THOREAU Henry D.

Quitar el polvo

Cuando alguien me comenta, en pleno día libre y radiante, que debe aprovechar para limpiar la casa, me acuerdo de Henry D. Thoreau: el escritor que a mediados del siglo XIX se piró a vivir a una cabaña en medio del bosque, el que descubrió que podía atender a todos los gastos de su subsistencia trabajando unas seis semanas al año, el que presumía de no haberse pillado jamás los dedos adquiriendo ninguna posesión excesiva.

El que recomendaba sagacidad a a la hora de escoger una vivienda, para que no se convirtiera en nuestro «taller, laberinto sin salida, museo, prisión o espléndido mausoleo». El que se sintió tentado de comprar algo parecido a la «gran caja de madera próxima a la vía del tren, de unos dos metros de largo por uno de ancho, donde los trabajadores guardaban sus herramientas por la noche», a la que consideraba una alternativa estimable como vivienda. «Más de uno, que no habría muerto de frío en una casa como ésa, se ve agobiado hasta la muerte por tener que pagar la renta de otra, sólo que más grande y lujosa. No estoy bromeando».

Cuando llego a las siguientes líneas, aplaudo:

«¿Cómo iba yo a tener, pues, una casa amueblada? (…) Yo tenía tres pedazos de piedra caliza sobre el escritorio y con gusto me libré de ellos al ver, espantado, que era necesario quitarles el polvo todas las mañanas».

Eso sí. Tenéis que ver los cristales de mis ventanas: puro Thoreau. Como a través de ellos percibo una imagen codificada, pixelada, emborronada del mundo, no me queda otro remedio que salir a verlo.

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El viajero más veloz

«Me dice uno: ‘Me extraña que usted no ahorre. Le encanta viajar; hoy podría tomar el tren a Fitchburg y ver la campiña’. Pero soy más inteligente que él. He aprendido que el viajero más veloz es aquel que va a pie. Así, contesto: ‘Supongamos que se trata de comprobar quién llega primero; la distancia es de treinta millas y el billete de ida cuesta noventa centavos, es decir, casi el salario de un día. Pues bien, me pongo en camino ahora, a pie, y llego antes de la noche. Mientras tanto, usted habrá ganado el valor del pasaje y llegará a destino mañana (…). En vez de ir a Fitchburg, usted permanecerá aquí trabajando la mayor parte del día; de modo que si el tren se extendiera alrededor del mundo, creo que yo seguiría estando por delante'».

Henry D. Thoreau, Walden.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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