CLEMENTE Javier

Si cierro los ojos y pienso «estadio de Anoeta»

Hace justo veinte años se jugó el primer partido en el estadio de Anoeta. Seguimos añorando el viejo campo de Atocha y despotricando contra la frialdad de Anoeta, pero estos veinte años no han estado nada mal. Copio unos párrafos del libro Mi abuela y diez más:

«Si cierro los ojos y pienso “estadio de Anoeta”, veo una lluvia nocturna, una cortina de agua, uno de esos chaparrones que cae con la misma intensidad agotadora durante las dos horas del partido. Veo un césped brillante bajo los focos, en el que los balones largos botan rapidísimo, se escapan de las botas de los futbolistas y saltan hasta los charcos de las pistas de atletismo. Veo un inmenso anillo de gradas, batidas por un viento frío, ocupadas por espectadores encogidos en silencio. Escucho un pelotazo que golpea una valla de publicidad, el eco que se expande por el campo, un murmullo de desesperación. Imagino el contragolpe de un equipo rival modesto, vestido de naranja o granate, nuestra defensa desmontada, un extremo veloz que entra al área y clava el balón en nuestra red, fluash, se oye así, fluash, y estalla luego un chillido de euforia lejana, un grito de once acorchado en el silencio de veinte mil. Pienso, por ejemplo, en el Lleida ganando 1-3 en Anoeta.

En los primeros años de Anoeta íbamos al campo seis o siete amigos. Enseguida nos quedamos cinco. Y luego dos. Mi último compañero sufría malos presagios permanentes. Cuando el equipo contrario iba a chutar un libre directo, él anticipaba siempre el dolor: “Ya verás, 0-1”. Su pronóstico fallaba diecinueve de cada veinte veces, pero cuando acertaba, a mí me clavaban un gol y de paso una profecía: “Lo ves, lo ves”. Poco antes de bajar a Segunda me quedé solo. Llevo ya seis o siete años yendo solo a Anoeta. Suelo llevarme un paquete de pipas para la primera parte y un libro para los descansos.

Anoeta no da para muchas épicas. Pero quizá sea un desapego mío, cosas de la edad, porque si hago memoria, hace ya veinte años que nos vinimos a este estadio y tampoco ha estado tan mal. Un día disputamos los octavos de final de la Champions League y otro día fuimos colistas de Segunda. Nos humilló el Mérida y agobiamos a la Juventus. El Barcelona nos metió seis en 45 minutos; recorrimos las gradas bailando congas tras clavarle cinco al Athletic; abucheamos a Javier Clemente cuando ocupó el banquillo rival y abucheamos a Javier Clemente cuando ocupó nuestro propio banquillo; le regalamos una salvación amañada a Osasuna; el portero del Eibar le partió de un patadón la tibia y el peroné a Díaz de Cerio y le dejó media pierna colgando; nuestro portero Bravo cruzó el campo para chutar un libre directo y metió el gol de la victoria; nuestro portero Alberto tiró fuera el undécimo penalti de una tanda copera y caímos eliminados; Savio falló el penalti del minuto 88 con el que esperábamos salvarnos del descenso; Xabi Prieto marcó el penalti que selló el ascenso, saltó una valla para celebrarlo, tropezó y acabó con el tobillo vendado y con muletas. Y un domingo fuimos a Anoeta con la posibilidad de salir noventa minutos más tarde como campeones de Liga».

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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