Fútbol

El Sáhara sin aplausos

Por los conflictos en Mali y Argelia, se ha suspendido el maratón que se celebra todos los años en los campamentos de los refugiados del Sáhara. La prueba servía para denunciar la injusticia que sepulta en vida a los saharauis, para recaudar fondos, para llevar comida y medicinas, pero sobre todo servía para celebrar una fiesta bulliciosa. Cientos de personas de todo el mundo pasaban una semana hospedados en las casas de adobe de las familias de refugiados. Y el día de la maratón, sobre el desierto caían chaparrones de aplausos y de ánimos para los atletas locales y extranjeros.

Es muy triste que se apaguen hasta los aplausos. No pienso solo en los atletas: me acuerdo de los futbolistas que conocí cuando estuve allá en 2010. Ignoro si seguirá jugando Hamuda Chej, el delantero centro del Sáhara, si le seguirán aplaudiendo y aullando mientras vuela por el campo con el balón, vestido con la camiseta de la Real Sociedad.

Traigo de nuevo su historia:

Los refugiados saharauis admiran al delantero centro Hamuda Chej, de 22 años, por sus regates prodigiosos, sus galopadas de área a área y por sus gafas gruesas, de patillas atadas con esparadrapo. Hamuda padece una miopía grave, con al menos 12 dioptrías en el ojo derecho y 13 en el izquierdo, y sus gafas sólo son un remedio aproximado, de 9 o 10 dioptrías. Desde que le revisaron la vista, hace ya cuatro años, no ha conseguido unas gafas adecuadas. Y le cuesta acertar con los pases y los disparos lejanos.

“Tiene nivel como para jugar en algún equipo de Argelia, pero debería operarse la vista y eso en los campamentos es imposible. Así perdemos a nuestros mejores deportistas”, dice Fátima Mahmoud, de 26 años, entrenadora de Chej y única mujer que dirige un equipo de fútbol saharaui. Fátima Mahmoud se formó en una escuela deportiva argelina y ha llevado al equipo Brigada Sumud hasta la final de la Copa de la República Saharaui. Juegan con la vestimenta donada por la Real Sociedad. Su rival, el equipo del Ujsario (las juventudes del Frente Polisario), salta al campo con camisetas dadas por el Barakaldo. Los chicos del Ujsario ganan la final por tres a cero, alzan el trofeo y se montan en la caja de un jeep para dar vueltas al campo cantando y dando bocinazos.

A Fátima Mahmoud no le escuece demasiado. Pronto empezará la Liga saharaui, en la que competirán veinte equipos de los diversos campamentos, y espera tomarse la revancha. Además, tiene claro cuáles son las peleas más importantes: “Si mejorásemos un poco nuestro nivel, podríamos formar una selección saharaui digna y competir en segunda o tercera división en Argelia. Nuestro objetivo es que una selección saharaui juegue algún día competiciones oficiales, como la clasificación para la Copa de África. El fútbol atrae la atención de mucha gente y serviría para denunciar la injusticia que padecemos”.

Cuando las tropas coloniales españolas salieron corriendo del Sáhara Occidental, el ejército marroquí ocupó el territorio, bombardeó a los saharauis con napalm y fósforo y los expulsó al desierto. Los hombres mantuvieron la guerra contra los marroquíes y las mujeres levantaron en la llanura calcinada de Tindouf (Argelia) unos campamentos de refugiados en los que ya llevan 37 años, olvidados por el mundo. Las zapatillas de los futbolistas y los atletas también sirven para sacudir ese polvo que va sepultando poco a poco la vida de los doscientos mil saharauis varados en el desierto.

El fútbol cumple otra función social. En los campamentos viven miles de jóvenes sin posibilidades de estudiar ni de trabajar. Esta situación trae frustraciones, depresiones, problemas con las drogas. “Gracias a las competiciones deportivas, al menos conseguimos que los jóvenes tengan algunas metas y se empeñen en algo”, dice Fátima Mahmoud. “Así tienen una disciplina, aprenden a trabajar en equipo, conocen a jóvenes de otros campamentos cuando compiten…”.

Hamuda Chej también siente un gran orgullo por el fútbol saharaui: “Por culpa de la miopía no he podido desarrollar mi carrera deportiva en otros países. Y pronto tendré que dejar el fútbol. Pero no me importa. Jugar en los campamentos me da alegría. Cuando era niño no teníamos ni botas, ni camisetas, ni entrenadores ni torneos. Hoy he jugado la final de la Copa. Hemos perdido pero eso da igual. Organizar el campeonato ya es un triunfo de nuestra gente. Dentro de un par de años me gustaría ser entrenador de niños pequeños. Quiero ayudarles a que hagan deporte, para que se formen, para que en sus años de juventud tengan, por lo menos, alguna ilusión”.

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Como todos los años, el 24 de febrero se celebra en Ormaiztegi un cross popular en el que se recaudan fondos para el Sáhara.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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