Las piernas de Hoogerland
«Con el ciclismo corremos el riesgo de hacer una épica de la desgracia. La imagen de sus músculos lacerados por el alambre de espino dio a Hoogerland más relevancia que cualquiera de sus empeños. Atrapados en ese morbo pegajoso, pocos medios siguieron la historia a partir del accidente: el holandés, con las piernas envueltas en vendajes, pedaleó los últimos kilómetros hasta la meta; subió al podio entre sollozos para recoger el maillot de la Montaña, sueño conquistado y pesadilla cosida en su carne; y nada más salir del hospital disculpó al conductor del coche, que ya había sido expulsado del Tour: ‘Tampoco nos vamos a volver locos: no lo hizo a propósito. Tendré muchos dolores pero espero recuperarme y seguir peleando por el maillot. Soy zeelandés: somos gente dura’. Había dudas de que Hoogerland fuera capaz de montarse en la bici al día siguiente. Lo hizo. Y en cuanto llegó el primer puerto de los Pirineos, atacó de nuevo».
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