Subidón lesbianista
14 Oct
Este fin de semana he participado en las Topaketa lesbianistak, un encuentro organizado por los colectivos 7menos20 y Mdma con el apoyo y participación de otros muchos. Aprovecho el subidón que me traigo para escribir un post sobre lesbianismo que tenía en mente desde hace tiempo, con el objetivo de generar reflexiones y debates entre mujeres. Quien no me conozca y quiera situarme un poco, puede leer mi post Te digo yo que eres hetero.
Para hablar de lesbianismo parto de la base de que estamos en una sociedad heterosexista en la que, en el mejor de los casos, la heterosexualidad es la opción que se visibiliza, se promueve y se presupone por defecto, mientras que las otras opciones son consideradas excepcionales. Lejos estamos de una verdadera asunción de la diversidad sexual y afectiva. Y digo «en el mejor de los casos», porque además la discriminación e incluso la violencia contra las personas que se salen de la heteronorma (y del binarismo de género mujer/hombre) siguen a la orden del día.
En ese contexto, creo que no cabe situar las preferencias sexuales y afectivas en lo privado, eso de «a mí me da igual con quién te vayas a la cama», sino que yo entiendo que salirse de la heteronorma es una apuesta política. En el caso de las mujeres feministas, a esto hay que sumar que entendemos que la familia nuclear heterosexual es una pieza clave de la sociedad patriarcal y que, por tanto, cuestionarla es una vía interesante para la construcción de una alternativa al patriarcado.
Es fundamental que las feministas entendamos que a todas atañe luchar contra el heterosexismo. No sólo por solidaridad hacia las lesbianas, sino porque hay que entender que la lesbofobia es una forma de control de la sexualidad y las actitudes de las mujeres (el ejemplo más claro, la amenaza de que te consideren una marimacho cuando de pequeña no quieres ponerte vestido o quieres jugar a fútbol). Las feministas lesbianas recuerdan además que ellas se han volcado en temas como el aborto o la violencia de género en pareja, por lo que es de recibo que las compañeras hetero también se vuelquen en apoyar las reivindicaciones de las lesbianas.
Por otro lado, a no ser que tengamos una visión esencialista de la orientación sexual (que no es mi caso, desde luego), sabremos que al lesbianismo se puede llegar por muchas vías. Hay quien ha llegado simplemente a raíz de sentir deseo o enamoramiento por una o varias mujeres (en algunos casos desde pequeñas, pero esto puede ocurrir a cualquier edad y de forma abrupta o progresiva). Hay para quien su identidad lesbiana se empezó a construir al sentir que no encajaba con lo que se espera de una niña. Y hay quien llega desde esa postura feminista de rebelarse ante el mandato que empuja a las mujeres a la búsqueda del príncipe azul. O un poco de todo.
Yo creo que cabe tomarse en serio y cumplir con el comentario «me voy a cambiar de acera» que tantas mujeres han hecho durante o después de relaciones tormentosas o frustrantes con hombres. No es que idealice las relaciones lésbicas (por supuesto que en estas también hay roles, relaciones de poder e incluso puede haber violencia), pero dado que siento que los micromachismos y la socialización machista de mis parejas han influido mucho en que mis relaciones no funcionasen, estoy harta del desgaste que suponen conflictos ligados a la socialización sexista y temo tener que enfrentarme a nuevos episodios de dominación machista (porque no hay un radar para detectar a tiempo a los machistas; ser de izquierda o incluso profeminista no es garantía, doy fe), me parece más que razonable priorizar la posibilidad de tener como pareja a una mujer. Creo que ser feminista y emparejarse con hombres supone a menudo un desgaste del copón.
Yo no digo que haya que cerrarse a la posibilidad de enamorarse de hombres. Lo que cuestiono es que las que nos hemos iniciado en el amor con hombres y hemos terminado quemadas de las desigualdades que se dan en una pareja hetero, nos empecinemos en seguir buscando «el hombre de nuestra vida» en vez de abrirnos a otras opciones. Esto nos da libertad y nos fortalece, también de cara a volver a estar con hombres. No me canso de citar esta idea de Itziar Ziga: «Si las mujeres pudieran contemplar con mayor serenidad la posibilidad de una vida sin pareja, sin sentirse por ello solas o fracasadas, o con una pareja mujer, sin sentirse por ello abyectas y rechazadas, no aguantarían tanto la violencia de los machos».
Además, el sexo y el amor entre mujeres reporta beneficios interesantes. Por un lado, yo he experimentado que el lesbianismo reduce la rivalidad femenina que promueve el patriarcado como estrategia para dividirnos, si va acompañado de la voluntad de cultivar la sororidad. Como ya me he extendido bastante, no puedo argumentarlo con calma, pero vaya, yo sí que veo claro que cuando una desea y ama a las mujeres, rompe con esa dinámica inconsciente de competir con ellas (a veces porque hay un hombre de por medio, y otras veces porque ya se nos ha quedado ese ramalazo). Por otro lado, mi experiencia personal (que no digo que siempre ocurra) es que desear y amar a mujeres sienta bien a mi autoestima y empoderamiento como mujer. Me refiero a cómo puede mejorar la aceptación de nuestro cuerpo después de explorar y disfrutar otros cuerpos de mujeres (con sus curvas, sus olores, sus pelos, sus flujos…).
Otro argumento que pensé una vez que dije esto en el Facebook y un chico contestó un poco a la defensiva, es que si muchos hombres siguen percibiendo el lesbianismo como una amenaza para ellos (algo que no nos ocurre a las mujeres con la homosexualidad masculina), estamos ante una constatación más de que el heterosexismo en una pieza clave que hay que combatir en nuestro trabajo contra el patriarcado. Esa hostilidad que transmiten sin querer incluso tíos con un discurso a favor de la diversidad sexual hacia las lesbianas (como si fueran a robarles sus mujeres, o como si las vieran como machas alfa con las que competir) me parece una prueba del vínculo entre machismo y lesbofobia.
Aprendí con Medeak el concepto de «lesbianismo político». Explicaban que como colectivo, se definen como lesbianas, independientemente de con quién se acuesten o emparejen. En Dima estuvimos hablando de cómo nos nombramos (lesbianas, lesbianistas, feministas lesbianas, lesbianas feministas, lesbofeministas…) y yo defendí «lesbianista» en cuanto a que facilita separar la vivencia de la identidad que cada cada una tenga de su adhesión a los discursos y prácticas que propone el lesbianismo. Yo no me defino como lesbiana, pero defiendo el lesbianismo y creo que el feminismo ha de ser lesbianista. Dicho de otra forma, probablemente no hubiera ido a un encuentro de lesbianas, pero me he sentido incluida en la convocatoria de unos encuentros lesbofeministas. Creo que abogar por un lesbianismo político (frente a plantear una identidad lesbiana esencial) nos permite llegar a más mujeres a las que, a su vez, ese discurso seguro que les influirá en sus propias prácticas sexuales y afectivas.
Hace tiempo pensé sobre esa mayor hostilidad social hacia el lesbianismo. Copio y pego mis propias conclusiones:
«El tema de la homosexualidad, dicho sea de paso, tiene dos grados diferentes de antinaturalidad. La homosexualidad masculina (lo que vienen a ser los gayers) está hoy en día bastante aceptada, hasta por sectores bastantes tradicionales a los que, incluso, les hace gracia. Es lógico, las locas han dado mucho juego en el humor tradicional, y los editores de casettes de chistes (esas que se vendían en los baretos de carretera, alternando en el mostrador con cassetes con tías en tetas en la portada) les deben muchos dividendos, por no decir su propia razón de ser. Pero resulta que las chicas (o sea, las boyers) no tienen tan buena prensa y siguen siendo vistas como desequilibradas, viciosas, enfermas o frígidas*. Quiero decir, no creo que a muchos tíos homosexuales les hallan soltado por la calle eso de ¡A ti lo que te hace falta es que te folle un buen coño para quitarte las tonterías! pero a ellas se lo siguen diciendo (reemplácese el elemento anatómico, por supuesto)
¿Cual es el problema? ¿Qué daño hacen dos mujeres que se quieren y se disfrutan? O mejor dicho ¿Qué daño hacen ellas que no hagan dos tíos? Y llegamos al meollo. Dos tíos que gustan de follar juntos no causan ningún trastorno en una sociedad que, como la nuestra, sigue siendo patriarcal, porque no suponen una amenaza para los hombres heteros, es más, implican una reducción de la competencia. Pero dos chicas que se quieren, son dos coños menos en el mercado ¡y eso no, eso no puede ser! ¡a la hoguera con ellas!
¿A alguien le escandaliza el concepto mercado de coños? Pues es lo más natural del mundo. La familia tradicional, esa que la Iglesia defiende a capa y espada, se consolida, en la mayor parte del planeta (y en España hasta no hace mucho) cuando un hombre se compra un coño para su uso exclusivo, a ser posible con un útero para que críe a sus hijos. Eso no impide que él pueda seguir metiéndola fuera del matrimonio, porque es cosa de hombres, pero ¡ay de ella como deje que otro pene entre en su sagrado agujero!
No pongáis esa cara. Ése es el modo en el que entienden el matrimonio demasiados millones de personas, y en nuestro civilizado país esa forma de pensar sigue estando muy extendida. Tras los asesinatos de mujeres a manos de su ex, no hay celos, inseguridad ni frustración por la desvalorización del rol masculino, sino la idea natural de que tu coño me pertenece y te mataré antes de dejar que lo folle otro.»
No sé June. Estoy completamente de acuerdo con lo de lesbianista, y con que algunas mujeres deberían plantearse tener relaciones con otras mujeres de forma seria haciendo ese típico comentario una realidad (aunque hay mujeres que, por mucho que hagan una tarea de repensar los patrones, nunca le va a atraer otra mujer) porque tal vez es el tipo de relación que más les llenaría. Pero por lo que yo he vivido y sé, no es del todo verdad que «el lesbianismo reduce la rivalidad femenina que promueve el patriarcado como estrategia para dividirnos». Vale que dices después lo de la sororidad, pero es que esto también puede darse en relaciones heteros, no sororidad, claro, sino «hermandad». Y es que muchas (me atrevería a decir la mayoría) de las lesbianas no son feministas. Y ahí está la clave (ya que reproducen patrones patriarcales aunque sean lesbianas), ahí y que en que lo que creo que hay que plantearse son las relaciones en sí. El hecho de poder crear las relaciones que una quiera (monógamas, no monógamas, con continuidad, sin ella…) y que le permitan crecer como persona. Quién escojas para tal fin es otro asunto, y pueden ser hombre/es o mujer/es. Vale que al ser las mujeres quien generalmente se interesan por el feminismo a lo mejor es más fácil encontrar con una/as de nosotras una relación «de crecimiento» y no patriarcal, pero también es cierto, como ya señalas, que las relaciones lésbicas no tienen por qué ser ideales.
Lo que me vengo a referir es que por supuesto que entiendo la lucha lesbianista y me adscribo a ella y las apoyo en todo lo que necesiten igual que nos apoyan a las que tenemos relaciones con hombres con el tema del aborto, pero no creo que el tener relaciones con mujeres «por postura política» sea el camino, sino cuestionar y examinar todas nuestras relaciones. Sí, el heterosexismo le viene muy bien al patriarcado, pero no son las relaciones hetero en sí, sino lo que supone, los roles que se le establecen a cada uno, las jerarquías, etc., que se dan dentro de esa relación. Uno de los principales problemas es la búsqueda del «príncipe azul» pero no veo por qué tiene que ser menos tóxica la búsqueda de «la princesa rosa» si esa relación va a llevar a los mismos patrones patriarcales y jerárquicos que lo otro. Por eso digo: cuestionar relaciones, no tanto con quién, si ese quién no lo escogemos simplemente porque nos enseñan que lo escojamos.
No sé si me he explicado, pero ahí va mi tocho ;).
Yomisma, estamos de acuerdo. Yo escribo en todo momento proponiendo el lesbianismo desde el discuro feminista. Por tanto, no sólo se trata de compartir sexo y afecto con mujeres, sino de revisar roles, el modelo de amor romántico aprendido, etc.
Y, claro, la cuestión es que es difícil encontrar hombres que se encuentren en ese proceso, y los que se encuentran, aún así siguen ejerciendo actitudes de dominación en cuanto se les va la pinza un poco. Y hay cosas relativas a la socialización sexista que será más probable encontrar en una mujer (aunque no sea feminista): los cuidados, el compromiso, una sexualidad no coitocéntrica… Hay hombres que también cuidan, se comprometen y realizan más prácticas que la penetración, por supuesto, pero bueno, yo tampoco hablo de lesbianismo obligatorio, sino que expongo lo que creo que aporta (unido a un enfoque feminista), partiendo de mi propia experiencia personal.
Vale, entonces te interpreté de manera incorrecta. Aunque no pensé que hablaras de lesbianismo obligatorio, sino como práctica «recomendable» pero tal vez te malinterpreté. Supongo que con este tema siempre me viene a la memoria Wittig que sí proponía un lesbianismo obligatorio.
¡Un abrazo!
Yo no soy feminista, yo soy trionista… Y es que, sobre todo entre las mujeres, retrógradas ancladas al tradicional feminismo de derechas chapado a la antigua. Yo voto por los tríos de tío-tía sumisa-tía sumisa. Pero claro, no todas las tías estáis en ese elevado proceso.
Lo que quiero decir, June, es que a pesar de que me encanta cómo escribes y tu blog, sin la heterosexualidad (el malo) no tendríais las lesbianas y/o las feministas de qué hablar. Todo lo que decís tiene un 50% como mínimo de negativo hacia lo que no es «lo vuestro». Pienso que cualquier otra opción sexual debe ser tratada con el mismo mimo y con el mismo respeto, si no, todo lo que se dice aquí no tiene ningún valor y a veces da la sensación de que intentáis segregar como otros insensibles han hecho con vosotras. No caigáis en esa trampa.
Un saludo.
Jose Antonio, compato tu análisis. Esa es la clave: si el lesbianismo supone un trastorno para la sociedad heteropatriarcal, reivindiquémoslo.
Ups. Ese «hallan» me perseguirá hasta el final de mis días. Maldita disteclia.
Por lo demás, no conocía todavía tu sitio y me está encantando. Hay mucho para leer y más para pensar. Gracias.
En relación al lesbianismo como identidad y elección política me encanta una frase de Ulrika Dahl en su manifiesto femme-inista (en «El eje del mal es heterosexual»): «Como mi amante le dijo una vez a su madre: «No elegí esto y sin embargo si tuviera que elegir mil veces continuaría eligiendo esto. De hecho elegí esto»». Creo que a mí se me aplica perfectamente…