ALONSO Xabi

A Europa con la cuadrilla

La revista Minuto 116 me pidió un texto sobre el regreso de la Real Sociedad a Europa, para publicarlo en el estupendo número monográfico que han dedicado al equipo txuri urdin. Lo titulé ‘A Europa con la cuadrilla’ y aquí va, unas horas antes de que la Real juegue contra el Olympique de Lyon:

«La Real Sociedad aguantó los últimos quince minutos en La Coruña con los once jugadores acorralados en el área, recibiendo tiros al larguero y balones que se paseaban de lado a lado del área pequeña, y cuando acabó aquel agobio, cuando por fin dejé de caminar y suspirar por el pasillo de casa, cuando por fin me senté de nuevo en el sofá con el pasaporte para la Champions League en la mano, pensé en varios estadios europeos: El Alcoraz, La Malata y el Municipal de Santo Domingo. Porque Huesca es Europa, Ferrol es Europa, El Ejido es Europa, en la geografía obvia de los atlas pero también en nuestra biografía futbolera reciente.

Guardo el recuerdo bastante fresco de la batalla entre Xabi Alonso y Pavel Nedved para marcar territorio en el centro de Anoeta a base de pases y robos, en el Real Sociedad-Juventus de 2003 (0-0). Pero para mí es mucho más profunda, y más necesaria, la memoria del Real Sociedad-Castellón de 2007. Por primera vez en cuarenta años, la Real jugaba en Segunda. Perdió 0-2, quedó colista, el partido acabó con pitos, abucheos y pañolada. El siguiente visitante fue el Polideportivo Ejido, el equipo que acabaría la temporada en última posición, y también nos ganó. Real Sociedad, 0; Polideportivo Ejido, 1. Me gusta teclear el resultado porque es un verso magnífico sobre la desolación:

Real Sociedad, 0; Polideportivo Ejido, 1.

Tras la derrota contra el Castellón le envié un mensaje a Carlos Tirurí, un amigo de Bilbao, para contarle la depresión y para anunciarle, con amargura, que me había maravillado un chaval melenudo de la Real, debutante y desconocido para mí, lo único rescatable del partido, y que pronto vendría el Athletic a llevárselo. El chico era lateral derecho, se llamaba Carlos Martínez, recuerdo la furia de melenas al viento con la que galopaba arriba y abajo, como si ya ese día nefasto tuviera claro que iba a correr y a correr por la banda hasta llegar a Milán, Lyon o San Petersburgo con la camiseta blanquiazul y no con ninguna otra.

Carlos Martínez (que Alá aumente su tribu) y otros chavales como él jugaron tres años agrios en Segunda, nos subieron a Primera y en tres años más nos metieron en la Champions. Celebramos el éxito y celebramos, sobre todo, la manera: revivimos a la Real campeona de los años ochenta porque aquel equipo, como este de ahora, también era una cuadrilla de críos que habían jugado juntos en el mismo patio, en los mismos campos de tierra y muchos de ellos en la misma playa de La Concha en la que jugamos cientos de niños guipuzcoanos. Creemos que en el equipo actual tenemos a varios de la estirpe del central ‘Bixio’ Górriz, quizá no los futbolistas más deslumbrantes, pero sí de los imprescindibles, de los que lo hacen todo bien, año tras año, y siguen siendo discretos, entrañables, tirando a sosos. Otros equipos ofrecieron mucho dinero a Górriz pero él jugó siempre en la Real, se puso la camiseta txuriurdin 599 veces, ganó todos los títulos del equipo –dos Ligas, una Copa, una Supercopa, llegó a semifinales de la Copa de Europa y hasta marcó un gol en el Mundial de Italia-, y hoy en día se sienta en una tribuna modesta de Anoeta, con su bufanda de la Real siempre al cuello, y en los descansos se pone en la fila con todos nosotros para ir al baño. Con Górriz hemos levantado trofeos y hemos meado en los mismos urinarios.

Eso es lo que más nos ilusiona de esta Real que vuelve a la Copa de Europa: que hemos llegado juntos, casi todos, hasta aquí».

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Más críos jugando en la playa de La Concha, más Bixio Górriz, más depresiones en Segunda, más goles europeos y más melenas al viento en Mi abuela y diez más.

Mi abuela

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Compro bombo de segunda mano

Antes de las finales, Guardiola reunía a los jugadores del Barça en el vestuario y proyectaba fragmentos épicos de la película Gladiator, o un documental del intento de rescate del montañero Iñaki Ochoa de Olza en el Annapurna, o el aria Nessun dorma, de Pucini. Escribió Luis Martín que “al encenderse las luces, algunos jugadores lloraban y gritaban”.

En vísperas del España-Francia, Vicente del Bosque parece más sutil y perspicaz. No hay más que ver cuáles son las lecturas de los futbolistas de la selección española, según este artículo de hoy en El País:

«Xabi Alonso está leyendo Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig, y acaba de recibir la voluminosa revista Jot Down. Por el hotel corren de mano en mano un par de ediciones de Plomo en los bolsillos (Libros del K.O.) de Ander Izagirre».

Ante excesivos triunfalismos, recuerdo la sabia advertencia de Sara Montiel: «Gitana, que tú serás / como la falsa moneda / que de mano en mano va / y ninguno se la queda».

Si por fortuna el libro queda en manos de alguno de los futbolistas, tendrá un manual muy revelador sobre los engranajes de sus rivales. Los jugadores españoles deberían tener en cuenta ciertas tradiciones francesas: el empeño loco de Jean Robic, el escalador ligero que se cargaba de plomo para bajar más rápido y que sufrió varias caídas casi letales hasta que acabó ganando el Tour de 1947, ¡Robic el trompe-la-mort, el engañamuertes! O la resistencia de Maurice Garin, el deshollinador que venció en la primera edición del Tour, en 1903 (“he sufrido penurias; he pasado sed, frío y sueño; lloré entre Lyon y Marsella”). O la minuciosidad de Jacques Anquetil, el campeón preciso que no ganaba carreras: las resolvía. O la paciencia del dramático Raymond Poulidor, que siempre estaba a punto de ganarlo todo y nunca ganaba nada. O la combinación de brutalidad y elegancia de Bernard Hinault, preocupado porque quería escalar los puertos “manejando los cambios con el virtuosismo de un violinista”.

Prometo que he intentado ver algún partido de la Eurocopa. Seguí unos minutos el Holanda-Alemania, me interesé por el Prusia-Yugoslavia y me senté con entusiasmo verdadero a ver el Croacia-España, creyendo que iban a perpetrar ese chanchullo escandaloso de empatar 2-2 para dejar fuera a Italia. Cuando vi que jugaban en serio, bajé el volumen y me puse a leer, así de pedante, Cambiar de idea, de Zadie Smith. Yo lo que quiero es que empiece ya el Tour y que lo gane Bradley Wiggins (siempre que corra con esas patillas pelirrojas amazónicas; me encantaría ver en el podio de París a un inglés larguirucho, ese doble de Shaggy, el de Scooby Doo, vestido de amarillo y con unas patillas pelirrojas amazónicaaaas).

Pero una vez conocido el exquisito gusto lector de los jugadores de la selección española, mañana me embadurnaré las mejillas de rojo y gualda, me colgaré una bufanda gloriosa, me sentaré ante la tele y corearé (como me ha sugerido un lector preocupado por ciertas reputaciones) “Yo soy es-ta-tal, es-ta-tal, es-ta-tal”. Si alguien conoce dónde venden bombos a buen precio, agradeceré la información.

*

Que los futbolistas de La Roja nos lean no está mal, pero el verdadero sueño de mi querido editor, y ya de paso el mío, es que nos lean los remeros de Pedreña.

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Somos tan chulos que el Tour de Plomo también le abrió huella, con varios días de ventaja, a Alberto Contador.

 

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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