Archivo agosto 2017

Viaje a las penúltimas palabras

Aquí está La batalla para salvar la lengua de los siete hablantes: mi reportaje sobre el ixcateco, sobre otros idiomas a punto de extinguirse en México y sobre las curiosas estrategias de los hablantes y los lingüistas que intentan salvarlos. En la revista Papel. 

Don Hilarino Torres Mendoza, el primer protagonista del reportaje, murió hace unas semanas. Era la única persona que tenía un teléfono móvil en Chontecomatlán, un pueblo de 400 habitantes en las montañas de Oaxaca. Se empeñó en comprarlo. No podía hablar con nadie, porque la cobertura no llega a este rincón de la sierra, pero él hablaba y hablaba sin parar con el teléfono en la mano: grababa las últimas palabras del idioma chontal.

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El mejor trabajo del mundo

Este es el trabajo que más envidio: el de la persona que decide exactamente cuáles son los tramos de las carreteras -incluidas las más minúsculas y remotas- que merecen ir subrayados en verde en los mapas Michelin porque son los más bonitos.

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Una vez conocido, es imposible olvidarlo

«Una vez conocida esta realidad, es imposible olvidarla».

Me alegra mucho que Edurne Portela haya escrito una reseña de ‘Potosí’ en La Marea y me alegra que haya escrito precisamente esa frase.

 

 

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Dame una bomba atómica

Ayer, subiendo de Orio a Igueldo, tuve una avería en el cambio de la bicicleta. La rueda trasera quedó bloqueada, no podía moverme, así que pedí ayuda a los coches que pasaban en dirección a San Sebastián. Creí que alguno me llevaría.

Mi bici con una o dos ruedas desmontadas y yo mismo cabemos en el asiento trasero de cualquier coche, no digamos ya si tiene espacio en el maletero.

En algunos coches venían familias con niños en silletas, con los trastos de la playa, con perros: no tenían sitio. Dos hombres pasaron en un todoterreno pero solo iban hasta el siguiente caserío. Un chico apareció muy rápido con su coche y paró un poco, pero solo para decirme que iba con mucha prisa al trabajo, y aceleró de nuevo.  Paré cinco o seis coches, sin suerte. Hasta ese momento me pareció bastante normal.

Entonces aparecieron dos coches seguidos. En cada uno de ellos iba una pareja joven: chico al volante y chica de copiloto. Pensé que esta vez sí, que alguno de los dos sí. Levanté la mano para pedirles que se pararan. El primer coche empezó a frenar pronto, unos cuantos metros más abajo, y yo no me acerqué: pensé que vendría despacio hasta mí.  Pues sí. Pasó por mi lado, el conductor me miró un poco, apartó rápido la mirada y siguió adelante. El segundo coche tampoco paró.

Yo estaba en la cuneta, con una bici tirada en la hierba, levantando la mano para pedir ayuda en una carreterita de montaña.

Oh, dame una pequeña bomba atómica, no demasiado grande, lo suficiente para matar a un caballo por la calle –pero no hay caballos por la calle, decía B.-.

Tuve que llamar por teléfono a mi padre. Me dijo que iría a por el coche y que vendría a buscarme.

Me quité las zapatillas con calas, me eché la bici al hombro y caminé descalzo cuesta abajo, para acercarme a la salida de la autopista por la que llegaría mi padre. Mientras bajaba así, ya no pedí ayuda, claro. Pero a ver: en ese tramo pasaron casi una docena de coches y furgonetas, todos me miraron con curiosidad, yo era un ciclista descalzo, con las zapatillas en la mano, con la bici al hombro, caminando por la cuneta, ¿y creéis que alguno de esos diez o doce conductores bajó la ventanilla para preguntar al menos ‘oye, ¿todo bien?, ¿necesitas algo?, ¿te podemos ayudar?’”.

Oh, dame una bomba atómica, suficiente al menos para derribar las flores de una maceta.

He hecho autostop dos o tres veces en el último año –bajando del Pirineo con la mochila, por ejemplo- y veo que la gente de los pueblos suele parar, pero los turistas y los excursionistas, incluidas muchas parejas montañeras con sus furgonetazas, miran casi siempre para otro lado.

Me vienen ideas sobre una sociedad que merece una pequeña bomba atómica y que huele como a calzoncillos en julio, luego también pienso que quizá yo tengo aspecto peligroso y que asusto a las nobles gentes y entonces sí que me vienen ganas de lanzar una bomba atómica, un poco más grande, más luminosa.

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Cinco reportajes en la radio

El pasado 30 de julio empecé mis colaboraciones veraniegas en Onda Cero, en el programa ‘Un alto en el camino’, dirigido por Susana Pedreira. Serán cinco reportajes durante cinco domingos, siempre a las 8.30 de la mañana, minutillo arriba, minutillo abajo.

Aquí se puede oír -incluso escuchar- el primero de los cinco: Luis Ortiz Alfau, superviviente del campo de concentración de Gurs.

El domingo 6 de agosto hablaremos del campesino que ordeñó las nubes en la isla de El Hierro.

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Escribo con los veinte dedos.
Kazetari alderraia naiz
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