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Androcentrismo absoluto

21 Nov

Un mapa teñido de azul ilustra la mayoría absoluta del PP en las elecciones de hoy. Tenía tan asumido que esto iba a pasar, que no me provoca grandes reflexiones. Sin embargo, se me ocurre que ese color azul que lo inunda todo le va como anillo al dedo a las fotos que ha dejado esta noche electoral. Ha sido una gran victoria para la derecha, pero también para el androcentrismo. Sólo una candidata, Rosa Díez. Sólo una mujer entre quienes ocuparán los siete asientos de Amaiur en el Congreso de los Diputados. Mayoría absoluta de hombres en el debate de TVE; total en el de ETB2. Cuando en TVE se ha pedido un titular a los directores de los principales periódicos, hemos vuelto a recordar que no hay ninguna mujer al frente de los diarios más leídos.

Las mujeres han ocupado durante la campaña y durante esta noche un lugar secundario y, sobre todo, ornamental. Ana Blanco, Pepa Bueno y Ana Pastor (impecables, eso sí) se dedican a recabar opiniones de expertos. Elena Valenciano y Ana Mato cumplen con el arquetipo de «gran mujer detrás de un gran hombre». Sí, detrás, y sin poder. Por no hablar de las esposas de los mandatarios. Me ha indignado ver que tanto el PSOE como el PNV han dispuesto a sus militantes de forma que el líder apareciera en la televisión rodeado por mujeres. Mujeres que no tienen ni nombre ni voz. No me sirve que Amaiur prometa hacer política feminista, si no es capaz de algo tan básico como garantizar la presencia justa de mujeres en puestos de poder.

Me indigna que así las cosas tanta gente siga pensando que activar medidas para la paridad supone discriminar a los hombres y reducir a las mujeres a una cuestión de cuotas. Se ve que es mejor ser mujer-florero que mujer-cuota. También me enerva saber que mucha gente pensará al leerme: «ya está esta pesada con su disco rayado». Como si pedir que la mitad de la población dejemos de ser ciudadanas de segunda fuera una cabezonería, una neura como otra cualquiera.

Concha Caballero publicó el pasado jueves en El País un artículo que me llega a través de Beatriz Gimeno, en el que lamenta la drástica pérdida de protagonismo de las mujeres en el PSOE. Copio un par de fragmentos:

Tras años en los que la igualdad de género fue una seña de identidad de su formación política, la presencia y, sobre todo, el poder político de las mujeres ha decaído abruptamente. Sus grandes mítines y presentaciones públicas son masculinas y patriarcales. Si acaso, alguna mujer oficia de presentadora o telonera de sus compañeros masculinos. Y es que, desde que comenzó la crisis económica, se ha edificado una simbología y un imaginario masculino que ha barrido de escena no solo la presencia de las mujeres, sino todos los debates que afectan al desarrollo social. Además, se ha apelado a construcciones muy arraigadas en el inconsciente colectivo, según las cuales la autoridad y los tiempos difíciles necesitan liderazgos masculinos, centralizados y de edad avanzada.

(…)

Han logrado convencernos de que la economía es neutral en vez de la rama más política e ideologizada de las ciencias sociales. Apelan a que votemos con el bolsillo, no con las ideas. “Ya nos ocuparemos de las demás cosas cuando salgamos de la crisis”, nos dicen. Pero no es verdad. Saldremos de la crisis con el modelo social que hayamos diseñado en estos años. La misteriosa desaparición de las mujeres en campaña, las escasas referencias a la igualdad, el revival de “la mujer de su casa” no es una insignificancia sino un serio aviso de retroceso social.

Efectivamente, en tiempos de bonanza a Zapatero le quedó estupendo declararse feminista, rodearse de ministras que posaban para Vogue y lanzar leyes de igualdad. Pero ahora que hay crisis ya no estamos para esas chorradas; ahora necesitamos a tíos que salven el país de la debacle económica.

El problema es que las mujeres también nos creemos que nuestra presencia en la vida pública es un asunto menor, respecto a otros tan fundamentales como la recuperación de la economía o la lucha por la autodeterminación del pueblo vasco. Esos son el tipo de temas que importan, los que movilizan, los que provocan el hundimiento de algunos partidos y el éxito de otros. Que se respete a la mitad de la ciudadanía se reduce a «el tema de género», «el tema de la mujer», ese que se despacha dedicándole un coqueto apartado rosa en el programa electoral.

Así las cosas, toca volver a lo más elemental, recordar que las mujeres somos la mitad de la Tierra, la mitad de España, la mitad de Euskal Herria, la mitad del electorado, la mayoría en las aulas de Periodismo. Ni Rajoy ni Otegi (si se me permite citarle sin venir mucho a cuento) nos van a salvar de nada. Porque estamos bien jodidas. Y lo seguiremos estando, tanto en una España próspera como en una Euskal Herria libre. Todos los partidos políticos, sean de derecha o de izquierda, están dominados por hombres que, por muy enrollados que parezcan, no van a renunciar a su poder para permitir que las mujeres ocupen el lugar que nos corresponde por ser la mitad de la humanidad. Izquierda Unida y Amaiur son buenas pruebas de ello. Han tenido tiempo para cambiar, y no lo han hecho.

Me da mucha pena, yo que he sido gran defensora de la implicación de los hombres en la lucha por la igualdad, ponerme en este plan, pero es así. A ver si espabilamos de una vez y aprendemos a defender y a priorizar nuestros derechos; un sano egoísmo que de paso sentaría de perlas a esta sociedad tan enferma desde el punto de vista económico, político y moral.

Rectificación: Me he olvidado de Uxue Barkos al afirmar que Rosa Díez es la única candidata. Lo siento.

 

«No tenemos pisos para inmigrantes»

6 Nov

¿Recordáis que en marzo SOS Racismo demostró que a las personas negras y magrebíes no les dejan entrar en un montón de bares de Bilbao? Pues han repetido el método del testeo, junto a CEAR, esta vez para probar que la discriminación racista también es una práctica sistemática en el caso de las inmobiliarias. Algo más grave, si cabe, porque el resultado es que las personas inmigrantes lo tienen mucho más difícil para encontrar piso; un derecho básico que además es la puerta a la regularización. Yo acompañé a uno de los grupos como colaboradora del periódico Diagonal.

Os dejo con mi crónica y os invito a leer el post de Lucía Martínez Odriozola, otra de las testigos morales. De su entrada me quedo con la idea de que el inmigrante que va a buscar piso es tan cliente de la inmobiliaria como el propietario que lo alquila. Algo obvio, pero que se nos olvida incluso a quienes reprobamos estas prácticas discriminatorias.

CRÓNICA DE UN DÍA DE BÚSQUEDA DE PISO MARCADO POR EL COLOR DE LA PIEL

«No tenemos pisos para inmigrantes»

Una acción antirracista demuestra discriminación sistemática e las inmobiliarias de Bilbao. A magrebíes y subsaharianos les ofrecieron sólo el 20% de las viviendas que ofertaron a los nacionales.
JUNE FERNÁNDEZ (BILBAO)
DIAGONAL. DOMINGO 6 DE NOVIEMBRE DE 2011.  NÚMERO 160
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A Ababacar Sambe le ofrecieron un piso de alquiler en esta inmobiliaria; al participante autóctono le ofertaron cinco./ June Fernández

 

Tres personas entran a la misma inmobiliaria a buscar un piso de alquiler. A dos de ellas les ofrecen sólo una. A la otra le ofrecen 13. Las tres son hombres que rondan los 30 años, afirman tener trabajo y contrato indefinido. ¿En qué se distinguen? En el color de la piel. El único blanco es el que se ha encontrado con esa oferta variada. Ocurrió el pasado viernes durante el testeo de inmobiliarias organizado por SOS Racismo-Bizkaia y CEAR-Euskadi en Bilbao con el objetivo de demostrar la discriminación que sufren las personas inmigrantes en el acceso a la vivienda.

Siete grupos compuestos por una persona autóctona, una magrebí y una del África negra, acompañados por periodistas en calidad de testigos, recorrieron un total de 29 inmobiliarias. A los nacionales les ofrecieron un total de 105 pisos; a los magrebíes 23, y a los subsaharianos 22. Es decir, a las personas inmigrantes sólo les ofrecieron el 20% de los pisos en alquiler; ya fuera porque no les atendieron o porque les ofrecieron menos pisos que a sus compañeros autóctonos.

A las 4 de la tarde, los siete grupos se reunieron en diferentes bocas de metro para empezar a recorrer las agencias de diferentes barrios bilbaínos. Los tres participantes de cada grupo entraban en las mismas inmobiliarias, pero de forma muy espaciada, para no levantar ninguna sospecha. Llevaban grabadoras en el bolsillo que registraron tanto declaraciones explícitas de que los propietarios de los pisos no quieren inmigrantes, como el contraste entre la amabilidad con la que se atendía a los nacionales y la brusquedad con la que se despachaba a los inmigrantes. A algunos ni se les dejaba entrar por la puerta: «No tenemos pisos en alquiler, sólo en venta». La mentira quedaba probada cuando entraba el nacional y se le ofrecía una amplia gama de viviendas.

«Encajas a la perfección con un piso y con su propietario. Le voy a llamar ahora mismo», le dijo exultante la agente a Peio en una inmobiliaria del Casco Viejo. Ya tenía al propietario al otro lado del teléfono cuando lo tapó para preguntarle a Peio: «Porque tienes nómina y todo, ¿no?». Le ofreció otros cinco pisos más. Ibrahima en cambio no duró ni cinco minutos en la inmobiliaria: «Hay poca cosa, la verdad», le dijo la misma mujer, quien se limitó a apuntar su teléfono y despedirle sin hablarle de ningún piso. En otra inmobiliaria, a Ibrahima, de origen senegalés, le dijeron que primero tenía que llevar contrato de trabajo, nómina y aval bancario, y entonces ya verían si algún propietario estaba interesado en alquilarle a él.

Sigue leyendo la crónica en Diagonal

Rabiosas

1 Oct

Uno de los lemas que coreamos con más fuerza en las manis feministas es «En caso de duda, tú la viuda». Lo gritamos con una sonrisa maliciosa, como si fuera una transgresión de la leche defender algo tan obvio como que cuando nuestro maltratador intenta asesinarnos, es legítimo y necesario defendernos incluso aunque si el resultado es que terminamos asesinándole nosotras a él.  Otro de los lemas que sentimos un poco macarra es «picha violadora, a la licuadora». Sin embargo, siempre me he preguntado, como lo hace Virginie Despentés (bueno, creo recordar que se lo pregunta en Teoría King Kong) por qué no hay más mujeres que arrancan de cuajo la polla de sus violadores cuando éstos les obligan a hacerle una mamada.

Maitena Monroy, la gran formadora en el País Vasco de autodefensa feminista, llama la atención en sus talleres sobre lo mucho que empatizamos con los agresores. Cuando nos cuenta estrategias para prevenir una agresión o plantar cara a un acosador (no puedo contar qué estrategias son, pero algunas les ponen en evidencia en público, otras les hacen un poco de daño) es habitual que alguna diga «qué pobre, ¿eso no es pasarse un poco?», y que la mayoría lo pensemos. Nos da apuro pasarnos de bordes y de agresivas con un tío que nos está agrediendo. Ella suele poner el símil del robo: cuando tenemos la sospecha de que alguien nos va a robar, no andamos con esos remilgos para defendernos.

El uso de la violencia es uno de los debates más novedosos, transgresores y delicados del feminismo (bueno, igual las feministas de los setenta lo debatían, pero yo no estaba ahí). Hay colectivos como Medeak que de alguna forma quieren romper con el esquema mujer víctima y hombre agresor, propiciando que las mujeres se reapropien del uso de la violencia. Vaya, no hablan de dedicarse a apalear a hombres. Hablan de autodefensa. De cabreo legítimo. De no dejar que los machistas sigan acosándonos, maltratándonos, asesinándonos. Mirad este párrafo:

«En los tribunales nos juzgan como lesbianas, como feministas radicales. Nos dicen que salimos en manada a matar hombres heterosexuales. Seguramente, será pura casualidad que sean las nuestras las que acaban siempre muertas. Mientras tanto, sus leyes solo pueden leernos como victimas. No nos dejan contestar; la autodefensa es violencia, pero paradójicamente su violencia nunca es violenta… (…) y aprenderemos a defendernos de vuestra violencia!! CABRONES!!!»

Ilustran el post con imágenes impactantes: una mujer desnuda desangrándose ante la mirada de un hombre, un grupo de monjas con rifles, y una manifestaciones de mujeres árabes en las que una porta un fusil. Soy la primera a la que me cuesta la forma de expresarse de Medeak y que recurra a esa iconografía violenta. No he sido capaz de ver Kill Bill (ya lo sé, imperdonable) ni Fóllame, dos películas de culto para las jóvenes feministas cabreadas. Cuando en los debates han sacado el tema de reapropiarnos de la violencia en según qué situaciónes, se me ha rayado el disco y sólo era capaz de pensar: «Soy pacifista, soy pacifista, soy pacifista, soy pacifista…» Pero estoy cambiando de idea.

El sábado pasado, en un bar, un tipo que estuvo a punto de recibir una hostia de una feminista (la paró el camarero) por lo mismo, se puso a acosar a una amiga mía (también feminista, pero de estética nada sospechosa de serlo). Por acosar me refiero a que se puso a ligar con ella invadiendo su espacio vital, ella le dijo que la dejara en paz, y él siguió insistiendo, acorralándola de forma que ella, que es super alta, no podía salir de ahí ni empujándole. Se había quedado sola en el bar, así que no veía a nadie conocido que le echase un cable. Una cuadrilla de tíos miraban el espectáculo divertidos. Hay que ser gilipollas. Un par de días después, estaba en la calle con mi amiga cuando el acosador pasó por delante de nosotras y le dijo algo tipo «qué guapa eres». Ella le contestó: «¿A que te pego una hostia?» Y a él eso le hizo gracia. ¡Le hizo gracia! A mí me han llegado a soltar eso de «qué guapa te pones cuando te enfadas». Mi amiga me decía que igual tenemos que conseguir que vean que vamos en serio, que podemos soltarles una hostia perfectamente, para que se lo piensen dos veces antes de agredirnos.

Claro que hay un pequeño problema: al menos yo no sé pegar una hostia. Nunca lo he hecho. Ni tan siquiera he jugado a pelearme con nadie (al contrario de estos niños que se pelean como cachorritos de león). La mayoría de las mujeres somos analfabetas en materia de lucha. Monroy se preguntaba en el taller al que asistí cómo es posible que los padres sigan enseñando a pelear a los hijos, cuando son las hijas las que necesitan ese conocimiento para defenderse de las agresiones sexistas. Es decir, aún hoy se refuerza ese binarismo: al hombre se le sigue enseñando a usar la violencia y se sigue sin instruir a la mujer sobre cómo defenderse.

No se trata sólo de  sentirnos con el derecho de usar la violencia cuando está en riesgo nuestra integridad. Se trata también de darnos cuenta de que a las mujeres nos han educado en la dulzura, la empatía, la comprensión, y nos han reprimido otras emociones necesarias como la rabia.  Una cosa que me pasa todo el rato es que, como tengo un gesto serio, los hombres me dicen: «sonríe un poco, mujer». ¿Por qué tengo que sonreir? ¿Te crees que soy una azafata o algo? Se extrañan si nuestra actitud no es la de gustarles y complacerles.

Otro ejemplo: cuando he descubierto que alguien en quien confiaba ciegamente me ha engañado, mi primera reacción ha sido intentar comprenderle y excusarle, y hacer como que no me afecta demasiado. ¡Eso no es sano! ¡Tenemos derecho a enfadarnos, necesitamos enfadarnos! ¡Necesitamos pegar un puñetazo a la pared o una patada a una silla! Lo contrario, esto de tragarnos la mala hostia todo el rato, nos lleva a la neurosis.

Fans de Mad Men: sabéis que esa serie está inspiradísima en «La mística de la feminidad», ese clásico imprescindible de Betty Friedan, en el que retrataba a la mujer de los años cincuenta y sesenta. Os hablé de ello en este post. Como os contaba, Friedan habla del «confortable campo de concentración» que es la vida de la ama de casa. Las mujeres de los Mad Men tienen todo lo que habían aprendido a desear. Sin embargo, van acumulando día a día frustración. Sus maridos las hacen sentir todo el rato poca cosa. Ese Don Draper que siempre tiene alguna amante abronca a Betty Draper por haberse comprado un bikini que «es de buscona». Y ella baja la mirada y le contesta: «Perdona, no lo sabía». ESO NOS SIGUE PASANDO. Y tenemos que cabrearnos por ello.

El pacifismo es uno de los rasgos más postivos del feminismo; siempre se dice que es el único movimiento revolucionario que ha conseguido cambiar tan radicalmente la realidad sin derramar una gota de sangre. Es cierto. En la construcción de nuestras nuevas identidades como mujeres más o menos emancipadas, no queremos imitar roles masculinos violentos. No es esa la cuestión. Pero de ahí a amputar nuestra capacidad de enfadarnos y defendernos cuando nos agreden, va un trecho.

¡¡¡¡NINGUNA AGRESIÓN SIN RESPUESTA!!!!

Kukutza aurrera!

21 Sep

El otro día quedé con dos amigas en la terraza de La Alhóndiga, ese nuevo centro cultural super moderno, obra del arquitecto Philippe Starck. Para cuando llegué (soy muy impuntual) ya no estaban: habían salido corriendo espantadas por el pijerío que se respiraba. Un espacio público en el que las copas valen hasta 10 euros y el público mayoritario son señoras con la frente estirada. Esa es la apuesta del señor Azkuna. En cambio, el centro social autogestionado Kukutza no tiene cabida en su ciudad de vanguardia. Escribo mientras la policía intenta desalojar el gaztetxe después de semanas de amenaza. Me llaman diciendo que hay muchas personas heridas.

Reconozco que no he frecuentado apenas Kukutza. No por nada, sino porque no suelo ir a Rekalde y no tengo amistades que hagan vida ahí. Pero tengo gratos recuerdos. La primera vez fui a hacer un reportaje para la asignatura de Reporterismo, en 4º de Periodismo. Quedé obnubilada con lo que me enseñaron: biblioteca, todo un piso para hacer malabares, otro con mesas de ping-pong en las que jugaba un equipo de personas con discapacidad… Me pareció una maravilla. No volví hasta dos años después, ya licenciada e inmersa en los movimientos sociales vascos: en Kukutza se celebró la fiesta de clausura de las Jornadas Feministas de Euskal Herria. Mi organización, SOS Racismo, también ha organizado fiestas ahí. Siempre ha sido una asignatura pendiente ir más: al comedor vegano, a los talleres de autodefensa feminista, me enteré hace poco de que dan clases de reggae dance hall… Kukutza siempre es la referencia cuando pensamos en celebrar unas jornadas, un concierto o fiesta. Es el primer sitio que se nos vino a la cabeza tanto para celebrar el primer aniversario de Pikara como el 20 aniversario de SOS Racismo.

En fin, no voy a repasar cómo ha sido todo, a rescatar los motivos del Ayuntamiento ni los argumentos del gaztetxe para que se mantenga ese espacio. Entre otras cosas, porque voy a desayunar rápido, coger la bici y pasar por Kukutza. Sólo quería expresar que es ese el Bilbao en el que quiero vivir y no ese Bilbao de rascacielos, de congresos internacionales, en el que sólo se escucha el ruido de las obras y el tráfico y se silencia a la gente que está intentando hacer de la ciudad un sitio más libre, igualitario, solidario, sostenible, colorido.

¡Hoy mani a las 17 horas desde la estación de Ametzola!

Los inmigrantes lo tienen más fácil…

15 Sep

…para ser detenidos. Y explotados, y humillados, y excluidos, y discriminados. Antes de ayer, cuando protesté contra la política xenófoba del Gobierno Vasco en materia de protección social, tuve que escuchar las chorradas habituales: que ya vale de que los inmigrantes chupen del bote, que lo tienen más fácil, que les compensa más vivir de ayudas que trabajar, que yo vivo en los mundos de Yupi y la gente no buenista está harta. Me dicen que vivo fuera de la realidad. No, son ellos los que están fuera de la realidad. Sus prejuicios no son reales. Sí que es real, en cambio, la redada de ayer en Bilbao,  en la que fueron detenidas por la Policía Nacional (a petición de la Policía Municipal) más de 40 personas que se encontraban viviendo en un tanatorio abandonado de Basurto (obviamente, porque no tenían casa, no porque les gusten las vistas).

No las detuvieron por haber cometido algún delito, sino por encontrarse en situación irregular. Es decir, por cometer una falta administrativa equivalente a aparcar mal el coche. Sólo que cuando aparcas mal el coche, te multan. Cuando estás sin papeles, te abren una orden de expulsión que eterniza más todavía el largo camino hacia la regularización. Eso en el mejor de los casos; dependiendo de las circunstancias, puedes terminar en un Centro de Internamiento para Extranjeros (o sea, sitios muy parecidos a la cárcel, en los que te pueden tener hasta 60 días y en los que se han denunciado numerosas veces malos tratos, abusos y condiciones muy lamentables) o incluso en un avión de vuelta a tu país de origen.

Esta semana el Gobierno vasco anunció nuevas restricciones para acceder a la Renta de Garantía de Ingresos. En concreto, eleva de uno a tres años el tiempo que una persona tiene que haber estado empadronada en el País Vasco para poder solicitarla. Aunque la consejera Gema Zabaleta afirmaba que ese no era el objetivo, resulta evidente que esa medida perjudicará especialmente a las personas inmigrantes. No sólo porque muchas llevan menos de tres años entre nosotras, sino porque son precisamente las que no llevan tres años empadronadas las que más necesitan acceder a una ayuda social. En la actualidad, la forma más factible de conseguir papeles es por la vía del arraigo social: es decir, la persona demuestra (normalmente a través del empadronamiento) que lleva tres años viviendo en España. Sin papeles no se puede trabajar (fuera de la economía sumergida, vaya). Esto significa que en la mayoría de los casos, si alguien no lleva tres años empadronado, no tiene papeles, por lo que no puede acceder a un empleo, por lo que tiene básicamente dos opciones para sobrevivir: las ayudas sociales o la economía sumergida.

O sea, cuando alguien está sin papeles, no pide una ayuda porque no quiera trabajar, sino porque la Ley de Extranjería no le permite acceder al mercado laboral. ¿Es posible que en esa situación le coja el gusto a cobrar ayudas y pase de trabajar? Pues difícilmente, porque su prioridad será conseguir papeles, y para conseguir papeles hace falta (además de demostrar esos tres años de residencia) presentar una oferta de trabajo por un año. Una vez conseguidos los papeles, para renovarlos periódicamente hace falta haber cotizado en la seguridad social. O sea que una persona inmigrante con permiso de residencia y trabajo no podría decidir dejar de trabajar y vivir de las ayudas sociales, porque en ese caso no podría renovar los papeles y volvería a quedarse en situación irregular.

Pero hay más motivos por los que es un auténtico despropósito plantear que las personas inmigrantes lo tienen más fácil para acceder a ayudas sociales. En primer lugar, no hay ni una sola ayuda social que esté destinada de forma exclusiva o prioritaria a las personas inmigrantes. A todas las personas se les pide que cumplen los  mismos requisitos. Pero es que además, cumplirlos resulta más difícil si eres inmigrante (a esto se le llama, por cierto, discriminación indirecta). Uno de los requisitos es, como digo, el empadronamiento (hasta ahora un año, a partir de que entren en vigor las nuevas medidas, tres años). Como ha demostrado SOS Racismo y como sabe cualquier persona que conozca a gente extranjera, las personas inmigrantes encuentran mayores dificultades para acceder a una vivienda, y más aún a una vivienda en la que se les permita empadronarse. En muchos casos incluso se les pretende cobrar por ello, pese a que el empadronamiento sea un derecho y un deber.

Otro requisito es carecer de propiedades. El problema es que en Bizkaia, por ejemplo, se pide a las personas no nacidas en Euskadi que demuestren no tener propiedades ni aquí ni en su lugar de origen, a través de un certificado de bienes en origen. Esto significa que una mujer que tiene una casita en Bolivia en la que viven sus hijas, no puede cobrar aquí la RGI, por más que se encuentre bajo el umbral de la pobreza y que esa casa en la que viven sus hijas no le reporte ningún beneficio económico. ¿Qué pretende el sistema que haga? ¿Que venda su casa por dos duros y deje a sus hijas sin techo? Pero  incluso para quienes no tienen bienes en origen esta medida resulta una traba, porque conseguir ese certificado es toda una odisea en muchos países. Mucha gente se gasta la primera mensualidad de la RGI en costear este tipo de trámites. Y podría seguir con más dificultades, pero creo que ya es suficiente.

Imagínate el panorama: el sistema te dice que no puedes trabajar de forma legal hasta que no lleves aquí tres años empadronado y consigas una oferta de trabajo de un año. También te dice que no puedes acceder a una ayuda social si no llevas tres años empadronado. Para empadronarte, necesitas una casa en la que vivir. Pero no puedes alquilar una casa porque no tienes ingresos, dado que el sistema no te deja ni trabajar ni cobrar ayudas sociales. Entonces te quedas en la calle y te enteras de que hay un tanatorio abandonado en el que vive gente que se encuentra en tu misma situación. Te vas para allá y vas tirando, hasta que una mañana te despierta un policía que te dice que no puedes estar aquí sin papeles. Esos papeles que llevas años intentando conseguir. Y te ves en un avión volviendo a tu país sin haber un cumplido ninguno de los objetivos que te habías marcado.

De verdad que si alguien sabe todo esto y sigue pensando que las personas inmigrantes lo tienen más fácil, es que es (con perdón) gilipollas.

Puede que tú no supieras estas cosas y pienses: «Ya, pues sí que es injusto, sí. ¿Pero esto que tiene que ver conmigo?» Pues sí tiene que ver contigo. No sólo porque digo yo que una prefiere vivir en una sociedad más justa y humana. Pero incluso siendo egoístas, tendríamos que darnos cuenta de que todas estas políticas xenófobas no nos favorecen en nada y sí que nos perjudican. Porque cuando el Gobierno eleva a tres años el plazo de empadronamiento necesario, lo hace claramente para dejar fuera a las personas inmigrantes, pero de paso está dejando fuera a las que vienen de otras comunidades autónomas, o las que han vivido un tiempo en el extranjero y a la vuelta no encuentran trabajo. Cuando establece que pueden cobrar renta básica un máximo de dos personas por vivienda (esto fue aprobado hace año y medio), deja fuera a personas de todo tipo que comparten piso. Cuando la Diputación exige un certificado de bienes en origen, lo hace para ponérselo más difícil a la población inmigrante, pero también le está haciendo la puñeta a la señora que no tiene ingresos pero que tiene un terreno estéril en Palencia.

Y estoy ciñéndome al asunto de las ayudas sociales, pero la cuestión de fondo es que los diferentes gobiernos han encontrado en la inmigración el chivo expiatorio perfecto para desprestigiar el sistema de protección social y desmantelarlo. Es perfecto: no sólo no se encuentran con protestas, sino que ganan votos. Todo esto y más lo explica perfectamente mi compañero Miguel Angel Navarro en un brillante (y bien documentado) artículo sobre los recortes de derechos publicado en Deia.

Cuando una es consciente de estas cosas, resulta inevitable deprimirse bastante. Pero entonces salgo a la calle con los compañeros senegaleses que han enfrentado penas de cárcel por vender cedés para vivir; con los jóvenes marroquíes que llegaron siendo niños y que quedaron de patitas en la calle nada más cumplir 18 años; con militantes antirracistas, educadores, indignados. Nos desgañitamos gritando «ninguna persona es ilegal», silbamos, damos palmas, cantamos, botamos. Expresamos nuestra rabia, pero también nuestro empeño en construir un mundo más respirable, en el que se persiga al político corrupto y se deje en paz a la trabajadora del hogar que pide una ayuda para completar el sueldo. Y nos sentimos mejor. Por un rato sentimos que estamos cambiando las cosas. Y las cambiamos, aunque no tanto como nos gustaría. Pero concentraciones como las de hoy han servido para parar expulsiones. ¿Esto es creer en los mundos de Yupi? Pues que me digan dónde quedan esos mundos, que nos vamos para allá. Seguro que no nos piden visado.
*

Si quieres hacer algo, te animo a que milites en SOS Racismo. Si no tienes tiempo o ganas para la militancia, puedes apoyarnos económicamente asociándote.

 

Nuestra ciudad soñada, sin fronteras y de colores, dibujada por Inge Rodríguez Madariaga para SOS Racismo-Bizkaia

Acosados

30 Ago

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En La Habana solíamos ir por las noches a tomar una cerveza en el Malecón (uno de los mayores placeres que he experimentado). Para ello, pasábamos por una gasolinera convertida en punto de encuentro gay, en la que se apelotonaban a beber y ligar un porrón de jóvenes, en un ambiente un tanto sórdido. Nos fundíamos con la muchedumbre para comprar cervezas en la tiendita y nuestro amigo cubano, Álex (el mulato apuesto del que os hablé, que aquí definiríamos como metrosexual) se ponía rígido como un palo. Yo ni me enteraba, pero al parecer tenía que aguantar un buen número de comentarios.

Uno de los días le sacamos el tema y nos dijo: «Yo no tengo nada contra los gays pero [ya sabéis, el pero al que siempre sigue un prejuicio] que me dejen tranquilo, que no me hablen ni me toquen». Le contesté que se imaginase ese tipo de acoso todos los días del año, todos los años de su juventud, y sabría cómo nos sentimos nosotras. En Cuba los piropos, los comentarios burdos, los besitos, el marcaje, las miradas lascivas, eran constantes, e intentábamos que no nos amargasen el viaje. Cuando poníamos mala cara o contestábamos, el tío en cuestión nos venía a decir que tendríamos que estar agradecidas de recibir halagos. Lo que nos faltaba era aguantar las quejas de un chico que se enfrenta durante dos minutos al día a algo ligeramente similar. Creo que le hizo pensar.

En mi anterior blog os narré una escena de la serie The L Word en la que una de las protagonistas emplazaba a un colega impresentable que había violado su intimidad a que se escribiera «Fóllame» en el pecho, saliera así a la calle con una sonrisa en la boca y diera las gracias a quien le dijera algo. «Y entonces, jodido cobarde estúpido, sabrás lo que es ser una mujer». Si lo puse entonces es porque no tengo que irme a Cuba, en mi barrio también aguanto comentarios a diario, y lo definí como violencia de baja intensidad (sobre todo cuando te obliga a cambiar de ruta o cuando sientes miedo porque caminas sola de noche y un tío te sigue diciéndote cosas; algo que me pasa a menudo). Hoy encuentro en Facebook el vídeo que os pongo arriba, en el que se recrea la situación de un chico que recibe comentarios lascivos de todas las chicas con las que se cruza. Ojalá estas iniciativas para generar empatía sirvan de algo, aunque me temo que el vídeo no llegará precisamente a los que acostumbran a lanzar besitos por la calle.

Por seguir con la buena racha de comentarios: ¿vosotras qué hacéis ante esas situaciones? ¿Ignoráis los comentarios, os ponéis bordes, recurrís al humor…? ¿Y vosotros os habéis visto en alguna situación que os haya permitido empatizar con las mujeres que sufren acoso en la calle?

Yo no soy escéptica

15 Ago

Desde que volví de Cuba, me gusta pensar que soy hija de Changó y de Ochún. Me gusta ver cómo mis amigos derraman sobre el suelo el primer trago de ron (hay que dar de beber a los santos),  me gustan los vasos de agua que tienen en casa para honrar a sus muertos, y las pulseras y collares con los que se sienten protegidos. Y no es que la rumba y el ron me hayan nublado el sentido (que también). Es parte de la evolución que estoy teniendo respecto a la religión, la espiritualidad y el misticismo desde que de adolescente me declaraba cien por cien atea.

El año pasado disfruté de una estancia maravillosa en una casa de reposo en la que estaban impartiendo un taller de kundalini yoga (yo participé de forma muy satélite). Se trata de una disciplina de yoga que da más importancia a la parte espiritual y energética (sea lo que sea eso) que a hacer posturas imposibles. Por las noches cantábamos mantras: se supone que cada canción genera una vibración en nuestro cuerpo que propicia sentir una emoción positiva (puede ser paz, serenidad, alegría, etc.). Os podéis creer lo de la vibración (yo lo sentí así) o podéis pensar que simplemente cantar en grupo mola y sienta bien, tanto me da.

A lo que voy es que las diferentes religiones del mundo tienen muchas cosas en común: rituales para celebrar la vida y la muerte, rezos y cantos, los rosarios, la costumbre de dar gracias por los alimentos… Creo que las personas necesitamos tener ritos. Me parece un error prescindir de ellos. Las religiones han hecho mucho daño, han promovido una moral rancia y masoquista, han servido para defender los intereses de los poderosos y oprimir a los que pensaban diferente… Estar luchando contra la hegemonía de la iglesia católica me parece un logro importantísimo de las últimas décadas. Pero creo que hay que sustituir todos esos ritos que hemos mamado. Me parece un error que borremos todo lo que nos ha llegado a través de la religión sin crear nada nuevo, que dejemos de celebrar los nacimientos y el amor y de llorar en grupo la muerte, que dejemos de dar gracias por los alimentos, que dejemos de dedicar ratos a la oración y la meditación. (más…)

Censura

4 Ago

Foto de Sergio Parra censurada por el Festival de Mérida

 

Confieso que este post no es más que un pretexto para colgar la foto que ha decidido retirar la dirección del Festival de Mérida y que me tiene embelesada. Se trata de una de las obras de Sergio Parra que componen la exposición Camerinos, que muestra a actores y actrices preparándose para salir a escena. Se ve que la dirección recibió unos 200 e-mails de personas molestas con la imagen de Asier Etxeandia desnudo y cubriéndose el pene con la imagen de un cristo. (más…)

El taxista santero

7 Jun

Tremenda tormenta, fotografiada por Beatriz Uriarte Alonso. Íbamos de Trinidad hacia La Habana

 

Me encantan los taxistas. No sé si estaréis de acuerdo, pero a mí me parece que cuando una viaja por ahí siempre dan un montón de pistas sobre la idiosincrasia del país. Recordaréis que en Colombia me marcó el taxista uribista, un joven exmilitar que llevaba tatuado en el pecho Made in Colombia. Cuba no es el mejor país para charlar con taxistas, porque acostumbran a llevar el reggaeton a un volumen de volverse loca. Pero hubo una excepción de lujo: el taxista santero. (más…)

Aitzol Aramaio

25 Abr

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Me entero tarde por Twitter de que el sábado murió el director de cine Aitzol Aramaio. Le entrevisté dos veces, con lo cuál no puedo presumir de que fuera mi amigo, ni mucho menos. Y la verdad es que aún no he visto ‘Un poco de chocolate’, su primer y último largometraje (el vídeo de arriba es el trailer). No por falta de ganas, pero son de esas cosas que una va postergando. Ayer, haciendo zapping, vi que la echaban en ETB1. No se me pasó por la cabeza que dicha elección pudiera deberse a la muerte de su director.

Unai Elorriaga -autor de ‘Un tranvía en SP’, la novela en la que se basa ‘Un poco de chocolate’- empieza así su obituario para El País: «Intuyo que es prácticamente imposible que nadie que haya conocido a Aitzol Aramaio, aunque sea solamente durante unos segundos, se olvide de él jamás. Tal era la fuerza humana de este peculiar director de cine». Leer eso me ha animado a dedicar un post a Aitzol. Vaya, soy de esas que le conocieron no unos minutos, pero sí unas pocas horas, y sin embargo no fue un entrevistado más. Lo dicho: apenas le conocía, pero me he quedado consternada, y cuando algo me consterna, me hace bien escribirlo aquí.

La primera entrevista se la hice para El País. Era un «De paseo con…». Ya sabéis, típica entrevista ligerita de domingo: cogía a alguien de la cultura vasca y me iba de paseo con él a donde eligiera. Charlábamos sobre su vida y obra, recorríamos lugares especiales para él y recomendaba sitios  en los que comer, dormir, salir… Aitzol, cómo no, eligió su Ondarroa natal. Y con él me enamoré de ella. Aluciné con la frescura de la gente. Imagino que las reacciones que suscita pasear con una de las estrellas del pueblo no son muy representativas, pero vaya, me pareció una gozada asistir a tanto afecto, buen humor, afán por lucir para el periódico la mejor cara del pueblo. Como cuento en la entrevista, nos enseñaban rodaballos gigantes, nos abrazaban (a mí también), nos invitaban a pintxos… Lo dicho, una gozada. Y Aitzol otro tanto: pura vitalidad, fuerza (como dice Elorriaga), sencillez y honestidad.

La segunda entrevista (institucional, y por tanto no va firmada) se debía a un trabajo menos conocido que ‘Un poco de chocolate’: el documental ‘Aitak’, que realizó para la Iniciativa Gizonduz, de Emakunde. El documental fue importante para mí porque lo gestó el que entonces era mi compañero (y por el que conocí a Aitzol), y por tanto viví de cerca el proceso de realizarlo. Se trata de un collage de testimonios de padres diversos: famosos y anónimos, separados, homoparentales, un abuelo… Hablan de sus ilusiones, de sus miedos, de su relación con sus propios padres… Un trabajo que también fue muy especial para Aitzol, ya que cuando lo realizó estaba esperando a su bebé. «Me he dado cuenta de que ser padre no es tan difícil, y que voy a recibir mucho más de lo que tendré que dar. No tengo miedo; será maravilloso», decía. Después siguió colaborando con Gizonduz impartiendo charlas para aumentar la implicación de los hombres en la paternidad.

Os dejo con un resumen de ‘Aitak’:

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Un abrazo a todas las personas que le han conocido y querido.