Historico por Tag: el harén de occidente

Bra-burning. Reflexiones sobre el sujetador

14 May

 

María, autora de Las princesas también friegan, nos propuso sacarnos fotos quemando nuestros sujetadores, en plan gesto nostálgico hacia las feministas estadounidenses de los años setenta. Ahí va mi foto. No quemé el sujetador porque vale una pasta. Pero me apetecía apoyar a María y, además, tratar este tema en mi blog.

En alguna otra ocasión ya he dicho cómo me tomo estas cosas. Coincido con la teoría queer en que desde pequeñas nos imponen una serie de «prótesis» (es el concepto que usa mi queridx M en Conflicto, y que me encanta) cuya función es remarcar la diferencia sexual, recordarnos que somos mujeres y no hombres, con todo lo que esto supone. Desde pequeñas, las que nos sentimos encantadas de la vida con el color rosa y queremos ser princesitas, nos probamos los tacones, el pintalabios y el esmalte de uñas de nuestras madres (bueno, en mi caso, de mi abuela y mi tía, que mi madre pasaba de esas prótesis). Recuerdo lo ansiosa que estaba por empezar a depilarme, y la ilusión que me hizo cuando mi madre me regaló los dos primeros sujetadores, después de años empeñada en usar top (pese a no tener tetas) y más años todavía empeñada en llevar las dos piezas de bikini en la playa (pese a que mi familia era nudista). Vaya, que mientras que la feminidad era una imposición horrorosa para muchas niñas, a mí me encantaba sentirme una mujercita.

Pero lo que quería decir (que ya me estoy enrollando) es que no estoy en contra de esas prótesis, sino a favor de cuestionar su uso y, a partir de ahí, hacer lo que nos dé la gana. En concreto, estoy a favor de usar las prótesis una vez que nos hemos demostrado a nosotras mismas que no las necesitamos. Es decir, primero hagamos el ejercicio de aceptarnos al natural, y después usemos lo que nos parezca estético o divertido. (más…)

Cuerpos de feministas cubanas. Marilyn Solaya

24 Feb

Marilyn Solaya, realizadora

«Hay gente que no me perdona haber sido bella»

Marilyn Solaya, junto al cartel de uno de sus documentales, 'En el cuerpo equivocado'

Marilyn Solaya fue una de la actrices de ‘Fresa y chocolate’, la película que se cita siempre como punto de inflexión en el que se inició el largo camino hacia la normalización de la diversidad sexual en Cuba. Aunque se hiciera conocida como actriz, se formó en dirección, y ha orientado su carrera hacia la realización de documentales que siempre integran la perspectiva de género y el interés por la sexualidad. En ‘Mírame, mi amor’ denuncia el exhibicionismo masculino, tan habitual en los cines, parques y paseos de La Habana. Ahora se encuentra presentando ‘En el cuerpo equivocado’ en diversos festivales (se proyectó en la última edición de Zinegoak) una cinta que se acerca a la vida de Mavi, la primera transexual operada en Cuba, para reflexionar sobre cómo influyen los estereotipos sexistas en la construcción de la identidad de las personas trans. (más…)

Cuerpos de feministas cubanas. Isabel Moya

23 Feb

Una de las mecenas de mi proyecto cubano, Gisela, me propuso el siguiente tema:  cómo las feministas cubanas sienten sus cuerpos y los cambios corporales. También preguntaba qué discurso tienen las feministas hacia el papel que juega la vestimenta y la estética en la construcción de la feminidad, si asocian el ser feminista a una estética determinada… Me dediqué a hacerles esa pregunta y luego me di cuenta de que mis compañeras feministas cubanas presentan cuerpos de lo más diversos: blancos, negros, mestizos, gordos, flacos, quemados, recién paridos, en sillas de ruedas… He podido recoger experiencias dispares sobre cómo ser feminista les ha ayudado a aceptar su cuerpo o, por el contrario, cómo tener un cuerpo diferente al de la norma les ha acercado al feminismo. Empiezo esta serie con Isabel Moya Richard, directora de la Editorial de la Mujer de Cuba, quien además es experta en las representaciones de las mujeres en la prensa y la publicidad.

Isabel Moya, periodista

«El feminismo me ayudó a aceptar mi cuerpo, a sentirme feliz en él, aunque esté en silla de ruedas»


Foto tomada del blog del Instituto Internacional José Martí

 

¿Cómo ha influido el feminismo en la relación que tienes con tu cuerpo?

Yo tengo una discapacidad física, una enfermedad que me impide asimilar el calcio, por lo que tuve que usar aparatos para caminar hasta los 12 años. Después hubo que operarme las piernas, así que he tenido cicatrices. Yo diría que la propia representación del cuerpo me hizo acercarme al feminismo. En mi casa me criaron con mucho cariño y reforzaron mi autoestima. Tengo un hermano menor y nos criaron igual, sin lástima y sin sobreprotección. En mi casa naturalizaron que las personas son diferentes. Mi madre siempre hace un cuento: pasaba por la tele una novela, ‘Enrique de Lagardere’, cuyo protagonista se disfraza de un jorobado, Esopo. Todas las niñas querían ser la princesa, y todos los varones Enrique de Lagardere. Yo decía toda contenta: “¡Yo soy Esopo! ¡Yo soy Esopo!”, y mi madre lloraba, pero yo le digo que eso quiere decir que me quería como era.

Siempre fui un poco transgresora. No me ponía a intentar seguir lo que todo el mundo hacía porque yo ya era diferente. Tenía dos opciones: o sufría todo el tiempo o hacía de mi diferencia un motivo de orgullo, como el orgullo gay. Fui una protofeminista: no tenía ni idea de feminismo pero me sentía muy empoderada. Después caí en la revista Mujeres de pura casualidad y al principio me parecía que no tenía nada que hacer ahí. El verdadero periodismo me parecía el de política. Pero cuando empecé a hacer reportajes, a conocer la teoría de género y a feministas latinoamericanas, descubrí que eso era lo que había pensado siempre sin haberlo sistematizado. (más…)

Androcentrismo absoluto

21 Nov

Un mapa teñido de azul ilustra la mayoría absoluta del PP en las elecciones de hoy. Tenía tan asumido que esto iba a pasar, que no me provoca grandes reflexiones. Sin embargo, se me ocurre que ese color azul que lo inunda todo le va como anillo al dedo a las fotos que ha dejado esta noche electoral. Ha sido una gran victoria para la derecha, pero también para el androcentrismo. Sólo una candidata, Rosa Díez. Sólo una mujer entre quienes ocuparán los siete asientos de Amaiur en el Congreso de los Diputados. Mayoría absoluta de hombres en el debate de TVE; total en el de ETB2. Cuando en TVE se ha pedido un titular a los directores de los principales periódicos, hemos vuelto a recordar que no hay ninguna mujer al frente de los diarios más leídos.

Las mujeres han ocupado durante la campaña y durante esta noche un lugar secundario y, sobre todo, ornamental. Ana Blanco, Pepa Bueno y Ana Pastor (impecables, eso sí) se dedican a recabar opiniones de expertos. Elena Valenciano y Ana Mato cumplen con el arquetipo de «gran mujer detrás de un gran hombre». Sí, detrás, y sin poder. Por no hablar de las esposas de los mandatarios. Me ha indignado ver que tanto el PSOE como el PNV han dispuesto a sus militantes de forma que el líder apareciera en la televisión rodeado por mujeres. Mujeres que no tienen ni nombre ni voz. No me sirve que Amaiur prometa hacer política feminista, si no es capaz de algo tan básico como garantizar la presencia justa de mujeres en puestos de poder.

Me indigna que así las cosas tanta gente siga pensando que activar medidas para la paridad supone discriminar a los hombres y reducir a las mujeres a una cuestión de cuotas. Se ve que es mejor ser mujer-florero que mujer-cuota. También me enerva saber que mucha gente pensará al leerme: «ya está esta pesada con su disco rayado». Como si pedir que la mitad de la población dejemos de ser ciudadanas de segunda fuera una cabezonería, una neura como otra cualquiera.

Concha Caballero publicó el pasado jueves en El País un artículo que me llega a través de Beatriz Gimeno, en el que lamenta la drástica pérdida de protagonismo de las mujeres en el PSOE. Copio un par de fragmentos:

Tras años en los que la igualdad de género fue una seña de identidad de su formación política, la presencia y, sobre todo, el poder político de las mujeres ha decaído abruptamente. Sus grandes mítines y presentaciones públicas son masculinas y patriarcales. Si acaso, alguna mujer oficia de presentadora o telonera de sus compañeros masculinos. Y es que, desde que comenzó la crisis económica, se ha edificado una simbología y un imaginario masculino que ha barrido de escena no solo la presencia de las mujeres, sino todos los debates que afectan al desarrollo social. Además, se ha apelado a construcciones muy arraigadas en el inconsciente colectivo, según las cuales la autoridad y los tiempos difíciles necesitan liderazgos masculinos, centralizados y de edad avanzada.

(…)

Han logrado convencernos de que la economía es neutral en vez de la rama más política e ideologizada de las ciencias sociales. Apelan a que votemos con el bolsillo, no con las ideas. “Ya nos ocuparemos de las demás cosas cuando salgamos de la crisis”, nos dicen. Pero no es verdad. Saldremos de la crisis con el modelo social que hayamos diseñado en estos años. La misteriosa desaparición de las mujeres en campaña, las escasas referencias a la igualdad, el revival de “la mujer de su casa” no es una insignificancia sino un serio aviso de retroceso social.

Efectivamente, en tiempos de bonanza a Zapatero le quedó estupendo declararse feminista, rodearse de ministras que posaban para Vogue y lanzar leyes de igualdad. Pero ahora que hay crisis ya no estamos para esas chorradas; ahora necesitamos a tíos que salven el país de la debacle económica.

El problema es que las mujeres también nos creemos que nuestra presencia en la vida pública es un asunto menor, respecto a otros tan fundamentales como la recuperación de la economía o la lucha por la autodeterminación del pueblo vasco. Esos son el tipo de temas que importan, los que movilizan, los que provocan el hundimiento de algunos partidos y el éxito de otros. Que se respete a la mitad de la ciudadanía se reduce a «el tema de género», «el tema de la mujer», ese que se despacha dedicándole un coqueto apartado rosa en el programa electoral.

Así las cosas, toca volver a lo más elemental, recordar que las mujeres somos la mitad de la Tierra, la mitad de España, la mitad de Euskal Herria, la mitad del electorado, la mayoría en las aulas de Periodismo. Ni Rajoy ni Otegi (si se me permite citarle sin venir mucho a cuento) nos van a salvar de nada. Porque estamos bien jodidas. Y lo seguiremos estando, tanto en una España próspera como en una Euskal Herria libre. Todos los partidos políticos, sean de derecha o de izquierda, están dominados por hombres que, por muy enrollados que parezcan, no van a renunciar a su poder para permitir que las mujeres ocupen el lugar que nos corresponde por ser la mitad de la humanidad. Izquierda Unida y Amaiur son buenas pruebas de ello. Han tenido tiempo para cambiar, y no lo han hecho.

Me da mucha pena, yo que he sido gran defensora de la implicación de los hombres en la lucha por la igualdad, ponerme en este plan, pero es así. A ver si espabilamos de una vez y aprendemos a defender y a priorizar nuestros derechos; un sano egoísmo que de paso sentaría de perlas a esta sociedad tan enferma desde el punto de vista económico, político y moral.

Rectificación: Me he olvidado de Uxue Barkos al afirmar que Rosa Díez es la única candidata. Lo siento.

 

Rabiosas

1 Oct

Uno de los lemas que coreamos con más fuerza en las manis feministas es «En caso de duda, tú la viuda». Lo gritamos con una sonrisa maliciosa, como si fuera una transgresión de la leche defender algo tan obvio como que cuando nuestro maltratador intenta asesinarnos, es legítimo y necesario defendernos incluso aunque si el resultado es que terminamos asesinándole nosotras a él.  Otro de los lemas que sentimos un poco macarra es «picha violadora, a la licuadora». Sin embargo, siempre me he preguntado, como lo hace Virginie Despentés (bueno, creo recordar que se lo pregunta en Teoría King Kong) por qué no hay más mujeres que arrancan de cuajo la polla de sus violadores cuando éstos les obligan a hacerle una mamada.

Maitena Monroy, la gran formadora en el País Vasco de autodefensa feminista, llama la atención en sus talleres sobre lo mucho que empatizamos con los agresores. Cuando nos cuenta estrategias para prevenir una agresión o plantar cara a un acosador (no puedo contar qué estrategias son, pero algunas les ponen en evidencia en público, otras les hacen un poco de daño) es habitual que alguna diga «qué pobre, ¿eso no es pasarse un poco?», y que la mayoría lo pensemos. Nos da apuro pasarnos de bordes y de agresivas con un tío que nos está agrediendo. Ella suele poner el símil del robo: cuando tenemos la sospecha de que alguien nos va a robar, no andamos con esos remilgos para defendernos.

El uso de la violencia es uno de los debates más novedosos, transgresores y delicados del feminismo (bueno, igual las feministas de los setenta lo debatían, pero yo no estaba ahí). Hay colectivos como Medeak que de alguna forma quieren romper con el esquema mujer víctima y hombre agresor, propiciando que las mujeres se reapropien del uso de la violencia. Vaya, no hablan de dedicarse a apalear a hombres. Hablan de autodefensa. De cabreo legítimo. De no dejar que los machistas sigan acosándonos, maltratándonos, asesinándonos. Mirad este párrafo:

«En los tribunales nos juzgan como lesbianas, como feministas radicales. Nos dicen que salimos en manada a matar hombres heterosexuales. Seguramente, será pura casualidad que sean las nuestras las que acaban siempre muertas. Mientras tanto, sus leyes solo pueden leernos como victimas. No nos dejan contestar; la autodefensa es violencia, pero paradójicamente su violencia nunca es violenta… (…) y aprenderemos a defendernos de vuestra violencia!! CABRONES!!!»

Ilustran el post con imágenes impactantes: una mujer desnuda desangrándose ante la mirada de un hombre, un grupo de monjas con rifles, y una manifestaciones de mujeres árabes en las que una porta un fusil. Soy la primera a la que me cuesta la forma de expresarse de Medeak y que recurra a esa iconografía violenta. No he sido capaz de ver Kill Bill (ya lo sé, imperdonable) ni Fóllame, dos películas de culto para las jóvenes feministas cabreadas. Cuando en los debates han sacado el tema de reapropiarnos de la violencia en según qué situaciónes, se me ha rayado el disco y sólo era capaz de pensar: «Soy pacifista, soy pacifista, soy pacifista, soy pacifista…» Pero estoy cambiando de idea.

El sábado pasado, en un bar, un tipo que estuvo a punto de recibir una hostia de una feminista (la paró el camarero) por lo mismo, se puso a acosar a una amiga mía (también feminista, pero de estética nada sospechosa de serlo). Por acosar me refiero a que se puso a ligar con ella invadiendo su espacio vital, ella le dijo que la dejara en paz, y él siguió insistiendo, acorralándola de forma que ella, que es super alta, no podía salir de ahí ni empujándole. Se había quedado sola en el bar, así que no veía a nadie conocido que le echase un cable. Una cuadrilla de tíos miraban el espectáculo divertidos. Hay que ser gilipollas. Un par de días después, estaba en la calle con mi amiga cuando el acosador pasó por delante de nosotras y le dijo algo tipo «qué guapa eres». Ella le contestó: «¿A que te pego una hostia?» Y a él eso le hizo gracia. ¡Le hizo gracia! A mí me han llegado a soltar eso de «qué guapa te pones cuando te enfadas». Mi amiga me decía que igual tenemos que conseguir que vean que vamos en serio, que podemos soltarles una hostia perfectamente, para que se lo piensen dos veces antes de agredirnos.

Claro que hay un pequeño problema: al menos yo no sé pegar una hostia. Nunca lo he hecho. Ni tan siquiera he jugado a pelearme con nadie (al contrario de estos niños que se pelean como cachorritos de león). La mayoría de las mujeres somos analfabetas en materia de lucha. Monroy se preguntaba en el taller al que asistí cómo es posible que los padres sigan enseñando a pelear a los hijos, cuando son las hijas las que necesitan ese conocimiento para defenderse de las agresiones sexistas. Es decir, aún hoy se refuerza ese binarismo: al hombre se le sigue enseñando a usar la violencia y se sigue sin instruir a la mujer sobre cómo defenderse.

No se trata sólo de  sentirnos con el derecho de usar la violencia cuando está en riesgo nuestra integridad. Se trata también de darnos cuenta de que a las mujeres nos han educado en la dulzura, la empatía, la comprensión, y nos han reprimido otras emociones necesarias como la rabia.  Una cosa que me pasa todo el rato es que, como tengo un gesto serio, los hombres me dicen: «sonríe un poco, mujer». ¿Por qué tengo que sonreir? ¿Te crees que soy una azafata o algo? Se extrañan si nuestra actitud no es la de gustarles y complacerles.

Otro ejemplo: cuando he descubierto que alguien en quien confiaba ciegamente me ha engañado, mi primera reacción ha sido intentar comprenderle y excusarle, y hacer como que no me afecta demasiado. ¡Eso no es sano! ¡Tenemos derecho a enfadarnos, necesitamos enfadarnos! ¡Necesitamos pegar un puñetazo a la pared o una patada a una silla! Lo contrario, esto de tragarnos la mala hostia todo el rato, nos lleva a la neurosis.

Fans de Mad Men: sabéis que esa serie está inspiradísima en «La mística de la feminidad», ese clásico imprescindible de Betty Friedan, en el que retrataba a la mujer de los años cincuenta y sesenta. Os hablé de ello en este post. Como os contaba, Friedan habla del «confortable campo de concentración» que es la vida de la ama de casa. Las mujeres de los Mad Men tienen todo lo que habían aprendido a desear. Sin embargo, van acumulando día a día frustración. Sus maridos las hacen sentir todo el rato poca cosa. Ese Don Draper que siempre tiene alguna amante abronca a Betty Draper por haberse comprado un bikini que «es de buscona». Y ella baja la mirada y le contesta: «Perdona, no lo sabía». ESO NOS SIGUE PASANDO. Y tenemos que cabrearnos por ello.

El pacifismo es uno de los rasgos más postivos del feminismo; siempre se dice que es el único movimiento revolucionario que ha conseguido cambiar tan radicalmente la realidad sin derramar una gota de sangre. Es cierto. En la construcción de nuestras nuevas identidades como mujeres más o menos emancipadas, no queremos imitar roles masculinos violentos. No es esa la cuestión. Pero de ahí a amputar nuestra capacidad de enfadarnos y defendernos cuando nos agreden, va un trecho.

¡¡¡¡NINGUNA AGRESIÓN SIN RESPUESTA!!!!

Acosados

30 Ago

Imagen de previsualización de YouTube

En La Habana solíamos ir por las noches a tomar una cerveza en el Malecón (uno de los mayores placeres que he experimentado). Para ello, pasábamos por una gasolinera convertida en punto de encuentro gay, en la que se apelotonaban a beber y ligar un porrón de jóvenes, en un ambiente un tanto sórdido. Nos fundíamos con la muchedumbre para comprar cervezas en la tiendita y nuestro amigo cubano, Álex (el mulato apuesto del que os hablé, que aquí definiríamos como metrosexual) se ponía rígido como un palo. Yo ni me enteraba, pero al parecer tenía que aguantar un buen número de comentarios.

Uno de los días le sacamos el tema y nos dijo: «Yo no tengo nada contra los gays pero [ya sabéis, el pero al que siempre sigue un prejuicio] que me dejen tranquilo, que no me hablen ni me toquen». Le contesté que se imaginase ese tipo de acoso todos los días del año, todos los años de su juventud, y sabría cómo nos sentimos nosotras. En Cuba los piropos, los comentarios burdos, los besitos, el marcaje, las miradas lascivas, eran constantes, e intentábamos que no nos amargasen el viaje. Cuando poníamos mala cara o contestábamos, el tío en cuestión nos venía a decir que tendríamos que estar agradecidas de recibir halagos. Lo que nos faltaba era aguantar las quejas de un chico que se enfrenta durante dos minutos al día a algo ligeramente similar. Creo que le hizo pensar.

En mi anterior blog os narré una escena de la serie The L Word en la que una de las protagonistas emplazaba a un colega impresentable que había violado su intimidad a que se escribiera «Fóllame» en el pecho, saliera así a la calle con una sonrisa en la boca y diera las gracias a quien le dijera algo. «Y entonces, jodido cobarde estúpido, sabrás lo que es ser una mujer». Si lo puse entonces es porque no tengo que irme a Cuba, en mi barrio también aguanto comentarios a diario, y lo definí como violencia de baja intensidad (sobre todo cuando te obliga a cambiar de ruta o cuando sientes miedo porque caminas sola de noche y un tío te sigue diciéndote cosas; algo que me pasa a menudo). Hoy encuentro en Facebook el vídeo que os pongo arriba, en el que se recrea la situación de un chico que recibe comentarios lascivos de todas las chicas con las que se cruza. Ojalá estas iniciativas para generar empatía sirvan de algo, aunque me temo que el vídeo no llegará precisamente a los que acostumbran a lanzar besitos por la calle.

Por seguir con la buena racha de comentarios: ¿vosotras qué hacéis ante esas situaciones? ¿Ignoráis los comentarios, os ponéis bordes, recurrís al humor…? ¿Y vosotros os habéis visto en alguna situación que os haya permitido empatizar con las mujeres que sufren acoso en la calle?

Superwoman, ¿porque quiero?

28 Ago

La periodista Luz Sánchez-Mellado publica hoy una columna en El País titulada Feminista radical. En ella se declara de alguna manera hija de la lucha por la emancipación femenina (hace guiños a las feministas con referencias a «Ni putas ni sumisas» y a temas clave de la agenda feminista como el techo de cristal y la discriminación salarial), pero concluye que si no puede más con su ajetreada vida de periodista de éxito, madre y mujer fabulosa, es por la presión que ella misma se mete:

Por mis congéneres oprimidas mato, que diría otra clásica. Pero seamos serias: aquí y ahora, según en qué medio y estatus, otra cosa no, pero lo que es presión nos la metemos nosotras. Y te lo digo yo, que hay noches en que desmaquillarme se me hace un mundo.

Que me perdonen las ortodoxas, pero estoy hasta los ovarios de ir con la pancarta de nosotras parimos, nosotras decidimos por la vida. Me tiño porque quiero, me ciño porque puedo y llevo tacones porque me da la gana. Mis sacrificios y mis juanetes me cuesta ir medio mona. Para gustarme a mí misma, sí, pero también a los tíos, por qué no admitirlo. Bastante tienen algunos con encontrar su sitio, qué culpa tienen ellos de los milenios de patriarcado judeocristiano.

Y termina diciendo que cuando no puede más se pega un atracón de galletas o se va de compras a Zara, «porque lo que me gasto en trapos me lo ahorro en loqueros». Termina así:

Soy paritaria e igualitaria como la que más. Igual no pasaría un examen de limpieza de sangre feminista. Pero qué voy a hacer. Nadie es perfecta.

Me parece curioso que una persona que conoce el feminismo e incluso se declara feminista no sea capaz de entender o de explicar que ese es el gran triunfo del machismo en Occidente: hacernos creer que la opresión la ejercemos nosotras mismas. Nos sentimos mucho más liberadas que las árabes: nos da mucho gustito pensar que no tenemos un marido que nos obligue a llevar velo (idea simplista, ya que hay árabes que llevan velo porque quieren, árabes que no llevan velo, occidentales con maridos que no les dejan llevar falda, occidentales con jefes que les obligan a llevar falda…) Pero como bien explica Fátema Mernissi en El harén de Occidente (libro que he citado en mis blogs ocho mil veces), el patriarcado, que es universal, controla a las mujeres árabes a través del espacio (velo en el espacio público para que no lo sientan como su lugar en el mundo) y a las occidentales a través del tiempo: la tiranía de la eterna juventud, de la talla 38. Y dice Mernissi que la primera forma de opresión puede ser más cruda, pero la segunda es más eficaz por su sutileza, porque nos hace creer que somos nosotras las que decidimos ponernos a dieta.

Esta claro que la presión nos la metemos nosotras. Y sí, también lo dice una experta en presionarse, en pretender ser la mejor en el trabajo, la mejor para la pareja, la mejor ante el espejo. El patriarcado (perdonad que use un concepto que puede sonar tan poco tangible, pero es que es así) triunfa cuando nos creemos que nos presionamos tanto porque nos va la marcha. Hay mujeres que te dicen que no son feministas porque no sienten esa opresión. Mujeres que han sabido romper con los roles sexistas, que no sienten la necesidad de cumplir con el modelo de feminidad hegemónica, que viven su sexualidad en libertad. Me alegro un montón por ellas y siento envidia sana. Tal vez yo sea feminista porque no he sido capaz de romper moldes por mí misma: porque no me raparía el pelo ni loca, porque me da miedo viajar sola, porque no enseño las piernas con pelos, porque nunca iría a una primera cita sin pintarme los ojos…

Creo que entre flagelarme por mis ramalazos de chica cosmopolitan e ir por la vida de víctima del patriarcado, hay un término medio. Para mí ese término medio está en entender que existen unos mecanismos de opresión de las mujeres, pero que tenemos capacidad para enfrentarlos y construir nuestro propio modelo. Vaya, que no me diga Sánchez-Mellado que la percepción que tenemos sobre nuestros cuerpos (esa que nos lleva a vernos más bajas y gordas de lo que estamos, a pensar que necesitamos tacones y sujetadores con relleno para ser estilizadas pero con curvas) no tiene nada que ver con el mandato patriarcal de que las mujeres tenemos que estar siempre deseables para los hombres. Hay muchos intereses económicos en juego para que esa situación no cambie: recordemos el poder que ostentan las industrias cosméticas, dietéticas, farmacéuticas y de moda.

Otra cosa es que el proceso de liberarnos de esas presiones no tenga por qué pasar por la ruptura total con el modelo de feminidad hegemónica. Se trata de ser un poco más libres, pero también más felices. Llega el sábado y me gusta ponerme guapa: pintarme los ojos, enfundarme el sujetador push-up para lucir escote y los tacones para presumir de piernas. Para gustarme yo y para gustar al resto, claro. La cuestión es identificar que todo eso no es innato a mi condición de mujer, y tener claro que no lo necesito para aceptarme a mí misma.

Lo malo no es que nos guste el escote con push-up. Lo malo es estar acomplejadas cuando no lo llevamos. Lo malo no es llevar tacones de vez en cuando. Lo malo es destrozarnos los pies y la espalda porque sin ellos nos vemos bajitas y rechonchas. Lo malo no es maquillarnos para destacar nuestros rasgos. Lo malo es no salir de casa sin pintarnos porque nos vemos feas.

La teoría queer aporta el concepto de performatividad de los géneros. Es decir, la feminidad y la masculinidad hegemónica son performances, son puro teatro, son disfraces que aprendemos a ponernos desde pequeños, hasta el punto de pensar que no se trata de un disfraz, sino de nuestra propia piel. Lo importante, desde mi punto de vista, es ver mi ritual de ponerme guapa los sábados una performance que yo elijo hacer. Una vez que me acepto como soy, yo decido cuándo y cómo me apetece performar la feminidad. Como digo, para mí las reglas son no depender de esos accesorios «feminizantes» y usarlos porque disfruto con ellos. Si no me gustase andar con tacones, no los llevaría. Si me gustase ir de compras, lo haría sin necesitar justificarme con que me sirve para ahorrarme el loquero (yo es que me lo paso bien con mi loquera).

Claro que no todo es tan fácil. Uno de los caballos de batalla para mí es la depilación. No me gusta depilarme, me parece una inversión de tiempo y dinero indignante, pero lo cierto es que en estos momentos no me veo yendo por la vida con minifalda y pelambreras. En algunos momentos de mi vida he optado por intentar reconciliarme con mis pelos. En este momento no me apetece esa batalla, prefiero hacerlos desaparecer de la forma más rápida y cómoda posible, y disfrutar del veranito sin preocuparme por ello. Ahí estoy de acuerdo con ella: hay cosas que no tenemos energía para cambiar ahora mismo; lo asumimos aunque no pasen el feministómetro, y aceptamos no ser perfectas, ni a ojos del patriarcado ni del feminismo ortodoxo.

Estaba hablando de este post con mi amiga Tina y ha aportado una idea que para mí da en el clavo: todas esas cosas asociadas a ser una mujer fabulosa, una superwoman, las hacemos para sacar nota las que podemos permitírnoslo. Otras están a sobrevivir. El problema está que las mujeres necesitamos hacer mucho más para sacar el aprobado raspado. Si hablamos del cuerpo, cubrirse las canas, quitarse los pelos y combatir la celulitis son los mínimos que se le pide a toda mujer. Otro ejemplo que ha puesto es el de la conciliación: los padres que ejercen como tales sacan nota, hay que darles la palmadita en la espalda si deciden reducir jornada; en cambio, se da por hecho que la mujer tiene que hacer malabares para no descuidar sus obligaciones familiares. No se la premia por hacerlo, y se la juzga como mala madre y mala mujer si no lo hace.

En definitiva, seguimos estando bien jodidas y lo que faltaba es culparnos por ello, pensar que si seguimos así es porque no somos capaces de hacer las cosas de otra manera. Por eso soy feminista, porque me parece injusto pedir a las mujeres que sean libres por su cuenta, que sean capaces de escapar a todas esas presiones. Si hemos avanzado, si hemos llegado a «aquí y ahora» es por las mujeres que decidieron unirse contra la dominación masculina. De no verlo así, caemos en la misoginia que tan a fondo nos  han metido: en pensar que la que se gasta el sueldo en cremas anticelulíticas y antiarrugas es porque es tonta. En pensar que Sánchez-Mellado se queja de vicio cuando se declara agotada por tener que ser la mujer-madre-profesional perfecta.

 

Morbosas, segunda parte

22 Jul

«¿Has leído ‘La cama de Pandora‘?» Me preguntó un amigo bloguero recordando mi post Morbosas, en el que criticaba que las mujeres seguimos sin poder hablar en público sobre sexo de forma normalizada. Ayer me pasé por ese blog que se publica en El Mundo cuya autora (firma como Pandora Rebato) escribe con desparpajo sobre su copiosa vida sexual. Cuenta por ejemplo que en una feria del libro conoció a un poeta atormentado, se enrollaron, y en una edición posterior de la cita literaria, le hizo una mamada debajo de la caseta mientras él firmaba dedicatorias. Últimamente ha hablado de su escarceo lésbico en el Orgullo LGTB, frustrado porque tenía la regla; de una boda griega en la que folló con un invitado, el condón se rompió y tuvo que comprar la píldora del día después en el aeropuerto… Entretenido, vaya.

Me acordé de este blog tras descubrir otro de tono y contenidos similares, El sexo de Lucía, en la que su protagonista nos habla de la rabia que da escuchar a los vecinos follar (cuando tú no tienes plan), cuenta batallitas de sus amigas, y entre post y post nos vamos enterando de que ella (y en este caso firma con nombre y apellido) es mutiorgásmica, sólo hace mamadas a gente muy allegada, y le ponen un montón los pasamontañas. No seré yo la que critique a dos mujeres que hablan de sexo sin tapujos en sus blogs. De hecho, admiro su capacidad de lidiar con babosos. Lucía Martín transmite reiteradamente que sus lectores le piden que sea más explícita y escribe sobre e-mails que ha recibido para tomar un café o incluso para una sesión de comerse los morros (le indignó). Pandora tiene deshabilitada la opción de dejar comentarios (imaginaos el aluvión de burradas que habría) pero a cambio invita a la gente que le escriba e-mails.

Lo dicho, super a favor de que haya blogs en los que se hable de aventurillas sexuales en primera persona. Pero veo dos problemas. En primer lugar, ambos blogs están situados en comunidades (El Mundo y FronteraD) muy masculinizadas. Los tíos hablan de un montón de temas; las tías tienen un blog sobre sexo que en buena parte viene a satisfacer el morbo del público masculino (también del femenino, claro). El segundo problema que le veo es el tono: ambos blogs nos hablan de mujeres con una rica vida sexual, con pocos complejos, que se sienten en posición de aconsejar sobre cómo hacer una buena mamada, que alertan sobre los errores que deserotizan en la cama (dejarse puestos los calcetines, y demás), y que meten mucha caña a los hombres (Martín lo reconoce en alguno de sus posts). (más…)

Beldur barik

6 Jul

Ilustración de Alterna, sacada de su blog http://alter-nati-va.blogspot.com

Esta vez no fue una soledad elegida. Pero la experiencia ha sido igual de empoderadora y liberadora que cuando he viajado sola. El sábado llevé a cabo otra pequeña transgresión: ir a un concierto sola. Y no a cualquier concierto, sino a uno de reggaeton cubano. Gente de Zona fue nuestra banda sonora en Cuba. Ya es casualidad que un mes después de mi regreso actuasen en Bilbao. Pues hay más: el mismo día del concierto coincidí con los músicos de Gente de Zona en un avión y fuimos charlando. Tenía pensado ir al concierto con dos amistades, pero a última hora cancelaron por distintos motivos. Podía quedarme en casa frustrada o irme sola. Y me decanté por lo segundo.

Ir de fiesta en solitario es un tabú, más aún en una cultura en la que no somos especialmente sociables. Cada quien sale con su cuadrilla e interactúa lo justo, y casi siempre con la intención de ligar. Creo que casi cualquier persona tiene reparos en salir sola, por el miedo a aburrirse y por el miedo a parecer algo patética. En el caso de las mujeres, se suman dos temores más: el de sufrir algún tipo de agresión sexista y el de ser juzgada, el miedo al qué dirán. Creo que son los dos miedos más potentes que nos meten hasta el tuétano. El miedo a la violación, el terror sexual, nos condiciona hasta a la hora de caminar del metro a casa. Y el miedo a que te tachen de puta parece más liviano, pero por mucho que una intente, sigue pesando. (más…)

Trágatelo tuti

13 Jun

 

El zapatero del barrio pega un impúdico repaso a Bea

 

«¡Parecen cubanas!», nos suelta un mulatón despampanante que pesca en una playa paradisíaca en calzoncillos blancos de Dolce y Gabanna. Nos morimos de la risa. Nos han tomado por alemanas, italianas, francesas, rusas… Y pretende que nos creamos que parecemos cubanas, luciendo palidez rojiza en bikini. Se pasará el resto del día cortejándome: «Qué cuerpito más lindo tienes. ¿Tú eres modelo en Bilbao? Pues deberías». Y me susurra en el mismo tono confidencial en el que me ha ofrecido cocinarnos pescado (lo cuál es ilegal): «Vente a caminar conmigo. Vamos a bañarnos juntos». Yo le digo que ni de coña, que él flipa. Y me contesta: «No, si yo no quiero follal (los cubanos no dicen «follar», sólo cuando quieren dárselas de hablar nuestro idioma), eso está en vuestra cabeza, que no pensáis en otra cosa. Yo sólo quiero jugal«. (más…)