Hoy he recibido un mensaje por Whatsapp de un número que no tenía fichado. Era un hombre que conozco muy poco, de haber coincidido varias veces cuando trabajaba en otro lugar; tan poco que me ha costado varios minutos ubicarle. Me empieza a hablar como si fuéramos viejos amigos, que a qué me dedico, qué es de mi vida… Y salpicando el diálogo de bromas varias. Finalmente, me dice que cuando quiera me invita a un café y hablamos más largo y tendido. «¿Pero por algo de trabajo?», le pregunto. Y me contesta algo así (no recuerdo la expresión exacta) como: «No te precipites, morena, ya se verá». No le he contestado.
Si esta persona lee esto, va sin acritud, es que es esto a lo que me dedico.
El tema es que me he sentido incómoda, y es algo recurrente que personas que apenas conozco se tomen estas confianzas conmigo. Más situaciones:
– Conocer en ambiente de poteo al conocido de un amigo, que me esté todo el rato haciendo bromas absurdas, buscando una reacción por mi parte en plan: «¿Y tú que piensas, morena?», y mosquearse porque yo sólo asiento educadamente. Este conocido de un amigo se despidió diciéndome: «Y tú tranquila, que eso de ser tan arisca se te pasará con los años». «No creas, va a más», le contesté.
– Últimamente me pasa menos, igual porque he lanzado alguna advertencia por aquí o porque tengo más restringidos los chats de las redes sociales en los que estoy, pero otra cosa que me molestaba es esto de recibir de vez en cuando un mensajito privado (especialmente después de hablar de sexo en el blog) de chicos que alababan lo bien que escribo, lo liberal que soy, y que me decían que les gustaría conocerme más. O los que, siendo completos desconocidos, utilizaban el chat para iniciar una conversación en plan «Hola, guapa. ¿Qué haces?».
Total, que tras el incidente del Whatsapp he ido corriendo al ordenador y he escrito en Facebook y Twitter: «Lección número 1 de tipos de micromachismo: tomarse demasiada confianza con las mujeres». Y he explicado algunos de estos ejemplos. Habéis respondido con un maravilloso bombardeo de mensajes. Reproduzco algunos de los micromachismos que habéis citado las mujeres:
1- Que me llamen «niña» o «nena» / Otra dice: «que me llamen princesa»
2- Aquellos se permiten aconsejarte sobre cualquier cosa, hasta de lo que eres experta
3- La condescendencia en el ámbito profesional
4- Que minimicen la importancia de la igualdad por “ser cosas de mujeres”
5- Que el hecho de llevar falda (por la rodilla) se convierta en la comidilla de la empresa
6- El baboseo, en general
7- El acoso sexual verbal en la calle (los llamados piropos)
8- El paternalismo de los históricos de izquierdas
9- Que me digan que no parezco mujer al escribir
No, no son situaciones puntuales que les ha pasado a mujeres concretas. A mí, menos lo de que no parezco mujer al escribir, me ha ocurrido todo eso, y la mayor parte de los micromachismos citados los sufro sistemáticamente.
Entre los chicos que han hecho comentarios, sobresalen las siguientes actitudes:
– Amigos que hacen bromas del tipo: «¿Te molesta si pongo ‘me gusta’?» o «Muak, ¿puedo?». Vaya, no es algo a lo que dé especial importancia, pero me recuerda a una reflexión muy interesante de Miguel Lorente hablaba en Pikara de la “actitud paranoica paradójica” de los posmachistas: «Cuando se habla de maltratadores sienten que la referencia es común a cualquier hombre, pero cuando se habla de igualdad piensan que sólo se refiere a las mujeres». Sustituid «maltratadores» por «machistas», y es lo que ha ocurrido aquí: que hombres cuya conducta no se corresponde con la que estoy describiendo, se dan por aludidos. Si sois mis amigos (y yo estoy hablando de desconocidos) y en nuestra amistad no hay baboseo, ¿por qué os sentís interpelados?
– Un amigo ha hablado también de cómo los hombres sufren el micromachismo. Recriminó a unos currelas por decir burradas a una chica por la calle, y ellos le respondieron con un insulto homófobo.
– Y ahora viene el comentario que me ha llevado a escribir este post: dice que «hilar tan fino nos va a acabar poniendo paranoicos». Quiero pensar que no se ha leído todos los comentarios que han dejado mis amigas feisbukeras, porque vaya, ¿le parece hilar fino que contemos situaciones sexistas que vivimos sistemáticamente en la calle, en el trabajo y entre las amistades? ¿Eso es hilar fino, en una sociedad en la que las mujeres sufrimos todavía unos índices de violencia altísimos (no sólo física y no sólo en la pareja) por el hecho de ser mujeres?
Hablar de paranoia me parece muy pero que muy peligroso. Es algo que se viene utilizando con mucho éxito para que las mujeres dudemos de nosotras mismas. Y eso es lo que nos hace no enfrentar agresiones, negarlas incluso. Cuando un tío restriega su polla contra nuestro culo en el metro, decimos: «Ay, igual es que el vagón está lleno, no me voy a poner paranoica». O cuando el jefe nos mira el escote fijamente. La formadora en autodefensa Maitena Monroy siempre dice que cuando tenemos sospechas de que nos están intentando robar la cartera, reaccionamos, sin miedo a estar siendo paranoicas.
Pero, afortunadamente, justo después he recibido otro comentario que me da ganas de enmarcar. Es de un Jose que creo que no conozco en persona, y dice así: «Los tíos nos sentimos con la suficiencia para dirigirnos a mujeres en el tono que nos apetezca, algunos lo hacemos y otros no, pero está ahí. No creo que haya que justificarlo de ninguna manera, es así, no es para crucificarnos, pero es para reflexionar. Esperemos que con el tiempo vayamos observándolo y poco a poco vaya desapareciendo, pero está muy dentro osea que paciencia que esto va para largo».
Qué alegría me ha dado. Es que esa es la cuestión: que los hombres se sienten de serie con mayor confianza, autoridad, suficiencia, que las mujeres. ¿Por qué? Por algo que Pierre Bordieu explica en ‘La dominación masculina’: «Al confinar a las mujeres al estatus de objetos simbólicos que siempre serán mirados y percibidos por el otro, la dominación masculina las coloca en un estado de inseguridad constante. Tienen que luchar sin cesar por resultar atractivas, bellas y siempre disponibles». ¿Es también Bordieu un paranoico que hila demasiado fino?
A las mujeres nos toca hacernos caso, fiarnos de nuestro instinto, saber que cuando nos parece que igual nos están agrediendo, discriminando o ofendiendo, no es paranoia. Aprender a ser asertivas, a no dejarnos condicionar por el miedo a que nos etiqueten de bordes, a exigir que nos traten con respeto. A los hombres, como bien dice el compañero Jose, sólo les pido que se observen un poco en esas actitudes. Que apliquen la regla de la inversión y se pregunten si me hablarían en ese tono y me percibirían de la misma manera si yo fuera un periodista varón. No os pido que os flageléis, sólo que escuchéis lo que las mujeres estamos expresando, lo aceptéis y tratéis de entenderlo, y después lo tengáis en cuenta en el día a día. Y no os pido nada que yo no me aplique. También las mujeres incurrimos constantemente en micromachismos. Y también conviene que desterremos las actitudes que nos incomodan en otros. Como a mí me molesta que un tío que no conozco ponga «Qué guapa» en una foto mía, me grabo a fuego evitar alusiones sobre el físico de hombres que no son mis amigos. Claro, hilar fino, ver agresiones donde no hay puñetazos o insultos, cuestionar nuestras propias actitudes a diario, es cansado. Conviene quitar hierro a todo esto y llamarnos exageradas. Allá cada cuál.
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