Mike, Yago y Ander acaban de nacer
Anteayer nació Yago. Nació con 23 años. Le gusta bailar hip-hop y break en el parque con los colegas. Está buscando algún curso en Lanbide porque no le sale curro. Suele parecer avinagrado, aunque es bastante pacífico, y le entran ataques de risa a menudo. Bueno, cuando no le entra la depre, porque se siente solo en el mundo.
Y eso que anteayer nacieron otros también: su bro’ Ander; Leo, el bohemio; Mike, un hijo de escoceses que toca la guitarra en la calle; Anartz, tío de izquierdas y mendizale, y Salva, miembro del movimiento de hombres por la igualdad. Cada uno de su padre y de su madre, vaya. Prácticamente lo único que tienen en común es Mario: un madrileño sexy que hace trabajillos de modelo y actor, y cuando no le salen pone cocktailes. Mario no nació ayer, sino que lleva ya años alumbrando nuevos hombrecillos.
Por si alguien no se ha enterado de nada, estoy hablando de mi primer taller drag king. Quien no sepa lo que es un taller drag king, que se lea este artículo de M en Conflicto, quien dinamizó la actividad, organizada por Pikara Magazine. En resumen, se trata de practicar técnicas de performar la masculinidad, con el objetivo de desnaturalizar los géneros: es decir, así como sabemos que una mujer no nace sino se hace (Simone de Beauvoir), un hombre también se puede hacer. El fundamento teórico de esta práctica es la teoría queer, que nos enseña que los géneros son construcciones sociales y nos anima a transitar entre las identidades «mujer», «hombre», «heterosexual», «lesbiana», etc., en vez de vivirlas como categorías fijas e inmutables.
La primera vez que tuve a un king frente a frente fue con las Medeak en las Jornadas Feministas de Euskal Herria de 2008. Además de interesarme como propuesta teórica y política, he de reconocer que me quedé fascinada con uno de los kings. En fin, nos pasa a casi todas. Una de las cosas más interesantes de los drag king, como siempre comenta M en Conflicto, es explorar las dinámicas de deseo que genera: en mujeres que se definen como heteros (pese a que saben que eres una mujer), en lesbianas (aunque estás performando la masculinidad), en hombres que se definen como heteros (pese a que tienes aspecto de hombre), en hombres que se definen como homosexuales (aunque sepan que eres una mujer)… Lo explica de maravilla en este post. (Una curiosidad: si leéis los comentarios, veréis que ahí le dejé el mío animándole a colaborar con Pikara, que en aquél momento era un embrión). Nosotros no ligamos demasiado, aunque fue curioso pasar de ese rol pasivo de ponerte guapa, que los chicos te miren y te aborden, a dedicarnos a buscar a chicas que nos motivasen, pensar en cómo entrarlas y temer su rechazo.
Se trata de un taller muy valioso para reflexionar sobre los géneros: cómo se construyen, cómo se reproducen, cómo los percibe la gente, cómo performamos feminidad y masculinidad en nuestro día a día… Otra utilidad del king es testar cómo nos sentimos ante la ambigüedad. A la gente le desconcierta muchísimo no poder clasificarte automáticamente como hombre o mujer. Y yo misma sentí resistencias tránsfobas (por decirlo de alguna manera) al ver por ejemplo a un compañero drag con su barba y unas tetas generosas.
Los drag king no tienen por qué imitar y parodiar la masculinidad más hegemónica y burda. Hay tantas masculinidades como hombres, y tantos kings como masculinidades. Hay kings sensibles, tímidos, intelectuales, femeninos, osos, punkies… Lo que ocurre es que a veces elegir un personaje típico como fue en mi caso el rapero, puede resultar más fácil para empezar. También se tiende a la caricatura porque una de las funciones de los talleres drag king es la de permitirnos imitar esas actitudes consideradas masculinas que nos han vetado a las mujeres, porque no son de señoritas. Así es que nos lo pasamos genial tocándonos el paquete, diciendo tacos, hablando de culos y tetas, poniéndonos farrucos… Pero también fuimos conscientes de lo aburrida y encorsetadora que es la masculinidad hegemónica. Eso de apostarte en la barra birra en mano y hablar de deportes no es lo mío.
En todo caso, una de las lecciones más interesantes que he sacado de esta experiencia es que no se trata de buscar modelos fuera sino de explorar mi propia masculinidad. Estábamos cenando en un restaurante chino (la camarera, que se reía todo el rato, estuvo genial cuando se dirigió a nosotros con un: «Chicos, chicas: ¿queréis postre?»), y cuando me puse a manejar los dineros, Anartz (drag king de una buena amiga que me conoce mucho) dijo: «Ahora ha salido tu lado masculino auténtico». Al día siguiente, fui consciente de roles asociados a la masculinidad que me salen de forma natural todo el rato, pese a que en espacios queer he tendido a definirme como femenina.
Por tanto, para la próxima experiencia king, voy a sustituir a Yago (que no tiene nada que ver conmigo) por alguien que me permita conectar con aquellas cualidades que son mías, pero que tal vez no desarrollo tanto, o no soy tan consciente de ellas, como en el caso de mis cualidades asociadas a la feminidad. Así que mi próximo king rozará los 30 años, será exitoso, ambicioso, emprendedor, micromachista (bajo el barniz de tío progre enrollado), algo ególatra, seductor…
El king es interesante también como ejercicio de autoconocimiento. La cuestión es que cuando identificas todas las piezas que componen lo que eres, puedes reordenarlas y construir el puzzle como más te apetezca. Reconocer todas esas actitudes, ver cuáles hemos potenciado y cuáles hemos reprimido, distinguir cuáles son elegidas y cuáles impuestas, cuáles nos hacen felices y cuáles nos lastran. Como ya he defendido en alguna otra ocasión, la teoría queer resulta muy liberadora, porque esto de reconocer el género como una performance, como un disfraz de quita y pon, permite romper un montón de esquemas mentales rígidos, y vivir tanto la feminidad como la masculinidad (y la ambigüedad) de forma más ligerita y satisfactoria.
Porque, para quienes tengan estos prejuicios freudianos de que los talleres drag king denotan envidia de pene (o, en jerga feminista, que se trata de imitar modelos masculinos), conviene subrayar que el resultado no es necesariamente renegar de la feminidad, sino incorporar (o descubrir) nuevos elementos para enriquecer nuestra identidad. Por simplificar un poco, no soy partidaria de renunciar a los tacones y la minifalda, sino de alternarlos con los calzoncillos y la gomina. Porque ambas opciones son igual de artificiales en mí, y a la vez es tan propio de mí jugar con unas como con otras. Mucho más divertido que limitarnos a vestir de uniforme igualitario, dónde va a parar.
Si os tienta la idea, espero que pronto organicemos otro taller o una quedada drag. Aviso: me consta que no soy la única que tiene la cabeza puesta en la próxima vez. Esto engancha.
- De izquierda a derecha, Mario, Yago, Leo, Mike y Ander, en un bar del centro de Bilbao
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