ULASSAI
Sigue la cinta azul
Decíamos, Alberto, que conviene ir a los sitios para entender mejor las historias. Pedalear hasta Ulassai te sumerge en una geografía determinante: la carretera sale de la costa oriental de Cerdeña, recorre valles cada vez más angostos y luego trepa en zigzag hasta un pueblo colgado sobre el abismo, al pie de unos picos agrietados cuyos derrumbes ya sepultaron el pueblo vecino.
En 1979, el alcalde pidió a la artista Maria Lai que ideara un monumento a los caídos en las guerras “como paso para entrar en la historia”. ¿Qué historia? Ulassai era uno de los pueblos más remotos de Cerdeña, “una isla dentro de la isla”, a la que solo se llegaba por senderos de mulas o con un tren traqueteante que tardaba doce horas hasta Cagliari, a poco más de cien kilómetros. A finales de los 70, los jóvenes abandonaban el pueblo y ya solo quedaban los viejos de familias divididas por odios inmemoriales. El ambiente era silencioso, desconfiado, a veces violento.
Lai respondió que un pueblo entra en la historia si pronuncia palabras propias, no imitando gestos ajenos. Caminó por las calles de su infancia, entró en las casas, escuchó historias: escuchó. Se quedó con una leyenda local. Una niña sube a la montaña para llevar comida a los pastores y, cuando rompe una tormenta, se refugia con ellos y con los rebaños en una de tantas grutas calizas de la zona. La niña ve pasar una cinta azul volando por el cielo y sale a perseguirla, en pleno aguacero. La gruta se derrumba, aplasta a los pastores y a las ovejas.
Lai dijo que ella no diseñaría ningún monumento a los caídos, pero propuso que todos los vecinos de Ulassai tendieran cintas azules de su casa a la vecina, hasta unir todo el pueblo en una obra de arte efímera. Recibieron la idea con recelo, con temor al ridículo, a veces con desprecio. Lai y un grupo de vecinos entusiastas tardaron dos años en convencer a los demás, y al final, el 8 de septiembre de 1981, un cohete con una cinta azul voló por los cielos de Ulassai y explotó: la señal de inicio. En menos de una hora, los vecinos tendieron veintisiete kilómetros de cintas de tela vaquera azul, haciendo un nudo en las cintas cuando unían casas que no se tenían amistad, colgando un pan cuando unían casas entre las que había amor. Así envolvieron todo Ulassai. Tres escaladores agarraron el cabo de la cinta y treparon hasta el pico más alto para amarrar el pueblo a la montaña. La obra se llamó “Atarse a la montaña”.
Se llamó, porque desapareció. Las cintas fueron efímeras, pero a partir de ese momento Ulassai revivió como comunidad, los vecinos se implicaron en proyectos novedosos y convirtieron el pueblo en una especie de museo de arte al aire libre, con una estación del arte dedicada a Maria Lai en la antigua estación de tren, con obras de artistas diseminadas por calles y carreteras, con un paisaje de vértigo muy bien cuidado para atraer a algunos puñados de visitantes como nosotros. Ulassai no es un pueblo cualquiera.
Escribió Maria Lai: “El arte es como la cinta azul: bello pero inseguro, no sostiene pero guía, es ilógico pero contiene verdades. Te saca de la gruta pero solo si tienes fantasía”.
Quedaba un asunto pendiente: los sesenta millones de liras que el ayuntamiento había presupuestado para el monumento a los caídos. Seguían empeñados en que Maria Lai hiciera alguna obra con ese dinero. La artista se reunió en la plaza con las mujeres del pueblo y recibió una petición unánime.
Esto lo dejamos ya para cuando escriba el reportaje completo.
PD: Tengo una curiosidad. Si no cuelgo esta entrada en Twitter y Facebook, ¿alguien se entera de que la he publicado? ¿Hay por ahí gente suscrita (en el recuadro de la columna derecha) que reciba avisos cuando publico algo aquí? Y si no, pues no pasa nada. Hablar solo es un buen ejercicio, sobre todo para un escritor en su blog.
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