Francis, cantante de Doctor Deseo
Ver al cantante de Doctor Deseo en el escenario con su liga en la pierna y los labios y las uñas pintadas de rojo me encendió la lucecita y me llevó a dar forma a una intuición que tenía desde hace tiempo: la homofobia es un elemento central que deberían combatir los hombres que quieran luchar contra el machismo.
Quienes me conocen saben que tengo cierto empeño en tratar que mis amigos hetero descubran su lado marica. No me suele ir mal. En más de algún caso, el hecho de animarles a plantear un deseo que nunca se habían permitido sentir, les ha llevado a tener (o reconocer) fantasías homoeróticas. Yo les decía que creo que no deberían de identificarse plenamente y sentirse cómodos con la identidad de hetero. Algún amigo me preguntaba por qué, y yo no conseguía explicarlo de forma convincente.
Cuando vi a Francis en el escenario caí en la cuenta de una forma muy gráfica de que los límites de la masculinidad son estrechísimos. Mientras que yo puedo llevar falda o pantalones, pintarme o no, calzar tacones o playeras, lucir escote o ponerme forro polar, llevar el pelo corto o largo, y sólo si opto por todo el pack de lo que se asocia con lo masculino se me va a cuestionar de forma contundente, el simple hecho de que un hombre se pinte los labios y las uñas de rojo (fuera del contexto carnavalesco, que eso daría para otro post) dinamita los mandatos de la masculinidad. Y más aún si no se trata de un gay visible, sino de un cantante de rock con rasgos viriles que viste traje y sombrero, y que por cuyas letras podemos presuponer heterosexual.
Me parece muy valioso lo que hace Francis, porque hay muy pocos hombres (de hecho no se me ocurre ninguno más) públicos que transgredan los límites de la masculinidad sin temer que le llamen marica por ello. Más aún, muy pocos hombres que jueguen con el homoerotismo como hace Francis cuando se pone a lamerle el saxo al compañero. También me encantó que en una canción romántica caminase entre el público y se dirigiera tanto a chicos como a chicas, y que incluso se sentase en el regazo de un hombre y le pidiese que le agarrase de la cintura.
Y esto es muy importante, porque la homofobia es la herramienta de control de la masculinidad hegemónica (necesaria para mantener la dominación machista), por excelencia. No hay más que ver los insultos más frecuentes tanto en el patio del colegio como en las conversaciones entre adultos: los hombres son maricones, y las mujeres putas. De la misma forma que las feministas (al menos aquellas con las que me identifico) estamos luchando contra el estigma puta, no sólo por solidaridad hacia las trabajadoras del sexo, sino porque esa clasificación entre buenas y malas mujeres se ha utilizado toda la vida para mantenernos sumisas, los hombres pro-feministas han de volcarse en luchar contra la homofobia. Y eso no significa sólo respetar a los homosexuales. De la misma forma que a una no le llaman puta porque cobre por sexo (nos llaman putas si somos promiscuas, si llevamos poca ropa, si decimos ‘sí’, si decimos ‘no’, si somos madres solteras, si perdemos la virginidad demasiado pronto y un interminable etcétera), cuando se llama maricón a un hombre, no se le está acusando sólo de tener sexo con hombres. (más…)
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