Si no puedo perrear, no es mi revolución
24 Jul
He decidido mudar este contenido a Pikara Magazine ya que sigue siendo muy consultado y quería contextualizarlo bien (a fecha de 2019). Lo puedes leer aquí.
24 Jul
He decidido mudar este contenido a Pikara Magazine ya que sigue siendo muy consultado y quería contextualizarlo bien (a fecha de 2019). Lo puedes leer aquí.
16 Ene
En mi primer sábado de mi tercer viaje a La Habana, mi amiga C. me propuso ir a una fiesta de gais y lesbianas. Ya había ido a alguna otra y me daba un poco de pereza la perspectiva de gente super jovencita y música comercial en plan David Guetta, pero la entrada sólo costaba un dólar y me prometieron que sonarían ritmos variados. Me puse un vestido corto, tacones y me maquillé, como ritual para esa primera noche en La Habana. Llegamos, conversamos con unas jovencitas mulatas que vestían trajes masculinos, bailamos, observamos a los muchachos gais (mayoría abrumadora, para variar) disfrutando sin miedo a toparse con miradas homófobas.
Cuando fuimos a repostar a la barra, una chica empezó a mirarme y ponerme morritos con descaro. Yo me quedé desconcertada y miré para otro lado sonrojada. La chica era muy linda, mulata menudita, con una larga cabellera lacia que llevaba rapada por un lado y un minivestido negro con lentejuelas con el que exhibía varios tatuajes a los brazos y en la espalda. Una femme cubana, vaya. Me pidió un cigarro, me dijo que se llamaba Gioggia porque había nacido en Italia, y me invitó a bailar. Salimos a la pista y la tía se puso a perrearme de una forma de lo más escandalosa. Yo me moría de la vergüenza porque de repente todas las chicas nos miraban, pero bueno, me pareció una nueva experiencia e intenté aguantar el tipo, un poco perdida por salirme del rol habitual de perreadora. (más…)
14 Oct
Este fin de semana he participado en las Topaketa lesbianistak, un encuentro organizado por los colectivos 7menos20 y Mdma con el apoyo y participación de otros muchos. Aprovecho el subidón que me traigo para escribir un post sobre lesbianismo que tenía en mente desde hace tiempo, con el objetivo de generar reflexiones y debates entre mujeres. Quien no me conozca y quiera situarme un poco, puede leer mi post Te digo yo que eres hetero. (más…)
28 Jun
Ver al cantante de Doctor Deseo en el escenario con su liga en la pierna y los labios y las uñas pintadas de rojo me encendió la lucecita y me llevó a dar forma a una intuición que tenía desde hace tiempo: la homofobia es un elemento central que deberían combatir los hombres que quieran luchar contra el machismo.
Quienes me conocen saben que tengo cierto empeño en tratar que mis amigos hetero descubran su lado marica. No me suele ir mal. En más de algún caso, el hecho de animarles a plantear un deseo que nunca se habían permitido sentir, les ha llevado a tener (o reconocer) fantasías homoeróticas. Yo les decía que creo que no deberían de identificarse plenamente y sentirse cómodos con la identidad de hetero. Algún amigo me preguntaba por qué, y yo no conseguía explicarlo de forma convincente.
Cuando vi a Francis en el escenario caí en la cuenta de una forma muy gráfica de que los límites de la masculinidad son estrechísimos. Mientras que yo puedo llevar falda o pantalones, pintarme o no, calzar tacones o playeras, lucir escote o ponerme forro polar, llevar el pelo corto o largo, y sólo si opto por todo el pack de lo que se asocia con lo masculino se me va a cuestionar de forma contundente, el simple hecho de que un hombre se pinte los labios y las uñas de rojo (fuera del contexto carnavalesco, que eso daría para otro post) dinamita los mandatos de la masculinidad. Y más aún si no se trata de un gay visible, sino de un cantante de rock con rasgos viriles que viste traje y sombrero, y que por cuyas letras podemos presuponer heterosexual.
Me parece muy valioso lo que hace Francis, porque hay muy pocos hombres (de hecho no se me ocurre ninguno más) públicos que transgredan los límites de la masculinidad sin temer que le llamen marica por ello. Más aún, muy pocos hombres que jueguen con el homoerotismo como hace Francis cuando se pone a lamerle el saxo al compañero. También me encantó que en una canción romántica caminase entre el público y se dirigiera tanto a chicos como a chicas, y que incluso se sentase en el regazo de un hombre y le pidiese que le agarrase de la cintura.
Y esto es muy importante, porque la homofobia es la herramienta de control de la masculinidad hegemónica (necesaria para mantener la dominación machista), por excelencia. No hay más que ver los insultos más frecuentes tanto en el patio del colegio como en las conversaciones entre adultos: los hombres son maricones, y las mujeres putas. De la misma forma que las feministas (al menos aquellas con las que me identifico) estamos luchando contra el estigma puta, no sólo por solidaridad hacia las trabajadoras del sexo, sino porque esa clasificación entre buenas y malas mujeres se ha utilizado toda la vida para mantenernos sumisas, los hombres pro-feministas han de volcarse en luchar contra la homofobia. Y eso no significa sólo respetar a los homosexuales. De la misma forma que a una no le llaman puta porque cobre por sexo (nos llaman putas si somos promiscuas, si llevamos poca ropa, si decimos ‘sí’, si decimos ‘no’, si somos madres solteras, si perdemos la virginidad demasiado pronto y un interminable etcétera), cuando se llama maricón a un hombre, no se le está acusando sólo de tener sexo con hombres. (más…)
16 May
Hace poco aprendí una palabra: «heterodesignar». Dícese de la acción de decir a otra persona lo que es. Por ejemplo, decir a alguien que se siente vasco que, le guste o no, es español porque Euskadi pertenece a España. O al revés, vaya, decirle a alguien que no se puede sentir español porque vive en Euskal Herria, que es una nación. Me la enseñó una persona a la que heterodesigné: le empecé a discutir el hecho de que no se siente mujer (sí, yo tenía el transfeminismo en modo off). Poco después me sentí heterodesignada, y me dio qué pensar.
Primero ocurrió que le dije a una amiga por teléfono que tenía ganas de echarme novia. Me contestó que eso de cambiarse de acera está muy bien como chiste, pero que no es real. Le contesté que me gustan las mujeres, que he tenido rollos, historias y cuelgues por mujeres. Pero que por circunstancias nunca había tenido novia. Me contestó que no lo sabía.
Otro día, estaba con un grupo de amistades y salió el tema de la heteronorma. Cuando dije que también me gustan las tías, se pusieron a preguntarme cosas como: «Pero, a ver, ¿te parecen guapas o te ponen?» «¿Te las follarías?» «¿Con qué tipo de mujeres te acostarías?» Todo en condicional, dando por hecho que no me he acostado con mujeres.
La tercera situación se dio cuando estaba tomando algo con tres lesbianas que conozco del entorno laboral, hablando precisamente de salir del armario. Una le dijo a otra de broma: «June todavía no entiende, pero estamos trabajando en ello». «¿Qué te hace pensar que no entiendo?», le contesté airada. «Pues porque en tu blog y las redes sociales hablas a menudo de tu vida sentimental y nunca he leído nada que indique lo contrario». Le dije que en mi blog y en Pikara me he desmarcado de la heterosexualidad, que en Facebook he hablado de chicas, y que lo que ocurre es que tengo mala suerte con las mujeres (comentario medio de broma).
He dudado en escribir este post, porque me siento muy expuesta cuando hablo de este tipo de temas. Me creo a pies juntillas que «lo personal es político», pero le doy muchas vueltas cada vez que cuento algo de mis relaciones o de mi vida sexual, porque sentirse expuesta tiene su aquel. Pero eso de que por mi vida virtual se me presuponga hetero, me dio qué pensar. ¿Debería visibilizar mi no heterosexualidad? ¿O en realidad el sesgo está en quien lee? No me identifico con ninguna etiqueta (ni bisexual, ni hetero ni lesbiana), y hablo de mi relación con las mujeres con normalidad, sin esconder nada, cuando sale el tema con las amigas, en el trabajo o incluso con la familia (ahí con menos normalidad, pero lo hago). Pero se ve que para visibilizar la diversidad sexual es importante explicitar las cosas. (más…)
14 May
«¿Cómo viven las jóvenes la sexualidad en Cuba, teniendo en cuenta la menor influencia de la moral católica?», me preguntó una de mis minimecenas**. En pleno congreso de Sexología del Cenesex, que tenía a las expertas absorbidas, no tuve ocasión de contactar con ninguna especialista en el tema. Hablé con alguna adolescente de forma informal (y con mis amistades veinteañeras), pero tampoco dio tiempo a organizar un grupo de discusión. Un día quedé con las tres comunicadoras feministas que promueven el proyecto ‘Género y Cultura’ (que incluye organización de debates y también actividades con jóvenes), y me parecieron estupendas para que me hablasen también de este tema.
Lirians y Helen tienen 26 años (y Lirians ha sido madre recientemente); y Danae (se unió más tarde a la conversación), es treintañera y madre de un adolescente. Les agradezco mucho que hablasen tan largo y tendido tanto de sus experiencias personales, como de sus opiniones acerca de la sexualidad entre la gente joven. Hay que aclarar que les planteé la cuestión de decir «sí» y «no», y no identificaban que hubiera dificultades en ese aspecto. Sí que me hablaron en cambio de desigualdades respecto a la vivencia de la primera vez, la masturbación o los roles en las relaciones abiertas. Insistieron constantemente en que la sociedad cubana es (como todas) muy diversa y que no conviene generalizar. Esto es lo que me contaron:
¿Es importante la primera vez para las chicas?
Lirians: Cuba es un Estado laico, pero nuestra historia viene de mucho más atrás, hay una tradición judeocristiana muy enraizada y un patriarcado vigente a pesar de que en este proceso revolucionario de 50 años se haya reivindicado la participación de las mujeres en los espacios públicos. Y una de las estrategias de la cultura machista es controlar el cuerpo de las mujeres. Así es que se mantienen mitos como el de la primera vez. También depende de los espacios. No es lo mismo las mujeres de las ciudades que las de zonas rurales. Se ha avanzado en soltar prejuicios y ganar libertad, pero en determinados espacios. En mis tiempos, la primera vez era importante para muchas. Se lo imaginaban con velas, delicado… En la universidad, puede que las chicas empiecen a romper con roles.
Helen: La iniciación sexual es temprana, entre los 12 y 14 años. Esto puede hacer pensar que hay más libertad. En las familias no supone un conflicto terrible que la niña de 12 años empiece a tener relaciones sexuales. En el imaginario se reproduce una idealización de la primera vez, como ese momento idílico. Ya no es la virginidad como un bien preciado a preservar, pero sí que se cree que hay que entregárselo al que sea digno de ello.
¿Y qué papel juega las ganas de tener sexo en la primera vez?
H: Te apetece tener sexo, pero eso va acompañado de una idealización sobre el lugar, la persona, la puesta en escena. En muchos casos la primera vez tiene lugar en una escalera, rápido cuando los padres se fueron de la casa, en un área deportiva… Eso supone frustración por ese ideal que no se cumple.
L: Sigue habiendo mitos sobre el placer sexual, como que el orgasmo es lo más sublime. Una relación sexual sin orgasmo, ¿qué cosa es? En la universidad es más común eso de las relaciones abiertas, el sexo en grupo, el intercambio de parejas, los tríos… Hay una flexibilidad a la hora de experimentar más allá de la pareja tradicional. Pero un amigo me dijo que los chicos no se miran ni se tocan; las muchachas sí que se intenta que tengan contacto.
¿La masturbación es tabú?
L: La masturbación en las mujeres sigue siendo tabú en lo público y, bajo mi experiencia, en lo familiar. En los espacios como los medios de comunicación en los que se habla de autoerotismo, se habla de los varones: la necesidad de respetar sus espacios, se combaten los prejuicios como que les van a salir ampollas… Se toca el tema de las muchachas como una referencia, pero no se profundiza. Se reprime. Se insiste mucho en temas de salud, el uso del condón. Pero falta hablar más de placer. (más…)
6 May
En el imaginario europeo, Cuba se asocia inmediatamente al sexo. Buena parte de la población se ha creído el estereotipo. Al menos cuando hablan con las turistas: los hombres (tanto jineteros profesionales como jóvenes aspirantes) repiten como loritos el mito de que “nadie te va a follar mejor que un cubano”. Olivia, de Krudas Cubensi, habla mucho de las pingas mágicas de los cubanos; de que Cuba ha estado tan ligada tradicionalmente al turismo sexual, que los cubanos se han creído eso de que sus pingas son únicas y maravillosas, y eso influye en que la sociedad cubana sea especialmente falocéntrica. Puede ser. De las mujeres no puedo hablar; no sé si también susurran a los turistas que cuando prueben un «bollo» cubano no querrán otra cosa.
Al hilo del mito de que “en Euskadi no se folla”, he debatido con diferente gente sobre si se puede decir que una sociedad determinada es o no más sexual. Yo creo que, aunque nunca está bien generalizar, en Cuba se nota mucho la menor represión. Se nota que el sexo no sólo no es pecado ni por asomo, sino que es entendido como uno de los mayores placeres de la vida, que no sólo hay que gozar, sino cultivar, desarrollar. Otro tema además es que con el auge del reguetón, el sexo está presente a todas horas. Puedes encontrarte con vídeos como este (uno de los que más han escandalizado, debido a las escenas lésbicas y de sexo en grupo) en el taxi, en la cafetería por cuenta propia, en la discoteca…:
Fui a una santera de Habana Vieja que me tiró las cartas. Entre otras muchas cosas, me dijo: “Veo poco sexo. No tienes sexo todos los días”. Me reí por dentro y pensé que eso era cultural: ¿hay alguna vasca que tenga sexo todos los días? Se lo conté a mis amistades cubanas, y la reacción fue en todos los casos una mezcla de cachondeo y lástima hacia mi escasa (según sus parámetros) vida sexual. “Por supuesto que tengo sexo todos los días, si es lo mejor que hay”, me decía la gente. No sé hasta qué punto será real o será un decir.
En todo caso, Cuba no es que sea tampoco el paraíso de la libertad sexual. De hecho, cuando charlas con la gente, ves que su realidad tiene que ver más con la nuestra que con la fantasía caribeña que nos hemos montado. Coitocentrismo, juicios morales sexistas, mitos como el de la virginidad femenina y demás patrones machistas siguen vigentes. Las conversaciones con mis conocidas de allá no distaban mucho de las que tengo con mis amigas de aquí: las mismas alegrías, problemas y frustraciones. Incluso una de las cosas que más gracia me hizo es que en Cuba a todo lo que suena a relaciones y sexo liberal le llaman: «vivir a la europea». Las pelis españolas subidas de tono y el turismo ávido de sexo salvaje son los responsables de que nos atribuyan esa fama. Ahora, que desde mi punto de vista es innegable que el erotismo está mucho más integrado en la vida cotidiana cubana, y eso es una auténtica gozada.
Norma, una de mis mecenas, me planteó la siguiente cuestión: ¿cómo afecta la menor influencia de la moral católica en la sexualidad de las jóvenes y en su capacidad para decir “sí” y “no”? Así que fue un asunto que pregunté mucho y en el que también observé mucho. Saqué las siguientes conclusiones generales (que, como conclusiones generales que son, resultan simplistas y generalizadoras): (más…)
25 Abr
Esta vez sí que acerté. Fui Bruno, un bloguero con muchos followers, escritor de relatos intentando rentabilizar el auge tuitero. Modernillo, algo creído, aparentemente progre, abierto incluso al rollito queer. Os conté que en octubre hice mi primer taller de drag king (el primero que organizó Pikara con M en Conflicto), y que no acerté porque el chavalito rapero en el que intenté convertirme no tenía nada que ver conmigo. Esta vez, Bruno (que es más o menos como me he imaginado que sería de haberme socializado como hombre) me permitió no tener que tratar de interpretar. Me limité a intentar deconstruir los artificios de la feminidad y a reproducir algunos patrones de masculinidad hegemónica . Fue un ejercicio interesante, pero incompleto. Repasemos sensaciones curiosas, algunas bastante patéticas, pero no por ello menos jugosas para la reflexión: (más…)
14 Abr
Llevo meses cabreada con Cristina Yang. Es la de la foto, una de las protagonistas de Anatomía de Grey, la aspirante a médica cardiotorácica fría, ambiciosa y perfeccionista que hace lo que haga falta por quedarse con la operación más complicada, que se ríe del romanticismo y de toda forma de sensiblería. Intentaré explicaros por qué estoy cabreada con ella (bueno, con el equipo de guionistas, claro está) sin destriparos la serie. Cristina tuvo primero una relación larga e intensa con el jefe de cardio, Preston Burke, quien la dejó plantada en el altar. Le costó mucho volver a enamorarse, y lo hizo de Owen Hunt (el de la foto), exmédico militar, jefe de Trauma, traumatizado por su paso por Irak. Una vez Owen logró que Cristina no acudiese a la llamada de su nueva jefa de cardio por estar haciendo el amor con él. Ella le dijo lo siguiente:
Le contó que Burke le fue arrancando pedacitos de su corazón sin que ella se diera cuenta, al punto de convertirla en alguien que no era, en alguien que accedió a mentir por él, a arriesgar su carrera y terminar vestida de novia de cuento con las cejas depiladas. Le dijo que ese día, haciendo que ella fallase en el trabajo, Owen le había arrancado un trocito de su corazón. Y sentenció llorando: «Eso nunca, nunca jamás puede volver a ocurrir». Pues ocurre. No os voy a destripar la serie, pero Cristina lleva ya demasiados capítulos en crisis con Owen, hasta el punto de que ella, para quien la carrera siempre ha sido lo primero, se pasa todo el día llorando por las esquinas, vigilando a su marido, encerrándose con él en casa durante días para intentar solucionar sus problemas. Se acercan los exámenes que les permitirán pasar de residentes a médicos especialistas, y ella está enfrascada en su crisis con Owen. Y yo me cabreo con ella.
Ha pasado año y medio desde mi última relación de pareja en la que cabían ese tipo de crisis y ya las tengo olvidadas, hasta el punto de que las miro con distancia y extrañeza. El otro día una pareja de conocidos cancelaron dos noches seguidas una quedada conmigo y otras amistades. La primera noche, porque estaban en crisis. La segunda, porque estaban de reconciliación. Tomamos algo por el día con ellos, y ella tenía los ojos hinchados de llorar (o de sueño, pero yo deduje que de llorar). Yo, desde la distancia, pensé: «Joe, fíjate tú el coste que tiene la pareja. Dos días en crisis que podían haber dedicado a tantas cosas…» Desde que se terminó mi última relación tormentosa, me he dicho mil veces que no quiero volver a eso, que no quiero que la pareja me absorba y me haga descuidar mi carrera o mis amistades, que no quiero invertir tanto tiempo ni desgaste emocional en la pareja, que me niego a volver a llorar toda la noche como si me fuera la vida en ello, a estar al borde de un ataque de ansiedad por una bronca. Hablaba de ello con otras dos amigas muy críticas del parejismo, y reconocíamos que no es tan fácil. Cuando quieres a alguien y piensas que lo bonito que habéis compartido merece la pena, es inevitable querer intentar que funcione, con el coste que eso implica.
Gracias a gente como Mariluz Esteban o Coral Herrera, hacemos una revisión crítica del modelo de amor romántico que nos han inculcado en la familia, a través del cine, de la música, de la Superpop… Vale, sabemos estar alerta para evitar relaciones de dependencia o dosis excesivas de drama, sabemos identificar lo que no hay que permitir, aunque luego en la práctica nos cueste reaccionar con firmeza cuando nuestra pareja nos monta una escena de celos o nos controla. Sabemos que la pareja no puede ser nuestro único pilar, que tenemos que mantener fuertes otros espacios. Pero es difícil, porque parece inherente al enamoramiento tener a la otra persona en la cabeza todo el rato, querer estar con ella todo el tiempo posible e incluso dar segundas y terceras oportunidades.
Lo que me inquieta es lo siguiente: sabemos que el modelo de amor romántico que nos han inculcado (ese «sin tí no soy nada») es una mierda pero, ¿hay otra forma de enamorarse y de amar? Criticamos el viejo modelo, ¿pero estamos siendo capaces de crear uno nuevo? Yo ando pesimista. Cuando conoces a alguien que merece la pena pero logras mantener tu centro en ti, mantener tus espacios, la cabeza fría, es inevitable añorar la intensidad que supone enamorarse sin mesura, ese sentimiento de querer estar todo el rato con la otra persona, de que (como dicen en Cuba) esa persona te mueva el piso. En cambio, cuando el enamoramiento te pilla por sorpresa, con la guardia baja, y te posee ese vertiguillo raro que te sube por la tripa o por la espalda, ¿cómo se hace para disfrutar de esa intensidad, y a la vez no perder el norte? Para cuando te quieres dar cuenta, estás angustiada porque hace dos días que no te escribe, estás invirtiendo más tiempo de la cuenta en preparar detalles para sorprenderle, o estás cancelando compromisos para poder pasar más tiempo con ella.
Así que me entran serias dudas de que sea posible amar con intensidad, pero sin ansiedad o dependencia. En su día os conté el consejo que me dio Marta Navarro: «Ama, pero no te enamores». Os dije que me parecía buena receta, amar manteniendo nuestra identidad, autonomía y libertad. Pero, por lo que veo en mí y a mi alrededor, no veo que sea posible. Le dijo Mari Luz Esteban a Maite Asensio en una entrevista: «No se debe decir ‘no te enamores’, sino ‘protégete, hazte con los arneses necesarios». Suena bien, pero yo no lo veo muy claro. Es complicado enamorarse forrada de arneses. Y cuando te los quitas un rato a ver qué pasa, a la mínima te ves otra vez ante el precipicio de la ansiedad y la dependencia. Así que te los pones otra vez, y te ves aferrándote a una barandilla para no volver a caerte. Y si te aferras demasiado a la barandilla, como que no puedes disfrutar demasiado.
En fin, me preocupa todo esto. Para inventarse un nuevo modelo no queda otra que ir probando por el sistema de ensayo y error. Pero eso supone exponerte otra vez al desgaste del vértigo, la ansiedad, las crisis, el drama… Y una se pregunta si está por la labor. Y se dice que es una naranja entera. Y pasan los meses y una, por muy naranja entera que sea, piensa que por otro lado mola eso de tener a alguien con quien acurrucarse bajo la manta las tardes lluviosas de domingo, y a nada que se despista se imagina formando una familia, con perro y chimenea incluidos. En fin, una jodienda.
Este post no permite ser (aunque de hecho lo sea) un desahogo personal, sino una invitación a la reflexión colectiva. Me gustaría que pasásemos de criticar el modelo de amor romántico para debatir sobre si realmente es posible otro modelo y cuáles son las claves para construirlo, más allá de recordarnos lo que no hay que hacer. ¿Alguna idea?
23 Feb
Una de las mecenas de mi proyecto cubano, Gisela, me propuso el siguiente tema: cómo las feministas cubanas sienten sus cuerpos y los cambios corporales. También preguntaba qué discurso tienen las feministas hacia el papel que juega la vestimenta y la estética en la construcción de la feminidad, si asocian el ser feminista a una estética determinada… Me dediqué a hacerles esa pregunta y luego me di cuenta de que mis compañeras feministas cubanas presentan cuerpos de lo más diversos: blancos, negros, mestizos, gordos, flacos, quemados, recién paridos, en sillas de ruedas… He podido recoger experiencias dispares sobre cómo ser feminista les ha ayudado a aceptar su cuerpo o, por el contrario, cómo tener un cuerpo diferente al de la norma les ha acercado al feminismo. Empiezo esta serie con Isabel Moya Richard, directora de la Editorial de la Mujer de Cuba, quien además es experta en las representaciones de las mujeres en la prensa y la publicidad.
¿Cómo ha influido el feminismo en la relación que tienes con tu cuerpo?
Yo tengo una discapacidad física, una enfermedad que me impide asimilar el calcio, por lo que tuve que usar aparatos para caminar hasta los 12 años. Después hubo que operarme las piernas, así que he tenido cicatrices. Yo diría que la propia representación del cuerpo me hizo acercarme al feminismo. En mi casa me criaron con mucho cariño y reforzaron mi autoestima. Tengo un hermano menor y nos criaron igual, sin lástima y sin sobreprotección. En mi casa naturalizaron que las personas son diferentes. Mi madre siempre hace un cuento: pasaba por la tele una novela, ‘Enrique de Lagardere’, cuyo protagonista se disfraza de un jorobado, Esopo. Todas las niñas querían ser la princesa, y todos los varones Enrique de Lagardere. Yo decía toda contenta: “¡Yo soy Esopo! ¡Yo soy Esopo!”, y mi madre lloraba, pero yo le digo que eso quiere decir que me quería como era.
Siempre fui un poco transgresora. No me ponía a intentar seguir lo que todo el mundo hacía porque yo ya era diferente. Tenía dos opciones: o sufría todo el tiempo o hacía de mi diferencia un motivo de orgullo, como el orgullo gay. Fui una protofeminista: no tenía ni idea de feminismo pero me sentía muy empoderada. Después caí en la revista Mujeres de pura casualidad y al principio me parecía que no tenía nada que hacer ahí. El verdadero periodismo me parecía el de política. Pero cuando empecé a hacer reportajes, a conocer la teoría de género y a feministas latinoamericanas, descubrí que eso era lo que había pensado siempre sin haberlo sistematizado. (más…)
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