El ciclista que hablaba con las moscas

Primero se preocupó un poco: pedaleaba en solitario por el desierto de Túnez, no sabía muy bien hacia dónde tirar y siguió una pista. Luego se agobió: la pista se colaba entre unas montañas áridas y se fue desvaneciendo, hasta que desapareció. Luego se asustó: se le echó la noche encima, acampó bajo las estrellas, siguió perdido por las montañas un día más, se le terminó la bebida, se le terminó la comida, se le echó encima una segunda noche, siguió arrastrando la bici un día más, se le echó encima una tercera noche de sed pedregosa. Al tercer día se emocionó: consiguió situarse por fin en el mapa, salió a un oasis y encontró a un hombre que le ofreció un té. El hombre le indicó el camino para llegar hasta una aldea. Allí Sergio Fernández Tolosa se hartó de beber, comer y dormir. La experiencia había sido terrible, así que decidió repetirla.

Y se puso a cruzar los mayores desiertos del mundo en bicicleta, siempre solo.

Sigue aquí: ‘El ciclista que disputaba la sombra a los camellos‘, en la revista Yorokobu.

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1 comentario Dejar comentario

  1. Alex #

    «A veces la soledad pesa mucho. En el desierto australiano, Fernández Tolosa acabó agradeciendo la compañía de una mosca: «Sí, y le hablaba. »

    No he podido evitar sonreír. Me ha recordado a cuando aparece un grillo en el Mistral de Julio Villar. Es cierto que la soledad es algo que muchos buscamos en ciertos momentos de nuestra vida. Realizar un viaje introspectivo para conocerse mejor a uno mismo, creo que todos deberían de darse el regalo de viajar solos de vez en cuando.

    Sin embargo, y hablo desde mi experiencia, creo que la soledad es un arma de doble filo. Cuando ya llevas tanto tiempo sin contacto con ningún ser humano, cualquier atisbo de vida que encuentres es bienvenido. Recuerdo que en un trekking por el Baztan me sorprendí a mí mismo hablándole a una lagartija que asomaba por una piedra. Y como ahora, no pude evitar reír. Es necesario tener momentos a solas con nosotros mismos, pero hay que tener cuidado, tampoco es cuestión de convertirse en un ermitaño. Y es que, por mucho que a veces ansiemos esa «soledad», los seres humanos no estamos hechos para estar solos.

    Un artículo muy interesante, Ander.
    Segi horrela!

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Kazetari alderraia naiz
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