Dos océanos
En barco por el Canal de Panamá, de esclusa en esclusa, una anciana japonesa dormía bendita. Llevaba un pañuelo rosa para cubrirse la cabeza, gafas de cristales rojizos, guantes blancos. Dormía en uno de los asientos de la cubierta, bajo un toldo, cabeceando un poco y cruzando los brazos sobre su bolso. Pasaban petroleros, caían doce millones de litros por minuto para elevarnos en las esclusas y los pasajeros guardaban silencio al caminar a su lado. La siesta le duró dos océanos. Abrió por fin los ojitos, bostezó como un gato, sonrió a los pasajeros y miró alrededor quizá decidiendo si atlántico o pacífico.