yo era un ciclista descalzo, con las zapatillas en la mano, con la bici al hombro, caminando por la cuneta, ¿y creéis que alguno de esos diez o doce conductores bajó la ventanilla para preguntar al menos ‘oye, ¿todo bien?, ¿necesitas algo?, ¿te podemos ayudar?’”.
Oh, dame una bomba atómica, suficiente al menos para derribar las flores de una maceta.
He hecho autostop dos o tres veces en el último año –bajando del Pirineo con la mochila, por ejemplo- y veo que la gente de los pueblos suele parar, pero los turistas y los excursionistas, incluidas muchas parejas montañeras con sus furgonetazas, miran casi siempre para otro lado.
Me vienen ideas sobre una sociedad que merece una pequeña bomba atómica y que huele como a calzoncillos en julio, luego también pienso que quizá yo tengo aspecto peligroso y que asusto a las nobles gentes y entonces sí que me vienen ganas de lanzar una bomba atómica, un poco más grande, más luminosa.
12La lotería de ‘la Pulga’
He recibido una carta de Rosi, sobrina de Vicente Trueba, ‘la Pulga de Torrelavega’, ganador del premio de la montaña en el Tour de 1933. Me da las gracias por haber hablado de Trueba en esta entrevista del ABC Cultural, «después de 74 años», y me manda un billete de lotería.
Trueba también debió haber sido el ganador final en el Tour de 1933, si no hubieran cambiado el reglamento sobre la marcha. Incluí su historia como capítulo nuevo en la 8ª edición del libro Plomo en los bolsillos. Y lo colgamos aquí, en abierto, para quien guste:
‘Aquel Tour que le robaron a la Pulga de la Torrelavega‘.
*
Bola extra: en la 9ª edición de Plomo también amplié y reescribí el capítulo dedicado a Walkowiak.
‘El ciclista que se arrepintió de ganar el Tour‘.
«Roger Walkowiak es un señor de 63 años que acaba de jubilarse como tornero en un taller mecánico industrial, y se pone muy nervioso cuando un periodista le pregunta por cierto asunto que él preferiría olvidar: su victoria en el Tour de Francia de 1956.
—Nunca hablo de eso, ni siquiera con mi mujer».
cerradosHa muerto Walkowiak
Ha muerto a los 89 años Roger Walkowiak, el ciclista que se arrepintió de ganar el Tour.
Hace poco amplié y reescribí el capítulo que le dedico en Plomo en los bolsillos, para que salga en la inminente 9ª edición del libro.
Hemos colgado aquí el capítulo reescrito, que comienza así:
Roger Walkowiak es un señor de 63 años que acaba de jubilarse como tornero en un taller mecánico industrial, y se pone muy nervioso cuando un periodista le pregunta por cierto asunto que él preferiría olvidar: su victoria en elTour de Francia de 1956.
—Nunca hablo de eso, ni siquiera con mi mujer.
Walkowiak se mira al espejo con el maillot amarillo que acaba de conseguir tras una escapada. Nadie imaginaba que lo llevaría puesto al terminar el Tour, ni siquiera él mismo.
cerradosLo que Horrillo deja fuera de los libros
Ayer presentamos en la librería Garoa el primer volumen de ‘El Afilador’, recopilatorio anual de «artículos y crónicas ciclistas de gran fondo», editado por Libros de Ruta. Yo ayudo a engordar el libro con un par de textos sobre el ciclismo italiano, sobre lo chalados que están allá con las bicis y cuánto nos gusta que sea así.
Los artistas de Subiendo Puertos montaron este pequeño vídeo con algunos momentos de la presentación:
Quedan fuera del vídeo las tremendas batallitas que contó Horrillo: desde el debate de cuarenta minutos en el autobús del Mapei para decidir si Bettini atacaba justo antes o justo después de una curva determinada de la subida al Poggio, en una Milán-Sanremo que acabó ganando, y los obsesivos detalles con los que se justificó la decisión final; hasta el viaje que hizo él, Horrillo, al puerto donde se cayó 80 metros por un barranco en el Giro de Italia de 2009, y cómo bajó con un arnés y una cuerda hasta el fondo de aquel precipicio en el que le dieron por muerto. Horrillo volvió -de la caída-, volvió -de su viaje posterior para intentar recuperar la memoria en aquel barranco-, y creo que seguirá volviendo muchas veces a muchas historias magníficas. Que no se nos escapen.
cerradosEl Afilador
¡Ya llega a su barrio ‘El Afilador’! Mañana, miércoles 26 de octubre, presentamos en San Sebastián el primer volumen de esta colección anual de relatos ciclistas. Lo edita Libros de Ruta y estaremos tres de los seis autores: Pedro Horrillo, Jesús Gómez Peña y yo, que ayudo a engordar un poco el libro con dos textos sobre el ciclismo italiano, sobre lo chalados que están allá con las bicis y cuánto nos gusta que sea así.
cerradosLos cuentos de Lance Armstrong
«El ataque más memorable de Lance Armstrong fue el más absurdo: a falta de dos jornadas para terminar el Tour de Francia de 2004, con el maillot amarillo ya asegurado, se fugó del pelotón para perseguir a un ciclista que estaba clasificado en el puesto 117, con un retraso de 2 h y 42 min. Era Filippo Simeoni. Y Armstrong solo quería arruinarle la vida».
He escrito en la revista Cinemanía sobre ‘The Program’, la película que habla de las trampas de Lance Armstrong.
cerradosEl ciclista que hablaba con las moscas
Primero se preocupó un poco: pedaleaba en solitario por el desierto de Túnez, no sabía muy bien hacia dónde tirar y siguió una pista. Luego se agobió: la pista se colaba entre unas montañas áridas y se fue desvaneciendo, hasta que desapareció. Luego se asustó: se le echó la noche encima, acampó bajo las estrellas, siguió perdido por las montañas un día más, se le terminó la bebida, se le terminó la comida, se le echó encima una segunda noche, siguió arrastrando la bici un día más, se le echó encima una tercera noche de sed pedregosa. Al tercer día se emocionó: consiguió situarse por fin en el mapa, salió a un oasis y encontró a un hombre que le ofreció un té. El hombre le indicó el camino para llegar hasta una aldea. Allí Sergio Fernández Tolosa se hartó de beber, comer y dormir. La experiencia había sido terrible, así que decidió repetirla.
Y se puso a cruzar los mayores desiertos del mundo en bicicleta, siempre solo.
Sigue aquí: ‘El ciclista que disputaba la sombra a los camellos‘, en la revista Yorokobu.
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