Historico por Tag: amoooor

«Te digo yo que eres hetero»

16 May

Ilustración de Emma Gascó para Pikara Magazine

 

Hace poco aprendí una palabra: «heterodesignar». Dícese de la acción de decir a otra persona lo que es. Por ejemplo, decir a alguien que se siente vasco que, le guste o no, es español porque Euskadi pertenece a España. O al revés, vaya, decirle a alguien que no se puede sentir español porque vive en Euskal Herria, que es una nación. Me la enseñó una persona a la que heterodesigné: le empecé a discutir el hecho de que no se siente mujer (sí, yo tenía el transfeminismo en modo off). Poco después me sentí heterodesignada, y me dio qué pensar.

Primero ocurrió que le dije a una amiga por teléfono que tenía ganas de echarme novia. Me contestó que eso de cambiarse de acera está muy bien como chiste, pero que no es real. Le contesté que me gustan las mujeres, que he tenido rollos, historias y cuelgues por mujeres. Pero que por circunstancias nunca había tenido novia. Me contestó que no lo sabía.

Otro día, estaba con un grupo de amistades y salió el tema de la heteronorma. Cuando dije que también me gustan las tías, se pusieron a preguntarme cosas como: «Pero, a ver, ¿te parecen guapas o te ponen?» «¿Te las follarías?» «¿Con qué tipo de mujeres te acostarías?» Todo en condicional, dando por hecho que no me he acostado con mujeres.

La tercera situación se dio cuando estaba tomando algo con tres lesbianas que conozco del entorno laboral, hablando precisamente de salir del armario. Una le dijo a otra de broma: «June todavía no entiende, pero estamos trabajando en ello». «¿Qué te hace pensar que no entiendo?», le contesté airada. «Pues porque en tu blog y las redes sociales hablas a menudo de tu vida sentimental y nunca he leído nada que indique lo contrario». Le dije que en mi blog y en Pikara me he desmarcado de la heterosexualidad, que en Facebook he hablado de chicas, y que lo que ocurre es que tengo mala suerte con las mujeres (comentario medio de broma).

He dudado en escribir este post, porque me siento muy expuesta cuando hablo de este tipo de temas. Me creo a pies juntillas que «lo personal es político», pero le doy muchas vueltas cada vez que cuento algo de mis relaciones o de mi vida sexual, porque sentirse expuesta tiene su aquel. Pero eso de que por mi vida virtual se me presuponga hetero, me dio qué pensar. ¿Debería visibilizar mi no heterosexualidad? ¿O en realidad el sesgo está en quien lee? No me identifico con ninguna etiqueta (ni bisexual, ni hetero ni lesbiana), y hablo de mi relación con las mujeres con normalidad, sin esconder nada, cuando sale el tema con las amigas, en el trabajo o incluso con la familia (ahí con menos normalidad, pero lo hago). Pero se ve que para visibilizar la diversidad sexual es importante explicitar las cosas.  (más…)

Crisis (de amor)

14 Abr

Llevo meses cabreada con Cristina Yang. Es la de la foto, una de las protagonistas de Anatomía de Grey, la aspirante a médica cardiotorácica fría, ambiciosa y perfeccionista que hace lo que haga falta por quedarse con la operación más complicada, que se ríe del romanticismo y de toda forma de sensiblería. Intentaré explicaros por qué estoy cabreada con ella (bueno, con el equipo de guionistas, claro está) sin destriparos la serie. Cristina tuvo primero una relación larga e intensa con el jefe de cardio, Preston Burke, quien la dejó plantada en el altar. Le costó mucho volver a enamorarse, y lo hizo de Owen Hunt (el de la foto), exmédico militar, jefe de Trauma, traumatizado por su paso por Irak. Una vez Owen logró que Cristina no acudiese a la llamada de su nueva jefa de cardio por estar haciendo el amor con él. Ella le dijo lo siguiente:

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Le contó que Burke le fue arrancando pedacitos de su corazón sin que ella se diera cuenta, al punto de convertirla en alguien que no era, en alguien que accedió a mentir por él, a arriesgar su carrera y terminar vestida de novia de cuento con las cejas depiladas. Le dijo que ese día, haciendo que ella fallase en el trabajo, Owen le había arrancado un trocito de su corazón. Y sentenció llorando: «Eso nunca, nunca jamás puede volver a ocurrir». Pues ocurre. No os voy a destripar la serie, pero Cristina lleva ya demasiados capítulos en crisis con Owen, hasta el punto de que ella, para quien la carrera siempre ha sido lo primero, se pasa todo el día llorando por las esquinas, vigilando a su marido, encerrándose con él en casa durante días para intentar solucionar sus problemas. Se acercan los exámenes que les permitirán pasar de residentes a médicos especialistas, y ella está enfrascada en su crisis con Owen. Y yo me cabreo con ella.

Ha pasado año y medio desde mi última relación de pareja en la que cabían ese tipo de crisis y ya las tengo olvidadas, hasta el punto de que las miro con distancia y extrañeza. El otro día una pareja de conocidos cancelaron dos noches seguidas una quedada conmigo y otras amistades. La primera noche, porque estaban en crisis. La segunda, porque estaban de reconciliación. Tomamos algo por el día con ellos, y ella tenía los ojos hinchados de llorar (o de sueño, pero yo deduje que de llorar). Yo, desde la distancia, pensé: «Joe, fíjate tú el coste que tiene la pareja. Dos días en crisis que podían haber dedicado a tantas cosas…» Desde que se terminó mi última relación tormentosa, me he dicho mil veces que no quiero volver a eso, que no quiero que la pareja me absorba y me haga descuidar mi carrera o mis amistades, que no quiero invertir tanto tiempo ni desgaste emocional en la pareja, que me niego a volver a llorar toda la noche como si me fuera la vida en ello, a estar al borde de un ataque de ansiedad por una bronca. Hablaba de ello con otras dos amigas muy críticas del parejismo, y reconocíamos que no es tan fácil. Cuando quieres a alguien y piensas que lo bonito que habéis compartido merece la pena, es inevitable querer intentar que funcione, con el coste que eso implica.

Gracias a gente como Mariluz Esteban o Coral Herrera, hacemos una revisión crítica del modelo de amor romántico que nos han inculcado en la familia, a través del cine, de la música, de la Superpop… Vale, sabemos estar alerta para evitar relaciones de dependencia o dosis excesivas de drama, sabemos identificar lo que no hay que permitir, aunque luego en la práctica nos cueste reaccionar con firmeza cuando nuestra pareja nos monta una escena de celos o nos controla. Sabemos que la pareja no puede ser nuestro único pilar, que tenemos que mantener fuertes otros espacios. Pero es difícil, porque parece inherente al enamoramiento tener a la otra persona en la cabeza todo el rato, querer estar con ella todo el tiempo posible e incluso dar segundas y terceras oportunidades.

Lo que me inquieta es lo siguiente: sabemos que el modelo de amor romántico que nos han inculcado (ese «sin tí no soy nada») es una mierda pero, ¿hay otra forma de enamorarse y de amar? Criticamos el viejo modelo, ¿pero estamos siendo capaces de crear uno nuevo? Yo ando pesimista. Cuando conoces a alguien que merece la pena pero logras mantener tu centro en ti, mantener tus espacios, la cabeza fría, es inevitable añorar la intensidad que supone enamorarse sin mesura, ese sentimiento de querer estar todo el rato con la otra persona, de que (como dicen en Cuba) esa persona te mueva el piso. En cambio, cuando el enamoramiento te pilla por sorpresa, con la guardia baja, y te posee ese vertiguillo raro que te sube por la tripa o por la espalda, ¿cómo se hace para disfrutar de esa intensidad, y a la vez no perder el norte? Para cuando te quieres dar cuenta, estás angustiada porque hace dos días que no te escribe, estás invirtiendo más tiempo de la cuenta en preparar detalles para sorprenderle, o estás cancelando compromisos para poder pasar más tiempo con ella.

Así que me entran serias dudas de que sea posible amar con intensidad, pero sin ansiedad o dependencia. En su día os conté el consejo que me dio Marta Navarro: «Ama, pero no te enamores». Os dije que me parecía buena receta, amar manteniendo nuestra identidad, autonomía y libertad. Pero, por lo que veo en mí y a mi alrededor, no veo que sea posible. Le dijo Mari Luz Esteban a Maite Asensio en una entrevista: «No se debe decir ‘no te enamores’, sino ‘protégete, hazte con los arneses necesarios». Suena bien, pero yo no lo veo muy claro. Es complicado enamorarse forrada de arneses. Y cuando te los quitas un rato a ver qué pasa, a la mínima te ves otra vez ante el precipicio de la ansiedad y la dependencia. Así que te los pones otra vez, y te ves aferrándote a una barandilla para no volver a caerte. Y si te aferras demasiado a la barandilla, como que no puedes disfrutar demasiado.

En fin, me preocupa todo esto. Para inventarse un nuevo modelo no queda otra que ir probando por el sistema de ensayo y error. Pero eso supone exponerte otra vez al desgaste del vértigo, la ansiedad, las crisis, el drama… Y una se pregunta si está por la labor. Y se dice que es una naranja entera. Y pasan los meses y una, por muy naranja entera que sea, piensa que por otro lado mola eso de tener a alguien con quien acurrucarse bajo la manta las tardes lluviosas de domingo, y a nada que se despista se imagina formando una familia, con perro y chimenea incluidos.  En fin, una jodienda.

Este post no permite ser (aunque de hecho lo sea) un desahogo personal, sino una invitación a la reflexión colectiva. Me gustaría que pasásemos de criticar el modelo de amor romántico para debatir sobre si realmente es posible otro modelo y cuáles son las claves para construirlo, más allá de recordarnos lo que no hay que hacer. ¿Alguna idea?

Sola (3. parte)

7 Dic

Hoy es mi cumpleaños, y por primera vez en mi vida adulta, lo paso sin pareja. Me voy a la cama sola, y cuando mañana me despierten (espero) las primeras llamadas de seres queridos, no habrá nadie abrazado a mí con quien comentar la ilusión que me ha hecho esa llamada. No hay cena romántica, ni la curiosidad por saber con qué regalo me sorprenderá mi pareja.

Hoy (bueno, ayer) tenía como una cierta sensación de extrañeza, como que hay algo diferente este año. Y me he dado cuenta de que es eso, que estoy sola. Y no me he puesto triste ni nada. Me apetece empezar este cumpleaños sola, celebrándolo en silencio, tal vez con una copa de vino ahora, con un desayuno rico por la mañana, mientras escucho el recopilatorio de Pink Martini que me he autoregalado.

Estar soltera por primera vez en nueve años está siendo muy satisfactorio. El modelo de amor romántico (que ha regido mis relaciones casi todo el rato) absorbe mucho tiempo y energía, y en mi caso el drama ha estado más presente de lo debido. Me encanta sentirme el centro de mi vida, hacer tantos planes con mis amigas y amigos, disfrutar de la soledad, ligar sin sentimiento de culpa, sentirme libre para hacer viajes largos… Y sobre todo, la paz que da vivir libre de escenitas de celos, de esperar ansiosa una llamada de teléfono, libre de lloreras… Sinceramente, creo que no podría estar trabajando tanto y gestando tantos nuevos proyectos si siguiera en una de esas relaciones tormentosas.

En este proceso, hemos publicado en Pikara Magazine un artículo de mi querida Itziar Ziga que me ha inspirado y reafirmado mucho. Dice así:  «Si las mujeres pudieran contemplar con mayor serenidad la posibilidad de una vida sin pareja, sin sentirse por ello solas o fracasadas, o con una pareja mujer, sin sentirse por ello abyectas y rechazadas, no aguantarían tanto la violencia de los machos». Habla del amor como «ese maldito pegamento mágico»: «En una sociedad que nos programa a mujeres y a hombres para no entendernos a la vez que nos obliga a emparejarnos, algo místico tenía que inventarse para que sigamos perseverando en esta fórmula absurda que tanto nos vulnerabiliza».

Ziga critica que se nos venda el amor romántico como única forma de intensidad genuina. Anima también a combatir el estigma «puta», que no afecta sólo a las trabajadoras del sexo sino a todas las mujeres, «porque mientras sigamos reproduciendo esa división social entre chicas buenas y malas, todas estaremos en peligro». Es algo que siempre he tenido muy claro. Yo he vivido siempre esa tensión entre sentirme más chica mala que buena, pero a la vez preocuparme demasiado por ser juzgada por ello. Este año de soltería también estoy en proceso de superar ese miedo al juicio social. Qué tres grandes claves: vivir con serenidad el estar sola, salirnos de la heteronorma, y ser (si se me permite una expresión que me encanta) más putas que las gallinas, sin complejos, centradas en nuestros deseos. Y en esas andamos.

Claro que yo que he sido tan parejista, no puedo evitar seguir con un runrún de fondo, añorando de vez en cuando ese sentirse enamorada, esa complicidad que hay en la pareja. A ratos intento quitarme esa idea de la cabeza, pero en Pikara Magazine publicamos también otro artículo sobre el amor no menos interesante que el de Ziga: «Zer ez dugun nahi maitasunaz», de Kattalin Miner. Miner dice que las feministas no tenemos que renunciar al amor, y se declara locamente enamorada de una mujer. Dice verdades (políticamente incorrectas en ciertos ambientes alternativos) como que no es lo mismo follar con alguien a quien amas que con cualquier otra persona.

La cuestión, por tanto, no sería dejar de amar, sino pensar cómo queremos amar, aprender o inventar formas más sanas y libres de amar, pero siendo honestas con nosotras mismas (Miner cita que hemos probado fórmulas que no nos han funcionado, como la del poliamor; creo que intentar ser más progres que nadie obviando cómo nos sentimos no es buena idea).

El otro día hablaba de esto con mi padre (sí, tengo la suerte de tener un padre con el que puedo debatir sobre estas cosas) y me dijo que él cree que es bueno tener parejas (no necesariamente una para toda la vida) porque son un espacio fundamental de crecimiento personal (corriente que para mi padre representa lo que para mí el feminismo). Estoy muy de acuerdo y me pareció una reflexión muy interesante. Creo que quienes apuestan por no tener pareja como forma de insumisión al amor romántico, se pierden muchas oportunidades para crecer y aprender. (Hay que decir que encuentran otras, como construir otro tipo de relaciones interesantes, vivir otras formas de intensidad).

Antes he hablado de lo malo de mis dos primeras relaciones de pareja (la tercera y última ha sido otro mundo). Podría hablar de lo bueno. Pero sobre todo (más allá de buenos o malos recuerdos) me quedo con eso, con todo lo que he aprendido. Con ver la evolución de unas parejas a otras, de lo que me ha aportado de cada una, y sentirme hoy más preparada para embarcarme eventualmente en una relación sin perder el norte, manteniendo el centro en mí.

Miner da por su parte otras dos claves que me grabo a fuego: a la hora de amar, el cuidado es fundamental (buscar relaciones en las que nos cuiden y cuidemos, relaciones de calidad), y que mientras vamos aprendiendo a construir un modelo diferente, al menos se trata de saber lo que no queremos. Saber decir no, esto no es para mí, no aguantar. Y esto enlaza mucho con lo que decía Ziga: cuando contemplamos con serenidad la idea de no tener pareja, cuando vemos más opciones que buscar hombres con los que emparejarnos, cuando no somos víctimas de ese mito de la media naranja que nos hace preguntarnos «¿Y si le dejo y resulta que era el amor de mi vida?», es más fácil romper con una relación cuando nos está haciendo daño.

Así que cumplo 27 añitos contenta por haberme pasado 9 aprendiendo con mis parejas, y más contenta aún por seguir en esta etapa de soledad elegida, amando a mi gente, viviendo con intensidad, diversificando fuentes de afecto, disfrutando, creciendo, y sabiendo que, si vuelvo a enamorarme, tendré más recursos para no traicionarme a mí misma y seguir siendo la naranja entera que soy ahora.

Y dicho esto, hala, me voy a comer un trozo de tarta, a vuestra salud.

 

Un año pikareando

17 Nov

 

Pancarta que recoge las palabras con las que nuestras lectoras definen Pikara, hecha por Andrea y Flor para la fiesta

 

Este es un email que envíe a un grupo de amigas el 18 de febrero de 2010. El asunto era: «Mi última locurilla: ¿me ayudáis a montar una revista digital?».

Hola, chicas:

Mis ciber-amigas sabéis que he abandonado el blog. Mis amigas más terrenales, que llevo un invierno un poco apático en lo profesional y que ando buscando algo con lo que ilusionarme. (…)

Ayer Lucía Martínez Odriozola (periodista y mi madrina y pepita grillo profesional) me dijo hablando de esto: «¿Y por qué no montas una publicación digital?» En el momento me pareció una marcianada, pero en seguida me puse a pensar cómo podría ser para que no fuera una más, para que se distinga de los proyectos de comunicación no sexista que hay. Y se me ocurrió que fuera una revista para (en principio) mujeres, jóvenes (vitalmente, no por fecha de nacimiento), urbanas entre comillas, con inquietudes sociales y, sobre todo, feministas. Vaya, básicamente lo que soy yo y la mayoría de vosotras. Lo más parecido que conozco es unarevista estadounidense que se llama Bitch. (…)

Yo estoy pensando en una revista digital abierta, transgresora e incluso un poco caótica. Llena de amigas, o sea de vosotras, que aportéis lo que os apetezca. En principio me gustaría hablar de lo que tiene que ver con sociedad y cultura contemporánea, pero siempre con mirada de género y buscando un equilibrio entre temas ligeritos y resultones con reportajes en profundidad, hechos con sosiego.  (…) En el peor de los casos, si antes tenía un blog, ahora tendría algo más elaborado en lo que escribir de lo que quiera, con vuestra participación(…). No supone mucha más inversión que tiempo e ilusión, y no tengo grandes expectativas.

Terminaba preguntándoles qué les gustaría leer y qué les gustaría aportar. Todas me apoyaron un montón. Algunas de las destinatarias de ese email son colaboradoras habituales de Pikara; otras, lectoras y comentaristas incondicionales. Con ellas y con toda la gente a la que fuimos contagiando con nuestro entusiasmo, fuimos gestando Pikara, hasta que exactamente 9 meses después, el 18 de noviembre de 2010, publicamos el primer reportaje: «¿Será niño o niña?», en el que Paloma Migliaccio y yo abríamos el debate sobre qué hacer con los bebés intersexuales.

Hoy nuestra revista, Pikara Magazine, cumple un año. En fin, me emociona mucho ver que la idea-calambre que surgió una tarde gris de invierno en la que me sentía en crisis, se ha materializado siendo en esencia lo que imaginé, pero llegando a mucha más gente de la que esperaba, creando tantos lazos, y acompañada por un equipo de compañeras tan estupendas.

Con motivo de nuestro aniversario, hemos animado a los y las lectoras a que contesten a un cuestionario para evaluar el proyecto y seguir mejorándolo. Una de las preguntas era «Define Pikara con tres palabras». Podéis ver en la foto lo que contestaron. No puedo describir la satisfacción que siento al comprobar que nuestro público percibe exactamente lo que queremos transmitir. Efectivamente, yo también definiría así Pikara: fresca, comprometida, crítica, diferente… Pero sobre todo me ha gustado que nos definan como sinceras.

En estas ocasiones siempre me entran tentaciones de ponerme en plan Almodóvar a repartir agradecimientos lacrimógenos. No voy a dar nombres, (aquí están casi todos), aparte de mis queridas Lucía, Itziar y Maite, (ilustre consejo de redacción de Pikara Magazine)  pero sí que quiero expresar lo profundamente agradecida que estoy a las personas que me han metido o renovado el veneno del periodismo, y el del feminismo. Una maravilla de año.

¡¡¡Y esta noche fiestaaa!!!! Van a acompañarnos protagonistas de este año de Pikara como Barbarina Dar-Dar, Raketa Brokobitx, Olaia Aretxabaleta, DJ Patty Hearst y, por supuesto, la mayoría de nuestras colaboradoras y fieles lectoras. No podéis faltar.

Carne y pescado

28 Oct

Un buen día recibí un sms de una amiga, en el que me decía que es bisexual, que ha decidido salir del armario como bisexual, y que se ha dado cuenta de que hay una bifobia de la leche. La llamé, un poco desconcertada. No con la revelación en sí, sino con la necesidad de comunicarla, y además con esa solemnidad. Yo sabía que ella había tenido sexo con mujeres (aunque todas sus parejas habían sido hombres), y me llamó la atención esa necesidad de reafirmarse. Me explicó que había decidido que es importante reivindicar la identidad «bisexual» (entendida como persona que puede sentirse atraída y amar tanto a mujeres como a hombres), dado que es cuestionada tanto por las personas heterosexuales, como por gays y lesbianas.

Estoy de acuerdo en lo de la bifobia. He escuchado muchas veces por parte de heteros que pueden entender que a alguien le guste la gente de su mismo sexo, pero que lo de darle a la carne y el pescado es vicio. (Sí, sí, así lo ha expresado gente veinteañera).  También he asistido a los prejuicios y cuestionamientos de muchas lesbianas. Las mismas que animan a que todas nos definamos como lesbianas políticas y que llaman a salirse del binarismo y la heteronorma, tachan de heterocuriosas a las que empiezan a plantearse intimar con mujeres.

Sin embargo, le decía a mi amiga que tampoco se trata de ir de víctimas, que lo cierto es que las personas que son percibidas como homosexuales se enfrentan a la discriminación y el rechazo día a día, mientras que ella, como bisexual que sólo ha tenido relaciones de pareja con hombres, no vive la presión de la heteronorma con tal violencia.

En cambio, esta conversación me llevó a darme cuenta de otra cosa: en mi círculo de amistades, yo diría que no hay ni una sola mujer que no admita con naturalidad sentirse atraída hacia las mujeres, y un buen porcentaje ha mantenido relaciones sexuales con mujeres. Sin embargo, no se definen como bisexuales, y sus escarceos con mujeres son puntuales y anecdóticos. Siguen ligando con hombres, enamorándose de ellos, iniciando relaciones con ellos. Y cuando después de varios fracasos sentimentales -influidos en gran medida por el impacto del machismo en la relación- dicen de coña eso de «me voy a hacer lesbiana», se queda en una broma. Siguen esperando a su príncipe azul (o a su compañero de vida, que suena más moderno).

Yo ya he dicho muchas veces que soy queer para esto de la orientación sexual, que no creo demasiado en las categorías «homosexual», «heterosexual» y «bisexual», más allá de que cada quien se defina como más le apetezca, y que no me identifico con ninguna de esas etiquetas. Sin embargo, considero que quienes no nos hemos sentido y definido como homosexuales, tendemos a seguir por el carril de la heteronorma sin desviarnos demasiado, porque es lo más cómodo, el territorio conocido.

En el artículo que escribí con motivo del Orgullo LGTB me preguntaba cómo hubiera sido mi vida sentimental y sexual si la heterosexualidad no hubiera sido la norma; si cuando sentía atracción por una amiga, hubiera actuado en consecuencia en vez de creerme los consejos de la SuperPop de que es normal confundir los sentimientos hacia las amigas. Es un poco como esto de los genes dominantes: de la misma forma que si un embrión tiene boletos de tener los ojos azules o marrones, es más probable que los tenga marrones, si una persona siente atracción hacia personas del sexo opuesto y de su mismo sexo, es más probable que se instale cómodamente en la heteronorma. Quiero decir que, por lo general, se impone el modelo hegemónico de amor y de sexualidad. Porque lo contrario siempre supone cierto conflicto tanto con una o uno mismo, como con el entorno (porque, no nos engañemos, la diversidad sexual no está normalizada ni de lejos).

En el caso de las mujeres, esto se une a que estamos más socializadas en ser objetos de deseo que sujetos de deseo; estamos más entrenadas para hacer que nos seduzcan que para seducir. Simplificando mucho: si a mí me gusta un chico en un bar, le echo alguna mirada, y espero a que venga a hablar conmigo. Tal vez me invite a una copa, tal vez me saque a bailar. Si me gusta una chica, ¿qué hago? ¿Voy a hablar con ella? ¿Y si no es lesbiana? ¿Y si le molesta? ¿Le echo miradas a ver si viene? ¿Tendrán las lesbianas otros códigos de ligoteo? Estás son algunas de las preguntas e inseguridades que se nos pueden pasar por la cabeza y por las que nos acaba entrando la pereza. Mucho más seguro para nuestra autoestima quedarnos en el mercado hetero y esperar a que un tío que nos guste se lance a conquistarnos.

Este es uno de los argumentos que esgrimía mi amiga en su defensa de la bisexualidad: cuando una reconoce ante sí misma y ante su gente que le gustan las mujeres y los hombres, eso le lleva a cambiar ciertas inercias. Le lleva a explicitar la posibilidad de iniciar relaciones con mujeres. Le lleva a estar más receptiva. Si va en el metro, y ve una chica guapa, igual se anima a echarle una sonrisa o una miradita pícara, como hubiera hecho con un chico guapo.

Al fin y al cabo, si hacemos caso a Beatriz Preciado en que las sexualidades se pueden aprender como quien aprende varios idiomas, para ello habrá que ser un poquito proactiva. Es como si tratamos de aprender inglés limitándonos a ver pelis en versión original, a ver si de tanto  hacer oído un día nos arrancamos a soltar un speech con perfecto acento de L.A. Pues no, tenemos que poner un poquito más de nuestra parte, atrevernos a chapurrear, hacernos un viajecito a Londres o proponer clases de intercambio a algún o alguna guiri (sí, hoy estoy sembrada con las metáforas).

En todo caso, estoy de acuerdo con las que defienden la identidad «lesbiana política» en cuanto a que lo importante no es cómo se sienta cada persona y con quien se acueste, sino que empecemos por hacer una apuesta decidida por la diversidad sexual, como un derecho que nos beneficia a todas las personas. Por tanto,  insisto en lo importante que es que todas las personas nos impliquemos contra la homofobia, empezando por revisar y superar nuestros propios prejuicios heterosexistas.

 

Mujer: ¡atrévete!

22 Ago

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No merece la pena, mujer, tu pasividad
No merece la pena, mujer, debes de actuar
No merece la pena, mujer, tu pasividad
No merece la pena, mujer, ármate

Es una letra de Ska-P que saca lo peor de mí. Anda, ¿debo actuar? ¡No se me había ocurrido! ¡Gracias por la idea!

Otra:

Mujer golpeada, no sirve de nada  que sigas callada, mujer marcada, mujer maltratada, no te sometas, son tus hijos que te llaman

Esa es de La Mona Jiménez, con la colaboración de Manu Chao. Y luego está Patxi Andión, que cuenta que si él fuera mujer pasaría de los tíos chulos, de sujetadores y de pastillas. O sea, que lo haría super bien, mejor de lo que lo hago yo, después de años de militancia feminista.

Las he descubierto a raíz de pedir a la gente recomendaciones de canciones contra la violencia machista, para la lista de música Beldur Barik! que hemos empezado a crear. Ha sido fácil pensar en canciones compuestas por mujeres que llaman a romper el miedo y empoderarnos. Por ejemplo, Nanai de la Mala Rodríguez («Mírame a los ojos si me quieres matar, nananai, yo no te voy a dejar») o Por tí daría, de Hanna («Por tí daría la vida y ahora me di cuenta que no») y, la que más me gusta, Bellas, de Canteca de Macao («Quien bien te quiere te hará sufrir, ay yo no pienso de esa manera. Quien bien me quiere, me quiere libre y yo no sufro si soy libre a tu vera», os he dejado el vídeo arriba). Hablan en primera persona, sienten la violencia machista como algo que les afecta, pero que saben enfrentar. Predican con su propio ejemplo.

En cambio, las canciones que cantan los hombres se caracterizan por dirigirse a las mujeres y animarlas a que le echen valor y denuncien. Incluida la de Huecco (que se suena bastante últimamente y en cuyo videoclip ha participado todo el famoseo progre), aunque empatiza un poco más y trata de entender cómo se sienten las mujeres maltratadas, repite el mismo mensaje: «rompe tu jaula ya». Todos ellos transmiten paternalismo, condescendencia y superioridad: saben lo que las mujeres deberían hacer, y les cabrea que no lo hagan, se atreven a criticar su pasividad. No he encontrado canciones que se dirijan a los agresores, ni mucho menos en los que el cantante asuma sus micromachismos (por el contrario, Melendi pide al cielo que sepa comprender los ataques de celos que le entran). Además, muestran una visión estereotipada de la violencia machista, hablando de violencia física y ligándola al consumo de alcohol.

En 2010 Beldur Barik incluyó un concurso de expresiones artísticas contra la violencia machista, abierto a la participación de chicas y chicos. Por lo que me han contado sus impulsoras, las obras presentadas por chicos se caracterizaban por eso mismo, por dirigirse a la víctima y animarla. Ninguna de las obras interpelaba a los agresores ni apelaba a la responsabilidad de los hombres frente a la violencia machista.

Todo esto me ha recordado también a la actitud de muchos hombres de los movimientos sociales, estos que te dicen: «empodérate, compañera». Nos animan a que hablemos en público pero ni se les pasa por la cabeza que para que nosotras cojamos el megáfono conviene que ellos lo suelten de vez en cuando.   Apoyan nuestro proceso de empoderamiento (bueno, menos cuando se sienten amenazados por él), pero ni se les pasa por la cabeza iniciar su proceso de desempoderamiento, de renuncia de sus privilegios por ser hombres.

No me malinterpretéis: me parece genial que a los hombres les preocupe la situación de las mujeres y que traten de apoyarnos. Pero esa es la parte fácil, la parte que no les lleva a revisarse, a cuestionar sus propias actitudes. La parte difícil es entender que la violencia machista no es eso de los hombres que pegan a sus mujeres, eso que nada tiene que ver con ellos. Las agresiones físicas son la punta del iceberg. Así lo explica Ander Izagirre en su artículo En los zapatos del asesino, escrito después de asistir a una conferencia del gran Miguel Lorente:

Pero el machismo no son sólo los estallidos. El machismo es un paisaje: un terreno amplio y común de desigualdades, en el que el poder y la autoridad de los ámbitos públicos sigue en manos abrumadoramente mayoritarias de hombres, y en el que muchas relaciones de pareja están marcadas por el dominio habitual del hombre sobre la mujer; ese es el paisaje en el que arraiga la violencia, más sutil o más brutal, física o psicológica, en el que encuentra justificaciones, un cierto amparo o una indiferencia que le deja hacer. Ese es el terreno abonado del que brotan, de repente, los estallidos.

Ojalá entendiéramos que ese terreno lo abonamos entre todos y todas. En ese artículo, Izagirre recordaba un dato muy preocupante que dio Lorente:

Y diría que el asunto de la indiferencia atañe especialmente a los hombres. Es significativo lo que ocurre con el 016, el teléfono confidencial para maltratadas: cuando la persona que llama para pedir ayuda no es la víctima, sino alguien de su entorno, en el 80% de los casos son amigas, madres, hijas, hermanas… Sólo una llamada de cada cinco la hacen hombres. O sea, que en general estamos a por uvas.

Mi compañera de Kazetarion Berdinsarea, Maite Asensio, da algunas ideas en este análisis publicado en Berria sobre lo que pueden hacer los hombres. Traduzco algunos fragmentos para quienes no sepáis euskera:

Para hacer frente a la violencia sexista, el empoderamiento de las mujeres resulta imprescindible (…). Pero a veces eso no es suficiente, y además también sería injusto: ¿dónde está la responsabilidad de los hombres? (…) Frente al machismo, la mayoría de hombres se consideran neutrales, ¿pero cuántos han han alzado la voz para decirle al de al lado que su comentario sexista sobre  la falda de la compañera de trabajo es completamente inapropiado? ¿Cuántos dicen pese a ello que no pueden hacer nada contra la violencia sexista? La prevención hay que hacerla antes de que la violencia llegue a su nivel más intenso. Cuando el amigo de la cuadrilla ignora los gestos de alejamiento de la mujer con la que intenta ligar y la agarra de la cintura una y otra vez. (…) Desde la confianza que da la amistad, desde tu posición de referente para él, dile: «Te estás pasando, la chica ha dicho que no y tú lo tienes que respetar».

Me gustaría que los hombres que lean esto repasen situaciones en las que han tolerado comentarios, actitudes y hasta agresiones machistas. Que repasen situaciones en las que ellos mismos han incurrido en micromachismos, en esos comportamientos sutiles que minan la autonomía y la autoestima de las mujeres perpetuando las desigualdades. Me gustaría que esas fueran las preocupaciones de los artistas comprometidos que dedican canciones contra la violencia machista. Qué pueden hacer ellos ante el machismo de los hombres que les rodean, y qué pueden hacer ellos contra su propio machismo. Me gustaría que esa toma de conciencia se reflejase en sus letras cada vez que hablen sobre el amor y las relaciones, y no sólo en el gran gesto de dedicar una canción a la violencia machista.
*
Una de las ganadoras de Beldur Barik 2010 fue Olaia Aretxabaleta. Su canción «Ez zaitut entzungo» se convirtió en un éxito. Ahí os la dejo. Decía cosas como «Eta nahi zaitut nire alboan ze zure besoak ematen didate niri bero, baina ez naiz inoiz sentitu preso» (Te quiero a mi lado porque tus brazos me dan calor, pero nunca me he sentido presa) A las chicas también nos toca revisar nuestras actitudes, claro, ver lo enganchadas que estamos al ideal del amor romántico, a los malotes, al «sin ti no soy nada»… Si tienes entre 12 y 26 años y tienes actitud Beldur Barik, estate atenta o atento a la web, porque a primeros de septiembre se lanzará el concurso Beldur Barik 2011.
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Para un hombre de verdad, «no» nunca es «no»

21 Ene

«No es no». Es un lema recurrente para concienciar contra las agresiones sexistas. Por si alguien piensa que se trata de una obviedad que sobra recordar, ahí van tres escenas cinematográficas en las que «no» resulta ser «sí». Y, por más que sea ficción, es el cine el que nos muestra grandes amores que ansiamos vivir, el que nos enseña las claves del romance, de la mano de actores que encarnan el éxito, que adornan nuestras paredes y carpetas durante la adolescencia. Ahí van las tres películas que me han animado a escribir este post:

Troya: La están echando ahora y me estoy tirando de los pelos. Por todo, pero centrémonos en el tema de este post. Al principio de la película, Paris (Orlando Bloom) irrumpe en la habitación de Helena. Esta le pide que se vaya. «Lo de anoche fue un error». Él se acerca a ella, le acaricia el cuello y le dice: «¿Quieres que me vaya?» Helena se quita la túnica y se entrega a su amado.

Hacia la mitad de la peli, el temible Aquiles (Brad Pitt) salva de ser violada a la prima sacerdotisa de Paris y Héctor, Briseida. De noche, ella irrumpe en su cama con un cuchillo, dispuesta a matar al guerrero para evitar que corra más sangre (minuto 2′ 18» del vídeo). Él la anima sin mostrar un ápice de miedo: «Hazlo», le dice una y otra vez. Ella duda. Él la agarra de la muñeca, la tumba y la besa. Ella, cómo no, sucumbe gustosa a los placeres de la carne (en concreto, del cuerpazo desnudo de Pitt), retira el cuchillo de su cuelo y se deja hacer. Pese a que luego Aquiles la maltrata y esclaviza, se nos sigue mostrando como el héroe bruto por fuera y sensible por dentro. «Eres libre», le acaba de decir. «Si te hice daño, no fue mi intención». Se estrechan la mano. «Vete». Ella le pone cara de cordera degollada, y obedece.

Oceans Eleven: Otra de Brad Pitt, pero en esta es George Clooney el acosador que se sale con la suya. Clooney organiza un atraco a un casino para vengarse del dueño, Andy García, que es el nuevo compañero sentimental de su mujer, Julia Roberts, quien no le esperó mientras él estaba en prisión. Se pasa toda la película cortejándola, en plan «reconoce que sigues pensando en mí», y convenciéndola de que García no es de fiar. Ella le manda a paseo varias veces. Finalmente, Clooney consigue demostrar que el magnate de los casinos no la quiere como ella se merece. Roberts podría pensar: «Vaya, se ve que no hago más que enrollarme con indeseables». Pues no, se va con Clooney, que para eso es la chica.

Welcome: Pensaréis que eso me pasa por ver cine comercial. Pues el cine independiente también tiene tela. Os recomiendo muchísimo la película francesa Welcome, muy adecuada para sensibilizar contra las políticas migratorias. Pero suspende en perspectiva de género. Intentaré no destripárosla mucho. Un entrenador de natación ayuda a un chico kurdo a prepararse para intentar cruzar el Canal de la Mancha a nado y llegar a Londres, donde le espera su novia. El entrenador no le ayuda por altruismo, sino para impresionar a su ex, voluntaria de una ONG que le dejó por un compañero de la asociación, harta de su indiferencia hacia las injusticias. En un momento dado, se encuentran en el piso de él. Él se abraza abatido contra el regazo de ella. Ella se muestra incómoda. Él empieza a acariciarle los pechos. Ella se resiste y le pide varias veces que pare. Él no para. Follan. Ella se queda sentada sobre la mesa, con la mirada perdida. Se siente vacía. Le dice que eso no puede volver a pasar (o algo así).

Con todo esto, ¿cómo nos puede extrañar que a algunos hombres les cueste captar un mensaje tan sencillo como que «no es no»? No lo estoy justificando. Estoy diciendo que el problema no lo tienen sólo los agresores: una sociedad en la que se nos bombardea con esas escenas como esas transmitiéndonos que son románticas, apasionadas y envidiables, está enferma. Y no hablo de la imagen de violador que solemos tener en la cabeza: el desconocido que nos ataca de noche. Hablo del compañero de clase que te mete mano en el pasillo o en la discoteca, del chico con el que sólo quieres besarte y te presiona para hacer algo más… Que levante la mano la que no haya vivido una situación así de joven, en la que haya acabado haciendo algo que no quería e incluso dudando de qué es lo que realmente quería.

Maitena Monroy, formadora de autodefensa feminista, explica en sus cursos que si a la mujer se le niega su capacidad de ser sujeto de deseo y se la relega a la condición de objeto, lo único que puede hacer es provocar. El sujeto actúa, el objeto provoca reacciones. Así, el hombre machista se erige en intérprete de sus deseos para justificar sus agresiones. Y la sociedad lo acepta: si Nagore Laffage subió al piso de Yllanes, será porque algo buscaba. Volviendo al cine, Clooney, Pitt y el entrenador francés saben mejor que las mujeres lo que éstas quieren. Ellas dicen que no, pero ellos saben que quieren decir que sí. O, si no lo quieren, ya querrán. Basta con insistir un poco. Y aquí entra también ese contraste entre hombre decidido y mujer voluble. Ellos saben lo que quieren y van a por ello. Ellas dicen una cosa pero sienten otra. O cambian de idea. O dudan eternamente. Así se nos muestra sistemáticamente en el cine.

¿Qué podemos hacer las mujeres ante tal percal? Desmontar ese aprendizaje de género. Aprender a conectar con nuestros deseos y expresarlos con claridad. Si quiero algo contigo, tranquilo que ya te lo diré bien claro. Si no te lo digo es porque no quiero nada. Así que déjame en paz. Lo único que lograrás si insistes será verte convertido en un acosador.

En estos momentos, Aquiles, herido de muerte en su famoso tendón, agoniza en los brazos de Briseida. «Me has dado paz en una vida de guerra». Ella le besa. No quiere irse. Él le ordena que se vaya. Y ella obedece.

The End?

Sola

31 Dic


Esta semana me he dado el gustazo de hacer una escapada. Es triste, pero resulta que osar ir por ahí sola y sin coche es de lo más transgresor.

Buscando planes posibles, ya descubrí algo que no sabía: que viajar sola es una ruina. La mayor parte de ofertas están pensadas para parejas o familias. Una habitación individual (si es que tienen de eso) cuesta prácticamente lo mismo que una doble. Incluso en la web de la Travel Club, al marcar el número de personas para ir a balnearios, ¡se han comido el número uno!

Me decidí por un plan sencillo: balneario y paseíto por la montaña. En el balneario, el personal se empeñó en hablarme constantemente en plural («¿Desean algo más?»»Siéntense en esa mesa y ahora les atiendo»…). Me dieron dos llaves y dos toallas. Me decía Magapola que bien podía haber reclamado por esa lógica dos masajes. Al final les llamé la atención por ello, y la respuesta fue confusa: me dijeron que es cuestión de costumbre pero que, por otro lado, esa noche otras cinco personas habían dormido solas en ese hotel. Se trata de un establecimiento pequeño así que ¿no es ese porcentaje de afluencia de gente sola suficiente para cuestionarse el uso por defecto del plural? Pensé que sería cosa sólo del balneario, pero en la Oficina de Turismo, al hacer autoestop o en el restaurante también suscité miraditas de sorpresa.

En todo caso, me ha parecido una experiencia super liberadora y empoderadora no dejarme limitar por no tener pareja o coche. No necesito ni pareja ni coche. Para nada. Que lo sepáis. Me gustó tener la enorme cama y la bañera de hidromasaje para mí sola. Me gustó hacer autoestop (no lo hacía desde la adolescencia). Me gustó contemplar en silencio el sobrecogedor paisaje desde el mirador. Me gustó meterme entre pecho y espalda un codillo al horno en un restaurante de currelas. Me gustó viajar sin prisa en tren.

El mismo día de la escapada, chateé con mi amiga bloguera Marta Navarro y me advirtió: «ama, pero no te enamores». No me quiso explicar la diferencia: «Piensa en ello». Y le di vueltas mientras atravesaba hayedos nevados y bordeaba los acantilados. Me ha convencido. Creo que la clave está en la identidad, la autonomía y la libertad. Si yo amo, yo soy el sujeto, y mantengo mi identidad intacta. Si me enamoro (como si me enfermo), cambia mi estado, paso a «estar enamorada». Y estar enamorada supone, al menos en base al modelo de amor romántico imperante, estar pendiente de la otra persona: dejar de pensar en mí para pensar en nosotrxs. Lo cuál puede estar bien si se elige conscientemente y si es correspondido. Pero no por inercia, por no saber amar de otra manera. Y eso es lo que ocurre en la mayoría de los casos.

Esas cosas pensaba yo asomada al Salto del Nervión. Termino el 2010 y saludo al 2011 disfrutando de la soledad elegida. Me siento completa: no necesito medias naranjas ni príncipes azules. Os deseo un año nuevo lleno de libertad, ilusión y amor, sobre todo hacia vosotrxs mismxs.

Nota: No saqué fotos. Y no tengo ninguna que sea coherente con lo que estoy diciendo. Así que me he tomado la libertad de robarle a Ander una foto que sacó haciendo el mismo paseo. Él también lo disfrutó solo y nos lo contó así.

80 egunean: el deseo no tiene edad

3 Jul

Este año celebré el 28-J en la mani del Orgullo Crítico, en Vallekas (Madrid), la manifestación alternativa a las locas fiestas comerciales, gays, blancas, llenas de carrozas y famoseo que se celebran hoy en Chueca. Fui con mi familia no nuclear (mi hermano de 7 años, que no se acabó de ambientar, y su madre) y tuve el placer de conocer a Mario y demás reyes. El necesario tema central de dicha mani era la situación de las personas migrantes LGTB, pero yo hoy prefiero hablar de otro colectivo invisible: las personas mayores.

Ayer vi la película vasca 80 egunean (en 80 días) y no puedo pensar en otra cosa. Es una película bellísima, y un motivo de orgullo patrio (y bien sabéis que no me caracterizo por mi patriotismo) que, además de ser vasca, esté rodada en euskera. Trata sobre dos mujeres de unos 70 años, muy diferentes. Axun está casada, vive en el caserío y hace vida tradicional: ir a misa, bailar pasodobles… Maite es lesbiana, está soltera, y es una profesora de piano vital e independiente a punto de jubilarse. Se encuentran en una habitación de hospital y se reconocen: fueron amigas íntimas en la adolescencia. Entre ellas hubo un algo especial, que 50 años después vuelve a florecer.

Si ya es tabú que en la tercera edad haya espacio para el deseo, que ese deseo sea lésbico es ya absolutamente impensable. La peli visibiliza una de las formas de sexualidad más invisibles: el deseo entre dos mujeres mayores. Invisible, pero no inexistente. ¿Cuántas ancianas solteras que conocemos se habrán pasado toda su vida albergando en secreto su amor hacia otras mujeres, sin atreverse a expresarlo? ¿Cuántas de esas ancianitas amigas que vemos caminando del brazo por el parque han sido o son amantes? ¿A cuántas de nuestras abuelas se les pondrá la carne de gallina al recordar esa amiga»especial» de su juventud?

Hace unos años vi un reportaje en documentos TV sobre la homosexualidad en la tercera edad y me acongojó, porque mostraba a personas que de jóvenes tuvieron que esconderse y ahora piensan que ya se les ha pasado el arroz para vivir su sexualidad en libertad. ¿Seguro? La película nos dice todo lo contrario: que nunca es tarde para ilusionarse, para sentir.

Magapola (una de las personas que me recomendó 80 egunean) nos habla del escándalo adolescente que provoca que dos famosas se besen. Tal vez que las reinas del pop coqueteen con el lesbianismo pueda hacer que las adolescentes se planteen que ese deseo es una opción, o que lo identifiquen en ellas sin ansiedad. O puede que no; que esas excentricidades sean digeribles pero no aporten mucho a la lucha contra la homofobia. No lo tengo claro. Sí tengo claro, en cambio, que necesitamos más referentes de mujeres lesbianas diversas reales: adolescentes, viejas, políticas, actrices, deportistas… La misma Magapola nos avisa hoy de que la primera ministra islandesa de 67 años, se ha casado con su compañera. Esa sí que es una noticia para la normalización y no el morreo entre Bullock y Johansson.

Por cierto, 80 egunean no es tan dramón como parece en el trailer: más bien se caracteriza por mostrar los sentimientos dentro de lo cotidiano, sin fuegos artificiales, pero transmitiendo muy bien la tensión entre el deseo y las responsabilidades… Os dejo con una de las escenas más emotivas, en las que Axun (la casada) le dice a Maite: «Asko gustatzen zait nola naizen zurekin egoten naizenean. Zurekin nagoenean ni ez banintz bezala sentitzen naiz. Baina era berean oso ni sentitzen naiz». (Me gusta mucho como soy cuando estoy contigo. Cuando estoy contigo es como si no fuera yo misma. Pero al mismo tiempo me siento muy yo). Maite calla. Pelikula benetan zoragarria.

Queridas bolleras, maricas, transexuales, transgénero, queer, bisexuales, polisexuales, transfeministas, indecisas, decididamente heterosexuales, deseantes sin etiquetas, etc. Llego tarde, pero no quiero dejar de felicitaros a todas en esta semana por la Liberación Sexual.

True love

7 May

Chicas: ¿con cuántos años empezasteis a imaginaros cómo sería vuestra boda? Yo ni lo recuerdo. Sí que sé que he estado diseñando mentalmente el vestido de novia desde que tengo uso de razón, y que siendo adolescente hacía listas de invitados y de los nombres que me gustaban para mis futuros hijos. 

Ahora que el tema del hiyab está hasta en la sopa (me estoy reprimiendo escribir sobre ello para no contribuir a tal sobredimensión de un mero síntoma de desigualdad), me apetece citar sólo uno de los velos de los que nos nubla la razón y nos resta autonomía en Occidente: el amor romántico. Aunque hemos logrado que los medios de comunicación visibilicen la violencia de género, todavía no hemos conseguido que se cuestione el mito de amor romántico como germen de la violencia, o que se critique que a las niñas se las siga enseñando a soñar con su príncipe azul. Ese que las salvará y por el que lo dejarían todo. Pero poco a poco nos quitamos el velo, o lo vamos intentando. Me gusta la teoría de expertas en violencia como Norma Vázquez de que detrás de una mujer asesinada no hay una víctima (en el sentido de pobrecita), sino una rebelde que un buen día dijo «no», «basta», «te dejo», y lo pagó caro.

Hoy han empezado los encuentros de jóvenes feministas de Euskal Herria en Hernani. (Gora gazte feministak!) Mañana, entre otras cosas, hay un debate sobre autodefensa feminista, talleres sobre pantojismo (para parodiar el amor romántico) y poliamor (para reflexionar sobre modelos alternativos de relacionarse). Espero crónicas de quienes participéis. Lo dicho: poco a poco somos más las que intentamos con más o menos éxito quitarnos ese velo. Para celebrarlo, un magnífico corto que disfruté en Momo Dice, y la versión de Pipilotti Rist de Wicked Love. Porque ya sabes que sin ti… soy yo.

Actualización:

Las blogueras feministas estamos cada vez más conectadas. Publico esto y al de cinco minutos me encuentro con que la sexóloga Mónica Quesada ha publicado dos canciones imprescindibles contra el mito del amor romántico.

– Un clásico: Libre te quiero, de Amancio Prada
– Pa’ rumbear: Bellas, de Canteca de Macao

¿Se os ocurren más?