Historico por Tag: libertad sexual

«Te digo yo que eres hetero»

16 May

Ilustración de Emma Gascó para Pikara Magazine

 

Hace poco aprendí una palabra: «heterodesignar». Dícese de la acción de decir a otra persona lo que es. Por ejemplo, decir a alguien que se siente vasco que, le guste o no, es español porque Euskadi pertenece a España. O al revés, vaya, decirle a alguien que no se puede sentir español porque vive en Euskal Herria, que es una nación. Me la enseñó una persona a la que heterodesigné: le empecé a discutir el hecho de que no se siente mujer (sí, yo tenía el transfeminismo en modo off). Poco después me sentí heterodesignada, y me dio qué pensar.

Primero ocurrió que le dije a una amiga por teléfono que tenía ganas de echarme novia. Me contestó que eso de cambiarse de acera está muy bien como chiste, pero que no es real. Le contesté que me gustan las mujeres, que he tenido rollos, historias y cuelgues por mujeres. Pero que por circunstancias nunca había tenido novia. Me contestó que no lo sabía.

Otro día, estaba con un grupo de amistades y salió el tema de la heteronorma. Cuando dije que también me gustan las tías, se pusieron a preguntarme cosas como: «Pero, a ver, ¿te parecen guapas o te ponen?» «¿Te las follarías?» «¿Con qué tipo de mujeres te acostarías?» Todo en condicional, dando por hecho que no me he acostado con mujeres.

La tercera situación se dio cuando estaba tomando algo con tres lesbianas que conozco del entorno laboral, hablando precisamente de salir del armario. Una le dijo a otra de broma: «June todavía no entiende, pero estamos trabajando en ello». «¿Qué te hace pensar que no entiendo?», le contesté airada. «Pues porque en tu blog y las redes sociales hablas a menudo de tu vida sentimental y nunca he leído nada que indique lo contrario». Le dije que en mi blog y en Pikara me he desmarcado de la heterosexualidad, que en Facebook he hablado de chicas, y que lo que ocurre es que tengo mala suerte con las mujeres (comentario medio de broma).

He dudado en escribir este post, porque me siento muy expuesta cuando hablo de este tipo de temas. Me creo a pies juntillas que «lo personal es político», pero le doy muchas vueltas cada vez que cuento algo de mis relaciones o de mi vida sexual, porque sentirse expuesta tiene su aquel. Pero eso de que por mi vida virtual se me presuponga hetero, me dio qué pensar. ¿Debería visibilizar mi no heterosexualidad? ¿O en realidad el sesgo está en quien lee? No me identifico con ninguna etiqueta (ni bisexual, ni hetero ni lesbiana), y hablo de mi relación con las mujeres con normalidad, sin esconder nada, cuando sale el tema con las amigas, en el trabajo o incluso con la familia (ahí con menos normalidad, pero lo hago). Pero se ve que para visibilizar la diversidad sexual es importante explicitar las cosas.  (más…)

Cuba y el sexo: hablan dos jóvenes comunicadoras feministas

14 May

BBC Mundo *

 

«¿Cómo viven las jóvenes la sexualidad en Cuba, teniendo en cuenta la menor influencia de la moral católica?», me preguntó una de mis minimecenas**. En pleno congreso de Sexología del Cenesex, que tenía a las expertas absorbidas, no tuve ocasión de contactar con ninguna especialista en el tema. Hablé con alguna adolescente de forma informal (y con mis amistades veinteañeras), pero tampoco dio tiempo a organizar un grupo de discusión. Un día quedé con las tres comunicadoras feministas que promueven el proyecto ‘Género y Cultura’ (que incluye organización de debates y también actividades con jóvenes), y me parecieron estupendas para que me hablasen también de este tema.

Lirians y Helen tienen 26 años (y Lirians ha sido madre recientemente); y Danae (se unió más tarde a la conversación), es treintañera y madre de un adolescente. Les agradezco mucho que hablasen tan largo y tendido tanto de sus experiencias personales, como de sus opiniones acerca de la sexualidad entre la gente joven. Hay que aclarar que les planteé la cuestión de decir «sí» y «no», y no identificaban que hubiera dificultades en ese aspecto. Sí que me hablaron en cambio de desigualdades respecto a la vivencia de la primera vez, la masturbación o los roles en las relaciones abiertas. Insistieron constantemente en que la sociedad cubana es (como todas) muy diversa y que no conviene generalizar. Esto es lo que me contaron:

¿Es importante la primera vez para las chicas?

Lirians: Cuba es un Estado laico, pero nuestra historia viene de mucho más atrás, hay una tradición judeocristiana muy enraizada y un patriarcado vigente a pesar de que en este proceso revolucionario de 50 años se haya reivindicado la participación de las mujeres en los espacios públicos. Y una de las estrategias de la cultura machista es controlar el cuerpo de las mujeres. Así es que se mantienen mitos como el de la primera vez. También depende de los espacios. No es lo mismo las mujeres de las ciudades que las de zonas rurales. Se ha avanzado en soltar prejuicios y ganar libertad, pero en determinados espacios. En mis tiempos, la primera vez era importante para muchas. Se lo imaginaban con velas, delicado… En la universidad, puede que las chicas empiecen a romper con roles.

Helen: La iniciación sexual es temprana, entre los 12 y 14 años. Esto puede hacer pensar que hay más libertad. En las familias no supone un conflicto terrible que la niña de 12 años empiece a tener relaciones sexuales. En el imaginario se reproduce una idealización de la primera vez, como ese momento idílico. Ya no es la virginidad como un bien preciado a preservar, pero sí que se cree que hay que entregárselo al que sea digno de ello.

¿Y qué papel juega las ganas de tener sexo en la primera vez?

H: Te apetece tener sexo, pero eso va acompañado de una idealización sobre el lugar, la persona, la puesta en escena. En muchos casos la primera vez tiene lugar en una escalera, rápido cuando los padres se fueron de la casa, en un área deportiva… Eso supone frustración por ese ideal que no se cumple.

L: Sigue habiendo mitos sobre el placer sexual, como que el orgasmo es lo más sublime. Una relación sexual sin orgasmo, ¿qué cosa es? En la universidad es más común eso de las relaciones abiertas, el sexo en grupo, el intercambio de parejas, los tríos… Hay una flexibilidad a la hora de experimentar más allá de la pareja tradicional. Pero un amigo me dijo que los chicos no se miran ni se tocan; las muchachas sí que se intenta que tengan contacto.

¿La masturbación es tabú?

L: La masturbación en las mujeres sigue siendo tabú en lo público y, bajo mi experiencia, en lo familiar. En los espacios como los medios de comunicación en los que se habla de autoerotismo, se habla de los varones: la necesidad de respetar sus espacios, se combaten los prejuicios como que les van a salir ampollas… Se toca el tema de las muchachas como una referencia, pero no se profundiza. Se reprime. Se insiste mucho en temas de salud, el uso del condón. Pero falta hablar más de placer. (más…)

Cuba y el sexo: sobre pingas caribeñas, modas europeas y prejuicios sexistas

6 May

 

No elijo esta foto (tomada en una discoteca gay) por ser representativa de nada, sino porque me encanta

En el imaginario europeo, Cuba se asocia inmediatamente al sexo. Buena parte de la población se ha creído el estereotipo. Al menos cuando hablan con las turistas: los hombres (tanto jineteros profesionales como jóvenes aspirantes) repiten como loritos el mito de que “nadie te va a follar mejor que un cubano”. Olivia, de Krudas Cubensi, habla mucho de las pingas mágicas de los cubanos; de que Cuba ha estado tan ligada tradicionalmente al turismo sexual, que los cubanos se han creído eso de que sus pingas son únicas y maravillosas, y eso influye en que la sociedad cubana sea especialmente falocéntrica. Puede ser. De las mujeres no puedo hablar; no sé si también susurran a los turistas que cuando prueben un «bollo» cubano no querrán otra cosa.

Al hilo del mito de que “en Euskadi no se folla”, he debatido con diferente gente sobre si se puede decir que una sociedad determinada es o no más sexual. Yo creo que, aunque nunca está bien generalizar, en Cuba se nota mucho la menor represión. Se nota que el sexo no sólo no es pecado ni por asomo, sino que es entendido como uno de los mayores placeres de la vida, que no sólo hay que gozar, sino cultivar, desarrollar. Otro tema además es que con el auge del reguetón, el sexo está presente a todas horas. Puedes encontrarte con vídeos como este (uno de los que más han escandalizado, debido a las escenas lésbicas y de sexo en grupo) en el taxi, en la cafetería por cuenta propia, en la discoteca…:

Imagen de previsualización de YouTube

Fui a una santera de Habana Vieja que me tiró las cartas. Entre otras muchas cosas, me dijo: “Veo poco sexo. No tienes sexo todos los días”. Me reí por dentro y pensé que eso era cultural: ¿hay alguna vasca que tenga sexo todos los días? Se lo conté a mis amistades cubanas, y la reacción fue en todos los casos una mezcla de cachondeo y lástima hacia mi escasa (según sus parámetros) vida sexual. “Por supuesto que tengo sexo todos los días, si es lo mejor que hay”, me decía la gente. No sé hasta qué punto será real o será un decir.

En todo caso, Cuba no es que sea tampoco el paraíso de la libertad sexual. De hecho, cuando charlas con la gente, ves que su realidad tiene que ver más con la nuestra que con la fantasía caribeña que nos hemos montado. Coitocentrismo, juicios morales sexistas, mitos como el de la virginidad femenina y demás patrones machistas siguen vigentes. Las conversaciones con mis conocidas de allá no distaban mucho de las que tengo con mis amigas de aquí: las mismas alegrías, problemas y frustraciones. Incluso una de las cosas que más gracia me hizo es que en Cuba a todo lo que suena a relaciones y sexo liberal le llaman: «vivir a la europea». Las pelis españolas subidas de tono y el turismo ávido de sexo salvaje son los responsables de que nos atribuyan esa fama. Ahora, que desde mi punto de vista es innegable que el erotismo está mucho más integrado en la vida cotidiana cubana, y eso es una auténtica gozada.

Norma, una de mis mecenas, me planteó la siguiente cuestión: ¿cómo afecta la menor influencia de la moral católica en la sexualidad de las jóvenes y en su capacidad para decir “sí” y “no”? Así que fue un asunto que pregunté mucho y en el que también observé mucho. Saqué las siguientes conclusiones generales (que, como conclusiones generales que son, resultan simplistas y generalizadoras): (más…)

Transexualidad en Cuba: entrevista a Alberto Roque, responsable en Cenesex de la atención a transexuales

19 Abr

Alberto Roque. Foto: SEMLAC

El 22 de mayo de 1988, después de lograr que la Organización Mundial de la Salud y que la histórica guerrillera cubana y fundadora de la Federación de Mujeres Cubanas Vilma Espín se interesasen por su caso, Mavi Sussel se convirtió en la primera persona que accedió a la cirugía de reasignación sexual en Cuba. El Ministerio de Salud Pública tardó 20 años en volver a autorizar operaciones, como resultado de la creación en 2004 de la Comisión Nacional de Atención Integral a Transexuales dentro del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), adscrito al Ministerio. 15 personas han accedido hasta el momento a la cirugía genital en la isla.

Alberto Roque Guerra, especialista en medicina interna, es uno de los responsables de la atención a transexuales en el Cenesex, institución en la que entró en 2004 «por activismo», cuenta. Fue uno de los asistentes que más participó en el debate sobre transfeminismo que dinamicé en La Habana. No fue posible formalizar las autorizaciones que hubieran sido necesarias para entrevistarle en nombre del Cenesex. Me tuve que conformar con entrevistarle por correo electrónico, además de compartir con él una hora de conversación off the record en la que me habló del funcionamiento de las redes de activistas LGTB adscritas al Cenesex, de cómo concilia su activismo a favor de la diversidad sexual con su condición de militante activo en el Partido Comunista Cubano (que sigue arrastrando una homofobia histórica que obstaculiza la aprobación de las reformas legales a favor de los derechos de la comunidad LGTB que promueve el Cenesex), y de su desconfianza hacia la prensa extranjera, dado que en anteriores entrevistas se sintió manipulado.

En persona, Roque se expresa con pasión y vehemencia, y no se muerde la lengua. Aunque por email, y hablando en nombre de la institución, se muestra más sucinto, se posiciona claramente respecto a temas polémicos como la prostitución o el asociacionismo autónomo. (más…)

Cuerpos de feministas cubanas. Yasmín S. Portales Machado

5 Mar

Yasmín Silvia Portales Machado. Activista

«¿Por qué uso velo? Porque soy feminista y visto como me da la gana»

Yasmín, durante la entrevista, fotografiada por Caridad, mi anfitriona.

«Soy cubana. Mi vida es un fino equilibrio entre el ejercicio de la maternidad, el feminismo y el marxismo crítico». Así se presenta Yasmín Silvia Portales Machado en su blog. Esta crítica literaria y activista en varios frentes (Observatorio Crítico, el proyecto LGTB autónomo Proyecto Arcoiris…) tiene muy presente la máxima de «lo personal es político». Cuando conocí su blog, primero me emocioné mucho por haber encontrado a una mujer que fuera crítica con el sistema cubano desde el compromiso feminista y marxista. Mi siguiente emoción fue una gran curiosidad al ver en su foto de perfil que lleva velo. Mi hipótesis absurda era que tal vez simbolizase su adscripción a algún tipo de corriente o religión africanista.

 

Nos escribimos durante meses y, cuando llegué a La Habana, me invitó a comer en su casa con su familia. Vi que tiene la piel del rostro y de buena parte del cuerpo quemada. Una parte de mí se dijo: «Ah, se pone velo para taparse las quemaduras». La otra parte de mí no se quedó satisfecha con esa suposición. Le puse el corto ‘Hiyab‘, sobre una adolescente musulmana a la que la orientadora del instituto le presiona para que se quite el velo. Nos dimos la razón en que el feminismo debe defender, también en este tema, el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos y a vestir como les de la gana. Fue casualidad, no le puse el corto con ánimo de sacar el tema, pero aproveché la coyuntura para preguntarle a bocajarro: «¿Y tú por qué llevas velo?» «Pues porque me da la gana», zanjó firme pero sonriente. No insistí. Después de compartir durante  un mes muchos buenos momentos juntas, aproveché el rol de periodista para volver a las andadas. Abajo tenéis la respuesta.

En fin, Yasmín -con su velo, su piel quemada, su inteligencia, su espíritu crítico, su humor ácido, la foto de su boda con Rogelio (ella con velo blanco de novia como Dios manda) colgada en ese mismo blog en el que se declara bisexual- desafía nuestra rigidez mental, nuestra necesidad pueril pero irreprimible de señalar con el dedo lo diferente, de etiquetar, de pretender entenderlo todo. Después de un mes compartiendo muchos buenos momentos, tenía ganas de escucharle hablar sobre su cuerpo, pero ya no por la curiosidad inicial, sino porque sabía que me iba a fascinar su relato.

¿El feminismo te ayudó a aceptar tu cuerpo?

Fue mi cuerpo el que me llevó al feminismo, porque es un cuerpo lleno de cicatrices. Me llevó a cuestionarme la lógica de la belleza y de la feminidad. En secundaria, me hacía muchas preguntas acerca de cómo nos educaron a las mujeres. Me preguntaba si yo podía ser mujer siendo tan fea, porque sabía que los hombres podían ser feos, pero las mujeres no. (más…)

Cuerpos de feministas cubanas. Isabel Moya

23 Feb

Una de las mecenas de mi proyecto cubano, Gisela, me propuso el siguiente tema:  cómo las feministas cubanas sienten sus cuerpos y los cambios corporales. También preguntaba qué discurso tienen las feministas hacia el papel que juega la vestimenta y la estética en la construcción de la feminidad, si asocian el ser feminista a una estética determinada… Me dediqué a hacerles esa pregunta y luego me di cuenta de que mis compañeras feministas cubanas presentan cuerpos de lo más diversos: blancos, negros, mestizos, gordos, flacos, quemados, recién paridos, en sillas de ruedas… He podido recoger experiencias dispares sobre cómo ser feminista les ha ayudado a aceptar su cuerpo o, por el contrario, cómo tener un cuerpo diferente al de la norma les ha acercado al feminismo. Empiezo esta serie con Isabel Moya Richard, directora de la Editorial de la Mujer de Cuba, quien además es experta en las representaciones de las mujeres en la prensa y la publicidad.

Isabel Moya, periodista

«El feminismo me ayudó a aceptar mi cuerpo, a sentirme feliz en él, aunque esté en silla de ruedas»


Foto tomada del blog del Instituto Internacional José Martí

 

¿Cómo ha influido el feminismo en la relación que tienes con tu cuerpo?

Yo tengo una discapacidad física, una enfermedad que me impide asimilar el calcio, por lo que tuve que usar aparatos para caminar hasta los 12 años. Después hubo que operarme las piernas, así que he tenido cicatrices. Yo diría que la propia representación del cuerpo me hizo acercarme al feminismo. En mi casa me criaron con mucho cariño y reforzaron mi autoestima. Tengo un hermano menor y nos criaron igual, sin lástima y sin sobreprotección. En mi casa naturalizaron que las personas son diferentes. Mi madre siempre hace un cuento: pasaba por la tele una novela, ‘Enrique de Lagardere’, cuyo protagonista se disfraza de un jorobado, Esopo. Todas las niñas querían ser la princesa, y todos los varones Enrique de Lagardere. Yo decía toda contenta: “¡Yo soy Esopo! ¡Yo soy Esopo!”, y mi madre lloraba, pero yo le digo que eso quiere decir que me quería como era.

Siempre fui un poco transgresora. No me ponía a intentar seguir lo que todo el mundo hacía porque yo ya era diferente. Tenía dos opciones: o sufría todo el tiempo o hacía de mi diferencia un motivo de orgullo, como el orgullo gay. Fui una protofeminista: no tenía ni idea de feminismo pero me sentía muy empoderada. Después caí en la revista Mujeres de pura casualidad y al principio me parecía que no tenía nada que hacer ahí. El verdadero periodismo me parecía el de política. Pero cuando empecé a hacer reportajes, a conocer la teoría de género y a feministas latinoamericanas, descubrí que eso era lo que había pensado siempre sin haberlo sistematizado. (más…)

Primer premio, por partida doble

20 Feb

En La Habana, un babalao me dijo: «Estás sentada encima de la fortuna, y no la ves». Unos días después me conecté a internet y encontré un email en el que se me notificaba que he ganado mi primer premio periodístico. Hasta hoy no podía hacerlo público. Lo del babalao es por empezar el post con algo de color, no me hagáis caso.

Pikara Magazine, la revista digital feminista que he puesto en marcha junto con Itziar Abad, Lucía Martínez Odriozola y Maite Asensio Lozano, publicó su primer reportaje el 18 de noviembre de 2010. Lo firmamos Paloma Migliaccio y yo, y arrancaba así:

¿Será niño o niña?

June Fernández y Paloma Migliaccio

El sistema sanitario decide en qué género vivirán los bebés que nacen con algún tipo de intersexualidad. Activistas e investigadoras debaten si la cirugía de asignación es necesaria para crecer en una sociedad binaria, o una forma de mutilación genital que atenta contra la autonomía sexual de quienes no encajan en las etiquetas “hombre” y “mujer”. La discusión esconde una pregunta de fondo: ¿es la intersexualidad una patología o una clara manifestación de la diversidad sexual?

Leer el artículo completo

El reportaje iba acompañado de las entrevistas a dos activistas que nacieron con una intersexualidad: Mauro Cabral y Gabriel Martín.

Pues bien, esos textos han recibido el galardón nacional del Premio de Periodismo de la Unión Europea ‘Juntos contra la discriminación’. Esto nos permite optar a uno de los tres premios que se entregarán entre los trabajos ganadores de los 27 concursos nacionales. (más…)

Carne y pescado

28 Oct

Un buen día recibí un sms de una amiga, en el que me decía que es bisexual, que ha decidido salir del armario como bisexual, y que se ha dado cuenta de que hay una bifobia de la leche. La llamé, un poco desconcertada. No con la revelación en sí, sino con la necesidad de comunicarla, y además con esa solemnidad. Yo sabía que ella había tenido sexo con mujeres (aunque todas sus parejas habían sido hombres), y me llamó la atención esa necesidad de reafirmarse. Me explicó que había decidido que es importante reivindicar la identidad «bisexual» (entendida como persona que puede sentirse atraída y amar tanto a mujeres como a hombres), dado que es cuestionada tanto por las personas heterosexuales, como por gays y lesbianas.

Estoy de acuerdo en lo de la bifobia. He escuchado muchas veces por parte de heteros que pueden entender que a alguien le guste la gente de su mismo sexo, pero que lo de darle a la carne y el pescado es vicio. (Sí, sí, así lo ha expresado gente veinteañera).  También he asistido a los prejuicios y cuestionamientos de muchas lesbianas. Las mismas que animan a que todas nos definamos como lesbianas políticas y que llaman a salirse del binarismo y la heteronorma, tachan de heterocuriosas a las que empiezan a plantearse intimar con mujeres.

Sin embargo, le decía a mi amiga que tampoco se trata de ir de víctimas, que lo cierto es que las personas que son percibidas como homosexuales se enfrentan a la discriminación y el rechazo día a día, mientras que ella, como bisexual que sólo ha tenido relaciones de pareja con hombres, no vive la presión de la heteronorma con tal violencia.

En cambio, esta conversación me llevó a darme cuenta de otra cosa: en mi círculo de amistades, yo diría que no hay ni una sola mujer que no admita con naturalidad sentirse atraída hacia las mujeres, y un buen porcentaje ha mantenido relaciones sexuales con mujeres. Sin embargo, no se definen como bisexuales, y sus escarceos con mujeres son puntuales y anecdóticos. Siguen ligando con hombres, enamorándose de ellos, iniciando relaciones con ellos. Y cuando después de varios fracasos sentimentales -influidos en gran medida por el impacto del machismo en la relación- dicen de coña eso de «me voy a hacer lesbiana», se queda en una broma. Siguen esperando a su príncipe azul (o a su compañero de vida, que suena más moderno).

Yo ya he dicho muchas veces que soy queer para esto de la orientación sexual, que no creo demasiado en las categorías «homosexual», «heterosexual» y «bisexual», más allá de que cada quien se defina como más le apetezca, y que no me identifico con ninguna de esas etiquetas. Sin embargo, considero que quienes no nos hemos sentido y definido como homosexuales, tendemos a seguir por el carril de la heteronorma sin desviarnos demasiado, porque es lo más cómodo, el territorio conocido.

En el artículo que escribí con motivo del Orgullo LGTB me preguntaba cómo hubiera sido mi vida sentimental y sexual si la heterosexualidad no hubiera sido la norma; si cuando sentía atracción por una amiga, hubiera actuado en consecuencia en vez de creerme los consejos de la SuperPop de que es normal confundir los sentimientos hacia las amigas. Es un poco como esto de los genes dominantes: de la misma forma que si un embrión tiene boletos de tener los ojos azules o marrones, es más probable que los tenga marrones, si una persona siente atracción hacia personas del sexo opuesto y de su mismo sexo, es más probable que se instale cómodamente en la heteronorma. Quiero decir que, por lo general, se impone el modelo hegemónico de amor y de sexualidad. Porque lo contrario siempre supone cierto conflicto tanto con una o uno mismo, como con el entorno (porque, no nos engañemos, la diversidad sexual no está normalizada ni de lejos).

En el caso de las mujeres, esto se une a que estamos más socializadas en ser objetos de deseo que sujetos de deseo; estamos más entrenadas para hacer que nos seduzcan que para seducir. Simplificando mucho: si a mí me gusta un chico en un bar, le echo alguna mirada, y espero a que venga a hablar conmigo. Tal vez me invite a una copa, tal vez me saque a bailar. Si me gusta una chica, ¿qué hago? ¿Voy a hablar con ella? ¿Y si no es lesbiana? ¿Y si le molesta? ¿Le echo miradas a ver si viene? ¿Tendrán las lesbianas otros códigos de ligoteo? Estás son algunas de las preguntas e inseguridades que se nos pueden pasar por la cabeza y por las que nos acaba entrando la pereza. Mucho más seguro para nuestra autoestima quedarnos en el mercado hetero y esperar a que un tío que nos guste se lance a conquistarnos.

Este es uno de los argumentos que esgrimía mi amiga en su defensa de la bisexualidad: cuando una reconoce ante sí misma y ante su gente que le gustan las mujeres y los hombres, eso le lleva a cambiar ciertas inercias. Le lleva a explicitar la posibilidad de iniciar relaciones con mujeres. Le lleva a estar más receptiva. Si va en el metro, y ve una chica guapa, igual se anima a echarle una sonrisa o una miradita pícara, como hubiera hecho con un chico guapo.

Al fin y al cabo, si hacemos caso a Beatriz Preciado en que las sexualidades se pueden aprender como quien aprende varios idiomas, para ello habrá que ser un poquito proactiva. Es como si tratamos de aprender inglés limitándonos a ver pelis en versión original, a ver si de tanto  hacer oído un día nos arrancamos a soltar un speech con perfecto acento de L.A. Pues no, tenemos que poner un poquito más de nuestra parte, atrevernos a chapurrear, hacernos un viajecito a Londres o proponer clases de intercambio a algún o alguna guiri (sí, hoy estoy sembrada con las metáforas).

En todo caso, estoy de acuerdo con las que defienden la identidad «lesbiana política» en cuanto a que lo importante no es cómo se sienta cada persona y con quien se acueste, sino que empecemos por hacer una apuesta decidida por la diversidad sexual, como un derecho que nos beneficia a todas las personas. Por tanto,  insisto en lo importante que es que todas las personas nos impliquemos contra la homofobia, empezando por revisar y superar nuestros propios prejuicios heterosexistas.

 

El macho que llevo dentro

24 Oct

Mike, Yago y Ander acaban de nacer

Anteayer nació Yago. Nació con 23 años. Le gusta bailar hip-hop y break en el parque con los colegas. Está buscando algún curso en Lanbide porque no le sale curro. Suele parecer avinagrado, aunque es bastante pacífico, y le entran ataques de risa a menudo. Bueno, cuando no le entra la depre, porque se siente solo en el mundo.

Y eso que anteayer nacieron otros también: su bro’ Ander; Leo, el bohemio; Mike, un hijo de escoceses que toca la guitarra en la calle; Anartz, tío de izquierdas y mendizale, y Salva, miembro del movimiento de hombres por la igualdad. Cada uno de su padre y de su madre, vaya. Prácticamente lo único que tienen en común es Mario: un madrileño sexy que hace trabajillos de modelo y actor, y cuando no le salen pone cocktailes. Mario no nació ayer, sino que lleva ya años alumbrando nuevos hombrecillos.

Por si alguien no se ha enterado de nada, estoy hablando de mi primer taller drag king. Quien no sepa lo que es un taller drag king, que se lea este artículo de M en Conflicto, quien dinamizó la actividad, organizada por Pikara Magazine. En resumen, se trata de practicar técnicas de performar la masculinidad, con el objetivo de desnaturalizar los géneros: es decir, así como sabemos que una mujer no nace sino se hace (Simone de Beauvoir), un hombre también se puede hacer. El fundamento teórico de esta práctica es la teoría queer, que nos enseña que los géneros son construcciones sociales y nos anima a transitar entre las identidades «mujer», «hombre», «heterosexual», «lesbiana», etc., en vez de vivirlas como categorías fijas e inmutables.

La primera vez que tuve a un king frente a frente fue con las Medeak en las Jornadas Feministas de Euskal Herria de 2008. Además de interesarme como propuesta teórica y política, he de reconocer que me quedé fascinada con uno de los kings. En fin, nos pasa a casi todas. Una de las cosas más interesantes de los drag king, como siempre comenta M en Conflicto, es explorar las dinámicas de deseo que genera: en mujeres que se definen como heteros (pese a que saben que eres una mujer), en lesbianas (aunque estás performando la masculinidad), en hombres que se definen como heteros (pese a que tienes aspecto de hombre), en hombres que se definen como homosexuales (aunque sepan que eres una mujer)… Lo explica de maravilla en este post. (Una curiosidad: si leéis los comentarios, veréis que ahí le dejé el mío animándole a colaborar con Pikara, que en aquél momento era un embrión). Nosotros no ligamos demasiado, aunque fue curioso pasar de ese rol pasivo de ponerte guapa, que los chicos te miren y te aborden, a dedicarnos a buscar a chicas que nos motivasen, pensar en cómo entrarlas y temer su rechazo.

Se trata de un taller muy valioso para reflexionar sobre los géneros: cómo se construyen, cómo se reproducen, cómo los percibe la gente, cómo performamos feminidad y masculinidad en nuestro día a día… Otra utilidad del king es testar cómo nos sentimos ante la ambigüedad. A la gente le desconcierta muchísimo no poder clasificarte automáticamente como hombre o mujer. Y yo misma sentí resistencias tránsfobas (por decirlo de alguna manera) al ver por ejemplo a un compañero drag con su barba y unas tetas generosas.

Los drag king no tienen por qué imitar y parodiar la masculinidad más hegemónica y burda. Hay tantas masculinidades como hombres, y tantos kings como masculinidades. Hay kings sensibles, tímidos, intelectuales, femeninos, osos, punkies… Lo que ocurre es que a veces elegir un personaje típico como fue en mi caso el rapero, puede resultar más fácil para empezar. También se tiende a la caricatura porque una de las funciones de los talleres drag king es la de permitirnos imitar esas actitudes consideradas masculinas que nos han vetado a las mujeres, porque no son de señoritas. Así es que nos lo pasamos genial tocándonos el paquete, diciendo tacos, hablando de culos y tetas, poniéndonos farrucos… Pero también fuimos conscientes de lo aburrida y encorsetadora que es la masculinidad hegemónica. Eso de apostarte en la barra birra en mano y hablar de deportes no es lo mío.

En todo caso, una de las lecciones más interesantes que he sacado de esta experiencia es que no se trata de buscar modelos fuera sino de explorar mi propia masculinidad. Estábamos cenando en un restaurante chino (la camarera, que se reía todo el rato, estuvo genial cuando se dirigió a nosotros con un: «Chicos, chicas: ¿queréis postre?»), y cuando me puse a manejar los dineros, Anartz (drag king de una buena amiga que me conoce mucho) dijo: «Ahora ha salido tu lado masculino auténtico». Al día siguiente, fui consciente de roles asociados a la masculinidad que me salen de forma natural todo el rato, pese a que en espacios queer he tendido a definirme como femenina.

Por tanto, para la próxima experiencia king, voy a sustituir a Yago (que no tiene nada que ver conmigo) por alguien que me permita conectar con aquellas cualidades que son mías, pero que tal vez no desarrollo tanto, o no soy tan consciente de ellas, como en el caso de mis cualidades asociadas a la feminidad. Así que mi próximo king rozará los 30 años, será exitoso, ambicioso, emprendedor, micromachista (bajo el barniz de tío progre enrollado), algo ególatra, seductor…

El king es interesante también como ejercicio de autoconocimiento. La cuestión es que cuando identificas todas las piezas que componen lo que eres, puedes reordenarlas y construir el puzzle como más te apetezca. Reconocer todas esas actitudes, ver cuáles hemos potenciado y cuáles hemos reprimido, distinguir cuáles son elegidas y cuáles impuestas, cuáles nos hacen felices y cuáles nos lastran. Como ya he defendido en alguna otra ocasión, la teoría queer resulta muy liberadora, porque esto de reconocer el género como una performance, como un disfraz de quita y pon, permite romper un montón de esquemas mentales rígidos, y vivir tanto la feminidad como la masculinidad (y la ambigüedad) de forma más ligerita y satisfactoria.

Porque, para quienes tengan estos prejuicios freudianos de que los talleres drag king denotan envidia de pene (o, en jerga feminista, que se trata de imitar modelos masculinos), conviene subrayar que el resultado no es necesariamente renegar de la feminidad, sino incorporar (o descubrir) nuevos elementos para enriquecer nuestra identidad. Por simplificar un poco, no soy partidaria de renunciar a los tacones y la minifalda, sino de alternarlos con los calzoncillos y la gomina. Porque ambas opciones son igual de artificiales en mí, y a la vez es tan propio de mí jugar con unas como con otras. Mucho más divertido que limitarnos a vestir de uniforme igualitario, dónde va a parar.

Si os tienta la idea, espero que pronto organicemos otro taller o una quedada drag. Aviso: me consta que no soy la única que tiene la cabeza puesta en la próxima vez. Esto engancha.

De izquierda a derecha, Mario, Yago, Leo, Mike y Ander, en un bar del centro de Bilbao

Rabiosas

1 Oct

Uno de los lemas que coreamos con más fuerza en las manis feministas es «En caso de duda, tú la viuda». Lo gritamos con una sonrisa maliciosa, como si fuera una transgresión de la leche defender algo tan obvio como que cuando nuestro maltratador intenta asesinarnos, es legítimo y necesario defendernos incluso aunque si el resultado es que terminamos asesinándole nosotras a él.  Otro de los lemas que sentimos un poco macarra es «picha violadora, a la licuadora». Sin embargo, siempre me he preguntado, como lo hace Virginie Despentés (bueno, creo recordar que se lo pregunta en Teoría King Kong) por qué no hay más mujeres que arrancan de cuajo la polla de sus violadores cuando éstos les obligan a hacerle una mamada.

Maitena Monroy, la gran formadora en el País Vasco de autodefensa feminista, llama la atención en sus talleres sobre lo mucho que empatizamos con los agresores. Cuando nos cuenta estrategias para prevenir una agresión o plantar cara a un acosador (no puedo contar qué estrategias son, pero algunas les ponen en evidencia en público, otras les hacen un poco de daño) es habitual que alguna diga «qué pobre, ¿eso no es pasarse un poco?», y que la mayoría lo pensemos. Nos da apuro pasarnos de bordes y de agresivas con un tío que nos está agrediendo. Ella suele poner el símil del robo: cuando tenemos la sospecha de que alguien nos va a robar, no andamos con esos remilgos para defendernos.

El uso de la violencia es uno de los debates más novedosos, transgresores y delicados del feminismo (bueno, igual las feministas de los setenta lo debatían, pero yo no estaba ahí). Hay colectivos como Medeak que de alguna forma quieren romper con el esquema mujer víctima y hombre agresor, propiciando que las mujeres se reapropien del uso de la violencia. Vaya, no hablan de dedicarse a apalear a hombres. Hablan de autodefensa. De cabreo legítimo. De no dejar que los machistas sigan acosándonos, maltratándonos, asesinándonos. Mirad este párrafo:

«En los tribunales nos juzgan como lesbianas, como feministas radicales. Nos dicen que salimos en manada a matar hombres heterosexuales. Seguramente, será pura casualidad que sean las nuestras las que acaban siempre muertas. Mientras tanto, sus leyes solo pueden leernos como victimas. No nos dejan contestar; la autodefensa es violencia, pero paradójicamente su violencia nunca es violenta… (…) y aprenderemos a defendernos de vuestra violencia!! CABRONES!!!»

Ilustran el post con imágenes impactantes: una mujer desnuda desangrándose ante la mirada de un hombre, un grupo de monjas con rifles, y una manifestaciones de mujeres árabes en las que una porta un fusil. Soy la primera a la que me cuesta la forma de expresarse de Medeak y que recurra a esa iconografía violenta. No he sido capaz de ver Kill Bill (ya lo sé, imperdonable) ni Fóllame, dos películas de culto para las jóvenes feministas cabreadas. Cuando en los debates han sacado el tema de reapropiarnos de la violencia en según qué situaciónes, se me ha rayado el disco y sólo era capaz de pensar: «Soy pacifista, soy pacifista, soy pacifista, soy pacifista…» Pero estoy cambiando de idea.

El sábado pasado, en un bar, un tipo que estuvo a punto de recibir una hostia de una feminista (la paró el camarero) por lo mismo, se puso a acosar a una amiga mía (también feminista, pero de estética nada sospechosa de serlo). Por acosar me refiero a que se puso a ligar con ella invadiendo su espacio vital, ella le dijo que la dejara en paz, y él siguió insistiendo, acorralándola de forma que ella, que es super alta, no podía salir de ahí ni empujándole. Se había quedado sola en el bar, así que no veía a nadie conocido que le echase un cable. Una cuadrilla de tíos miraban el espectáculo divertidos. Hay que ser gilipollas. Un par de días después, estaba en la calle con mi amiga cuando el acosador pasó por delante de nosotras y le dijo algo tipo «qué guapa eres». Ella le contestó: «¿A que te pego una hostia?» Y a él eso le hizo gracia. ¡Le hizo gracia! A mí me han llegado a soltar eso de «qué guapa te pones cuando te enfadas». Mi amiga me decía que igual tenemos que conseguir que vean que vamos en serio, que podemos soltarles una hostia perfectamente, para que se lo piensen dos veces antes de agredirnos.

Claro que hay un pequeño problema: al menos yo no sé pegar una hostia. Nunca lo he hecho. Ni tan siquiera he jugado a pelearme con nadie (al contrario de estos niños que se pelean como cachorritos de león). La mayoría de las mujeres somos analfabetas en materia de lucha. Monroy se preguntaba en el taller al que asistí cómo es posible que los padres sigan enseñando a pelear a los hijos, cuando son las hijas las que necesitan ese conocimiento para defenderse de las agresiones sexistas. Es decir, aún hoy se refuerza ese binarismo: al hombre se le sigue enseñando a usar la violencia y se sigue sin instruir a la mujer sobre cómo defenderse.

No se trata sólo de  sentirnos con el derecho de usar la violencia cuando está en riesgo nuestra integridad. Se trata también de darnos cuenta de que a las mujeres nos han educado en la dulzura, la empatía, la comprensión, y nos han reprimido otras emociones necesarias como la rabia.  Una cosa que me pasa todo el rato es que, como tengo un gesto serio, los hombres me dicen: «sonríe un poco, mujer». ¿Por qué tengo que sonreir? ¿Te crees que soy una azafata o algo? Se extrañan si nuestra actitud no es la de gustarles y complacerles.

Otro ejemplo: cuando he descubierto que alguien en quien confiaba ciegamente me ha engañado, mi primera reacción ha sido intentar comprenderle y excusarle, y hacer como que no me afecta demasiado. ¡Eso no es sano! ¡Tenemos derecho a enfadarnos, necesitamos enfadarnos! ¡Necesitamos pegar un puñetazo a la pared o una patada a una silla! Lo contrario, esto de tragarnos la mala hostia todo el rato, nos lleva a la neurosis.

Fans de Mad Men: sabéis que esa serie está inspiradísima en «La mística de la feminidad», ese clásico imprescindible de Betty Friedan, en el que retrataba a la mujer de los años cincuenta y sesenta. Os hablé de ello en este post. Como os contaba, Friedan habla del «confortable campo de concentración» que es la vida de la ama de casa. Las mujeres de los Mad Men tienen todo lo que habían aprendido a desear. Sin embargo, van acumulando día a día frustración. Sus maridos las hacen sentir todo el rato poca cosa. Ese Don Draper que siempre tiene alguna amante abronca a Betty Draper por haberse comprado un bikini que «es de buscona». Y ella baja la mirada y le contesta: «Perdona, no lo sabía». ESO NOS SIGUE PASANDO. Y tenemos que cabrearnos por ello.

El pacifismo es uno de los rasgos más postivos del feminismo; siempre se dice que es el único movimiento revolucionario que ha conseguido cambiar tan radicalmente la realidad sin derramar una gota de sangre. Es cierto. En la construcción de nuestras nuevas identidades como mujeres más o menos emancipadas, no queremos imitar roles masculinos violentos. No es esa la cuestión. Pero de ahí a amputar nuestra capacidad de enfadarnos y defendernos cuando nos agreden, va un trecho.

¡¡¡¡NINGUNA AGRESIÓN SIN RESPUESTA!!!!