A pesar del alambre

Con el ciclismo corremos el riesgo de hacer una épica de la desgracia. Después de una primera semana de Tour horrible, con caídas muy duras y abandonos sonados, después de un descenso en el que varios ciclistas se despeñaron, se partieron la clavícula, el omoplato, el fémur y la muñeca, ocurrió un atropello insólito: en una maniobra temeraria para adelantar a los cinco escapados, un coche de la televisión francesa tiró a Juan Antonio Flecha contra el asfalto y a Johnny Hoogerland contra un alambre de espino. Da escalofríos la imagen de la pierna de Hoogerland, lacerada por el alambre, pero más allá del morbo pegajoso viene la parte valiosa del ciclismo: Hoogerland con las piernas envueltas en vendajes, pedaleando los últimos kilómetros hasta la meta.

En estas últimas etapas resultaba gracioso ver cómo crecía la admiración por Hoogerland en las redes sociales, en los foros del ciclismo: un corredor holandés aún poco conocido, peleón hasta el extremo, casi hasta el absurdo, que atacaba un día sí y al otro también, un pirado que se metía en mil escapadas y que incluso seguía atacando a sus compañeros de fuga. Se estaba creando una ola de fans.

Ayer Hoogerland salió a conquistar el maillot de la Montaña. Se metió en la escapada buena, se llevó 18 puntos para esa clasificación y otros 33 puntos -de sutura- por el mordisco del alambre.

Lo mejor de la etapa fue el empeño de Flecha y Hoogerland por llegar a la meta. Y esta emotiva ceremonia en el podio, cuando el holandés subió a recoger el premio a la combatividad y el maillot de la Montaña, sueño conquistado y pesadilla cosida en su carne.

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Hay una épica valiosa en el ciclismo pero no es la de los accidentes. «El ciclista busca su cota de dolor máximo y trata de mantenerse en ese límite terrible durante todo el tiempo posible. Quien concede una tregua al dolor pierde la carrera».  Es el sufrimiento voluntario: un misterio.

El ciclismo, como el montañismo, como la maratón, es un juego en los límites de ese misterio. Tiene riesgos, explorar los límites siempre tiene riesgos, y se aceptan. Se acepta la incertidumbre. Se acepta el peligro. Pero se combaten: no queremos accidentes, recorridos temerarios ni dopaje. Queremos la máxima seguridad posible y deseamos que no haya ninguna caída más. No nos gusta el ciclismo porque ocurren dramas sino a pesar de que ocurran.

Traigo este párrafo que escribí cuando murió Wouter Weylandt en el pasado Giro de Italia: «El ciclismo no fascina porque coquetee con la muerte, sino porque juega hasta el límite con esa extraña capacidad humana de aceptar el sufrimiento. Y porque no ignora —nadie debería ignorarlo— que el filo es real. Un centímetro más allá ya no hay remedio».

A la salida del hospital, donde le cosieron la pierna de arriba abajo, Hoogerland disculpó al conductor del coche, que ha sido expulsado del Tour: «Tampoco nos vamos a volver locos: no lo hizo a propósito. Tendré muchos dolores pero espero recuperarme y seguir peleando por el maillot de la Montaña. Soy zeelandés: somos gente dura. Y yo estoy vivo, Weylandt no tuvo tanta suerte».

En las próximas etapas nos vamos a dejar las manos aplaudiendo al enorme Hoogerland.

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6 Comentarios Dejar comentario

  1. Yo creo que nos debes otro libro sobre ciclismo. Tienes material, conocimiento y sabiduría de sobra. Y no, no es peloteo, es la pura verdad. No es épica de la desgracia, es épica, sin más. ¿Te atreverías con una epopeya? http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=epopeya

    • Ander Izagirre #

      Gracias, Paco, pero precisamente eso es lo que me desanima: que en los últimos años el ciclismo ha sido una EPOpeya.

  2. Perretxiko #

    Me recuerda en cierto modo a la historia del ciclista aquel que rompió su horquilla bajando el Tourmalet. La leí en tu libro, me fascino que siguiera emperrado en arreglar la bicicleta a pesar de haber perdido el maillot y cualquier posibilidad de volver a vestirse de amarillo.

    Hoogerland no podrá recibir masaje en esa pierna y se le hinchara terriblemente, aun así intentara volver a pedalear y defender el liderato de la montaña, a pesar de que vestirse el culote será probablemente una tortura y subirse a la bici una odisea. Es para lo que lleva entrenando todo el año, apretando los dientes en series interminables, estrujando la musculatura hasta el limite del dolor para hacerlo más asequible. Cuidandose al máximo, no permitiendose un capricho ni en las comidas.

    Volvera a subirse a la bici para comprobar al limite de su capacidad, que efectivamente su pierna no puede defender el maillot Grimpeur, ni siquiera terminar la carrera. Pero lo comprobara en su propia carne, a pesar de que el ya lo sepa.

    • Ander Izagirre #

      Qué curioso, Perretxiko: el ciclista que rompió la horquilla bajando el Tourmalet y bajó a pie hasta encontrar una herrería en Sainte Marie de Campan era Eugéne Christophe. Perdió aquel Tour de 1912… pero no el maillot amarillo, porque entonces no existía. Pero es curioso porque él fue el primero en vestirlo cuando se instauró, en 1919. Eso sí: nunca ganó un Tour.

      Veremos si el día de descanso le ha bastado a Hoogerland. Estaremos pendientes de él.

  3. ¡Plas, plas, plas, plasssssssss!
    A Hoogerland y a Eizagirre

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