CHERRY-GARRARD Apsley

Siempre y cuando solo desee un huevo de pingüino

La carrera del noruego Amundsen y el británico Scott por llegar al Polo Sur, tan legendaria y tan cargada de seducciones narrativas, ocultó otras historias terribles de esa misma época: las de las expediciones científicas que desarrollaron los hombres de Scott durante ¡tres años! aislados en la Antártida (1910-13). Una vez al año recibían la visita de un barco con provisiones y cartas de sus familiares. Para los británicos la conquista del Polo era una guinda, el gancho comercial y patriótico con el que financiaban una larguísima campaña de investigaciones y exploraciones polares. De exploraciones atroces.

El diario de Scott, en el que registró con una precisión escalofriante el regreso agónico del Polo Sur, hasta pocos días antes de su muerte y la de sus cuatro compañeros, a escasos kilómetros de un depósito que les hubiera salvado la vida, constituye uno de los textos más conmovedores de la historia. Muchísimos lectores recordarán la entereza, la elegancia y el amor de Scott en plena agonía. Se quedan grabados en la memoria momentos como aquel en el que el agotado Oates sale de la tienda, dice que quizá tarde un poco en volver, y se aleja para dejarse morir en el hielo y no retrasar más la marcha desesperada de sus compañeros.

Pero la tragedia de Scott y sus hombres solo es una parte de la epopeya británica en la Antártida entre 1910 y 1913. Apsley Cherry-Garrard, uno de los que rescataron los cadáveres congelados de Scott y compañía, relató las historias de aquellos tres años antárticos en un libro que se lee temblando: El peor viaje del mundo (hay edición de bolsillo, por 12 euritos).

El título hace referencia a una de las expediciones que se organizaron en aquellos tres años, el llamado «viaje de invierno», en el que participó el propio Cherry-Garrard. Tres hombres salen en pleno invierno antártico, completamente a oscuras y con temperaturas que caen a 60 grados bajo cero, porque esa es la única época en la que pueden recoger huevos de pingüino emperador. Los científicos creían que se trataba del ave más primitiva y que el estudio de sus embriones podría determinar si constituía el eslabón entre los reptiles y las aves. Así que los tres hombres pasaron cinco semanas de puro horror, en el filo de la congelación y la locura, para conseguir unos puñeteros huevos de pingüino.

Las setenta páginas de ese capítulo se leen como un relato terrorífico de Poe. Se alternan las descripciones del infierno antártico, la narración escueta de penurias inconcebibles y las circunspectas observaciones científicas sobre los pingüinos. «Durante aquel viaje empezamos a considerar a la muerte como una amiga», escribe Chery-Garrard. Y poco a poco va destilando un retrato de aquellos exploradores británicos tan heroicos como comedidos, «hombres de oro de ley, relucientes y puros», tan entregados a la vocación de la ciencia, con un sentido tan agudo de misión y sacrificio en aras del conocimiento humano. Lo más impresionante del relato no es el terror que producen las grietas invisibles en la noche antártica, las ropas congeladas «como armaduras de hielo macizo», la soledad de tres hombres sepultados en una tienda bajo una tormenta polar. Lo más impresionante es el temple: «No nos olvidábamos de pedir las cosas por favor ni de dar las gracias, lo cual significa mucho en tales circunstancias, ni de todos los pequeños vínculos con la dignidad y la civilización que todavía podíamos mantener. Juro que aún nos quedaban modales cuando llegamos tambaleándonos a la base. Y no perdimos la calma, ni siquiera con Dios»

El libro termina así: «La exploración es la expresión física de la pasión intelectual. Y diré una cosa: si tiene usted el deseo de saber y el poder para hacerlo realidad, vaya y explore. Si es es usted un hombre valiente, no hará nada; si es un hombre miedoso, es posible que haga mucho, pues solo los cobardes tienen necesidad de demostrar su valor. Hay quien le dirá que está chiflado, y casi todo el mundo le preguntará: ‘¿Para qué?’. Es que somos una nación de tenderos, y ningún tendero está dispuesto a parar mientes en una investigación que no le prometa un rendimiento económico antes de un año. Así que viajará usted prácticamente solo con su trineo, pero quienes le acompañen no serán tenderos, y eso tiene un gran valor. Si hace usted su correspondiente viaje de invierno, obtendrá su recompensa, siempre y cuando lo único que desee sea un huevo de pingüino».

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Si queréis ver un cajón con huevos de pingüino que quedó abandonado en la cabaña de Scott, visitad esta fantástica entrada de Fogonazos: Las cabañas abandonadas de Scott y Schakleton.

Apsley Cherry-Garrard

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El día en que se cumplen cien años de la llegada de Amundsen al Polo Sur, Iñurrategi, Vallejo y Zabalza llevan ya un mes de expedición para atravesar toda la Antártida pasando por el Polo, con esquíes, trineos y cometas. Como podéis ver en el mapa, ahora mismo se encuentran en el punto de no retorno, a unos 1.100 km de la base donde comenzaron la travesía y a unos 1.100 km del Polo:

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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